III
Concluyamos, pues, que la amistad perfecta -por tanto, la amistad auténtica, la que merece tal nombre- es aquella que se basa en la excelencia, en la virtud, y en la cual el amigo es querido por sí mismo. Ambos rasgos se dan unidos, según Aristóteles. Ahora bien, cabe preguntarse por qué estos dos rasgos se dan efectivamente unidos, pregunta que nos lleva a esta otra decisiva: cuando Aristóteles dice que el amigo es querido por sí mismo, ¿qué entiende por "sí mismo"? ¿qué ha de entenderse que es el sí mismo del ser humano?
Por lo pronto, el "sí mismo" de cada cual se manifiesta en el modo en que uno vive, en el modo en que uno realiza su propia existencia, en definitiva, en las acciones que uno lleva a cabo. Pero no en cualquier tipo de acciones, sino en las acciones o actos elegidos. Aristóteles distingue, en su ética, entre actos voluntarios y actos elegidos (Ética a Nicómaco III, cc.1-3). Actos voluntarios son aquellos que se realizan con conocimiento de lo que se está haciendo y sin coacción alguna externa que fuerce al individuo a su realización. Una acción voluntaria (ekoúsios) es, en definitiva, aquella acción cuya causa está en el agente mismo. Concebida así la voluntariedad, Aristóteles no duda en reconocer que los niños, y también los animales, realizan conductas o acciones voluntarias: un perro suelto que tiene sed, se comporta "voluntariamente" cuando ve un charco de agua y acude a beber, puesto que nadie lo fuerza a hacer tal cosa, sino que su acción sale de él mismo movido por su deseo. No toda acción voluntaria es, sin embargo, una acción elegida. La elección (proaíresis) comporta conocimiento racional, comporta deliberación (bouleúesthai), y Aristóteles la caracteriza como "inteligencia deseosa, o bien, deseo inteligente". (VI 2, 1139b4-5). La elección es, pues, algo propio y exclusivo del ser humano adulto, es el principio propiamente humano de la acción, es aquel principio de donde surgen las acciones verdaderamente humanas. Aristóteles llega a decir de la elección que "un principio tal es hombre" (loc.cit).
El "sí mismo" del hombre se manifiesta, pues, en las formas de actuación elegidas, y por tanto, el "sí mismo" del hombre bueno se manifestará en elecciones buenas, rectas. A su vez, las acciones y elecciones rectas dependen fundamentalmente de la posesión de disposiciones o hábitos morales adecuados, es decir, dependen de la posesión de las virtudes éticas correspondientes. La definición de la virtud ética propuesta por Aristóteles merece ser meditada con detenimiento. En el capítulo sexto del libro segundo de la Etica a Nicómaco se define la virtud ética como "un hábito de elegir consistente en un término medio relativo a nosotros", término medio "determinado mediante una regla, aquella regla con la cual lo determinaría el hombre prudente" (1106b3-6). En esta definición se hallan concisamente expresados todos los rasgos pertinentes de la virtud ética. (a) En primer lugar se nos dice que es un hábito, esto es, una disposición firme y estable. Pero hay muchos y muy distintos hábitos o disposiciones. (b) La virtud ética es una disposición relativa a la elección precisamente, por tanto, un hábito gracias al cual estamos dispuestos a elegir de una forma determinada. (c) En efecto, las virtudes éticas facilitan nuestra elección orientándola a un término medio relativo a nosotros. La acción recta se sitúa siempre en un término medio entre dos extremos reprobables, sin caer ni en exceso ni en defecto (así, la valentía se juega entre la acción cobarde y la conducta estúpidamente temeraria, etc.). El término medio adecuado no es, sin embargo, equidistancia exacta entre los extremos, ni es tampoco el mismo siempre y para todos. No hay un término medio absoluto, el término medio es relativo a nosotros: lo que para uno o en una determinada circunstancia es "excesivo", para otro o en otra circunstancia puede resultar "defectuoso", escaso. (d) Por eso señala Aristóteles que la regla que "determina" y define la acción virtuosa, la mejor y preferible, es aquella regla o razón que en cada caso seguiría el hombre prudente. El juicio correcto es, en efecto, un asunto de prudencia. (e) Recordemos, además, más allá de la definición de la virtud, que según Aristóteles los hábitos o disposiciones de un individuo constituyen y configuran su carácter. Y recordemos, en fin, que si bien nuestras elecciones resultan de nuestro carácter -y de los hábitos que lo configuran-, nuestros hábitos y carácter son, a su vez, resultado de nuestras elecciones. Lo cual significa que, en último término, cada cual es responsable de su propio carácter ya que éste resulta, en último término, de nuestras propias elecciones.
Tras este esquemático recurso a la concepción aristotélica de la elección, de la virtud y del carácter, podemos ya retornar a la amistad perfecta para responder a la pregunta sobre qué quiere decir "querer al amigo por él mismo". Significa quererlo por la excelencia de su carácter, por la excelencia de sus virtudes, pero no como algo estáticamente poseído por el amigo, sino como resultado y fuente, a la vez, de sus elecciones. Por tanto, podemos decir que es quererlo como persona, si por "persona" entendemos un agente activo y responsable que se realiza y se expresa a través de sus elecciones.
Hasta aquí, desde el punto de vista del amigo al que se quiere, y al cual se quiere por él mismo. Pero la amistad perfecta está basada en la excelencia, en la virtud y en las elecciones, no solamente de aquél que es querido, sino también, y sobre todo, en la excelencia, virtud y elección del que quiere. En la Ética a Nicómaco (VIII, 5) Aristóteles distingue entre el cariño y la amistad, señalando que el cariño es, más bien, una afección o sentimiento (páthos), mientras que la amistad es un hábito, una disposición permanente (héxis) del carácter (1157b26 ss.). Como toda disposición ética, la amistad se refiere primariamente a la elección, en este caso a la elección adecuada de los amigos. Y la elección adecuada del amigo es la elección del amigo que es bueno, que es excelente. De este modo puede decir Aristóteles que "al querer al amigo quieren su propio bien, puesto que cuando alguien bueno se convierte en amigo querido, se convierte en un bien para aquél que lo quiere. De modo que uno y otro quieren su propio bien, y se recompensan recíprocamente por igual. En efecto, se dice que la amistad es igualdad, lo cual se da sobre todo en la amistad de los buenos" (ib., 32-36).
La concepción aristotélica de la amistad (que a mí personalmente me parece tan razonable como elevada) ha sido objeto de diversas críticas que han pretendido poner en evidencia ciertas presuntas deficiencias de la misma. Para captar adecuadamente la concepción aristotélica de la amistad nada mejor, seguramente, que atender a estas críticas. Me referiré fundamentalmente a tres de ellas.