"DIOGENES DE ENOANDAÂ II"
Carlos GarcÃa Gual (Catedrático de FilologÃa Griega de la Universidad Complutense de Madrid)
           En Enoanda, que está en el norte de la antigua comarca de Licia, en el sudoeste de Asia Menor, a 45 kms. al NO de Fedhiye (la antigua Telmessos), más o menos a la altura de la isla de Rodas, se han ido descubriendo, desde finales del siglo XIX, los restos de una gran inscripción mural, que habÃa sido grabada en un largo y alto muro en lo que en sus tiempos fue el ágora de una próspera ciudad helenÃstica. Los primeros restos de esa gran inscripción fueron descubiertos por Maurice Holleaux y Pierre Paris, miembros de la Escuela Francesa de Atenas en 1884, y se publicaron pocos años después. Luego han proseguido en varias ocasiones las excavaciones (la última campaña fue a cargo de arqueólogos británicos de 1974 a 1983) hasta reunir los numerosos fragmentos que nos han quedado de la misma. Son los textos que un fervoroso epicúreo, Diógenes de Enoanda, hizo grabar allÃ, en el centro de la ciudad, como un sugerente mensaje de salvación, a modo de evangelio filosófico, no sólo para sus conciudadanos, sino para todos los que por allà pasaran. El largo muro, de cuatro o cinco metros de alto y más de ochenta de largo, fue destruido ya en la Antigüedad, y muchos de sus bloques de piedra fueron dispersados y enterrados. Era la más amplia inscripción del mundo griego de la que tenemos noticia. Pero sólo gracias a la minuciosa labor de reconstrucción que los arqueólogos y filólogos han llevado a cabo podemos hacernos hoy una clara idea de su contenido. Es difÃcil evaluar qué tanto por ciento de la inscripción nos ha quedado repartida en numerosos fragmentos de muy distinto tamaño; acaso un tercio, más o menos. (Smith calcula que tendrÃa unas 25.000 palabras y ha podido editar 212 fragmentos, aunque algunos brevÃsimos).
           La primera edición de esos fragmentos fue hecha por G. Cousin en 1892. Luego han venido las ediciones progresivamente más amplias, sistemáticas y con comentarios de J.Williams (1907) , A.Grilli (1960), C.W. Chilton (1967), A.Casanova (1984) y M.F.Smith (1993). Para nuestra traducción –que es, creemos, la primera española completa de estos textos1 – hemos seguido la recién citada edición de Martin Ferguson Smith, The Epicurean Inscription, Bibliopolis, Nápoles, 1993. Este espléndido volumen, de 660 páginas, no sólo constituye la edición crÃtica más completa de los textos, sino que con sus comentarios y su amplia bibliografÃa ofrece una perspectiva muy bien documentada y actualizada de los estudios sobre Diógenes de Enoanda, fruto de muchos años de trabajo sobre el terreno mismo de las excavaciones y de muy aguzadas reflexiones sobre los textos, difÃciles en muchos puntos no sólo por su terminologÃa epicúrea, sino sobre todo, como es obvio, por su carácter fragmentario.
           Aunque me hubiera gustado ofrecer una traducción con más notas y oportunos comentarios sobre su contenido y su presentación, -que probablemente los lectores habrÃan agradecido- , he preferido dejar esas ampliaciones para otra ocasión, ya que nuestra intención actual es presentar esos textos de Diógenes como testimonio de la pervivencia del epicureismo y como complemento a los exiguos textos conservados de Epicuro. No era, ciertamente, nuestro buen Diógenes un pensador original ni pretendÃa aportar novedades o crÃticas de fondo al mensaje filosófico de su maestro. No era un gran filósofo, sólo un adepto entusiasta y sincero de la doctrina epicúrea. Con la mejor voluntad del mundo, con un afán filantrópico, como él mismo nos declara desde un comienzo, querÃa repetir y poner de relieve con su resumen las lÃneas maestras de la filosofÃa epicúrea, sus grandes lemas y sus principios básicos, y dejarlos ahÃ, al alcance de todos los paseantes de buena voluntad y sensato criterio, recomendando esas enseñanzas como un camino hacia la felicidad. Un propósito muy loable, desde luego, para una ocurrencia realmente espectacular. La de inscribir las palabras del maestro en el gran mural pétreo, como monumento público a ese mensaje y camino de salvación.
           En cuanto a la presentación del contenido parece estar claramente distribuido en varios apartados y en columnas separadas y fáciles de leer. Podemos distinguir varias secciones. Una primera que trata de FÃsica, seguida por otra de Ética, luego otra que trata de la vejez, y una última que comprende máximas de Epicuro (entre ellas algunas Máximas Capitales), y otros textos de éste, como la “Carta a la madre”, y algún otro curioso relato (como el del “naufragio de Epicuro”)2 . También hay varias cartas de Diógenes a amigos distantes, con afectuosos consejos proselitistas, y noticias sobre otros epicúreos. Esa mezcla de lo personal y lo doctrinal parece algo muy propio de los cÃrculos epicúreos, que profesaban un afectuoso culto a la memoria del maestro y la mutua amistad y que prodigaban las cartas y los consejos.
De Diógenes sabemos lo que él mismo nos cuenta. Estaba ya “en el ocaso de la vida” cuando encargó grabar esos textos, y andaba enfermo, acaso del corazón o del estómago3 . Impulsado por su buen carácter y su avanzada edad se apresta a dedicar en su inscripción unas cuantas palabras muy sentidas en defensa de la vejez, tan calumniada por la tradición literaria griega. Y sabe recalcar cómo los placeres auténticos –como la amistad y la sensatez- son fáciles de conseguir y los dolores no deben asustarnos demasiado. Nada en su mensaje se desvÃa de las enseñanzas del maestro. No se preciaba tampoco de ser un escritor refinado, como tampoco lo hacÃa Epicuro. (Tiene razón M.F. Smith, creo, al defender el estilo de nuestro Diógenes, contra los que lo han tachado de mediocre escritor; pero no pretendÃa ser un buen estilista ni un retórico). Debió de ser una persona de cierta fortuna, ya que costeó tan magnÃfica construcción e inscripción; y es probable, por tanto, que hubiera ocupado algún cargo polÃtico en su ciudad. Pero, como buen epicúreo, no habla de polÃtica y advierte que ni la riqueza ni los cargos públicos ni los trabajos ambiciosos deparan felicidad de ánimo.
           No sabemos cuándo vivió ni, por tanto, cuándo debe fecharse esta inscripción monumental. Se suele dar como fecha probable el final del siglo II, pero M.F. Smith expone buenas razones para retrotraer esa fecha hasta el año 120 d. C. (es decir, a la época de los Antoninos), lo que, por otra parte, parece coherente con la época de prosperidad en esa zona del Imperio.Â
           En la versión que aquàpresentamos, hemos numerado los fragmentos según la edición mencionada, aunque he dejado de traducir aquellos que, por tratarse de palabras sueltas o medias frases, no se podÃa dar a las palabras un sentido completo. De ahà que haya algunos saltos en la numeración. Por otra parte, dejamos entres lÃneas oblicuas, es decir //, los segmentos del texto suplidos por Smith, que cubre los huecos del texto griego, suplementos y conjeturas del texto que nos han parecido bien justificados siempre.
Breve nota bibliográfica sobre las ediciones de la inscripción de Enoanda:
J.William, Diogenis Oenoandensis Fragmenta, Leipzig, 1907.
A. Grilli, Diogenis Oenoandensis Fragmenta, Milán, 1960.
C.W.Chilton, Diogenis Oenoandensis Fragmenta, Leipzig, 1967.
A.Casanova. I frammenti di Diogene di Oenoanda, Florencia, 1984.
M.F.Smith, Diogenes of Oenoanda, The Epicurean Inscription, Nápoles, 1993.
Referencias
1 Ya en mi Epicuro (Madrid, Alianza, 1981) págs . 234-5, di una precisa traducción de las lÃneas iniciales de la inscripción y subrayé el interés de los textos y la personalidad de su autor.Â
2 Sobre la extensión y disposición de los temas, asà como sobre la forma de la escritura, y todos los detalles epigráficos, remito el libro de Smith, páginas 76–108. Quisiera destacar tan solo aquà que –como Smith señala, o.c., p. 83- - “Cada sección de la inscripción de Diógenes estaba presentada como un papiro desenrollado, como en imitación de los libros contemporáneos, ofreciendo asà la disposición del texto en columnas, y también en el largo de las lÃneas, en las reglas de la división de las sÃlabas y en el método de puntuación empleado. “Y serÃa, desde luego, interesante saber si el mismo Diógenes habÃa presentado en un libro sus escritos y si esa versión en papiro pudo tomarse como base y modelo para la gran inscripción pétrea.Â
3 La expresión griega de esa dolencia, kardiakòn páthos, según cita del fragmento 117, resulta ambigua a ese respecto , como advierte y anota muy bien M.F. Smith.