"PALMIRA, LA PERLA DEL DESIERTO.”
Jaime Alvar. Universidad Carlos III de Madrid
“La ciudad árabe de Palmira ha sido un punto de encuentro
entre Oriente y Occidente y un crisol artístico y cultural
en el que han fusionado sus respectivas aportaciones
para dar nacimiento a un arte arquitectónico original,
resultante de tradiciones locales y exteriores”.
Jaled el-Assad
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Homenaje
El-Assad fue director del Museo de Palmira y máximo responsable de las Antigüedades de Tadmor durante 40 años. El 18 de agosto de 2015 fue decapitado en público por miembros del ejército del Estado Islámico de Iraq y Siria (ISIS). Su cuerpo fue colgado por las muñecas de un semáforo en la ciudad moderna de Tadmor y su cabeza colocada en el suelo entre sus pies.
A modo de introducción
Palmira es el nombre griego de un asentamiento llamado Tadmor, situado en un oasis en la zona septentrional del desierto sirio. El nombre de Tadmor aparece ya en los archivos de Ebla, hacia 2340 a.C., al igual que en tablillas de Mari del siglo XVIII a.C., como centro comercial en las relaciones de Mesopotamia con Siria septentrional. También aparece en un documento del rey asirio Tiglatpileser I en el siglo XII. Después es mencionada en la Biblia (II Crónicas 8.4) como ciudad fortificada por Salomón, noticia que reitera Flavio Josefo, autor judío del siglo I d.C., en el libro 8 de las Antigüedades judaicas, donde la llama también Palmira.
A pesar del vertiginoso ritmo de acontecimientos militares en la historia del Próximo Oriente durante el II y el I Milenio, Tadmor logró mantener su independencia y siguió floreciendo como ciudad caravanera incluso tras las conquistas de Alejandro y la creación del Reino Seléucida a finales del siglo IV a.C. Más allá de esa autonomía milenaria, la gloria de Palmira comienza a partir del siglo III a.C., cuando la ruta que la atravesaba de este a oeste se convierte en una de las más importantes vías de comunicación entre Mesopotamia y el Mediterráneo al incrementar exponencialmente el volumen de mercancías por ella transportadas. Entonces, la lengua hablada en Palmira era el arameo, que se escribía en dos sistemas diferentes: la escritura monumental mesopotámica y la cursiva. La gran inscripción bilingüe conocida como “Tarifa de Palmira” y las inscripciones que acompañan los retratos de los miembros de las grandes familias caravaneras permiten conocer el modelo comercial de la ciudad que alcanzaba por el este la India a través del Golfo Pérsico; Egipto por el sur y Roma por el oeste.
Los habitantes de Tadmor, fundamentalmente arameos y árabes, lograron mantener su actividad económica y política de forma independiente mucho tiempo después de que las primeras tropas romanas hicieran su aparición por la región. Gracias a su posición privilegiada en las rutas caravaneras obtenía pingües beneficios del tráfico comercial que proporcionaba a Roma lujosos bienes procedentes de lugares dispares.
Palmira se había convertido en una ciudad sofisticada, elegante y próspera, sus habitantes vestían siguiendo una moda mixta entre los modos persas y los romanos, distinta a los imperativos de la época. Sus familias acaudaladas mantenían un estilo de vida cosmopolita y expresaban orgullosos su estirpe, sus relaciones familiares, su identidad, bien diferenciada de cuantas entraban en contacto con ella.
Esta bellísima ciudad se encontraba estratégicamente situada en una encrucijada en la que se cruzaban dos de las más importantes rutas comerciales del mundo antiguo: una se extendía desde el lejano Oriente y la India hasta la cabecera del Golfo Pérsico o Arábigo y remontaba por Mesopotamia; la otra se dirigía por el continente eurasiático, a través del Turkmenistán, hacia Asia Central, para alcanzar China; es decir, la ruta central de la posterior Ruta de la Seda. Plinio el Viejo (23 a.C.-79 d.C.) en su Historia Natural (V. 21), redactada en el año 77 d.C. dice de ella:
Palmira es una ciudad afamada por su situación, por la riqueza de su tierra y por sus manantiales agradables. Sus campos están rodeados por todas partes por la arena del desierto y es como si la Naturaleza la hubiera aislado del mundo, como si tuviera un destino propio entre las dos grandes potencias de Roma y Partia.
Palmira y Roma
La creación de la provincia romana de Siria por Pompeyo en el año 64 a.C. no integró a esta importante ciudad y su territorio, que mantuvo una inestable independencia. En 41 a.C., Marco Antonio intenta tomarla, pero fracasa. Su incorporación al territorio político de Roma la lleva a cabo Germánico en el año 17 d.C., durante el gobierno de Tiberio (14–37 d.C.). Plinio señala que la ciudad era independiente en época de Tito, pero no parece fiable la noticia, pues ya Vespasiano había construido la vía de Palmira a Sura en el año 75. Debió, eso sí, mantener una cierta capacidad militar propia, pues sus milicias ejercían como policía del desierto. Posteriormente, con la incorporación del reino de los nabateos bajo Trajano, en 106 d.C., Palmira sustituyó a Petra en su función de principal ciudad árabe en el Próximo Oriente gracias al nuevo incremento comercial.
Hacia 129 d.C., Palmira recibió al emperador Adriano, quien le concedió el estatuto de ciudad libre con el nombre oficial de Palmira Adriana. Septimio Severo, a finales del siglo II d.C., le otorgó el estatuto de colonia romana, lo que la eximía de pagar impuestos a Roma; algunos retrasan esa concesión al reinado de Caracala. Sin embargo, esta medida coincide con el declive de la actividad comercial motivada por la ocupación de las bocas del Tigris y el Éufrates por los persas sasánidas, cuyo imperio se había fundado en 224. Es entonces cuando da comienzo la etapa mejor conocida de la ciudad. El punto de partida puede situarse en el año 255, cuando Septimio Odenato fue nombrado gobernador de la provincia de Siria, con sede en Palmira y cinco años más tarde era designado gobernador de todo Oriente dado el peligro persa.
La reina Zenobia
Las fuentes clásicas transmiten una imagen completamente legendaria de Bat Zabbai, mujer de extraordinaria belleza, conocida como Zenobia. De ella conservamos los retratos acuñados en sus monedas, que no permiten corroborar la fama que le otorgan las fuentes. Zenobia es, sin lugar a dudas, el personaje más destacado de la historia de Palmira. Era hija del gobernador romano de la ciudad, Julio Aurelio Zenobio. Desposó al ya mencionado Septimio Odenato, un árabe romanizado que, como he adelantado, llegó a ser gobernador de Oriente. Estuvo acompañada a lo largo de su vida por Casio Longino, un escritor griego muy erudito y con amplios conocimientos de filosofía, que le servía de consejero. Zenobia había construido en su entorno la leyenda de que descendía de la reina Cleopatra, extremo difícilmente comprobable; pero el referente de la famosa reina egipcia parece haberse consolidado por el curso de los acontecimientos.
Por entonces, la frontera del Éufrates venía sufriendo un acoso creciente por parte de los partos, hasta el extremo que en el año 260 el emperador Valeriano se dirige al frente de sus legiones contra las tropas del rey sasánida Sapor I (215 - 272). La expedición culminó en una catástrofe colosal. El ejército romano fue derrotado, el emperador Valeriano fue hecho prisionero, por lo que le corresponde el mérito de haber sido el primer emperador capturado por el enemigo, y los romanos se rindieron. Son contradictorias las informaciones sobre el destino del emperador y de sus huestes. Según ciertas fuentes se les habría ofrecido residencia digna y sus vidas transcurrirían sin mayor tribulación. Sin embargo, las fuentes cristianas sostienen que el emperador responsable de persecuciones padeció tortura y humillaciones. Durante muchos años los persas habrían exhibido como trofeo la piel del emperador. En cualquier caso, esta victoria permitió a Sapor hacerse con el control de amplias zonas de Oriente y de ciudades estratégicas como Edesa.
La reacción contra los persas estuvo encabezada por Odenato de Palmira, 'Restitutor totius Orientis', quien emprendió una exitosa campaña de venganza con el beneplácito del nuevo emperador de Roma, Galieno (218-268). Hasta dos veces quebró Odenato las fuerzas de Sapor, que tuvieron que adentrarse en territorio persa para escapar de las acometidas del valiente árabe. Al principio Odenato parecía actuar en beneficio de Roma, pero pronto manifestó su verdadera ambición personal proclamándose monarca de Oriente.
Una conjura palaciega dio término a las aspiraciones de Odenato, asesinado junto a su primogénito en 267 tras combatir a los godos en Capadocia. Zenobia le había dado un segundo hijo, Vabalato, niño a la sazón, por lo que ella se convirtió en regente y, en consecuencia, sospechosa de haber intervenido en el regicidio. A su mando quedaban Palmira y los territorios recién conquistados en Oriente, desde el Éufrates hasta Bitinia.
Animada por el éxito de su control político y militar, Zenobia buscó la “desconexión” de Palmira alejándose de la tutela que Roma ejercía sobre ella. El emperador, Galieno, apenas tenía capacidad de respuesta, mientras Zenobia llevaba a cabo exitosas operaciones militares contra los persas. Esos éxitos parecían beneficiar a Roma, pero en realidad solo ampliaban los territorios controlados por Palmira que llegó incluso a anexionarse Egipto. Culminaba así una aspiración muy significativa desde dos puntos de vista. Por un lado, se apropiaba de la provincia más rica de las sometidas a Roma; por otro, se convertía en legítima heredera de su antepasada Cleopatra, cuyo halo legendario le servía de modelo y referente. La impotencia de Roma, con un nuevo monarca que tenía que hacer frente a los movimiento de los godos y alamanes en la frontera norte, permitía a Zenobia actuar con total impunidad sin preocuparse por el parecer de Claudio II (213-270). A los dos años de gobierno moría Claudio II con Palmira independizada de facto.
Su sucesor fue Aureliano, proclamado por sus legiones en la región danubiana. Allí había adquirido una gran experiencia militar que le permitió lograr una cierta tranquilidad en la frontera septentrional del Imperio. Con las manos libres se dirige veloz hacia Oriente, para recuperar todos los territorios perdidos y acabar con el levantamiento de Zenobia. Las tropas de Palmira le salen al encuentro en el Orontes, pero son derrotadas por el romano que las obliga a replegarse. La suerte de Aureliano, sin embargo, se ve empañada por el ataque de unos beduinos en el desierto, que logarn herirlo. En esas circunstancias decide ofrecer una capitulación a la reina Zenobia, autoproclamada Augusta:
Aureliano, emperador del mundo romano y reconquistador del Orontes, a Zenobia y sus aliados. Tendríais que haber hecho espontáneamente lo que yo os ordeno por escrito. Os impongo la rendición, perdonándoos la vida, a condición de que tú, Zenobia, aceptes vivir con tus hijos donde yo te lo ordene, de acuerdo con el parecer del senado. Entregad al senado romano las gemas, la plata, el oro, las sedas, los caballos y los camellos que poseéis. Los habitantes de Palmira conservarán sus derechos.
(Carta recogida en Historia Augusta XXVI, 26-27).
La misma fuente transmite la respuesta de la Reina:
Zenobia, reina de Oriente, a Aureliano Augusto. Jamás nadie ha osado hacerme las propuestas que tú me has enviado por escrito. En la guerra, lo que se quiere obtener hay que ganarlo con el valor. Me exiges la rendición, como si no supiera que la reina Cleopatra prefirió morir antes que vivir humillada. No me falta ciertamente la ayuda de los persas, que ya se acercan; los sarracenos y los armenios están de nuestra parte; los bandoleros sirios ya han derrotado a tu ejército. ¿Qué ocurrirá, Aureliano, si se unen todos los refuerzos que esperamos de todas partes? Tendrás que deponer la arrogancia que ahora te hace exigir mi rendición, como si ya hubieras vencido en toda regla.
El enojo de Aureliano al conocer la supuesta respuesta de Zenobia hubo de ser temible según se desprende de su reacción. Su objetivo era acabar con la insurrección y para ello dispone todos los recursos militares y económicos posibles. Incrementa la presencia militar en la zona y destina fuertes cantidades de dinero para conseguir que las tribus del desierto no hostiguen a los ejércitos romanos. A continuación dispone tropas en la frontera con los persas para evitar cualquier abastecimiento desde el este a Palmira y solo entonces decide por sitio a la ciudad.
Allí los cálculos para la defensa no parecen acertados. Las tropas se mantienen acampadas en torno a la ciudad que se protege creando una nueva muralla interior con materiales constructivos de edificios monumentales. Da la impresión de que hubiera mucha premura y poca previsión.
Iniciada la contienda dicen las fuentes que Zenobia abandonó el campo de batalla, como había hecho Cleopatra en Actium. Es imposible discernir si las fuentes relatan lo verdaderamente acaecido o si lo que pretenden es incrementar la similitud entre las dos mujeres que pusieron en jaque a Roma. Sea como fuere, Zenobia debió estimar que entre los partos estaría a salvo, pero fue alcanzada por los romanos a la altura del Éufrates. Lo que ocurrió después no está claro. Según unos, sería ejecutada junto al consejero Casio Longino y otros altos dignatarios de Palmira. Otros dicen que fue conducida a Roma, encadenada con cadenas de oro, y que murió por el camino. La versión más aceptada es que llegó a Roma y desfiló como cautiva en el triumphus de Aureliano, quien compasivamente la envió recluida a Tibur con una pensión económica. Independientemente de su final, la inteligente y hermosa Zenobia se apoderó de la imaginación de historiadores, artistas y lectores que no se cansarían de evocar a aquella reina oriental que desafió a Roma.
Entre tanto los palmirenses cometieron el error de pasar a cuchillo a la guarnición romana que había dejado Aureliano. En 273 el emperador arrasó a sangre y fuego lo que quedaba de la ciudad, que nunca lograría recuperarse. Diocleciano estableció allí una guarnición, edificó unas termas, erigió un templo para cobijar los estandartes de las legiones y reconstruyó algunos edificios de la ciudad. Lánguidamente la ciudad continuaba con sus actividades y se iba transformando al ritmo de las otras ciudades de Oriente. En la época de Constantino contaba con una comunidad cristiana capaz de enviar a su obispo al Concilio de Nicea en 325.
La etapa final
A pesar de esa presencia militar, la ciudad continuó su declive hasta que quedó integrada en el Imperio Bizantino. El emperador Justiniano reconstruyó sus murallas en el siglo VI y se erigieron algunas Iglesias bizantinas, sobre antiguos edificios, pero la mayor parte de la ciudad estaba en ruinas. En 634, Palmira cayó en manos musulmanas tras el ataque de Jalid ibn Walid, en la época del primer califa, Abu Bakr. Fue entonces cuando se construyó el Castillo en la montaña que domina el oasis. Ya entonces era una ciudad en claro declive.
Un terremoto en 1089 terminó de destruir lo poco que quedaba. En 1678, Palmira fue "redescubierta" por dos comerciantes ingleses afincados en Alepo. Sus excavaciones arqueológicas no se iniciarían hasta 1924 y las ruinas fueron declaradas Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1980.
Sobre la religión de Palmira
Como corresponde a una ciudad étnicamente plural y culturalmente mestizada, el universo religioso de Palmira era complejo. Naturalmente el carácter predominante de los arameos situaba a sus dioses en una posición privilegiada, pero ellos también experimentaban la hibridación. Los dioses de Palmira eran esencialmente parte del panteón del NO. de Siria, con aditamentos de los panteones mesopotámico y árabe. El dios tutelar de los arameos de Palmira era Bol, abreviatura del cananeo Baal. Bol también era vocalizado como Bel por asimilación a Bel-Marduk, el dios supremo de Babilonia, y así quedó fijada su denominación a partir de finales del siglo III a.C. Los restos del Templo de Bel se conservaban en un estado admirable hasta su destrucción por el DAESH. Todo parece indicar que este templo era en realidad el Templo de los dioses de Palmira, con un templo-réplica en Dura Europos. Se trata del santuario más grande de la ciudad y contaba con una sala de banquetes que podía albergar más de 100 comensales. En el exterior se hallaron numerosas teseras de terracota que servían de entrada para las comidas rituales. En una cara está aparecen representaciones de divinidades y en la otra se especifica con frecuencia la consumición a la que tenía derecho el portador de la entrada.
Bel se acompaña de otros dioses procedentes de las divinidades tutelares de los clanes y grupos familiares, como Yarhibol, el dios luna Aglibol o el sol Malakbel. También se veneraban dioses de la franja cananea marítima, como Astarté, Baal-Hamón, Baalshamin y Atargatis, conocida por los romanos como Dea Syria. Igualmente dioses babilonios como Nabu y Nergal o árabes: Azizos, Arsu, Šams y Al-lāt.
En cualquier caso, los palmirenos no parecen haber tenido dificultad para tratar con dos dioses supremos, Bel y Baalshamin, identificados ambos con el griego Zeus, y cuyas funciones, sin duda, se solapaban, de modo que podrían llamar al mismo dios de diferentes maneras y advocaciones según las circunstancias. Los rituales asociados a estos dioses supremos, Bel y Baalshamin, incluían celebraciones mistéricas; de hecho, en las excavaciones se encontraron los bancos corridos para los banquetes ceremoniales.
Un impresionante fresco del temple de los dioses Palmirenos en Dura Europos, fechado hacia 230 d.C., muestra a un oficial llamado Julio Terencio que estaba al frente de una cohorte de jinetes arqueros palmirenos de la Legión XX estacionada en el Éufrates. El oficial realiza un ritual con un sacrificio incruento. Quema incienso en honor de las tres deidades representadas con uniforme militar, Yarhibol, Aglibol y Arsu, colocados sobre sus pedestales en la parte superior izquierda del fresco. Tras Terencio se ve el estandarte de la cohorte, con los colores correspondientes y cerca está sentada una diosa con corona turriforme. Una inscripción la identifica como gad de Palmira, es decir Tyche/Buena Fortuna. La palabra gad es frecuente en las inscripciones como divinidad protectora, aunque cuando no se refiere a una deidad significa “suerte”.
En el ámbito rural se representan dioses montando caballos o dromedarios, cuya naturaleza se nos escapa, pero suelen proceder de Arabia y son custodios de las caravanas. Otras divinidades inferiores en ese mismo ámbito son los ginnaye, similares a los genios romanos, es decir, dioses protectores de los individuos, de las caravanas, del ganado y de las aldeas.
También procede de Arabia la diosa Al-lat, que se representa acompañada por un león, expresión de su dominio sobre los depredadores. La diosa tuvo un rico templo en Palmira que fue visitado por Adriano, según consta en un epígrafe hallado en su interior.
Los dioses podían ser venerados individualmente o asociados a otros, formando tríadas o parejas divinas. Los dioses isíacos están presentes en el siglo II d.C., en agosto del 149 d.C., Bariki, hijo de Zabdibol, consagró un pequeño templo de mármol con toda su decoración y cancela, a Bol, a Isis y a Afrodita, dioses ancestrales de una familia probablemente originaria del Líbano o de Palestina asentada en la ciudad caravanera. Por las mismas fechas, Bariki costea un pequeño templo de mármol con toda su decoración a Samabôl (probablemente Astarté), a Isis y a Afrodita, en un acto evergético por su salud, la de sus hijos y la de sus hermanos, de modo que parece un agente innovador en esta modalidad compartida de culto en la ciudad en la que reside. El epígrafe sustenta la memoria de una fundación visible por los fieles, de modo que se genera una simbiosis entre el espacio ritual y su propia historia, que persiste más allá de la propia vigencia del templo, con lo que ha cumplido su requisito de memorabilidad.
Era muy importante la celebración de la primavera en la fiesta denominada Akitu, correspondiente con la cosecha de la cebada y que servía para establecer el año nuevo. En la organización religiosa, Palmira se dividía en cuatro barrios, cada uno de los cuales estaba presidido por un santuario dedicado a la deidad ancestral de la tribu que lo habitaba. Atargatis, sin embargo, tenía un santuario en cada uno de los barrios.
Un fenómeno que se ha considerado relevante en los cultos de Palmira es la presencia de un dios innominado “aquel cuyo nombre es para siempre bendito”, pero del que no hay representación asociada a la mención. Sus altares son pequeños quemadores de perfume, de los que se han hallado centenares, fechados desde el siglo I d.C. Mayoritariamente se han encontrado en torno a la fuente Efqa, uno de los lugares más sagrados de Palmira. Las inscripciones recogen la fórmula antes mencionada, pero también el epíteto “Señor del Mundo” o “Señor de la Eternidad”. En ocasiones el oferente explica que dona el altar “porque llamó [al dios] y él lo atendió”. Dos hermanos se expresan así:
En agradecimiento diario, Zabdibol y Moqimu, hijos de Gadda ... [dedican este altar] al misericordioso, al bondadoso y compasivo [dios] por su bienestar y el de sus hijos y el de toda su casa.
Se ha asociado la ofrenda de incienso con el culto a esta deidad, destinataria de sacrificios incruentos, una tendencia vinculada al declive del sacrificio cruento y vinculado a la consolidación de las tendencias henoteístas, es decir, la creencia en la supremacía de un dios sobre los restantes.
Sin embargo, hay quienes consideran que el dios innominado es una ilusión, pues podría ser la mención tipo de una divinidad bien conocida, por ejemplo Baalshamin, con el que comparte epítetos, como el de “Señor de la Eternidad”; hay autores que lo identifican con Yaribol, el dios ancestral de Palmira y protector del manantial Efqa.
El politeísmo, que en la etapa final de Palmira experimenta una fuerte tendencia henoteísta y de abstracción en torno a la deidad suprema innominada, fue sustituido progresivamente por el cristianismo, que contó, como dije, con un obispo en el Concilio de Nicea en 325. La mayor parte de los templos se convirtieron en iglesias, pero el de Al-lāt fue destruido en 385 por orden del prefecto del pretorio de Oriente, Materno Cinegio. Tras la conquista musulmana en 634, el Islam remplazó gradualmente al cristianismo; sin embargo, conviene indicar que el último obispo de Palmira está atestiguado en 818.
Los ritos funerarios
Las familias acaudaladas en Palmira construyeron grandes monumentos funerarios. Muchos eran hipogeos, con paredes talladas en la roca o levantadas con sillares. En su interior estaban compartimentadas para dar cabida a múltiples enterramientos. Los cadáveres se depositaban tendidos boca arriba. Placas de arenisca con bustos en altorrelieve sellaban las aperturas rectangulares de los compartimentos. Estos relieves representaban la “personalidad” o el “alma” de la persona enterrada y componían la decoración interior de la cámara funeraria. A veces se representan también los banquetes funerarios de carácter familiar o colegial. Un proyecto de investigación liderado por Rubina Raja y Andreas Kropp ha documentado 2.842 retratos; entre sus constataciones más interesantes destaca el extraordinario volumen de relieves, el breve period de tiempo en el que se realizaron (250 años entre la 2ª mitad del siglo I d.C. y la 1ª mitad del III) y la precisión cronológica que se puede establecer en ellos gracias a que un 10% está epigráficamente datado. Ni siquiera la declaración de Patrimonio de la Humanidad ha impedido que se hayan sustraído y que formen parte de colecciones particulares o públicas de todos los continentes. La ausencia de una catalogación precoz ha contribuido a un desconocimiento tan sorprendente de una serie informativa de tal calidad.
El redescubrimiento de Palmira
Con el incremento de los viajes culturales de la intelectualidad británica y de otros países europeos, conocido como el Grand Tour, los lugares bíblicos y de la literatura clásica se convirtieron en destino privilegiado para que estos viajeros obtuvieran la gloria del redescubrimiento de las civilizaciones antiguas. Junto a ellos, intrépidos comerciantes en busca de nuevas rutas y productos, militares al servicio de sus imperios y científicos dispuestos a ampliar los horizontes del conocimiento, trasladaron a Occidente sus hallazgos. En 1687 un grupo de comerciantes ingleses afincados en Alepo “descubren” Palmira y en 1693 Hofsted van Essen dibuja una vista panorámica de las ruinas.
A partir del siglo XVIII, el Próximo Oriente fue testigo de numerosas expediciones. Entre 1750 y 1751 R. Wood y J. Dawkins, visitan Palmira y en 1753 publican Las Ruinas de Palmira, una serie de volúmenes con dibujos y planchas con los vestigios de la ciudad que impactaron al mundo entero. Tras ellos serían las acuarelas de Louis François Cassas, las que contribuyeran a la difusión de su conocimiento y admiración por toda Europa.
En el apogeo de la recuperación de Palmira, las penumbras de la ciudad sirvieron de fuente de inspiración para el Conde de Volney que en 1791 publicó sus Ruinas de Palmira o Memorias de las revoluciones de los imperios.
El pintor Tiépolo decoró el «palazzo» Zenobio de Venecia con escenas de la vida de Zenobia. En muchos teatros y salas de conciertos se estrenaron óperas con el tema de la historia de Zenobia y Palmira: Albinoni, Zenobia (1694); Pasquale Anfossi, Zenobia in Palmira (1789); Giovanni Paisiello, Zenobia in Palmira (1790); Gioachino Rossini, Aureliano in Palmira (1813); e incluso en la actualidad, como la Zenobia de Mansour Rahbani, estrenada en 2007.
Luego comenzaron las expediciones arqueológicas o de epigrafistas, franceses, rusos, alemanes, para copiar los textos grabados en los monumentos palmiranos. Sin embargo serán las expediciones danesas dirigidas por H. Ingholt las que otorguen una dimensión científica a la arqueología de Palmira. Todo ello iba acompañado de una acción depredadora notable, que ya denunció el gran historiador M. Rostovtzeff, como demuestran las colecciones de museos en París, Londres, Copenhague, Estambul, Roma, S. Petersburgo, Nueva York o Boston, en ese proceso de apropiación del pasado para la construcción de las identidades históricas propias. Y en el ámbito de las apropiaciones conviene recordar un poema inconcluso de Cavafis de 1930 (recogido por Mendelsohn en su edición Complete Poems de 2012) en el que lamentaba que algunos historiadores dedicaran su empeño a negar el carácter asiático de Zenobia, cuya grandeza tenía que ser occidental y por eso construían para ella una genealogía que la hiciera seléucida y, por tanto, grecomacedonia.
Todas esas circunstancias contribuyen a generar la legendaria imagen de la “Perla del Desierto”, la ciudad de Palmira, uno de los conjuntos arqueológicos más hermosos, impresionantes y románticos de la Antigüedad, irremediablemente mutilado y parcialmente arrasado por la ignorancia y el fanatismo de hordas alimentadas por el rencor que les ha generado la despiadada ambición de quienes ellos identifican como Occidente.
ALGUNAS LECTURAS RECOMENDADAS
E. Gibbon, Decadencia y caída del Imperio romano, Atalanta, Gerona, 2011.
M. Rostovtzeff, Caravan Cities, 1932.
M. Sartre, El Oriente Romano, Madrid, 1994.
T. Kaizer, The Religious Life of Palmyra. A Study of the Social Patterns of Worship in the Roman Period. Stuttgart: Franz Steiner Verlag, 2002.
P. Veyne, El imperio grecorromano, Madrid, 2009.
David Hernández de la Fuente, Historia NG nº 111.
Ficción:
Conde de Volney, Las Ruinas de Pamira o meditaciones sobre las revoluciones de los Imperios, 1791.
William Ware, Zenobia or the Fall of Palmyra,1859.
J.L. Sampedro, La vieja sirena, Barcelona, 1990.
J. L. Corral, La prisionera de Roma, Planeta, Barcelona, 2011.