IV
En la época en que se difunde la leyenda de Santa Tecla, desde mediados del s. II, las actitudes respecto a la sexualidad y el matrimonio, y también la posición de la mujer dentro de la iglesia cristiana estaban en vivaces controversias. De un lado está el tema de que los individuos tengan libertad para disponer de su cuerpo y, frente a las posibles presiones sociales, decidan conservar su virginidad y no consumar un matrimonio impuesto. Del otro la valoración de esa abstinencia sexual y el apartamiento de las obligaciones políticas en relación con su fe. Son las mujeres, en este terreno, las que ofrecen ejemplos más significativos de las nuevas posturas. Conviene, de todos modos, subrayar que tales actitudes no son una novedad del cristianismo, sino que coinciden con tendencias de la sociedad helénica tardía, por diversas causas.
No voy a entrar aquí en ellas ni tampoco expondré un panorama de esta época, muy compleja y muy inquieta. Recomiendo a quienes se interesen por ella los libros de Aline Rouselle, Porneia. Del dominio del cuerpo a la privación sensorial, trad. esp.ª, Barcelona, 1989, Peter Brown, The Body and Society. Men, Women, andSexual Renunciation in Early Christianity, Columbia Univ. Press, Nueva York, 1988, Clementina Mazzucco, «E fu fatta maschio». La donna nel cristianesimo primitivo, Turín, 1989, y el artículo de Lellia Cracco Ruggini, «La donna e il sacro, tra paganesimo e cristianesimo» (publicado en Atti del II conv. naz. di studi su La Donna nel Mondo Antico, Turín 1990, pp. 243-275, que en sus notas reúne una espléndida bibliografía sobre todos estos temas.)
Es cierto que en el cristianismo (por ejemplo en la herejía montanista) y en algunas sectas gnósticas todas esas posturas en torno a la sexualidad y la virginidad se extreman, pero ya en los círculos paganos de la época, como bien señala A. Rousselle, se dejan notar esas tendencias, como resultado de un complejo y largo proceso de liberación del individuo, y sobre todo de la mujer. También la insistencia en las novelas de la defensa de la castidad y la libertad de elección individual es sintomática.
Sin entrar ahora en análisis históricos concretos, ni perseguir los excesos de las desviaciones heréticas, anotemos que el énfasis en la abstinencia sexual, en la virginidad, en el ascetismo corporal, va unido a una valoración del individuo que decide su actitud y los usos de su cuerpo, al margen de las presiones políticas y familiares. El énfasis en la virginidad coincide con él lento desgarramiento de la polis y con el aislamiento buscado por muchos. Es no sólo la época de las novelas, sino también la de extraños proselitismos religiosos, y la de los comienzos de] monaquismo y los ideales anacoretas. Esa rebelión contra la polis y la familia viene de mucho antes, pero los síntomas del rechazo se acentúan desde mediados del siglo II. La aparición del monaquismo cristiano es un síntoma claro, pero refleja tendencias latentes desde hacía largo tiempo.
Más que el aprecio por la doncellez, defendida de los múltiples asedios del mundo, un rasgo que ya encontrábamos en las novelas y que también se reviste de halo religioso en la de Heliodoro, nos gustaría destacar, con el ejemplo de Tecla, la liberación femenina de la presión familiar hacia un matrimonio decidido por los padres (y singularmente por la madre, que es quien vela por la pureza de la hija y por su buena reputación. Tanto en el caso de Tecla, como en el de Leucipa.)
Si Leucipa y Clitofonte (y otros jóvenes románticos) rechazaban una boda que no se basaba en el amor y la propia elección, en el caso de Tecla se avanza más. Porque ella no sólo rechaza un matrimonio ya pactado, sino la misma institución del matrimonio. Convertida por las palabras de Pablo, decide consagrar su virginidad a Dios; acto no sólo de rebeldía, sino de testimonio revolucionario. (Tanto los Acta como la Vida son bastante cautos, para no incurrir en herejía o en una postura extrema inconveniente. El apóstol no proclama la castidad como un camino único, nise opone a la institución matrimonial, sino que tan sólo advierte de la mayor santidad de ese camino hacia la salvación.)
Hay en esa Vida de Santa Tecla y ya en los Hechos de Pablo y Tecla muchos motivos románticos, paralelos a los de las novelas contemporáneas. (Las de Aquiles Tacio, y Heliodoro, y otras perdidas.) Como la joven que asomada a su ventana escucha los requiebros de su amado, escucha Tecla a Pablo. Como una heroína queda totalmente prendida en las redes del amor, no por un flechazo visual, sino al oírlo. (Una curiosa variación del tópico, como señala R. Sóder.) Una vez conquistada, la muchacha está dispuesta a seguir a Pablo adonde sea y como sea. «Te seguiré por donde tú vayas», dice en los Acta, con una expresión de cumplida entrega. Lo mismo que Melita ha sobornado a los carceleros para encontrarse con Clitofonte en el calabozo, Tecla ha vendido sus joyas y se ha fugado de su casa para pasar la noche junto a su amado. Más tarde defiende su doncellez con la misma obstinación que las heroínas novelescas, que también sufren procesos, enterramientos, asedios de fieras, y que a veces se salvan gracias a un milagro divino (de Isis o Helios.)
Reconozcamos, sin embargo, que hay una cierta elevación en los motivos: el amor de Tecla por Pablo es puro y trasciende al plano religioso, sus milagros son más espectaculares, y, al final, ella misma se transfigura en una santa taumaturga de inmenso prestigio, y acaba sola y soberana en la santa colina.
Hay en los Acta un curioso añadido, un episodio final, que da una variante acerca de la desaparición de la santa. Un nuevo milagro sobre el motivo del acoso sexual. Es el último intento de violación de la doncella, aunque un tanto tardío, puesto que la venerable Tecla anda ya por los noventa años. (Tenía dieciocho a su llegada y ha pasado a setenta y dos en su retiro en el santuario.)
El caso es que los médicos de Seleucia se habían quedado sin clientes, por culpa de tantas curaciones milagrosas como lograba la santa. Pensando que era por la protección de Artemis (la diosa protectora de la virginidad), los médicos contrataron a unos sicarios para que violaran a Tecla, creyendo que, con tal mancilla, no lograría conservar el apoyo divino.
Penetraron los malvados en su austera cueva y rodearon a la vetusta doncella amenazándole con una brutal y pronta desfloración. Tecla alza su plegaria a Dios, recordando sus anteriores martirios y milagros, y oye la voz divina que promete su apoyo. Se abre una de las paredes de piedra y por la grieta penetra la santa, en medio del asombro de sus fracasados violadores. Sólo un trozo de su velo queda atrapado en la piedra como reliquia de su paso. Ya no la volvieron a ver en carne y hueso.
Un texto latino algo posterior nos cuenta algo más. Una vez bajo tierra, la peregrina Tecla tomó el rumbo de Roma, y, por debajo de tierras y mares, llegó a la ciudad imperial, donde sabía que había estado Pablo. No pudo, sin embargo, encontrarlo, porque el maestro había muerto hacía muchos años. Como un último gesto amoroso, Tecla quiso ser enterrada en la cercanía de su tumba. (Lo que explica que en Roma se conserven sus reliquias.)
Este final, que no ha recogido el monje de nuestra Vida, es estupendo. No sólo porque acredita de gran viajera subterránea transmarina a la santa, sino porque confirma su perenne amor a quien la conquistó tres cuartos de siglo antes en su casa de lconio. Como la bella Leucipa, la hermosa Tecla salió de su casa escapando junto al hombre que la había seducido, y por el amplio y cruel escenario del mundo se vio asediada y perseguida. Ambas doncellas consiguieron salvar su honra. Sin duda, la cristiana tenía una obstinación mejor fundamentada, que la llevó a una nueva vida espiritual y también social, convertida en evangelista de la fe cristiana, con unos poderes excepcionales, como el de bautizar, predicar, profetizar y curar enfermos incurables. El amor cristiano resulta, pues, desde esta perspectiva hagiográfica, más provechoso que el pagano. Desemboca además en una acción social más amplia: mientras los amantes tras el final feliz vuelven egoístamente a su hogar y su felicidad privada, el amor cristiano tiene una nueva esperanza y se abre a la caridad.