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“Atenas 430 a. C., primera peste documentada ”:

Eulalia Vintró Castells
(Catedrática de Filología griega de la Universidad de Barcelona)

Voy a presentar la descripción de Tucídides sobre la peste de Atenas aportando previamente algunos datos sobre el autor y su obra y sobre el contexto histórico de Grecia y Atenas en el siglo V, incluida la guerra del Peloponeso.

Vida, obra y contexto

A partir de los datos que Tucídides nos proporciona en su obra, Historia de la Guerra del Peloponeso, especialmente en los primeros libros, y de fuentes contemporáneas o posteriores, podemos reconstruir algunos elementos de su biografía. Nació en Atenas entre los años 465 y 460, miembro, pues, de la generación posterior a Pericles y a Sófocles, de la misma edad que Hipócrates, veinte años más joven que Eurípides y Heródoto y  diez menos que Sócrates. Su familia formaba parte de la aristocracia ateniense y de los círculos influyentes en la política. Heredó de su padre propiedades en Tracia y concesiones en unas minas de oro. Cuando comienza la guerra, año 431, tiene unos treinta años.

Previamente había recibido una esmerada educación donde la influencia y la enseñanza de los sofistas ocupan un lugar bien destacado. Los primeros sofistas, nada que ver con la degeneración de la palabra en la actualidad, fueron los herederos del racionalismo y del relativismo de los filósofos y científicos jonios, los estudiosos de la φύσις o naturaleza, y como tales criticaban las creencias religiosas, afirmaban su confianza en el hombre, ser sociable y perfectible que gracias a la τέχνη y a la  inteligencia había pasado del estado salvaje a la ciudad ordenada y próspera, creían en el progreso moral vía la educación y la legislación. Sostenían, también, que la ambición política era la más noble ya que tenía por finalidad el bien público y el éxito individual a la vez. A pesar del  evidente anacronismo, se ha afirmado que Grecia estaba en el siglo de las luces. Tucídides comparte un tiempo este optimismo, pero la guerra le enseñará otras cosas que se oponen y que también lo marcarán profundamente.

No sabemos qué papel jugó exactamente en política, desde el bando demócrata, ni en la guerra. Sufrió la peste, año 430, que tantas víctimas causó en Atenas y que tanto transformó a la gente, como veremos. Tras la muerte de Pericles, año 429, víctima de la peste, su entusiasmo se enfría, pero todavía se deja elegir general en 424  y como no puede salvar la plaza de Amfípolis, es condenado al exilio durante veinte años, que pasa en Tracia y viajando para seguir personalmente la guerra. Esta desgraciada experiencia personal fue, en cambio, beneficiosa para su obra ya que le permitió, rico como era,  escribir y visitar los lugares que podían interesarle. Volvió a Atenas el año 404, después de la derrota, y parece sentir simpatías por el régimen moderado de los espartanos en una primera fase, aunque su larga vida, murió entre los años 399 y 396, le permitió ver también lo peor del imperialismo espartano.

Tucídides es, pues, un personaje del siglo V aC, más aún, de la segunda mitad, estrictamente contemporáneo de algunas de las figuras políticas y literarias más conocidas y prestigiosas y con las que, por fuerza, coincidió y trató personalmente. En política además de Pericles, ya mencionado, Efialtes, Cimón, Nicias o Alcibíades entre los atenienses y Brásidas entre los espartanos. En cuanto a autores literarios, científicos y filosóficos en Atenas, en la segunda mitad de este siglo, se podía asistir a las representaciones teatrales de las tragedias de Sófocles y de Eurípides o de las comedias de Aristófanes; filósofos como Anaxágoras y Demócrito defendían sus teorías fisiológicas, así como los sofistas Gorgias, Protágoras o Pródico exponían su pensamiento crítico y racionalista; también iniciaban su camino los primeros oradores, Antifonte, Andócides y Lisias y las escuelas de medicina, Cos y Cnido, con Hipócrates como figura destacada, se esforzaban por alcanzar la curación de los enfermos y el prestigio profesional; hasta el año 399 Sócrates instruía a sus discípulos, paseando por la ciudad, y a su lado había siempre Platón y Jenofonte, filósofo el primero, historiador el segundo.

El año 447 comienza la construcción de la Acrópolis y, además de los restos arquitectónicos conservados, de las esculturas y de la cerámica que hoy nos siguen maravillando, podemos hablar de los escultores Fídias y Polícleto así como del pintor Polígnoto; los tres, entre muchos otros artistas, trabajaron en Atenas y tenemos informaciones fehacientes de la obra que realizaron.

No deja de resultar sorprendente que en una ciudad como Atenas, donde la población no superaba la cifra de cincuenta mil ciudadanos, dejo de lado los esclavos y los extranjeros, sin derechos, y las mujeres y los niños que, por otros motivos tampoco tenían, coincidieran en estos años tantas figuras extraordinarias en campos tan diversos como la política, el pensamiento, el arte o la literatura. No puedo, ahora extenderme al respecto, pero sí quiero recordar que en el año 480 terminan las Guerras Médicas donde, contra todo pronóstico, los griegos derrotan al imperio persa y las naves atenienses deshacen el ejército de Jerjes. Esta victoria, muy bien aprovechada por sus protagonistas, permitió crear la Liga de Delos, en 477, bajo la hegemonía ateniense y trasladar, años después, en 454, el tesoro de la Liga a Atenas. Es decir, del triunfo colectivo sobre el enemigo exterior Atenas hizo una victoria propia y la Liga de Delos, concebida inicialmente como un acuerdo defensivo, se convirtió en la palanca del imperialismo ateniense y, en buena medida, en  la razón de fondo de la hostilidad espartana y en la causa de la Guerra del Peloponeso.

En efecto, el prestigio de la ciudad de los atenienses era tan inmenso que cualquier personalidad se esforzaba para instalarse  y convivir allí con los otros personajes famosos que habían hecho de Atenas su residencia. Cabe decir, sin embargo, que no todo lo que hacía Atenas era bien visto por el resto de ciudades griegas, especialmente por Esparta, ya que, insisto, si bien la Liga de Delos, creada para defender Grecia de un posible nuevo ataque de los persas, no generó ningún problema hasta que Atenas decidió llevar el tesoro de la isla de Delos a Atenas y disponer así, sin ningún control, de las contribuciones que iban haciendo las varias ciudades para garantizar una flota defensiva, Esparta intuyó, no sin razón, que Atenas aspiraba a convertirse en un imperio marítimo y a ejercer la supremacía sobre todo el territorio griego, y no se resignó. Por ello, en el año 431 empezó la guerra entre las dos ciudades y sus aliadas, guerra que se alargó hasta el año 404, con algunas treguas y con invasiones y confrontaciones terrestres por parte de Esparta, y con ataques marítimos, por parte de Atenas.

Sin embargo, y entre los años 480 y 431, cincuenta años, Atenas vivió una etapa de prosperidad económica, de intercambios comerciales, de modificaciones legislativas e institucionales con el fin de avanzar hacia un sistema político más democrático, que la convirtieron en la ciudad más atractiva y más culta del mundo mediterráneo.

Y es en esta ciudad y en este momento que Tucídides vivió, se formó y vio como en el año 431 estallaba el conflicto entre Esparta y Atenas y decide que lo ha de escribir y nos da las razones. Será, además, la primera vez que un autor nos cuenta una historia contemporánea, no como lo hizo Heródoto que describe las guerras médicas, pero que no las vivió.

El desenlace contradijo las expectativas, como en las Guerras Médicas, al ganar los griegos a los persas. En efecto, el prestigio ateniense superaba al espartano, el dominio del comercio, del mar y de los recursos también favorecía a Atenas, pero un conjunto de factores como la peste que provocó miles y miles de muertes o la excesiva ambición ateniense, con la fracasada expedición naval a Sicilia, acabaron dando la victoria a Esparta y dejando un panorama político en Grecia muy diferente de lo que Atenas había deseado.

Tucídides tiene claro que esta es la guerra más importante porque todo el mundo se implica y porque a partir de las pruebas que ha encontrado en relación con las confrontaciones anteriores la diferencia es inmensa. Además, al ser contemporánea puede ser bien conocida. Y él se pone a escribir en cuanto estalla.

Dos elementos destacan en su metodología: la importancia de los hechos que quiere exponer y el peso de la fiabilidad de las pruebas. En los capítulos  20-23 del libro I, concreta su manera de trabajar:  no dar crédito a cualquier testimonio y tener una visión crítica respecto al pasado ya que la gente no tiene una visión exacta ni del presente ni del pasado dado que da por buena la primera versión que le llega.

Tampoco puede fiarse de los poetas ni de los cronistas, los primeros porque anteponen la belleza a la verdad y los segundos porque su prioridad es ser agradables. En cuanto al pasado, sólo utiliza los indicios más evidentes, y en cuanto al presente describe lo que ha visto o lo que le dijo otro testigo presencial a quien interrogó minuciosamente. No hay que olvidar que los testigos oculares también difieren en sus versiones del mismo hecho, bien en función de sus simpatías bien en función de su memoria.

En los discursos, algunos los ha escuchado personalmente, hace decir lo que creía más apropiado a las circunstancias según su recuerdo del sentido general. Elimina los aspectos legendarios, no le preocupa gustar, quiere, sin embargo, ser útil a quienes desean conocer el pasado y, también, el futuro, vista la condición humana. Su obra será, pues, una adquisición para siempre, definitiva, y no una obra de concurso que sólo se escucha una vez. Está convencido de que su enumeración de las causas de la guerra ahorrará a las futuras generaciones  ir a buscarlas, aunque la causa de fondo, no confesada, fue el crecimiento del poder de Atenas y el miedo que inspiraba a los lacedemonios.

Nos encontramos, pues, con un escritor, con un historiador, dispuesto a observar, a revisar críticamente todo tipo de testigos y de pruebas, a aplicar el racionalismo y a hacer de la objetividad el rasgo distintivo de su narración. Destaco una aportación no menor: hoy, acostumbrados como estamos a los calendarios y a las agendas, nos cuesta entender que Tucídides tuvo que inventar la manera de explicar la sucesión de los hechos, la cronología. El recurso fue sencillo e ingenioso: situar las diversas acciones según el cambio de las estaciones, es decir, el verano y el invierno.

La influencia de Hipócrates en la obra de Tucídides y en la descripción de la peste

Como ya he indicado anteriormente, se trata de dos autores contemporáneos que coincidieron en Atenas en la segunda mitad del siglo V aC. No voy a analizar su relación personal, ya que no tenemos ningún dato al respecto, pero sí quisiera subrayar que la metodología hipocrática basada en la observación,  no solo del enfermo sino también de su entorno familiar, social y ambiental, el análisis racional de los síntomas, la implicación del paciente en la descripción de su estado y de los antecedentes, la reducción de todas las enfermedades a causas naturales y la introducción de un marco teórico, como la teoría de los cuatro humores,  esta metodología, digo, está bien reflejada en toda la obra tucidídea y, muy especialmente, en la descripción física de la peste.

La lectura de los libros de las Epidemias, en especial el primero y el tercero, donde Hipócrates presenta las primeras historias clínicas de sus pacientes, o de textos más teóricos como Antigua medicina o el Pronóstico nos ilustra con claridad sobre el aprovechamiento que el historiador hace del lenguaje científico que Hipócrates desarrolló así como de su metodología.  Los textos del Corpus Hippocraticum no son de una gran calidad literaria, en general, pero destacan por su estilo preciso, conciso y sobrio que, en buena medida, Tucídides también adoptó.

La peste. Descripción física y consecuencias morales.

El verano del año 430, como el año anterior, los espartanos invadieron el Ática y devastaron el territorio. No hacía aún muchos días que  estaban en el Ática cuando comenzó a declararse por primera vez entre los atenienses la epidemia, que, según se dice, ya había hecho su aparición anteriormente en muchos sitios, concretamente por la parte de Lemnos y en otros lugares, aunque no se recordaba que se hubiera producido en ningún sitio una peste tan terrible y una tal  pérdida de vidas humanas.1(II 47,3)

Tucídides introduce con estas palabras su famoso relato de la enfermedad donde, además de la descripción física, hay un análisis cuidadoso de las consecuencias psicológicas y morales que se derivaron.

El relato de la peste está situado en el libro segundo, entre los dos discursos de Pericles. En el primero, conocido como “Lógos epitafios” o "Discurso fúnebre", en honor de los primeros caídos en la guerra y que respondía a una antigua tradición ateniense, Tucídides, por boca de Pericles, nos da la visión de una Atenas gloriosa, floreciente, modélica, el más hermoso elogio de Atenas que se haya escrito jamás, para pasar acto seguido al estudio de la peste, ofreciéndonos así un contraste violentísimo, de la opulencia a la desolación, del bienestar a la mayor indigencia. Pericles tomará de nuevo la palabra para defenderse de unas acusaciones naturales pero infundadas, para reanimar a sus conciudadanos, pero la enfermedad ha hecho mella en él y morirá al poco tiempo, preludiando así el desastre ateniense del 404. Con lo cual la peste adquiere en la  Historia el carácter de tragedia, tragedia de un hombre, de estado y tragedia de una ciudad. Partíamos de un hecho médico, desembocamos en una situación trágica2. Para decirlo con la metáfora del profesor Lichtenthaeler3, la peste nos aparece en definitiva como un tríptico, cuyos cuarterones representan Hipócrates, Pericles y el autor de la Historia.

 A lo largo de ocho capítulos, unas cinco páginas, el historiador, nos explica que la enfermedad era desconocida por los médicos, que la trataban por primera vez sin poder hacer otra cosa que enfermar ellos mismos ya que se acercaban a los pacientes. Se trata, pues, de una enfermedad nueva, sin precedente conocido y que contagia por proximidad a los médicos, como el covid-19. Tampoco servían de nada otras técnicas ni las oraciones o los oráculos, es decir el recurso a la religión o a la adivinación, recurso habitual en todos los pueblos ante graves circunstancias. Y expone el lugar donde se originó y su recorrido hasta llegar a Atenas, de improviso y por el Pireo, el puerto de la ciudad.

 Empezó en Etiopía, pasó a Egipto y Libia y a la mayor parte del imperio persa. Llegó por mar al Pireo, aunque también circuló el rumor de que los peloponesios habían envenenado los pozos del puerto, como ahora y aquí también se ha dicho que los americanos o los chinos han fabricado el coronavirus en los laboratorios y lo han dejado esparcir. Del Pireo subió a la ciudad alta y la mortalidad se incrementó mucho porque la mayoría de la población del campo se había refugiado dentro del territorio que protegían las murallas de Temístocles que unían el puerto y la ciudad:

Y cuando llegaron a la capital eran pocos los que tenían su casa o encontraban alojamiento en casa de amigos o parientes; la mayoría se instalaron en los sitios deshabitados de la ciudad y en todos los templos y santuarios de los héroes, salvo la Acrópolis, el Eleusinio  y otros lugares bien cerrados….. También se instalaron muchos en las torres de las murallas, y en otros sitios, como podía cada uno. La ciudad, en efecto, no tuvo cabida para todos los que concurrieron; luego, repartiéndose el sitio, ocuparon los Muros Largos y la mayor parte del Pireo. (II,17)

Mientras no apareció la enfermedad, el incremento de unas trescientas mil personas dentro del recinto amurallado y de la ciudad  generó notables molestias  pero fueron los obligados a ocupar estas zonas los más perjudicados:

En medio de sus penalidades les supuso un mayor agobio la aglomeración ocasionada por el traslado a la ciudad de las gentes del campo, y quienes más lo padecieron fueron los refugiados. En efecto, como no había casas disponibles y habitaban en barracas sofocantes  debido a la época del año, la mortandad se producía en una situación de completo desorden; (II 52, 1-2)

Aunque respeta las opiniones ajenas, de profesionales o de particulares, Tucídides afirma:

 Yo, por mi parte, describiré cómo se presentaba; y los síntomas con cuya observación, en el caso de que un día sobreviniera de nuevo, se estaría en las mejores condiciones para no errar en el diagnóstico, al saber algo de antemano, también voy a mostrarlos, porque yo mismo padecí la enfermedad y vi personalmente a otros que la sufrían (II 48,3)

Como se deduce de estas afirmaciones, el autor quiere aplicar a la descripción sintomática de la peste la misma función que desea atribuir a la narración de la Guerra del Peloponeso. Si conoces los síntomas podrás identificar la enfermedad cuando vuelva a presentarse y así tratarla mejor al igual que el conocimiento de las causas de esta guerra debería evitar nuevos conflictos bélicos.

El hecho de que él también sufre la enfermedad da más garantías a la descripción que hace y su aspiración  a que ayude a un diagnóstico de la misma en el futuro también se hace eco del objetivo global de toda su obra, tal como acabamos de mencionar. La descripción sintomática de la peste va precedida de la afirmación de que no había en ese momento otras enfermedades y si había alguna derivaba en esta. Tampoco había ninguna causa y su carácter era improvisado:

Se iniciaba con una intensa sensación de calor en la cabeza y con un enrojecimiento e inflamación en los ojos; por dentro, la faringe y la lengua quedaban enseguida inyectadas  y la respiración se volvía irregular y despedía un aliento fétido.  Después de estos síntomas, sobrevenían estornudos y ronquera, y en poco tiempo el mal bajaba al pecho acompañado de una tos violenta; y cuando se fijaba en el estómago, lo revolvía y venían vómitos con todas las secreciones de bilis que han sido detalladas por los médicos, y venían con un malestar terrible. A la mayor parte  de los enfermos les vinieron también arcadas sin vómito que les provocaban violentos espasmos, en unos casos luego que remitían los síntomas precedentes  y, en otros, mucho después. Por fuera el cuerpo no resultaba excesivamente caliente al tacto, ni tampoco estaba amarillento, sino rojizo, cárdeno y con un exantema de pequeñas ampollas  y de úlceras; pero por dentro quemaba de tal modo que los enfermos no podían soportar el contacto de vestidos y lienzos muy ligeros ni estar de otra manera que desnudos, y se habrían lanzado al agua fría con el mayor placer. Y esto fue lo que en realidad hicieron, arrojándose a los pozos, muchos de los enfermos que estaban sin vigilancia, presos de una sed insaciable; pero beber más o beber menos daba lo mismo. Por otra parte, la imposibilidad de descansar y el insomnio los agobiaban continuamente. El cuerpo, durante todo el tiempo en que la enfermedad estaba en plena actividad, no quedaba agotado, sino que resistía inesperadamente el sufrimiento; así, o perecían, como era el caso de la mayoría, a los nueve o a los siete días, consumidos por el calor interior, quedándoles todavía algo de fuerzas, o, si conseguían superar esta crisis, la enfermedad seguía su descenso hasta el vientre, donde se producía una fuerte ulceración a la vez que sobrevenía una diarrea sin mezclar, y, por lo común, se perecía a continuación a causa de la debilidad que aquélla provocaba.  (II 49,2-8)

El mal, pues, iba desde arriba hasta las extremidades, recorriendo todo el cuerpo, y dejaba en los supervivientes señales en pies, manos, órganos sexuales e incluso ojos, sin excluir la posibilidad de perder estos miembros. En otros casos de curación les cogía un olvido de todo y no se reconocían ellos mismos ni a sus amigos.

El carácter singular de esta afección se demuestra por su capacidad de contagiar y matar a los animales que comen cadáveres:

… las aves y los cuadrúpedos que comen carne humana, a pesar de haber muchos cadáveres insepultos, o no se acercaban, o si los probaban perecían. Y he aquí la prueba: la  desaparición de este tipo de aves fue notoria, y no se las veía ni junto a ningún cadáver ni en ningún otro sitio; (II 50, 1-2)

Terminada la descripción de los síntomas y de la fuerza de los contagios, Tucídides nos facilita algunos datos sobre los afectados y su entorno: unos morían por abandono pero otros también morían a pesar de recibir todas las atenciones; no se encontró ningún remedio que pudiera aplicarse con seguridad a todos, ya que a unos les iba bien y a otros no; las diversas constituciones humanas, fuertes o débiles, acababan igual; patente también la falta de coraje y de ánimos al sentirse enfermos y la muerte como ovejas por causa del contagio; si no había visitas los enfermos morían abandonados ya que las casas quedaban vacías, y si había visitas estas eran las que sucumbían; de hecho, los que habían superado la enfermedad tenían cuidado del muerto y del enfermo tanto por su experiencia como por la seguridad que les daba poder no ser víctima de un nuevo ataque mortal. El enfermo que se curaba quedaba inmunizado.

Como explica en una nota el traductor Torres Esbarranch4, se distinguen en la descripción de la epidemia cuatro períodos:

1) Período de incubación. La enfermedad no aparece gradualmente, sino de forma súbita, sin causa aparente. El enfermo pasa sin transición de la salud a la enfermedad.

2) Un período de siete o nueve días, con la enfermedad en plena actividad, fatal para la mayoría. La descripción de este periodo tiene dos partes: a) los síntomas principales en el orden en que aparecían: primero, sensación de calentura en la cabeza; enrojecimiento e inflamación en los ojos; faringe y lengua inyectadas; respiración irregular y aliento fétido; después, estornudos y ronquera; y, en poco tiempo,  el mal baja al pecho, con violenta tos; se fija en el estómago/corazón,  tras lo cual sobrevienen vómitos de bilis y malestar general; arcadas sin vómito y espasmos, b) los fenómenos observables durante este periodo: cuerpo no excesivamente caliente al tacto, pero calor interno irresistible; piel rojiza y cárdena, sin manifestaciones de ictericia; exantema de ampollas y úlceras; sed insaciable; hiperestesia, desasosiego e insomnio; depresión y sufrimiento, pero no postración.

3) El período  siguiente a los siete o nueve días, en caso de sobrevivir. La enfermedadsigue su descenso: violenta ulceración intestinal, diarrea, seguida de grandebilidad y, generalmente, de muerte.

4) En caso de seguir sobreviviendo, un período de complicaciones y secuelas: gangrena de las extremidadesy genitales; pérdida de visión, y, en algunos casos, de memoria. Esteproceso debió de acentuarse debido a las deficiencias dietéticas, posiblemente al escorbuto. Piénsese que la epidemia estalló en el Pireo después del invierno, una época con falta de fruta fresca y de vitamina C, carencia sin duda agravada por el estado de sitio.

La parte final del relato nos ofrece un panorama de la ciudad y de sus habitantes absolutamente opuesto a la imagen idílica de Atenas que refleja el "Discurso fúnebre" de Pericles, como ya hemos mencionado:

La mortandad se producía en una situación de completo desorden; cuerpos de moribundos yacían unos sobre otros, y personas medio muertas se arrastraban por las calles y alrededor de todas las fuentes movidos  por su deseo de agua. Los santuarios en los que se habían instalado  estaban llenos de cadáveres, pues morían allí mismo; y es que ante la extrema violencia del mal, los hombres, sin saber lo que sería de ellos, se dieron al menosprecio tanto de lo divino como de lo humano. (II 52, 2-3)

Terminada, pues, la descripción física de la enfermedad, Tucídides va a ilustrarnos sobre las consecuencias éticas y morales que muestran los ciudadanos atenienses dejando de lado el espíritu de convivencia y corresponsabilidad que les había caracterizado.

Y, en primer lugar, dejan de enterrar los muertos tal como marcaban las normas y pautas ancestrales y lo hacían como podían, de forma indecorosa:

En piras ajenas, anticipándose a los que las habían apilado, había quienes ponían su muerto y prendían fuego; otros, mientras otro cadáver ya estaba ardiendo, echaban encima el que ellos llevaban y se iban.  (II 52,4)

Pero aún había consecuencias más graves en los comportamientos, como por ejemplo la búsqueda atrevida y sin disimular de placeres, ya que las mutaciones eran bruscas y rápidas: morían los ricos y los pobres adquirían sus bienes, es decir, vida y riqueza eran efímeras y no se podía perder tiempo para disfrutar de ellas:

Y nadie estaba dispuesto a sufrir penalidades por un fin considerado noble, puesto que no tenía la seguridad de no perecer antes de alcanzarlo. Lo que resultaba agradable de inmediato y lo que de cualquier modo contribuía a ello, esto fue lo que pasó a ser noble y útil. Ningún temor de los dioses ni ley humana  los detenía; de una parte juzgaban que daba lo mismo honrar o no honrar a los dioses, dado que veían que todo el mundo moría igualmente, y, en cuanto a sus culpas, nadie esperaba vivir hasta el momento de celebrarse el juicio y recibir su merecido; pendía sobre sus cabezas una condena mucho más grave que ya había sido pronunciada, y antes de que les cayera encima era natural que disfrutaran un poco de la vida.  (II 53,3-4)

Si este es el impacto moral que la peste produjo en los seres humanos, las consecuencias éticas de la guerra sobre la ciudadanía son también muy degradantes. Así lo relata nuestro autor, después de reflexionar sobre el comportamiento humano a partir de la guerra civil que se produjo en Corcira entre el partido oligárquico y el democrático, conflicto interno provocado por la guerra del Peloponeso:

Y, así, muchos fueron los horrores que se abatieron sobre las ciudades en el curso de una revolución, horrores que se suceden y se sucederán siempre, en tanto sea la misma la naturaleza humana….Y es que mientras reinan la paz y la ventura, tanto estados como individuos actúan con mayor ecuanimidad, porque no se enfrentan a situaciones de emergencia; pero la guerra, al suprimir las facilidades de la vida cotidiana, se convierte en un maestro de violencia y coloca las pasiones de la masa al nivel de las circunstancias imperantes…..  subversión de los valores, tanto por el ensañamiento en los golpes como por la atrocidad en las represalias….  llegaron a cambiar el sentido normal de las palabras: y así, una audacia irreflexiva pasó a significar valerosa adhesión al partido; una precaución sensata, cobardía encubierta; la cordura, embozo del desmayo, la sagacidad en todo, desidia para todo. La exaltación frenética pasó a considerarse atributo de un hombre de verdad, y toda precaución frente a la intriga, linda excusa para hurtarse al peligro…. En una palabra se cubría de elogios al que se anticipaba al golpe del contrario y al que lograba instigar a ello a quien no había pensado en tal posibilidad. Más aun llegó a concederse menos valor a la familia que a la hetairía (asociación política), pues ésta siempre estaba dispuesta para un golpe de audacia sin aducir excusa alguna… Y es que, en general, resulta más fácil aplicar a uno el calificativo de astuto entre bribones, que el de ingenuo entre hombre de bien: esto les sonroja, aquello les llena de orgullo.

De esta forma, por obra y gracia  de las sediciones, la inmoralidad adquirió carta de naturaleza en el mundo griego bajo todas las formas imaginables; y el candor, ingrediente principal de la hidalguía, se esfumó  en medio del escarnio general, mientras conseguían imponerse la hostilidad mutua y la falta absoluta de confianza.5 (III 82, 2-7 y 83, 2)

El último capítulo sobre la peste nos recuerda que, además de esta desgracia, todo el Ática estaba ocupado por los espartanos y que era lógico el recuerdo de un viejo dicho según el cual debía llegar una guerra dórica y con ella la peste y, también, de un oráculo otorgado a los lacedemonios sobre si habían o no de ir a la guerra y que el dios les había dicho que la ganarían si luchaban a brazo partido y que él estaría a su lado. De hecho la epidemia entró justo después de la invasión lacedemonia y no penetró en el Peloponeso, causando los mayores estragos en Atenas y otras localidades más pobladas.
Éstos son los hechos relativos a la epidemia (II 54.5)

Etiología de la peste ateniense6

Muchos estudiosos, filólogos, historiadores y médicos, se han preguntado a qué enfermedad actual equivale la peste ateniense y son muy numerosos los estudios dedicados a resolver esta cuestión que aun hoy no tiene una respuesta no ya unánime sino ni siquiera mayoritaria. Su duración fue de cuatro años y murieron unas cien mil personas, entre un tercio y un cuarto de la población, como nos dice el propio Tucídides cuando habla del ataque a Potidea

Pero ni la toma de la ciudad –Potidea- ni lo demás fue el éxito que correspondía a los preparativos; pues sobreviniendo la epidemia puso en grave apuro a los atenienses también allí, causando mortandad en el ejército, hasta el punto de que los soldados atenienses que ya estaban allí enfermaron por contagio del ejército de Hagnón, habiendo tenido buena salud hasta entonces…. Emprendió, pues, Hagnón con su escuadra la vuelta a Atenas, después de haber perdido mil cincuenta hoplitas, de cuatro mil, en unos cuarenta días”. (II 58,3) Implica veintiséis muertos diarios.

En cuanto a la duración también lo precisa. En efecto, ya hemos visto que  sitúa su inicio en el verano del año 430, en el segundo año de la guerra, y corrobora su continuidad en II 57:

Durante el tiempo en que los peloponesios estuvieron en el territorio de los atenienses y éstos hicieron su expedición naval, la epidemia causaba estragos entre ellos, tanto en la flota como en la ciudad, hasta el punto de que se dijo que los peloponesios habían salido antes del país por miedo a la enfermedad cuando se enteraron por los esclavos fugitivos de que se propagaba en Atenas y observaron al mismo tiempo que los atenienses quemaban sus muertos.  

Más adelante añade: En el verano siguiente, la epidemia atacó Atenas por segunda vez; aunque nunca había cesado enteramente, sin embargo había disminuido. Esta última vez duró un año, y la primera había durado dos; de forma que no hubo nada que causara más daño a los atenienses y disminuyese más su poderío militar”.7(III 87)  

Las hipótesis relativas a la causa de la enfermedad superan la treintena de patologías infecciosas y se concentran básicamente en el tifus epidémico, la fiebre tifoidea,  la peste bubónica, la viruela y el sarampión. A finales del siglo pasado, en 1994, un descubrimiento arqueológico en el cementerio ateniense del Cerámico –cuando se construía el metro antes de las Olimpíadas del 2004- permitió localizar una tumba con más de ciento cincuenta cuerpos datada  en el año 430 aC. Los entierros se habían producido de forma apresurada y desordenada, en contra de los cuidadosos ceremoniales fúnebres propios de Atenas.  De la pulpa dental rescatada de tres osamentas de la tumba se aisló el ADN y se identificó con la Salmonella tiphy, es decir la fiebre tifoidea. Esta sería  la causa probable de la plaga ateniense, cuya extensión se vio incrementada por las condiciones de insalubridad y superpoblación que se daban en el interior de los muros de la sitiada Atenas.

La aplicación de esta tecnología médica no ha sido aceptada por todos los analistas, que critican algunos de los procesos aplicados y rechazan sus conclusiones. El debate, pues, sigue abierto y no está claro cómo podrá resolverse.

Acabamos de hacer un recorrido por la primera peste documentada que tenemos a nuestro alcance, por el autor de la obra que la contiene y por el contexto en que se desarrolló. No aspiraba, ni era posible en el marco de una conferencia, a la exhaustividad en ninguno de estos apartados, pero sí que me había parecido pertinente ofrecer algunas pinceladas sobre Tucídides y sobre la Atenas de la segunda mitad del siglo V para facilitar la comprensión del texto y valorarlo en todas sus aportaciones e innovaciones. Para quienes deseen ampliar sus conocimientos al respecto, una abundante y valiosa bibliografía podrá satisfacer sus aspiraciones. Es obvio que en las actuales circunstancias, con la Covid-19,  que vivimos con ansiedad y preocupación, la peste ateniense nos resulta más próxima e ilustrativa que hace un año y, tal vez, nos sirva de ejemplo.
Muchas gracias por su atención


Las traducciones, si no se indica otra versión, corresponden a Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, Gredos, Madrid 1990. El traductor es Juan José Torres Esbarranch.

En mi primer artículo publicado, E. Vintró, “Tucídides y Sófocles ante la peste”, BIEH II, 2 1968, pp. 57-64, trazo un paralelismo entre la obra del historiador y el Edipo rey sofocleo y presento las coincidencias entre Pericles y Edipo así como los aspectos divergentes.

Ch. Lichtenthaeler, Thucydide et Hippocrate vus par un historien médecin, Droz, París 1965.

 Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, Gredos, Madrid 1990,  nota 357, pp, 472-473.

La traducción es de Josep Alsina, Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, Guadarrama, Madrid 1976, pp. 103-106.

El artículo de Jorge Dagnino S. “Qué fue la plaga de Atenas” Rev.Chil.Infect. , 28, 4. 2011, pp.374-380  https://dx.doi.org/10.4067/50716-10182011000500013, ofrece unabibliografía muy adecuada y actualizada. Más reciente aún y bien documentado es el artículo de  Carreño Guerra, María del Pino  “Guerra y peste en Atenas. Revisión sobre el posible origen de la epidemia ateniense de 430-426 a.C.”, Asclepio, 71(1) 2019,  pp249-263 https://doi.org/10.3989/asclepio.2019.01.

Traducción de Francisco R. Adrados, Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, Madrid 1952, vol. II, p.92.

 

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