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“En modo alguno los vestigios de las personas nobles hace desaparecer el tiempo (Andrómaca 773 S.)”:

Carmen Morenilla Talens
(Catedrática de Filología Griega de la Universitat de València)

Comedia y tragedia de modo diferente reflejan la vida, la una con el espejo deformado de la comicidad con el que exagera vicios y defectos; la otra con el vestido del mito a través del cual plantea problemas coyunturales o estructurales de la sociedad.

La comedia, como en el caso de los restantes personajes presenta a los ancianos sin doblez, simples personajes-tipo, con la notable excepción de Menandro. En la comedia anterior a Menandro el anciano varón es el senex amator, el viejo verde enamorado de la misma jovencita que su hijo, o el senex durus, el excesivamente riguroso, como en Las avispas de Aristófanes, donde el protagonista, Filocleón, es un anciano cabezota que, a pesar de su edad, quiere lanzarse al camino antes de que amanezca para ir con sus colegas a juzgar y condenar a todo acusado que caiga en sus garras.

La anciana, o es una decente ama de casa, cuya presencia es mínima en la escena, como en Tesmoforiantes, o es una vieja libidinosa y amante del vino, con frecuencia una antigua prostituta que sobrevive a duras penas. En Pluto y en Asambleístas tenemos buenos ejemplos de ello.

        Las comedias de Menandro son otra cosa: frente a la carcajada fácil que provoca la obscenidad, la escatología y el insulto a personas conocidas, la comedia de Menandro solo de tanto en tanto crea estas situaciones ridículas y se caracteriza por provocar la sonrisa junto con la reflexión. Este autor, de época helenística, (compañero de efebía de Epicuro y alumno de Teofrasto, el discípulo de Aristóteles), impregna sus obras de reflexiones sobre la amistad, los defectos del ser humano y cómo superarlos, la falta de comunicación y sus consecuencias y por ello la necesidad de diálogo para conocerse y solucionar los problemas.

        En sus obras los personajes, ricos o pobres, señores o criados, se crean a partir de estereotipos, de personajes-tipo, para llegar a ser figuras independientes, con rasgos que traicionan al personaje-tipo del que surgen. Pongamos el caso del correoso anciano de Díscolos (Colérico). Al final de la comedia, resuelto el tema principal, los amores del joven, se intenta socializar al anciano, cuyo mal carácter se intenta explicar. Termina, si no incorporado a la sociedad, al menos en paz con ella.

        En Rapada la anciana que hace de madre de la protagonista, y que no aparece en la escena, aunque es la responsable de que las cosas estén como están, pertenece a un personaje-tipo del que hay testimonios en la vida real: una antigua prostituta que consigue una niña por compra o por haberla recogido al ser expuesta, a la que cría con la finalidad de vivir después de ella, de prostituirla. Sin embargo, esta anciana no la prostituye, sino que la entrega para que viva con un solo hombre, un soldado mercenario. Y esto es así porque Menandro no puede prostituir a una ciudadana, puesto que la muchacha va a ser reconocida por su padre al final de la obra. El comportamiento noble de esta falsa madre, que le cuenta la verdad a la joven, está motivado por esa necesidad de Menandro de presentar siempre de modo decente a las mujeres ciudadanas.

        En la misma obra hace aparecer el autor a otro anciano, al padre que abandonó a la niña y su hermano al nacer. También él se aparta del papel que debería tener, el del senex libidinosus. Es este un noble anciano, apenado por lo que se vio obligado a hacer y que va a reparar aquel daño; un hombre amable y prudente, que aconseja sobre cómo no volver a la violencia. Rompe, por lo tanto, con el estereotipo del anciano de comedia.

        De Menandro se ha dicho que es el discípulo de Eurípides por el planteamiento de sus obras y la actitud sentenciosa de muchos de sus personajes. Lo cierto es que, aunque la finalidad de una comedia es hacer reír, hay en la de Menandro una segunda intención, que da más profundidad a las obras y que justifica el apego que le tenía Terencio.

En la tragedia, como cabría esperar, es frecuente el papel destacado de ancianos y ancianas; incluso en algunas obras son los únicos protagonistas o casi los únicos. Pensemos en Persas de Esquilo: salvo el rey Jerjes, destrozado y abatido, que aparece al final para entonar con el coro el canto de duelo final, como un muerto en vida, todos son mayores, porque los jóvenes están en la guerra. Todos estos personajes son caracterizados como lo es la sombra de Darío, como personas prudentes, respetuosas con la divinidad y que rechazan los excesos. No hay una insistencia en los problemas físicos propios de la ancianidad, no hay interés en provocar el patetismo que caracteriza a los ancianos en otras tragedias.

        En una situación similar se encuentra el coro de otra tragedia de Esquilo: son ancianos consejeros que, en este caso, llevan más de diez años añorando a los jóvenes que, bajo el mando de Agamenón, partieron hacia Troya. En la tragedia Agamenón se dramatiza el regreso victorioso del rey y su muerte a manos de su esposa y de su primo, que comparte lecho con ella y que también tiene serios motivos para desear la muerte del rey.

        El coro entra en escena después de que se nos informe del inminente regreso del rey victorioso. El coro entra en escena manifestando dudas sobre esas noticias: son prudentes, cansados de tanta espera. Y cuando entra hace ostentación de su edad y de las dificultades para moverse. Este coro es el que recuerda lo que ha sucedido, el que mantiene la memoria de los actos de este linaje. Por ello también tiene desde el comienzo presentimientos de que no se han hecho las cosas como se debería y de que eso tendrá consecuencias.

        También Sófocles y sobre todo Eurípides sacan a escena con frecuencia ancianos, personajes individuales o coreutas. Eurípides en una de sus primeras obras, un tanto peculiar, hace un duro contraste entre la ambiciosa juventud y la timorata vejez, en Alcestis. Se produce una dura crítica de Admeto  su padre por no ofrecerse a morir por él a pesar de su edad y de Feres por pedirle a él o a su madre aquello a lo que no está obligado y haber aceptado el sacrificio de Alcestis. No hay vencedor ni vencido en este agón. La intervención de Heracles traerá la solución.

En la tragedia se suelen utilizar ancianos criados y criadas para provocar cercanía, para mostrar una relación de confianza con los protagonistas o con otros personajes, con lo que los hacen más humanos: explican desde otra perspectiva las razones de sus actos, de un modo en el que no pueden hacerlo los héroes. Es lo que sucede con el anciano marino, criado de la casa de Helena, que acude en la tragedia Helena de Eurípides a avisar al náufrago Menelao de que su esposa, a la que custodiaba en una cueva, se ha desvanecido en el aire.

Muy estudiado ha sido el papel del anciano criado de Agamenón en Ifigenia en Áulide de Eurípides. Se queja el soberano de las preocupaciones que tiene, a lo que el anciano, con sabiduría, le responde: “Pero precisamente en eso reside lo bello de la vida” y le reprende por tener esos pensamientos y se preocupa por el estado de ansiedad en que se encuentra porque: “Hace tiempo me envió Tindáreo con tu esposa, como parte de su dote, para fiel servidor de la novia”. El diálogo que se establece entre ellos, en total confianza, permite al autor poner en antecedentes al público de la situación.

        Las palabras iniciales de la tragedia Medea de Eurípides están en boca de la nodriza de Medea, que la presenta: no es un monstruo, no es la malvada bárbara con conocimientos de brujería que ha traicionado y matado: es la mujer antes enamorada, ahora profundamente dolida, humillada y abandonada por aquel que se lo debe todo a ella.

        Destaca entre los sirvientes ancianos uno que, a pesar de ser presentado como muy anciano, muestra un vigor insospechado para la intriga: se trata del pedagogo del padre de la reina Creusa en Ión de Eurípides, que aparece en escena acompañando y apoyado en la joven reina, que se compadece de él, de su ancianidad y le trata como si fuera su propio padre.

         De entre los ancianos que son protagonistas de las tragedias quiero reparar en dos. El primero es Peleo, de la tragedia Andrómaca. Al comienzo de la tragedia ya nos dice una esclava de él: “Viejo es él para ayudarte, aunque estuviera presente” (v. 80) y se nos indica su entrada en escena así: “He visto aquí cerca a Peleo, que acá dirige de prisa sus viejos pies” (v. 545). Y en sus primeras palabras el anciano llama a su antiguo vigor, obviamente consciente de su debilidad. Su fortaleza incluso en la adversidad y la ancianidad le valen al final que Tetis, con permiso de Zeus, lo convierta en inmortal, lo que no forma parte de la tradición mítica.

        El otro personaje de edad, con el que quiero terminar esta conferencia, es la protagonista de la tragedia Hécuba de Eurípides, la reina de Troya, que lo ha perdido todo: destruido su reino, muerto el anciano rey y todos sus hijos, salvo tres: Casandra, convertida en concubina de Agamenón, el niño Polidoro, enviado con un huésped para que lo proteja, y la joven Políxena, ahora esclava como ella. En esta tragedia verá la muerte de estos dos últimos. Tras el prólogo en boca del alma de Polidoro, que aún no ha podido bajar al Hades a descansar porque está insepulto, sale de su tienda Hécuba, que ha tenido un sueño premonitorio; por ello sale totalmente abatida.

 

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