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Jueves, 21 de noviembre de 2024
Jornadas sobre la antiguedad
HIRVIENDO PALABRAS: LA RETÓRICA EN LA ANTIGUA GRECIA
La retórica de Aristóteles

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Aristóteles entre Platón y los sofistas

Nuestro filósofo, pues, ha arrojado, en la primera línea de su Retórica, un guante, en señal de desafío, contra su maestro y contra el a la sazón máximo representante de la retórica sofística, o sea, Isócrates, el heredero de los sofistas.

Utilizando la misma voz, el adjetivo antístrophos, para definir y caracterizar la retórica, Aristóteles está tirando con bala para que se enteren tanto los platónicos como los isocráticos, es decir, tirios y troyanos.

 El lenguaje no es ni culpable ni inocente, pero sus usuarios, nosotros, los hombres, lo empleamos  frecuentemente  o las más de las veces con muy poca inocencia.

Para Platón la retórica (entiéndase: la que se practicaba en sus tiempos) no era un “arte”, poque nada tenía que ver con la verdad, defendía con igual empeño una tesis y su contraria y era por ello profundamente inmoral (léanse los diálogos platónicos Gorgias  y Fedro).

Para Isócrates, en cambio, la retórica era la “filosofía” por excelencia, porque era el “arte” del  lenguaje, y el lenguaje es –argumentaba el maestro de oratoria – el único procedimiento para conocer la verdad humana, que es una verdad siempre convencional y social cuya transmisión a través del lenguaje retórico, persuasivo, genera poder social y produce beneficios políticos (Antídosis 257).

Precisamente por ello la retórica controla el lenguaje, pues la retórica es el lenguaje mismo que impera en la comunicación entre los individuos en el marco político-social.  El lenguaje retórico transmite la única verdad que nos es dado alcanzar, una verdad convencional de validez político-social. No hay más verdad que la que nos proporciona el lenguaje. Ahora bien, la verdad que nos proporciona el lenguaje nunca es por naturaleza (phúsei), sino siempre por convención (nómoi), siempre político-social  (Antídosis 82; 254).

La retórica, pues, por controlar el lenguaje, la comunicación misma, es un conjunto sistemático de conocimientos, tan sistemático como el lenguaje mismo, es un “arte” (tékhne), una filosofía que transmite la única verdad posible, que es la verdad transmitida por el lenguaje y por tanto político-social. Para Isócrates, por tanto, la retórica es su “filosofía”, que además de ser esencialmente pedagógica, posee un altísimo poder político-social  (Antídosis  82; 254; 257; 271).

Platón, por su parte, en el Fedro  había pergeñado, contra la imperante retórica real de los rétores y sofistas de su tiempo, que él rechazaba con toda el alma, una retórica ideal para que la utilizase el filósofo-rey con sus súbditos o catecúmenos, dando así una lección de buen hacer político-social  a los sofistas, que, en opinión del Sócrates platónico, empleaban la retórica para su particular medro y aprovechamiento, sin preocuparse de la verdad ni por ende de la ética ni poco ni mucho. 

Esta platónica retórica ética, moral, respetuosa con la verdad, debía apoyarse sobre tres pilares fundamentales: 

En primer lugar, debería transmitir conocimiento verdadero, es decir, el orador debería saber la verdad sobre el tema del que hable o escriba (Fedro 277B). Es importante no olvidar, a este respecto, que, al igual que más tarde para Aristóteles, asimismo en opinión de su maestro Platón, el orador más capacitado para descubrir la verdad es asimismo el más apto para encontrar lo verosímil (Fedro 273D).

En segundo término, debería conocer el alma de quien le escucha y el tipo de discurso que más le conviene a su especie de alma o de carácter (Fedro 277B). Asimismo le vendría bien conocer la técnica de los silencios, de las intervenciones oportunas y de las especies de discursos mejor adaptadas y más recomendables para cada caso (Fedro 272A). Sólo así existiría una verdadera “arte retórica” (Fedro 272B). 

Por último, para que un discurso ejerza su efecto persuasivo –opina el «divino filósofo»–tiene que estar bien organizado, de manera  semejante a como lo está un ser vivo, orgánico, y no descabezado o sin pies, sino debidamente provisto de cabeza, tronco y extremidades, y con todas sus partes bien proporcionadas y relacionadas entre sí y con relación al conjunto en el que se integran perfectamente (Fedro 264c).

En conclusión: 

Aristóteles se encuentra con que los sofistas y los rétores usan de la retórica que ellos consideran un arte que lo invade todo, porque es fundamentalmente arte del lenguaje, que es un ente sistemático social y políticamente ubicuo, y creen que hay que hacer uso de ella sin más ni más en todo contexto político-social. Relativistas como eran, no hacen caso de una verdad o moralidad absoluta que regule el discurso retórico desde la lógica y la ética, sino más bien de una verdad o moralidad esencialmente político-social y por tanto variable.

Pero, por otra parte, Platón afirmaba que sólo consideraría a la retórica “arte” si enseñara la verdad, se adaptase escrupulosamente al alma del oyente, al que habría que controlar y educar a través de un discurso retórico sometido a la ética política (la ética y la política son inseparables), y, por último, si confeccionara  discursos dispuestos como seres orgánicos, es decir, formalmente bien organizados. 

Para Platón en el Fedro la persuasión consta de tres aspectos: uno, el de la persuasión de una tesis verdadera a través de un argumento, que es cosa de la dialéctica; dos, el aspecto psicológico-ético-político que surge inevitablemente del encuentro del hablante con su auditorio. Y tres: la organización del discurso retórico, que es un factor importante para que cumpla su esperado efecto.

El orador platónico ideal del Fedro debe saber la verdad de lo que dice o escribe y luego ha de conocer el alma de su oyente, con el que entabla una relación, de alma a alma, de carácter a carácter, de filósofo-rey a súbdito ciudadano, o sea, una relación psicológico-ético- política, y, finalmente, debe cuidar de la organización y la organicidad de su discurso. 

Tres componentes, pues, contempla el divino filósofo en su ideal retórica: el dialéctico para argumentar con la verdad; el psicológico-ético-político, para controlar la acción persuasiva que se lleva a cabo desde el alma del orador al alma del oyente; y, por último, el componente estilístico, estético-organizativo,  del discurso que lo hará orgánico, y por ello bien formado y perfectamente organizado.

Pues bien, estos tres componentes que a guisa de condiciones indispensables el «divino filósofo» impone a la retórica  son asimismo los tres jalones que se vislumbran  a modo de metas que alcanzar en la Retórica aristotélica, como si su autor, escrupulosamente respetuoso con su maestro, se los hubiese propuesto como objetivos que lograr a la hora de pergeñar el primer tratado sistemático y filosófico sobre el poder persuasivo de la palabra o, si se prefiere, del lenguaje.

Hay dos pasajes de la Retórica del Estagirita que, a mi juicio, confirman la idea de que en el momento mismo en que decidió componerla su autor se colocó entre Platón y los sofistas, entre la exigente retórica platónica y la empírica  retórica sofística. 

En el primero dice que la retórica es, por un lado, semejante a la dialéctica, la ciencia  que controla la lógica de los argumentos (y en este punto es platónico), pero, por el otro, se parece a los razonamientos sofísticos, que atendían sobre todo a ganarse el aplauso del auditorio (1359b11). 

Es decir, la retórica en cuanto método correlativo de la dialéctica, sistemático y lógico, basado en un conocimiento de causas y efectos, es un “arte”  similar o comparable al de esa rama de la filosofía. Pero la retórica práctica, revestida del atuendo de la política (1356a 27), como “arte” que no admite la certeza o exactitud absoluta, sino sólo lo probable, como arte que emplea las proposiciones de todas las artes y los axiomas comunes a todas ellas, como arte que carece de objeto concreto y que es capaz de argumentar sobre los polos opuestos de una misma cuestión, se parece a los discursos sofísticos.

En el segundo, nuestro filósofo nos dice que la dialéctica, o ciencia  que controla la lógica de los argumentos, es una facultad, mientras que la sofística es una desviación de ese control de la lógica de la que es responsable la dialéctica (y en este punto es platónico), pero que sólo existe un nombre para el arte del discurso retórico, tanto el controlado por la lógica de la dialéctica, como el francamente desviado de ella, a saber: la retórica  (y en este punto es empírico) (1355b17).

Como el razonamiento del discurso retórico no es necesario, sino sólo probable y persuasivo o aparentemente persuasivo, en retórica se puede proceder legítimamente aplicando a los discursos la facultad de la dialéctica, o ilegítimamente, con depravada intención moral, como hacen los sofistas. El dialéctico escogerá  bien entre el silogismo y el silogismo aparente, el sofista hará su elección de forma inmoral, distinguiéndose así la dialéctica de la sofística. Pero la retórica, en cambio, será siempre la misma tanto la regulada por la dialéctica como la desviada de ella. 

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