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Jueves, 21 de noviembre de 2024
Jornadas sobre la antiguedad
HIRVIENDO PALABRAS: LA RETÓRICA EN LA ANTIGUA GRECIA
La retórica de Aristóteles

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El biólogo platónico

Quien se percate de este hecho que estamos comentando se dirá a sí mismo que nuestro Aristóteles es de cierto un filósofo empírico que no lucubra en el vacío sino apoyándose estrictamente en los datos indiscutibles o “hechos evidentes” (phainómena) de los que dispone, un filósofo empírico que investiga empleando un método similar al del biólogo que clasifica rigurosamente las especies de los seres vivos que contempla. 

En efecto, se ha dicho de él que la materia de estudio en la que más a gusto se encontraba era la biología, campo en el que realizó importantísimas observaciones, hasta el punto de que Darwin escribió en cierta ocasión: “Lineo y Cuvier han sido dos dioses para mí, pero ambos fueron dos meros escolares en comparación con el antiguo Aristóteles”. 

Pero hay otros pasajes en su vasta e interesante obra, incluso en sus tratados biológicos, que nos dan una impresión distinta a pesar de que en ellos nos conduzca por el camino de la empírica biología, disciplina en la que tan bien se manejaba. Ante ellos nos quedamos perplejos al contemplar la figura del filósofo que, como un centauro, es a la vez empírico y platónico.

Por ejemplo, en la Poética, volviendo sobre la idea platónica de que una obra de literatura ha de ser orgánicamente unitaria, como los seres vivos, con sus partes armónica y proporcionalmente dispuestas en su relación mutua y en su relación con el todo, afirma que la obra bella ha de ser como el ser vivo y orgánico, como el animal que tiene sus partes tan perfectamente integradas, que su belleza, su «forma», se identifica con su «para qué», o sea, con su “causa final” (Poética 1450b34). 

Así pues, la “causa formal”  y la “causa final” son idénticas en el área de la biología, en el dominio de la Naturaleza, y la realización de la “causa formal” de una cosa natural es al mismo tiempo el cumplimiento de su finalidad o “causa final” (entelequia). 

La conclusión de este metafísico y muy platónico planteamiento es que del mismo modo debe ocurrir en el dominio del arte, ya que el arte –nos enseña el Estagirita– “imita a la Naturaleza” (Fisica 194a21).

El fin propio de un ser es realizar su “forma”. Por ejemplo, el fin propio del hombre es el de ser lo más hombre posible, el fin de toda la Naturaleza es el ser lo mejor posible. 

La Naturaleza, por consiguiente, no hace nada en vano, la Naturaleza se comporta como si previera el futuro (Sobre la generación de los animales 744b16; a36; Sobre las partes de los animales 686a22, etc.). En su Sobre las partes de los animales, un tratado fundamental para entender al filósofo, leemos una frase sorprendente  que dice así: “Y aquel fin por el que se ha constituido o ha llegado a ser ha ocupado el puesto de la belleza” (645a 25).

Es decir, el filósofo ve la belleza en un animal, en un ser vivo, orgánico, porque sabe apreciar su “forma” en cuanto resultado de una “causa final” que “no ha operado al azar  sino con vistas a un determinado objetivo” (645a 23). Con ese mismo pensamiento, con idéntico planteamiento, encara la obra poética y el discurso retórico  y de él usa como criterio para juzgarlos.

Es decir, en este pasaje Aristóteles sigue operando con la observación empírica de los animales, pero su pensamiento es platónicamente teleológico, o sea, partidario de la existencia de una finalidad en la marcha del universo. En la Naturaleza la “causa final”,  a la que todo tiende, se identifica con la “causa formal”, con la forma y la belleza misma de cada cosa, de manera que en cada cosa la belleza coincide con su inteligibilidad.

Éste es el Aristóteles platónico que, sin embargo, no cree, como su maestro, que las “Ideas” estén en un mundo aparte, fuera de éste, sino aquí, en el mundo mismo. 

La teleología de Aristóteles es inmanente, interna a cada especie de ser vivo en sus estudios biológicos. Las operaciones teleológicas las realiza la Naturaleza y sólo alguna vez “la  Naturaleza y Dios” (“Dios y la Naturaleza no hacen nada en vano”, Sobre el cielo  271a33).

Debo confesar que, aunque lo que digo suene paradójico, nunca he visto a un Aristóteles más platonizante y platónico que el Aristóteles que hace biología, el que, por ejemplo, estudia las partes de los animales. Soy consciente de que este aserto equivale a decir que cuando Aristóteles es más empírico es cuando a la vez más platónico resulta ser.

Escribió, justamente, como ya sabemos, una obra titulada así, las Sobre las partes de los animales, en cuyo inicio deja bien sentado que para el biólogo la “causa final” es más importante que la “causa eficiente”, y más adelante afirma que en el estudio de los animales la fusión de la “causa final” y el “bien” resulta aún más clara que en las obras de arte, en los artefactos, que son imitación de la Naturaleza (639a16-21). Insisto: el Aristóteles biólogo se nos muestra sumamente apegado a la doctrina teleológica de su maestro.

Pero el platonismo de Aristóteles es aún de más hondo calado o de mayor envergadura de lo que a primera vista pudiera parecer.

En primer lugar, Aristóteles es platónico al afirmar, coincidiendo con su maestro, que lo único conocible, si queremos hacer ciencia, es la “forma”, la “idea”, el “universal”. 

O sea, que aunque por sus manos pasaran miles y miles de especímenes individuales de un tipo determinado de animal, nada seguro ni fiable –pensaba– se podría llegar a saber de ellos si no se los colocase en el homogéneo y globalizador contexto de su especie, de su “forma”, su “idea”, su “universal”,  y a partir de ese momento se estudiarán todas las peculiaridades comunes a los individuos que la conforman. 

Esas “formas” –nos viene a decir el filósofo– no son entes de ficción, sino que están ahí  en la realidad enteras y verdaderas, pues es increíble la regularidad casi estricta con que las diferentes especies se reproducen normal y regularmente a sí mismas en el ámbito de la Naturaleza. 

Aunque existen sin duda en el reino animal casos de malformaciones e individuos monstruosamente anormales debido, por ejemplo, a partos prematuros, todos esos casos pueden y deben ser considerados excepciones a la “regla”, a una “regla” que –por eso la llamamos así– se cumple con una pasmosa rigurosidad, con una exactitud  casi o prácticamente absoluta, pues la gran mayoría de ejemplos de regularidad de la  “forma” frente a las escasas excepciones discrepantes es aplastante en el reino animal. 

En segundo lugar, Aristóteles es platónico hasta la médula al aceptar la teleología tan bien expuesta por su maestro en ese precioso diálogo que es el Timeo, en el que se exponen muchos ejemplos tendentes a demostrar la existencia de un designio o proyecto racional al que tienden con exacta regularidad las criaturas vivas del mundo animal, las cuales poseen unas partes tan bien adaptadas entre sí y con relación al todo que configuran, que sin duda alguna hay que concluir que tan excelente, regular, proporcionada y armónica disposición se debe a la necesidad impuesta a ellos y como grabada a fuego en su esencia de cumplir una «causa final» mediante  una tendencia a la perfección o «causa final» inexcusable escrita indeleblemente en el universo. 

Pues bien, Aristóteles, siguiendo en este punto a pies juntillas la doctrina de su maestro, no alberga la menor duda acerca de que uno de los fines del estudio biológico sobre las partes de los animales que él está realizando es el de demostrar que en el “microcosmo” o  “pequeño mundo ordenado” de esos seres vivos y orgánicos que tanto le gustaba estudiar nos topamos con el mismo orden y la misma belleza del “macrocosmo” o   “gran mundo ordenado” que es la Naturaleza  inscritos imborrable y permanentemente en él.

Aunque el mundo de los seres vivos–piensa Aristóteles– no es tan regular o uniforme como el de los cuerpos celestes que giran y se mueven con una precisión y una exactitud implacables, en el mundo animal se puede contemplar con gran facilidad el hecho de que en él no interviene en absoluto la casualidad o el azar, sino que todo tiende a un fin y que como resultado de esa tendencia al fin se instala en los seres vivos la “forma bella”, la “idea perfecta”, la “belleza”  (Sobre las partes de los animales 645a23ss). 

La idea platónica del “Bien”, identificable con la de la “Belleza”, se confunde, asimismo dentro de la doctrina del discípulo Aristóteles, con la “causa final” de la Naturaleza (Metafísica 983a31). Todo tiende al “bien” en el universo: las plantas existen para el bien de los animales y los animales para el bien del hombre  (Política 1256b15). 

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