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Llamando a consultas. La diplomacia en la Antigüedad

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De Akhenatón a Ramsés II.
Aspectos modernos de la diplomacia en el antiguo Egipto.

Antonio Pérez Largacha
(Universidad Internacional de La Rioja. Irakasle titularra. GRIHAL ikerketa-taldea)

La corriente calificada como “constructivista” en el estudio de las relaciones internacionales, defiende que si existen mensajes de violencia entre estados y poderes que conviven al final es inevitable el triunfo de la violencia que puede desembocar en un conflicto bélico, pero, si por el contrario el contenido de dichos mensajes y comunicaciones son de paz y con el deseo de mantener buenas relaciones, el resultado será completamente el opuesto. Es por ello por lo que, en el caso de la correspondencia diplomática hallada en el-Amarna los constructivistas piensan que la existencia de la idea compartida de un poder y una justicia que emanaba de los dioses permitió que en las relaciones internacionales se introdujera y existiera una idea de justicia que permitió establecer cierto orden y estabilidad en las relaciones entre poderes y reinos, con las diferencias propias de grandes y pequeños poderes.

Un planteamiento diferente realizan los “realistas”, para quienes el tono o términos utilizados en los mensajes son indiferentes ya que la realidad siempre se va a imponer, una realidad que siempre es que alguien va a ir a la guerra y va a ser ambicioso debido a que el resto de reinos con los que se convive son vistos, y considerados, como enemigos potenciales que ocasionan una preocupación e inseguridad ante la que hay que estar preparados. Por otra parte, la ausencia de un sistema internacional que en verdad funcione o vigile las relaciones y actuaciones de los protagonistas, origina que, aunque existan las alianzas entre reinos, el resultado final es que cada reino es responsable de su seguridad y, en consecuencia, cada paso que de en su defensa será interpretado por los otros reinos como una amenaza, siendo por ello que para los “realistas” la cooperación puede existir, pero como siempre será temporal e inestable.

De las cartas de el-Amarna se desprende un tono familiar, que revelan la existencia de intercambios e incluso en ocasiones del envió de ayuda en caso de necesidad, incluidas estatuas de divinidades para ayudar ante enfermedades. Sin embargo, también en el tono y fondo de las cartas está presente la amenaza, la guerra o su posibilidad en muchas ocasiones como la forma de encontrar una solución a situaciones concretas. Además, se constata la existencia de unas esferas de influencia dirigidas por los Grandes Reyes.

Así, en los reinos pequeños del Levante mediterráneo, es la protección de un gran poder lo que ofrece garantías de su seguridad, al tiempo que no debe olvidarse que en cada uno de estos reinos existen zonas de caos en sus fronteras y territorios que amenazan de forma continua su seguridad, siendo en ocasiones dichas áreas marginales mucho más peligrosas y temidas que la ocupación o el conflicto con otro reino. Además, como plantea el realismo, nunca se puede estar seguro de las intenciones que tiene el “otro”, por lo que en la correspondencia se puede decir una cosa y luego en realidad hacer otra, por lo que los estados siempre mantienen su capacidad de destruir o conquistar al otro, y la amenaza de la guerra siempre está presente, como ha existido a lo largo de la historia.

 

                Los orígenes de la diplomacia en el Próximo Oriente

Diversos aspectos relacionados con la diplomacia hunden sus raíces en el Próximo Oriente en el III milenio a.C., en un contexto político muy fragmentado que estaba dominado por un conjunto de ciudades-estado que vivían en un marco geográfico común en el que, en opinión de un sector de la investigación, existió una asamblea con sede en la ciudad de Nippur, ubicada en el centro geográfico de Sumer al igual que lo estaría Delfos en el mundo griego, y en la que participarían representantes de diferentes ciudades para poder defender sus intereses y debatir sobre posibles actuaciones que pudieran desarrollar de forma conjunta.

                En este período no existían embajadores tal y como los entendemos en la actualidad, al igual que durante todo la Edad del Bronce, las prácticas diplomáticas diferían en muchos aspectos de las actuales. Sin embargo, desde el III milenio existió la necesidad de conocer lo que hacían o pretendían otros poderes para estar prevenidos ante unas actuaciones que pudieran llegar a perjudicar sus intereses, contra las que se debía estar preparado.

Son unas relaciones internacionales y una diplomacia incipiente, con una ausencia de una infraestructura u organización, pero en las que desde sus orígenes se evidencia que en las relaciones entre las ciudades estado es la voluntad y la vigilancia de los dioses la que garantiza, protege y guía las actuaciones de unos gobernantes que, en definitiva, son sus representantes en la tierra.

                La tutela de los dioses será una de las características de las alianzas y tratados que se firmen hasta el final de Antigüedad, y que pervivirá con posterioridad, y que en el caso del Próximo Oriente y el antiguo Israel dará origen al concepto de guerra santa, aunque sin las connotaciones con las que asocia en la actualidad.

En este contexto se enmarca el primer tratado conocido entre las ciudades de Umma y Lagash que puso fin a un conflicto que duraba más de 100 años a causa del control de unos canales de irrigación, imprescindibles para la subsistencia económica de las ciudades sumerias. Un tratado que refleja la superioridad de Lagash que dicta las normas, pero no llega a someter a Umma.

                En la primera mitad del II milenio a.C., en el Bronce Medio (ca. 2000-1500), existió lo que se ha denominado un sistema internacional en torno a dos reinos, Mari y Ebla, que desarrollaron una diplomacia para defender sus intereses, tanto económicos como políticos, estableciendo unos tratados y alianzas con otros reinos, pero también con poblaciones que estaban en movimiento. La información, conocer lo que sucedía en otros reinos, cuáles eran las intenciones y deseos de otros gobernantes, se convirtió en una de las principales preocupaciones, llegando la misma principalmente a través de comerciantes. Unos tratados y alianzas que culminaban con la celebración de diferentes matrimonios diplomáticos para consolidar y forjar las relaciones, lo que será otra de las características de la diplomacia del Bronce Reciente, y de tiempos posteriores.

                La realización de estos matrimonios diplomáticos implicaba la existencia de negociaciones previas y de un conocimiento de la realidad política, social, política y militar de sus protagonistas. A través de ellos se buscaba encontrar la estabilidad política, la influencia o el control sobre otras regiones que pudiera garantizar tanto los intercambios comerciales como la propia seguridad física y estabilidad política.

                Este sistema internacional se extendió por el norte de Mesopotamia y de Siria, poniendo de esa forma las bases, ideológicas y prácticas, sobre las que con posterioridad se iba a construir el marco diplomático del Bronce Reciente (ca. 1500-1200 a.C.). Estos orígenes son importantes y deben tenerse en consideración ya que muchos de los reinos, tanto grandes como pequeños, que existieron y convivieron durante el Bronce Reciente, tenían una vinculación cultural con lo que había existido durante el Bronce Medio en Mesopotamia, razón que también ayuda a entender por qué el acadio será la lengua diplomática. Es decir, Mitanni, Hatti, Asiria o Babilonia, eran reinos que estaban habituados a unas normas diplomáticas, a unos protocolos que existían a la hora de dirigirse a otros gobernantes para establecer relaciones o firmar un tratado, siendo también conocedores de las obligaciones que cada reino adquiría en el momento de firmar o establecer una alianza. Pero el mundo faraónico no estaba acostumbrado, había mantenido relaciones comerciales pero su presencia o intereses en el Levante mediterráneo eran únicamente la obtención de unos productos de los que carecía. Es por ello que, como veremos, Egipto aplicará su concepción del mundo y sus valores en las relaciones que establecerá con el Levante mediterráneo y los grandes reinos del Próximo Oriente, lo que nos ayuda a entender el tono de sus mensajes diplomáticos o las frecuentes peticiones que realizan al Faraón unos reyes que esperaban, según su tradición cultural, unas respuestas en forma de apoyo militar y económico que nunca llegaron a proporcionar los faraones egipcios.

 

                El marco geográfico del Bronce Reciente y la diplomacia

                Como se desprende del archivo diplomático de el-Amarna, existió una diferenciación entre grandes y pequeños reyes que estableció el tipo de relaciones diplomáticas y tratados que iban a existir, una realidad que siempre ha existido a lo largo de la historia.

                Los grandes reinos eran Mitanni, Hatti, Asiria, Babilonia y Egipto, que vivieron un período de equilibrio de poder en el contexto internacional, con conflictos ocasionales que, en la mayoría de los casos sirvieron para fijar sus respectivas áreas de influencia. Egipto era el más alejado geográficamente del norte de Siria, la región donde todos querían tener una presencia y aliados debido a su importancia comercial, mientras que el resto debieron compartir fronteras.

También se puede hablar de reinos intermedios, como Alashiya (Chipre) que, debido a la carencia de una marina de los grandes reinos, monopolizaba el comercio con el Egeo y tenía en el reino de Ugarit a su principal aliado económico en Siria, siendo significativo que en sus cartas diplomáticas sus principales intereses sean los precios y cantidades de los productos que se intercambian o la incidencia que tenían las acciones piraticas. Alashiya no entraba en las estrategias de alianzas, tratados diplomáticos ni en la práctica de los matrimonios diplomáticos.

Como hemos dicho el principal objetivo que tenía todo reino era el de sobrevivir, llegar a disfrutar de una seguridad y, en el mejor de los casos, disponer de un área de influencia. Estos objetivos eran más importantes y necesarios para los reinos más pequeños, que eran la mayoría y se distribuían por todo el Levante mediterráneo, hallándose en una posición geográfica y estratégica intermedia entre los grandes poderes.

                Esa realidad, localizarse en medio de los intereses políticos, comerciales o estratégicos de los grandes poderes, también explica que para estudiar la política y diplomacia del Bronce Reciente en su conjunto se haya utilizado la teoría o planteamiento de los llamados “estados colchón”. En ella se plantea que el principal objetivo de los grandes poderes era llegar a establecer y disponer de unas áreas de influencia, para lo que firmaron unos tratados con obligaciones hacia los pequeños reinos que iban desde la fidelidad, hasta la ayuda militar en caso de necesidad o el pago de unos tributos anuales, así como la prohibición de acoger a refugiados de otros reinos que habían huido por causas políticas. Estos tratados podían firmarse de forma voluntaria ante la perspectiva de una amenaza de invasión o conquista o, por el contrario, impuestos con posterioridad a la realización de una campaña militar por un gran poder. En todos los casos siempre tenían la aceptación y vigilancia de los dioses como hemos expresado.

                Los “estados colchón” servían de protección a los grandes reinos ante posibles invasiones o amenazas de otros grandes poderes, pero también como apoyo en caso de realizarse una campaña militar. En definitiva, una política de “bloques” que ha existido en diferentes momentos de la historia hasta la actualidad.

                En este contexto, político y geográfico, la historia de estos reinos estuvo marcada y determinada por sus intentos de sobrevivir y poder llegar a mantener cierta autonomía política, tanto ante la política expansiva que podían desarrollar los grandes poderes como si llegaban a convertirse en vasallos de los mismos, siendo el objetivo de sus gobernantes poder mantenerse en el poder y encontrar en uno de los grandes poderes un aliado que los pudiera proteger y defender en caso de necesidad.

El lenguaje diplomático de estos pequeños poderes, como sucede en muchos momentos de la historia, consiste en transmitir, alabar y potenciar su papel por encima de la realidad, es decir, exagerar su utilidad con el fin de buscar y encontrar una protección y ayuda que permitiera su supervivencia y cierta autonomía política en sus asuntos internos. Igualmente, siempre van a expresar su fidelidad, asegurando que siempre actúan según lo que espera de ellos el gran reino, no como hacen otros reinos, unas afirmaciones que no siempre se corresponden con sus actuaciones ya que, en ciertas ocasiones y ante la perspectiva de cambios en el equilibrio de poder de los grandes reinos, esperaban el curso de los acontecimientos para decidir su postura y apoyo.

Diplomáticamente estos reinos buscan mantener cierta influencia, pero, sobre todo, su seguridad económica y física, pero, como veremos, los cambios que se producen en el contexto internacional con la expansión o desaparición de algún gran poder, junto a las obligaciones a las que deben hacer frente en virtud de los tratados o juramentos de fidelidad que realizan, tendrán importantes repercusiones en su propia estabilidad, no solo política, sino también económica y social.

 

                Los grandes reyes y la diplomacia

Una idea extendida en la investigación es que los grandes poderes llevaron a cabo una política de sometimiento y control hacia sus vasallos, pero que cuando entablaban relaciones y contactos con los otros grandes reinos su actuación era diferente al buscar un clima de paz y cooperación que permitiera conservar su estatus y posición.

                Unos grandes reinos que tienen una concepción del mundo muy definida: en ellos reina la paz y estabilidad que posibilita su prosperidad, política y económica, no así fuera de sus fronteras, naturales o conquistadas, donde el caos, el peligro, la inseguridad, en definitiva, la ausencia de un “orden cósmico”, hace que su concepción de los reinos extranjeros con los que tienen que convivir deba ser de precaución y alerta constante.

En el caso de Egipto los textos nos informan de que en su percepción del mundo, los productos que otras regiones o reinos tienen han sido establecidos allí por los dioses para su disfrute; Egipto conoce el país de Punt (en el interior de África), para que sea explotado, mientras que Punt conoce a Egipto para proporcionarle sus productos, lo que explica que en muchas ocasiones se haya hablado de un imperialismo económico carente de una diplomacia o relaciones como las podemos entender en la actualidad y similar al que ha existido en otros períodos de la historia.

En la concepción faraónica, el Faraón, y por extensión Egipto, no necesita de una protección, su geografía le ofrece desde los orígenes del Estado una seguridad y protección, así como unas crecidas anuales del Nilo que garantizan su prosperidad. Por el contrario, los reyes del Próximo Oriente sí requieren de una protección, tanto por las luchas internas de poder como por tener otros grandes reinos próximos geográficamente, motivo por el que sus relaciones se basan en una protección mutua, pero no así en Egipto. Es por ello por lo que los reyes del Próximo Oriente, grandes o pequeños esperan recibir una ayuda y protección en caso de necesitarla, es algo que está dentro de sus costumbres, memoria histórica y organización, motivo que explica la sorpresa de los reinos del Levante mediterráneo ante la ausencia de ayuda egipcia cuando la solicitan. Al respecto, no debemos olvidar que el Bronce Reciente fue un período de equilibrio de poder, no existieron estructuras imperiales como las posteriores, aunque historiográficamente se hable de imperios.

Los tratados entre reyes regulaban las relaciones internacionales y estaban bajo la jurisdicción de los dioses, por lo que, desde nuestra óptica, las normas diplomáticas pueden considerarse que tenían un carácter más divino, religioso, que legal, pero en el mundo antiguo no existió dicha separación.

Los dioses formaban parte del mundo real y, al igual que la fertilidad de los campos, la seguridad física o el bienestar, las calamidades como hambrunas, plagas y las derrotas militares respondían a actuaciones y decisiones divinas. El mejor ejemplo de ello es la epidemia que sufrió el mundo hitita después de que Suppiluliuma llevara a Anatolia prisioneros egipcios, consecuencia según su propio hijo Mursili II de que su padre había quebrantado un tratado firmado con Egipto.

                Es una diplomacia basada en el respeto a los grandes poderes, a su capacidad de conquista y dominio, no pudiendo tener un vasallo relaciones con otro gran poder. En este sentido, debe tenerse también en consideración la capacidad, humana y técnica, que tenía cada reino. En el caso de Egipto, pero también del resto de grandes reinos, era limitada. No disponía de los recursos, humanos y tecnológicos, para poder desplegar guarniciones permanentes en el exterior, su ejército no fue profesional hasta el Bronce Reciente y en cierta medida dependió de tropas mercenarias o de la ayuda militar que obligaba a prestar a sus reinos vasallos, los desplazamientos eran muy largos y duraban mucho tiempo, etc., es decir, logística y económicamente era muy costoso mantener una política de control efectivo sobre el terreno, razón por la que los tratados, los juramentos de fidelidad eran tan importantes y necesarios, siendo acompañados periódicamente de campañas militares que, en el caso de la XVIII dinastía egipcia, tienen más la intención y propósito de mostrar y enseñar su poder a los reinos locales que el de conquistar o dominar.

Es por ello por lo que, al igual que otros grandes poderes a lo largo de la historia, la mejor política era mantener a los gobernantes locales en el poder, que mantuvieran el funcionamiento de sus reinos y pudieran así ayudar en caso de necesidad, lo que como hemos visto también deseaban los pequeños reyes y gobernantes, pero todo ello bajo las reglas de unas normas que debían cumplirse y la amenaza, siempre latente, de intervenir militarmente en caso de necesidad, rebelión o infidelidad.

Otra necesidad que tenía Egipto, como el resto de grandes poderes, era estar puntualmente informado de lo que sucedía en sus áreas de control e influencia, una labor que no solo realizaban los mensajeros reales, lo más parecido a los diplomáticos actuales, también los comerciantes, sin olvidar la obligación que tenían los gobernantes locales de informar en todo momento, así como de acudir a Egipto ante la llamada del Faraón, bien anualmente, para participar en alguna celebración o si así lo consideraba necesario. Detrás de la diplomacia, de la firma o ruptura de unos acuerdos siempre está la información.

Sin embargo, los encuentros entre los grandes reyes fueron muy escasos, dudándose incluso que llegaran a realizarse, aunque sí existieron negociaciones al respecto, como en el caso del encuentro fallido entre Ramsés II y el rey hitita Hatussili III después de haber firmado el famoso tratado de paz posterior a la batalla de Kadesh. Más probables son los encuentros entre reyes aliados en el caso de las grandes batallas que tuvieron lugar, como Megiddo y Kadesh, igual que sucedió en la guerra de Troya.

Diplomáticamente, uno de los aspectos que debían cuidar los grandes reyes eran las relaciones entre sus aliados, que no surgieran problemas o tensiones entre ellos, lo que también ha sucedido a lo largo de la historia, actuando como jueces en caso de disputas y conflictos entre ellos.

Las relaciones diplomáticas, la firma de alianzas y tratados tienen como uno de sus objetivos evitar el enfrentamiento, la guerra, pero ésta es inevitable en ocasiones, bien por ambiciones personales, por la desaparición de un gran reino o por motivos estratégicos. En cualquier caso, cuando la guerra es inevitable, ésta es siempre culpa del enemigo que no ha cumplido lo que se había pactado. Igualmente, en todos los textos los enemigos que han sido derrotados eran numerosos, incontables y muy peligrosos, dotando de mayor gloria al faraón o rey próximo oriental que rápidamente procedía a expresar ante su audiencia interna el logro alcanzado y el restablecimiento del orden a través de construcciones y relieves conmemorativos que transmitían una seguridad y tranquilidad, igual no al conjunto de la sociedad, pero sí a las clases dirigentes, lo que reforzaba la autoridad del Faraón.

Unas batallas, conflictos armados, que tenían sus propias reglas, debiéndose anunciar o establecer el día y lugar del enfrentamiento, unas reglas que no seguían los ejércitos y las poblaciones que vivían en el caos, es decir, aquellas que no tenían normas ni reglas, que podían atacar por sorpresa o de noche, algo a lo que no estaban preparados los ejércitos. Una concepción que ha existido a lo largo de la historia, siendo por ello que en diversos tratados se recoge la obligación de los reyes de controlar a estos grupos y poblaciones marginales, que no viven en ciudades y si en regiones por lo general montañosas, siendo una amenaza también para la seguridad de las caravanas comerciales.

 

 

                Diplomacia amarniense. Akhenatón

                Amenhotep IV, Akhenatón, el faraón hereje como ha sido en ocasiones llamado, construyó una nueva capital, el-Amarna, para su dios, Atón que fue abandonada pocos años después de su muerte, conservándose en ella restos de un archivo diplomático que ha dominado la interpretación de la diplomacia. Pero en su interpretación se deben tener en consideración varios aspectos de los que destacaremos dos:

                1.- Es un archivo parcial, las cartas halladas fueron dejadas a propósito en el-Amarna porque seguramente ya no eran de utilidad para los intereses y diplomacia faraónica.

                2.- En los años de gobierno de Akhenatón tuvo lugar la desaparición de uno de los Grandes Reinos, Mitanni, a causa de la expansión del reino hitita, lo que originó que toda la organización administrativa y política diplomática que Egipto había desarrollado en el Levante mediterráneo desde tiempos de Tutmosis III se viera afectada, debiéndose construir un nuevo marco diplomático y de relaciones en un contexto en el que Hatti se convierte en el principal enemigo de Egipto en el Levante mediterráneo, al tiempo que Asiria y Babilonia también aprovechan para ocupar el vacío dejado por Mitanni, un gran reino que había servido de tapón a Egipto al tener que prestar atención a sus propias fronteras y dejar una libertad de actuación a Egipto en el Levante.

                Con anterioridad, Tutmosis III había establecido una administración y forma de relacionarse con los poderes locales de Canaán que se basó en permitir su autonomía a cambio de su fidelidad y de la entrega de unos tributos que, en una proporción importante eran de grano, almacenado en graneros para su utilización por los ejércitos egipcios cuando realizaban alguna campaña o inspección. Eran unos reinos pequeños territorialmente, al aplicar Tutmosis III la política de dividir y vencer, no permitiendo la existencia de reinos que pudieran llegar a constituir un peligro, por mínimo que éste fuera, viéndose favorecida la misma por el declive demográfico que vivía la región. Una política que Egipto siempre iba a mantener en la región, actuando militarmente contra las ambiciones personales de algunos reyes y proclamar a un nuevo gobernante que siguiera sus normas, o amenazando con su conquista a través de los mensajeros reales o aliados del entorno.

Con Tutmosis III también comenzaron los matrimonios diplomáticos con las hijas de gobernantes extranjeros, que veían así también reconocida su posición, al tiempo que los hijos de muchos de los gobernantes locales fueron trasladados a Egipto para ser educados en la corte, recibir una educación y formación egipcia que posteriormente pudiera servir para defender y proteger los intereses egipcios en la región. En definitiva, Tutmosis III no estableció un servicio o un sistema diplomático tal y como lo entendemos en la actualidad, pero en sus decisiones sí que podemos observar aspectos que han sido utilizados por diferentes potencias a lo largo de la historia para logar un dominio efectivo de los territorios, desde la formación de las futuras élites gobernantes o no crear una infraestructura costosa para Egipto, una política imperialista común, por ejemplo, en el siglo XIX.

                Pero como hemos indicado, la desaparición de Mitanni, con quién Egipto firmó diferentes tratados sellados con matrimonios diplomáticos que permitieron a Mitanni centrarse en sus vecinos más peligrosos y a Egipto gozar de una libertad en Canaán, causó el final del sistema de relaciones internacionales existente hasta entonces.

                No conocemos las cartas diplomáticas anteriores a Akhenatón, pero en el archivo de el-Amarna comprobamos la intranquilidad de unos gobernantes que ante el avance de Hatti reclaman, piden la ayuda del Faraón siguiendo las pautas que para ellos eran lógicas y normales como henos mencionado, no recibiendo aparentemente una respuesta, un apoyo de Akhenatón.

                En ellas se pide el envío de soldados, no olvidemos que no existían guarniciones militares permanentes de Egipto en la región, gobernantes como el de Biblos describen su incapacidad de mantener el control de sus territorios y el peligro que viven ante otros poderes que, aprovechándose de la situación, buscar extender sus territorios e influencia, como en el caso del reino de Amurru.

                También en algunas cartas, en especial en las que Egipto recibe de otros grandes poderes, se solicita la protección de sus caravanas comerciales, que se ven atacadas y robadas por poblaciones marginales, exigiendo una protección al Faraón al ser el gran rey que domina o influye en la región, así como una compensación económica.

                Es decir, un clima de cambio y de inestabilidad que contrasta con las cartas del mismo archivo que pertenecen al reinado de Amenhotep III, donde las negociaciones para sellar unos matrimonios diplomáticos están presentes, así como el intercambio de regalos entre reyes, siendo en estas últimas donde encontramos afirmaciones como que el oro es más abundante en Egipto que el polvo, pero también como cada reino pide o envía productos de los que en realidad carecía, una prueba de que deseaban mostrar diplomáticamente una prosperidad y en ningún momento una dependencia o debilidad, aunque ésta fuera conocida.

                Unas cartas en las que también se observa la importancia de los mensajeros, los diplomáticos de la época, que pueden ser retenidos durante largos períodos de tiempo sin explicación o causa alguna, lo que origina la protesta de los grandes reyes, que deseaban su rápido regreso para estar puntualmente informados. También comprobamos que los mensajeros de los grandes reyes viajaban con salvoconductos que les conferían en teoría una inmunidad, lo que no siempre se respetaba, ocasionando las protestas diplomáticas de sus reyes ante la ausencia de una protección efectiva.

                En este período Egipto entra de forma definitiva en el marco diplomático e ideológico que existía en el Próximo Oriente y que, como hemos visto, era diferente al que Egipto tenía pero que iba a tener que adoptar hasta finales del Bronce Reciente. Una prueba de ello es la protesta, sorpresa del rey de Babilonia ante la negativa del Faraón de entregar a una princesa como esposa, diciendo el Faraón que Egipto nunca lo había realizado y no lo contemplaba, lo que no encajaba en la mentalidad del Próximo Oriente.

                En este período Egipto perdió valiosos aliados, como Ugarit y Amurru, siendo especialmente significativo el papel de este último que, como otros poderes, ante la presión hitita y la lejanía de Egipto, optó por sellar una alianza con Hatti, reinos a los que el mundo hitita permitió conservar su autonomía, no debiendo olvidar la dificultad humana y tecnológica de establecer una política de control y dominio en territorios lejanos por parte de los grandes poderes como ya se ha indicado.

 

                De Amarna a Kadesh y la firma del tratado de paz entre Egipto y Hatti

                Uno de los episodios más llamativos del período amarniense es la petición de un esposo que realizó la viuda del Faraón, posiblemente Tutankhamón, al rey hitita Suppiluliuma I quien, sorprendido, receló de dicha petición hasta que finalmente envió a uno de sus hijos que, posiblemente, fue asesinado en el camino a Egipto. Un episodio que, unido a los cambios producidos en el escenario internacional, inició un período de hostilidad entre Egipto y Hatti que culminaría en la famosa batalla de Kadesh.

                Egipto había perdido parte de su influencia en el Levante mediterráneo, quizás la más importante fue Ugarit, un importante reino del norte de Siria que era un centro comercial que ponía en comunicación al Próximo Oriente con todo el Egeo. Es por ello por lo que los faraones de la XIX dinastía comenzaron una nueva política en la región, diferente a la de Tutmosis III, con el establecimiento de residencias de gobernadores en la región y la realización de campañas militares que buscaban restaurar la influencia de Egipto en la región y poder así seguir participando en los intercambios comerciales.

                Los lazos con los gobernantes de Canaán se reforzaron a través de nuevos tratados y obligaciones, esta vez respaldadas por una presencia militar más efectiva que implicaba una mayor utilización de mercenarios en su ejército, lo que a su vez agudizó la crisis y declive económico de unos reinos ya exhaustos por los conflictos y las obligaciones a las que estaban sometidos.

                Al mismo tiempo Hatti debía prestar cada vez más atención a sus propias fronteras debido a los deseos de Asiria por llegar al norte de Siria, por los problemas que tenía en el norte con los Gasca, unas poblaciones marginales que saqueaban periódicamente sus territorios o en la costa de Asia Menor, donde los Ahhiyawa (posiblemente Aqueos), extendían su influencia sobre ciudades como Mileto o territorios como la entrada al Mar Negro, donde estaba Troya.

                Tanto Hatti como Egipto eran conscientes de que el enfrentamiento era inevitable, lo que sucedió en el 1274 a.C. en la batalla de Kadesh, cuyo resultado es incierto, aunque posiblemente no hubo un vencedor claro. La principal consecuencia de la misma fue el comienzo de unas relaciones diplomáticas entre ambos poderes que culminaron en el año 1259 con el famoso tratado de Kadesh, habiendo una réplica del mismo en la sede de la ONU como símbolo del primer tratado de paz firmado entre dos grandes reinos.

                Como era tradicional en el establecimiento de un tratado, existieron unas negociones previas en las que participó activamente la esposa de Hattusili III, con mensajeros que trasladaban a sus reyes el transcurrir de unas negociaciones largas, pero en cuyo intervalo no volvió a producirse un enfrentamiento.

                Los motivos que llevaron a la firma de este tratado han sido largamente estudiadas, pero la principal razón es que ambos reinos necesitaban la paz para concentrar sus esfuerzos en unos problemas y amenazas que cada vez estaban más cerca de sus fronteras naturales.

                En el caso de Hatti ya hemos mencionado la presión de Asiria o de los Ahhiyawa, a lo que hay que unir la existencia de luchas dinásticas, así como la incidencia que tuvo en todo el Próximo Oriente una desecación del clima que causó un descenso notable en las cosechas y la aparición de hambrunas.

                La posición de Egipto no era mucho mejor, a pesar de la labor constructiva de Ramsés II, debió prestar atención a la frontera con Libia, donde construyó una serie de fortalezas para frenar las crecientes incursiones de una población libia que, ante la ausencia de recursos deseaba penetrar y asentarse en Egipto, pero también en Canaán la presión de los Shasu y la debilidad de los reinos que habían sido vasallos de Egipto durante todo el Bronce Reciente causó una gran inestabilidad llegando a amenazar las propias fronteras de Egipto.

                El tratado de Kadesh no logró el establecimiento de un nuevo orden internacional sobre el que construir una paz y estabilidad en el Próximo Oriente, al contrario, poco después de su firma Hatti y Egipto, así como el Levante mediterráneo y el Egeo, vieron desaparecer a muchos de sus reinos debido a los llamados Pueblos del Mar.

 

Bibliografía

 

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