IV.-Conclusión: Sinuhé y Gigalmesh
Toda historia que marca el espíritu y la conducta de un pueblo, que ocupa un lugar preeminente en su creación cultural merece ser recordada. Y, desde la perspectiva de quienes, a miles de años de distancia la valoramos, merece ser cuestionada, con el objetivo de saber si aporta algo a escala universal, más allá de la historia, de la distancia del tiempo y del espacio. Sin dudad los dos grandes héroes del Oriente Antiguo, antes de que Aquiles o Ulises aparezcan, son Sinhué, por una parte, y Gilgamesh por otra. Y, sin embargo, aunque ambos sean arquetipos y modelos, tienen marcadas diferencias que, a modo de conclusión, podríamos valorar.
Sinuhé es un hombre francamente apegado a la realidad y, si nos nos permite la expresión, dotado antes que nada de sensatez y pragmatismo. Su (momentánea) desgracia y sus peripecias son el resultado de su debilidad, el miedo y pánico irracional que lo resuelve, de forma francamente primaria, con la huida. Bien es verdad que afronta su situación con ingenio y con indudable valor. Pero no es menos cierto que el único momento plenamente épico de la Historia de Sinuhé es el combate con el jefe rival sirio. Fuera de este episodio, la resolución de su destino, su felicidad, el desenlace venturoso que anhela, lo espera, lo reciba y lo recibe del soberano, el rey que compite con nuestro personaje en protagonismo y que, de alguna manera, es el auténtico héroe de la historia. La devoción y confianza en el soberano y en su favor llena de optimismo y de futuro (inmortal) la trama final de la Historia de Sinuhé.
En cambio en Gilgalmesh nos encontramos un perfil muy diferente. Es un hombre sin medidas, excesivo en todas sus facetas, en su fuerza física, en su valor, en el amor, en la amistad y en el odio. Es un rebelde permanente, incluso frente a los dioses. Está dispuesto a batirse con todos, con el hombre salvaje, con el dragón, con los dioses si es preciso, por lograr lo inalcanzable, la inmortalidad. Abandona todo lo que tiene y marcha literalmente hasta el fin del mundo para hacer realidad sus sueños. El aliento épico, el sentimiento heroico, desborda en la figura de Gilgamesh, incluso en la tragedia que lo acosa una y otra vez, y que nos lo presentan como el más claro precursor de los eternos modelos humanos de la dramaturgia y la épica griega.
La confianza, el abandono y la tranquilidad con que Sinuhé acaba afrontando su destino, el inevitable destino humano de la muerte, contrastan con la angustia, la rebeldía, la desesperanza resignada que finalmente asume Gilgamesh. Podemos disfrutar más o menos de las historias de estos héroes del pasado, podemos compartir en mayor o menor grado sus ideales, sus éxitos o fracasos. Pero al hacerlo nosotros, hombres del siglo XXI, proyectamos nuestras propias esperanzas, miedos, y dudas. Y este es el valor que hace que la Epopeya de Gilgamesh, o la Historia de Sinuhé sean aún hoy día obras dignas de ser leídas, de un alcance y valor que traspasa las fronteras del espacio y del tiempo, y que mientras la condición humana siga siendo lo que es, permanezcan, del alguna manera, universales.