Historia de la arqueología romana en Gipuzkoa
No hay duda de que para los vecinos de Irún que se pusieron en contacto a mediados del siglo XVI con el rey castellano por una cuestión de límites territoriales en el Bidasoa, la fundación de su ciudad se había realizado durante la Antiguedad, dicen que fue fundada hacía más de mil años, y no hay duda tampoco, como se demuestra por los extractos de las Juntas Generales, que los miembros de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, reconocían en Strabon, Plinio o Ptolomeo a los primeros geógrafos que mencionaron el territorio, aceptando el pasado romano de la historia vasca como algo natural. y en esta línea siguió el doctor Camino, el primer autor que cita descubrimientos arqueológicos romanos en Gipuzkoa; concretamante "cerca de los prados de Beraun", en lrún. La noticia está fechada en el año 1790 y se refiere a varios trozos de piedras y ladrillos de extraordinario valor, y entre otros fragmentos tres medallas de oro, además de otra de cobre, todas romanas. Las posturas contrarias a la influencia romana como medio de resaltar la identidad vasca se prodigan más tarde y tienen un trasfondo que se puede considerar tanto nacionalista como antinacionalista. Hay está la explicación dada por Sanchez Albornoz sobre la falta de romanización de los vascos y su barbarismo o la mitificación de la resistencia vasca en la batalla de Hernio, frente a las tropas romanas.
El caso es que, desde aproximaciones científicas nada sospechosas de complicidad, como las de Koldo Mitxelena que en su memoria de licenciatura publicada en 1956 hacía un repaso sobre los testimonios latinos de Gipuzkoa, citando la estela de Andrearriaga o las etimologías de los términos de Escoriaza o Lapice como claras evidencias de la influencia romana, o como las investigaciones de Ignacio Barandiarán resumidas en un libro de amplia difusión ("Guipuzcoa en la Edad Antigua" ) que ha conocido múltiples reediciones desde la primera publicación de 1974, se iban demostrando reconstrucciones históricas más acordes con las descripciones clásicas; aquellas que citan Oiasso, la polis de los vascones, el saltus vasconum, el promontorio Oiasso, la calzada que desde Tarraco llegaba a sus costas, o los asentamientos de Menosca y Tritium Tuboricum. Todos ello en Gipuzkoa. Sin embargo, en el intervalo fueron asentándose otras concepciones que sólo la investigación constante y la aparición de evidencias sobresalientes han conseguido modificar. Como ejemplo hay que citar la valoración historiográfica sobre la minería romana de Arditurri que pasó de ser de las principales según su descubridor a finales del siglo XVIII, un alemán contratado por la familia Sein de Oiartzun para organizar la reexplotación de estas minas, sólo superadas por las de Cartagena, Rio Tinto y las Médulas, a dudarse de su existencia. Y eso que existían descripciones de principios del siglo XX, como la realizada por el ingeniero Gascue de la Compañía Asturiana de Minas, que cifraban en varios kilometros los trabajos mineros antiguos de Arditurri, evaluando en cientos de obreros los necesarios para unas explotaciones del tamaño de las reconocidas en tiempos del ingeniero mencionado. A pesar de ello hubo quien desmontó, en el año 1971, el binomio Thalacker-Arditurri pretendiendo que el alemán, en realidad, había visitado otra zona distinta a la del coto minero de Arditurri. Ha sido la inercia historiográfica, en suma, la que ha arrastrado con sus presupuestos las tendencias de investigación hasta que los hechos incontestables rescatados por la arqueología han hecho saltar en mil pedazos aquellas previsiones, mostrando una realidad equilibrada con el contexto general de la sociedad romana.