Jornadas sobre la Antiguedad

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Miércoles, 4 de diciembre de 2024
Jornadas sobre la antiguedad
Ser griego

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"DIOGENES DE ENOANDA  II"

Carlos García Gual (Catedrático de Filología Griega de la Universidad Complutense de Madrid)

            En Enoanda,  que está en el norte de la antigua comarca de Licia, en el sudoeste de Asia Menor, a 45 kms. al NO de Fedhiye (la antigua Telmessos), más o menos  a la altura de  la isla de Rodas,  se han ido descubriendo,  desde  finales del siglo XIX, los restos de una gran inscripción mural, que había sido grabada  en un largo y alto muro en lo que en sus tiempos fue el ágora de una próspera ciudad helenística. Los primeros restos de esa gran inscripción fueron descubiertos por Maurice Holleaux y Pierre Paris, miembros de la Escuela Francesa de Atenas en 1884, y se publicaron pocos años después.  Luego han proseguido en varias ocasiones las excavaciones (la última campaña fue a cargo de arqueólogos británicos de 1974 a 1983) hasta reunir los numerosos fragmentos que nos han quedado de la misma. Son los textos que un fervoroso epicúreo,  Diógenes de Enoanda,  hizo grabar allí, en el centro de la ciudad, como un sugerente mensaje de salvación, a modo de evangelio filosófico, no sólo  para sus conciudadanos, sino para todos los que por allí pasaran. El largo muro, de cuatro o  cinco metros de alto y más de ochenta de largo, fue destruido ya en la Antigüedad, y muchos de sus bloques de piedra fueron dispersados y enterrados. Era la más amplia inscripción del mundo griego de la que  tenemos noticia. Pero  sólo gracias a la minuciosa labor de reconstrucción que los arqueólogos y filólogos han llevado a cabo  podemos hacernos hoy una clara idea de su contenido. Es difícil evaluar qué tanto por ciento de la inscripción nos ha quedado repartida en numerosos  fragmentos de muy distinto tamaño; acaso un tercio, más o menos. (Smith calcula que tendría unas 25.000 palabras y  ha podido editar 212 fragmentos, aunque algunos brevísimos).

            La primera edición de esos  fragmentos fue hecha por G. Cousin en 1892. Luego han venido las ediciones progresivamente más amplias, sistemáticas y con comentarios de J.Williams (1907) , A.Grilli (1960), C.W. Chilton (1967), A.Casanova (1984) y M.F.Smith (1993). Para nuestra traducción –que es, creemos, la primera española completa de estos textos1 – hemos seguido la recién citada edición de Martin  Ferguson Smith, The Epicurean Inscription, Bibliopolis, Nápoles, 1993. Este espléndido volumen, de 660 páginas, no sólo constituye la edición crítica más completa de los textos, sino que con sus comentarios y su amplia bibliografía ofrece una perspectiva muy bien documentada y actualizada de los estudios sobre Diógenes de Enoanda, fruto de muchos años de trabajo sobre el terreno mismo de las excavaciones y de muy aguzadas reflexiones sobre los textos, difíciles en muchos puntos no sólo por su terminología epicúrea, sino sobre todo, como es obvio, por su carácter fragmentario.

            Aunque me hubiera gustado ofrecer  una traducción con más notas y oportunos  comentarios sobre su contenido y su presentación, -que probablemente los lectores habrían agradecido- , he preferido dejar esas ampliaciones para otra ocasión, ya que nuestra intención actual es presentar esos textos de Diógenes como testimonio de la pervivencia del  epicureismo y como complemento a los exiguos textos conservados de Epicuro. No era, ciertamente, nuestro buen Diógenes un  pensador original ni pretendía aportar novedades o críticas de fondo al mensaje filosófico de su maestro. No era un gran filósofo, sólo un adepto entusiasta y sincero de la doctrina epicúrea. Con la mejor voluntad del mundo, con un afán filantrópico, como él mismo nos declara desde un comienzo, quería repetir y poner de relieve con su resumen las líneas maestras de la filosofía epicúrea, sus grandes lemas y sus principios básicos, y dejarlos  ahí, al alcance de todos los paseantes de buena voluntad y sensato criterio, recomendando esas enseñanzas como un camino hacia la felicidad.  Un propósito muy loable, desde luego, para una ocurrencia realmente espectacular. La de inscribir las palabras del maestro en el gran mural pétreo, como monumento público a ese mensaje y camino de salvación.

            En cuanto a la presentación del contenido  parece estar claramente distribuido en varios apartados y en columnas separadas y fáciles de leer. Podemos distinguir varias secciones.  Una primera que  trata de Física, seguida por otra de Ética, luego otra que trata de la vejez, y una última que comprende máximas de Epicuro (entre ellas algunas Máximas Capitales), y otros textos de éste, como la “Carta a la madre”, y algún otro curioso relato (como el del “naufragio de Epicuro”)2 . También hay varias cartas de Diógenes a amigos  distantes, con afectuosos consejos proselitistas, y noticias sobre otros epicúreos. Esa mezcla de lo personal y lo doctrinal parece algo muy propio de los círculos  epicúreos, que profesaban un afectuoso culto a la memoria del maestro y la mutua amistad y que prodigaban las cartas y los consejos.

De Diógenes sabemos lo que él mismo nos cuenta. Estaba ya “en el ocaso de la vida”  cuando encargó grabar esos textos, y andaba enfermo, acaso  del corazón o del estómago3 . Impulsado por su buen carácter y su avanzada edad  se apresta a dedicar en su inscripción unas cuantas palabras muy sentidas en defensa de la vejez, tan calumniada por la tradición literaria griega. Y sabe recalcar cómo los placeres auténticos –como la amistad y la sensatez- son fáciles de conseguir y los dolores no deben asustarnos demasiado. Nada en su mensaje se desvía de las enseñanzas del maestro. No se preciaba tampoco de ser un escritor refinado, como tampoco lo hacía Epicuro. (Tiene razón M.F. Smith, creo, al defender el estilo de nuestro Diógenes, contra los que lo han tachado de mediocre escritor; pero no pretendía ser  un buen estilista ni un retórico). Debió de ser una persona de cierta fortuna, ya que costeó tan magnífica  construcción e inscripción; y es probable, por tanto, que hubiera ocupado  algún cargo  político en su ciudad. Pero,  como buen epicúreo, no habla de política y advierte que ni la riqueza ni los cargos públicos ni los trabajos ambiciosos deparan felicidad de ánimo.

            No sabemos cuándo vivió ni, por tanto, cuándo debe fecharse esta inscripción monumental. Se suele dar como fecha probable el final del siglo II, pero M.F. Smith expone buenas razones para retrotraer esa fecha hasta el año 120 d. C. (es decir, a la época de los Antoninos), lo que, por otra parte, parece coherente con la época de prosperidad en esa zona del Imperio. 

            En la versión que aquí  presentamos, hemos numerado los fragmentos según la edición mencionada, aunque he dejado de traducir aquellos que, por tratarse de palabras sueltas o medias frases, no se podía  dar a las palabras un sentido completo. De ahí que haya algunos saltos en la numeración. Por otra parte, dejamos entres líneas oblicuas, es decir //, los  segmentos del texto suplidos por Smith, que cubre los huecos del texto griego, suplementos y conjeturas del texto que nos han parecido bien justificados siempre.

 

Breve nota bibliográfica sobre las ediciones de la inscripción de Enoanda:
J.William, Diogenis Oenoandensis Fragmenta, Leipzig, 1907.
A. Grilli, Diogenis Oenoandensis Fragmenta, Milán, 1960.
C.W.Chilton, Diogenis Oenoandensis Fragmenta, Leipzig, 1967.
A.Casanova. I frammenti di Diogene di Oenoanda, Florencia, 1984.
M.F.Smith, Diogenes of Oenoanda, The Epicurean Inscription, Nápoles, 1993.

 

Referencias


1 Ya en  mi Epicuro (Madrid, Alianza, 1981)  págs . 234-5, di una precisa traducción de las líneas iniciales de la inscripción y subrayé el interés de los textos y la personalidad de su autor. 

2 Sobre la extensión y disposición de los temas, así como sobre la forma de la escritura, y todos  los detalles epigráficos, remito el libro de Smith, páginas  76–108. Quisiera destacar tan solo aquí que –como Smith señala, o.c., p. 83- - “Cada sección de la inscripción de Diógenes estaba presentada como un papiro desenrollado, como en imitación de los libros contemporáneos, ofreciendo así la disposición del texto en columnas, y también en el largo de las líneas, en las reglas de la división de las sílabas y en el método de puntuación empleado. “Y sería, desde luego, interesante saber si el mismo Diógenes había presentado en un libro  sus escritos y si esa versión en papiro pudo tomarse como base y modelo para la gran inscripción pétrea. 

3 La expresión griega de esa dolencia,  kardiakòn páthos,  según cita del fragmento 117, resulta ambigua a ese respecto , como advierte y anota  muy bien M.F. Smith.

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