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Viernes, 19 de abril de 2024
Jornadas sobre la antiguedad
Ser griego

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"CUATRO MIRADAS SOBRE CRETA EN LA ANTIGÜEDAD”
Elena Torregaray Pagola - UPV/EHU

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1. Creta y la mitología

El imaginario más conocido en torno a la isla de Creta en la Antigüedad está fuertemente ligado a algunos de los principales mitos de la religión griega recogidos desde el período arcaico. Por eso, se trata de una isla especialmente simbólica desde el punto de vista de la mitología clásica (Virgilio, Eneida 3.104-106). No debemos olvidar que estamos hablando del lugar donde nace Zeus, nada menos que el padre de los dioses, en una cueva del monte Ida en la que se ha refugiado su madre Rea para protegerlo de la ira de su padre, Cronos. Es también la isla en la que el dios vive su etapa de formación rodeado de personajes mitológicos tan conocidos como las ninfas y los curetes. La difusión de estas leyendas contribuirá a dotar a la isla de un cierto carácter de lugar iniciático, ya que entre sus montañas tenían su origen algunos de los mitos más conocidos de la cultura griega. Por todo ello, Creta se convirtió en un lugar altamente simbólico en el espacio heleno desde época temprana, ostentando una posición privilegiada en el mundo representativo del Mediterráneo oriental, posición que fue cediendo progresivamente según se consumaron distintas fases históricas en las que otras islas, fundamentalmente Sicilia, fueron sustituyéndola como lugar privilegiado para el emplazamiento de mitos y leyendas.

La isla es también el escenario de los amores de Zeus, metamorfoseado en toro, con Europa, que tendrán como consecuencia el nacimiento de Minos, el legendario rey de Creta, y que dará origen al otro gran mito ligado a la isla como es el del Minotauro (Apolodoro, Biblioteca 3.1.3-4), el monstruo engendrado por la esposa de Minos, Pasifae, a partir del magnífico toro enviado por Poseidón como regalo a petición del rey, cuya impiedad será la causa del enfado de los dioses que desencadenará la tragedia. El Minotauro es, sin duda, el mito más identificativo de Creta, debido, sobre todo, al lugar que Minos ordenó crear para encerrar a la maravillosa y peligrosa criatura, el famoso Laberinto que estaría en Cnosos, y que, según los narraciones clásicas, debía situarse en el palacio construido por Dédalo, el famoso arquitecto. El laberinto, por su propia naturaleza, fue ideado para guardar al Minotauro y ser inexpugnable, pero, al mismo tiempo, de forma simbólica, debía representar el poder y la hegemonía de la isla en el Mediterráneo, determinados tanto por su posición geoestratégica, como por su importancia política y económica durante el período preclásico. La incursión de Teseo, representante de Atenas, derrotando al Minotauro y destrozando la inexpugnabilidad del laberinto vendría a acreditar la superioridad del poder ateniense que habría acabado así, en alguna época histórica, con el control minoico al que hubo de someterse la ciudad del Ática. Esta doble dimensión del relato, mítica e histórica al mismo tiempo, es la que confería a la leyenda su particular interés y convertía a la isla de Creta en un lugar que reunía algunas de las particularidades más destacadas de la identidad cultural griega, como es su capacidad de entreverar mito e historia para explicar y poner en valor su pasado.

Además, la tragedia que había dado origen a la necesidad de construcción del laberinto, alcanzó a su arquitecto, Dédalo y a su hijo Ícaro, quienes encerrados en la estructura por Minos como castigo a lo que el rey interpretaba como un fracaso, protagonizaron una ingeniosa huida de la isla, mediante un vuelo con unas alas fabricadas por Dédalo y ensambladas con cera que provocaron la muerte de Ícaro, al acercarse este demasiado al sol y derretirse la cera que mantenía pegadas las alas. El hermosísimo simbolismo del mito de Ícaro ha acompañado también este imaginario cretense, en el que se unen leyenda y tragedia de forma poética.

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2. Creta y la arqueología

Gran parte del impulso de la arqueología clásica del siglo XIX estuvo dedicado a tratar de certificar, a través de grandes descubrimientos arqueológicos, la veracidad de hechos, lugares y personajes que se conocían a través de la historiografía y la literatura greco-latinas. De la misma manera que la Biblia puede considerarse también como una fuente de inspiración para numerosas empresas arqueológicas de siglos pasados que se empeñaban en buscar pruebas de que los sucesos relatados a lo largo de los textos que conforman este libro sagrado se correspondían con una realidad histórica, otras campañas trataron igualmente de conferir cierta historicidad a los relatos más conocidos de la mitología clásica. El caso más conocido es seguramente el del arqueólogo alemán H. Schliemann y su búsqueda de las míticas ciudades de Troya y Micenas, en las que quiso reconciliar los sucesos conocidos a partir de las narraciones homéricas, la Ilíada principalmente, con la arqueología.

Creta, ligada desde la Antigüedad al mito del Minotauro y el laberinto no escapó a ese impulso de ratificación de la historia a través del mito. En el caso de la isla mediterránea, fue Arthur Evans quien, a partir de 1900 se encargó del trabajo arqueológico y resultó casi inevitable que el evento se centrara en la figura de Minos, la más representativa de la historia cretense, así como en la búsqueda del célebre laberinto. Por eso, las excavaciones de la isla de Creta y el descubrimiento del palacio de Cnosos remitieron inmediatamente al palacio del antiguo rey, cuya existencia se conocía gracias a los textos literarios e historiográficos, relacionados a su vez con el mito del Minotauro. De hecho, la reconstrucción realizada sobre el palacio se basó, en gran medida, en dicha experiencia, por lo que, en cierta manera, las excavaciones de Arthur Evans, dieron lugar a lo que podríamos denominar como “un gran parte temático” sobre la civilización minoica, cuya existencia dura hasta la actualidad. Pero, en realidad, fue el arqueólogo inglés, quien contribuyó mayormente a forjar la imagen de un Minos histórico, señor del Egeo y conquistador de Grecia, todo lo cual fue desmentido posteriormente por los descubrimientos arqueológicos realizados en la propia isla a partir de los años 20, que tomaron como base histórica no tanto la leyenda del Minotauro como las célebres palabras de Tucídides en su obra histórica en las que hablaba de una “talasocracia” cretense (Historia de la guerra del Peloponeso 1.4).

Esta hipótesis, la de la posible existencia de una talasocracia cretense, unida a los datos que la arqueología ha ido proporcionando a lo largo del siglo XX, en el que han quedado al descubierto diversas estructuras palaciales en diferentes puntos de la isla, con una organización similar al palacio excavado por A. Evans, han llevado a la conclusión, a gran parte de los historiadores modernos, de que el poder marítimo de Creta del que hablaba Tucídides en el siglo V a.C. debía sustentarse en esta red de palacios y que es este sistema el que se correspondería históricamente con lo apuntado sobre la hegemonía cretense en el Mediterráneo en una época preclásica, que a su vez, estaría relacionado con el período minoico. El historiador griego fue, por lo tanto, el creador de un “mito” historiográfico, en el que se afirmaba que los minoicos habrían sido los primeros en tener un imperio marítimo en el Mediterráneo asegurando el Egeo contra los piratas y tomando el control de las Cícladas (Tucídides 1.9), fundando establecimientos cuyo poder quedó reflejado en la memoria ateniense a través de la leyenda del Minotauro, el tributo de catorce jóvenes que Atenas debía pagar cada año. Sin embargo, también es cierto que los rasgos cretenses que nos proporciona la obra de Tucídides son bastante anacrónicos y parecen más propios de una Creta inventada que de una Creta real.

Esta representación de la talasocracia cretense se ha beneficiado, además, de la falta de testimonios arqueológicos de amurallamientos en torno a las estructuras palaciales encontradas y, sobre todo, de la escasez de noticias sobre invasiones organizadas por parte de los habitantes de Creta, por lo que se ha construido una cierta imagen idílica del mundo minoico, ligado a una talasocracia comercial, no especialmente agresiva, que habría gobernado políticamente la isla durante un tiempo poco convulso desde el punto de vista histórico, entre los siglos XV-XVII a.C. Se elabora así una representación ideal de la talasocracia cretense, basada en una sociedad minoica pacífica por contraposición al mundo griego continental, liderado por la ciudad de Micenas, un mundo mucho más agresivo y violento. Esta elaboración historiográfica de una Creta idílica se vio reforzada, además, porque a partir del siglo IV a.C., la filosofía política griega convirtió a la isla en un lugar donde podían florecer las constituciones políticas más exitosas y comenzó a percibirse como el escenario perfecto de la politeia ideal. En cierta manera, se asoció el perfil de la isla con el mito de la Atlántida, una de las representaciones más conocidas de una sociedad y una constitución ideales. Y, al igual que había sucedido con los mitos clásicos, la búsqueda de la Atlándida real y la polémica sobre su posible existencia y destrucción alcanzaron también a la isla de Creta, que fue sugerida como emplazamiento del irreal continente, hasta tal punto que, en alguna ocasión, se ha intentado asociar la desaparición de la civilización minoica con la caída de la Atlántida, como si esta se tratara de la narración legendaria de una realidad histórica.

Esta teoría tomó fuerza a partir de 1938 cuando el arqueólogo griego S. Marinatos lanzó la propuesta de que el fin de la civilización cretense fue provocado por la explosiva erupción del volcán de la isla de Thera, hoy en día Santorini. Esta hipótesis fue apoyada posteriormente, en los años 60, por el sismólogo A. Galanopoulos, quien trató de poner en relación los textos de Platón con las evidencias geológicas. Según estas, a mediados del siglo XVII a.C. tuvo lugar una erupción volcánica que provocó la pérdida de gran parte de la superficie de la isla, así como un maremoto en el Mediterráneo oriental, que, supuestamente, habría tenido como consecuencia la desaparición del emporio minoico. Hay que señalar que los historiadores de la Antigüedad han visto siempre con gran recelo estas aproximaciones, sin embargo, se trata de ideas que han alcanzado una gran popularidad debido al eco que han recibido siempre por parte de los medios de comunicación de masas, ayudados por la colaboración de célebres personajes mediáticos como J. Cousteau, quien también puso su no menos famoso barco a buscar los restos de la Atlántida en el espacio geográfico ocupado por la civilización minoica.

Pero lo cierto es que lo que sabemos sobre Creta desde el punto de vista arqueológico es que en el siglo XV a.C. aparece una fase arqueológica de destrucción, por terremotos o tsunamis, que coincide en el tiempo con la desaparición de la civilización minoica de la que, quizás, los griegos habrían guardado un recuerdo mítico que les permitía especular con ciertos pasajes de su historia y con sus construcciones políticas idealizadas. Sin embargo, hoy en día se buscan explicaciones más complejas al fin del período minoico basadas en guerras civiles y posibles invasiones externas.

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3. Creta y la filosofía política

Desde el punto de vista del imaginario geográfico antiguo, el hecho de que Creta fuera una isla la convertía en un espacio peculiar en cuanto a la percepción espacial griega, que, desde época arcaica, oponía insularidad a continentalidad. La isla se convertía así en un espacio con una carga simbólica propia, que constaba de diversas acepciones, tales como ser el ombligo del mundo, un escudo o incluso una copa, pero, sobre todo representaba una unidad geográfica, rodeada por un mar protector, frente al continente, que funcionaba bajo la amenaza de la presión constante sobre las fronteras terrestres. La presencia continuada de un enemigo ad portas, provocaría la formación de una sociedad más agresiva que la insular, protegida por el mar y más concentrada en sí misma. Esta unidad, que puede ser de corte político, social o religioso, supone, en última instancia, la posibilidad de una soberanía plena, de la independencia protegida por una posición geográfica privilegiada representada por un círculo. En ese sentido, la insularidad favorecía el desarrollo de la libertad frente a la continentalidad, que implicaría el riesgo de la esclavitud por la debilidad de las fronteras. Desde la época arcaica, según S. Villatte, los griegos van a asumir esta idea de la isla como esquema circular, de tal manera que a lo largo de su historia, la insularidad, como concepto abstracto representaría la libertad frente a la amenaza del continente. Se trataría, por lo tanto, de un espacio en el que la frontera marítima permitiría sostener mejor que en ningún otro lugar los ideales de la polis, de la ciudad. En ese sentido, podemos decir que Creta, ofrecería una unidad casi perfecta, puesto que es una isla cercada por el mar y centrada por la montaña.

Esta insularidad permitió también que desde el siglo IV a.C., Creta fuera considerada el escenario perfecto para el desarrollo de una politeia, una constitución ideal. Pese a que después del período minoico, Creta, desde el punto de vista político, vivió desde la periferia los grandes acontecimientos de la historia griega clásica, la filosofía política representada por Platón, Aristóteles o Éforo no tuvieron inconveniente en alabar las constituciones de las ciudades cretenses, en razón del parecido de estas con la de Esparta, convertida en este momento en modélica. Asumida además la cercanía entre Creta y Esparta por sus comunes antecesores dorios, Platón examina positivamente el sistema educativo y las comidas colectivas en los regímenes políticos de la isla, mientras que Aristóteles hace hincapié en la insularidad como un elemento que favorece a una Creta que no debe preocuparse de sofocar las revueltas de los periecos, aunque el filósofo considere superior la constitución espartana gracias a la intervención de Licurgo.

De esta forma, a fines de la época clásica, se constituirá un ideal político en torno a la politeia cretense que se basará en cuatro pilares fundamentales: la ya mencionada pretendida relación entre los sistemas políticos de Esparta y Creta; la antigüedad de la constitución política cretense; el papel de Minos como legislador; y, por último, la racionalidad de la organización de la polis cretense. Todo ello contribuyó a cimentar el mito de una sociedad cretense, si no tan idílica como la del período minoico, por lo menos equilibrada y capaz de convertirse en modélica para organizaciones similares en el continente.

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4. Creta y los cretenses en la historia antigua

Y, sin embargo, a pesar de todo lo que he señalado anteriormente, que podría hacer pensar que la isla de Creta y sus habitantes ocuparían un lugar privilegiado en el imaginario colectivo del mundo antiguo, lo cierto es que los cretenses son un pueblo que gozó de una pésima reputación, tal y como lo reflejan la literatura y la historia griegas desde la época clásica, juicio negativo que se extendió también entre los autores del periodo romano. Las razones de este desprecio hay que buscarlas en motivos diversos, que fueron tanto de orden político, como socio-cultural e incluso económico. Pero, en general, la historiografía actual suele considerar que la falta de opiniones positivas sobre los cretenses en la Antigüedad tiene que ver, en realidad, con las motivaciones económicas y la lucha por la supremacía comercial y la supervivencia en esa parte del Mediterráneo. Es decir, los cretenses no dejaban de ser un competidor más entre los muchos aspirantes al control de las rutas comerciales y económicas del Oriente mediterráneo, lo que les convertía en un blanco perfecto para todo tipo de críticas, más o menos ajustadas a la realidad. Paradójicamente, la insularidad, que era considerada como idealmente superior por la cultura griega, les confería en la realidad una gran vulnerabilidad en esta lucha, ya que limitaba sus posibilidades de crecimiento demográfico, los condicionaba en su desarrollo y los reducía a un marco estricto donde su importancia, aunque significativa, no les permitía competir al mismo ritmo que otras potencias en liza.

En realidad, las cuestiones que perjudicaron la imagen de los cretenses en el mundo clásico tienen su origen, básicamente, en el hecho conocido e incontestable de que Teseo es uno de de los principales, si no el mayor, héroe de la ciudad de Atenas, impulsor del imperio marítimo ligado a la ciudad y, sobre todo, vencedor del Minotauro, el monstruo del rey Minos, cuya historia mítica recordaba la posibilidad histórica de la existencia de un tributo y de un período de sometimiento de Atenas a Creta (Plutarco, Vida de Teseo). Dado que Teseo es convertido en el héroe nacional ateniense en época clásica, enfrentado su mito al del dorio Herakles, sus representaciones y su iconografía se multiplican en todos los lugares de la ciudad, e incluso fuera de ella, tal y como se ve en las metopas del Tesoro de Atenas de Delfos. Teseo es sobre todo un héroe fundador, en primer lugar, de la ciudad como tal, ya que tradicionalmente se le asigna a él una papel destacado en la construcción y el embellecimiento de la ciudad; pero también es el iniciador de su imperio económico y, por último, como responsable del sinecismo que unió a diferentes núcleos de población del Ática en torno a la ciudad de Atenas es, al mismo tiempo, el impulsor de su constitución política. Su representatividad se extendió más allá de la ciudad, puesto que es considerado por muchos autores como el héroe panhelénico por excelencia. Por lo tanto, casi, de forma inevitable, podemos afirmar que al encarnar la mayor parte de las virtudes nacionales de Atenas, Teseo ensombreció necesariamente la imagen de sus enemigos y rivales, en este caso, los cretenses representados por Minos y el Minotauro, a quienes había derrotado contribuyendo a cimentar la imagen de la superioridad ateniense, principalmente, sobre las ruinas de la talasocracia cretense. No sin razón, Plutarco señala lo incómodo que puede ser atraer el odio de una ciudad que “sabe hablar” y que usa todas las artes de su poderosa y prodigiosa habilidad oratoria para establecer su superioridad sobre el resto de sus competidores (Vida de Teseo).

Pero, la “leyenda negra” cretense no se cimentó únicamente sobre el mito del monstruo, existían también factores históricos que provocaban el recelo tanto de los atenienses como de otros griegos hacia los isleños y el principal de ellos estaba en la dedicación histórica de los habitantes de Creta a la piratería. Como consecuencia de ello, los cretenses fueron considerados de manera habitual como mentirosos y traidores. Las razones de la importancia de la piratería en la isla han merecido todo tipo de explicaciones históricas, pero básicamente se reducen a dos, de tipo económico, ya que la región era pobre y montañosa; y de tipo político. Entre estas últimas destaca una inestabilidad endémica que habría afectado a la isla después del período unificador de Minos. Probablemente, en opinión de diversos historiadores, la falta de un poder centralizado y de una forma coordinada de ejercer el poder y la soberanía, llevaron a que sus habitantes fueran identificados con actividades piráticas muy extendidas por la zona y no exclusivamente practicadas por ellos. Además, la compartimentación del territorio en múltiples poleis, casi 100 según las fuentes clásicas, fomentó la inestabilidad antes citada. De entre todas estas ciudades destacaban notablemente Cnosos, Gortyna y Cydonia, las cuales mantenían una rivalidad permanente que fue desembocando en una guerra civil, la cual terminó convirtiéndose en endémica. Todo ello habría favorecido, según Ormerod, la dedicación de los cretenses a la piratería, de la que tenemos menciones ya desde Homero (Iliada 645-642) y de la que también conservamos testimonios epigráficos de época clásica, ya que en algunas inscripciones de Atenas se detallan los cobros de los rescates que Creta pedía para devolver a los cautivos. El problema continuó en época helenística, ya que igualmente tenemos constancia de que el propio Alejandro Magno llegó a enviar una misión para acabar, sin éxito, con la piratería cretense. Además, también en estos años, las diversas potencias en liza en el Mediterráneo empezaron a acechar la isla, principalmente Egipto y Macedonia. A ellas, en el siglo III a.C., se les unió Roma que había irrumpido con fuerza en la zona. La suma de la inestabilidad interna, que provocaba continuos enfrentamientos civiles, con la presión ejercida desde el exterior por todas estas potencias mediterráneas en liza impactaron en el frágil equilibrio político y socio-económico de la isla que se vio envuelta en nuevas oleadas de la piratería que afectaba a la zona. En el siglo I a.C., Roma armó diferentes expediciones con el objetivo de acabar con los piratas y controlar la isla, lo cual finalmente consiguió convirtiéndola al fin en provincia romana.

Suele considerarse también que el hecho de no contar con un poder político fuerte y coordinado, así como el hecho de vivir en un estado de guerra prácticamente permanente favoreció que junto a la piratería, los habitantes de la isla desarrollaran otra actividad que exige también cierto entrenamiento bélico, como es el mercenariado. Los jóvenes cretenses se entrenaban en la guerra desde muy temprana edad y, por ello, disponían también del armamento necesario. Debido a esto, no puede resultar sorprendente que desde el siglo IV a.C., los cretenses fueran enrolados sistemáticamente como mercenarios, ya que destacaban como excelentes arqueros (Tucídides 6.25; 6.49; Jenofonte, Anabasis 1.2.9; 3.3.7). Eran también famosos por su habilidad en las emboscadas, asaltos y ataques nocturnos. Es por esto que encontramos que los arqueros cretenses sirvieron en la mayor parte de los ejércitos helenísticos, tanto en el Oeste con los cartagineses como en el Este, con los Seleúcidas. Jenofonte, además, describe una de sus más célebres acciones, al derrotar a los persas. Además, con la llegada de los romanos, pasaron también a engrosar las filas de los soldados auxiliares (Tito Livio 38.21). Por todo ello, es posible que al igual que sucedía con la piratería, la pobreza de la zona favoreciera que el mercenariado se considerara como una forma legítima de ganarse la vida, pero la falta de un ejército reglado al uso acrecentó su fama de hombres sin honor cuya lealtad podía venderse al mejor postor.

La combinación de todos estos elementos, la derrota de la talasocracia cretense representada por el mito del Minotauro, la piratería endémica y el recurso al mercenariado contribuyeron a la construcción de una imagen negativa de los cretenses más en la literatura que en la historiografía clásica. Es, sobre todo en el teatro griego en la que aparece con mayor asiduidad la imagen del cretense artero, astuto y malvado, donde los originarios de la isla suelen representar caracteres poco afortunados. Los cretenses fueron especialmente humillados y ultrajados en los espectáculos teatrales representados en Atenas, seguramente, por la ya mencionada competencia con la figura heroica de Teseo. Pero fue sin duda gracias a estas obras que se extendió por el Mediterráneo su fama de deshonestidad y avaricia, su querencia por el dinero.

Los historiadores, por su parte, también colaboraron en la adquisición de esta mala reputación a lo largo de sus relatos. Ya en el siglo VI a.C., en la primera obra histórica de envergadura que conocemos, las Historias de Heródoto, el de Halicarnaso les atribuye el hecho de haber propiciado el rapto de mujeres asiáticas y les adjudica así un comportamiento poco ejemplar. Posteriormente, en el siglo II a.C., otro historiador, Polibio (Historias, 6.46), hablando de los cretenses de su época, afirma que les gustaba el oro y que estaban orgullosos de que así fuera, ya que formaba parte de su identidad como comunidad. En cierta manera el megapolitano quería explicar que los cretenses no consideraban ninguna forma de ganar dinero como ilegítima y que ello, de alguna manera, les había conducido a la corrupción. En otros pasajes de su obra se reafirma en su juicio sobre las costumbres cretenses (8.18; 23.15; 4.8), aunque alaba su capacidad militar como superior en emboscadas, en la guerra sorpresiva y en los ataques nocturnos, una forma de caracterizarlos negativamente como lo opuesto al soldado ejemplar, que sigue el orden de batalla, las órdenes del general y lucha sin traición a plena luz del día. Añade también que no hay pueblo con costumbres tan corrompidas como las de los cretenses, por lo que sus actuaciones públicas son también injustas.

La historiografía griega fue la que más insistió siempre en la falta de honestidad de los cretenses hasta el punto de que el nombre de cretense llegó a convertirse en sinónimo de mentiroso y, además, de traidor. Diodoro de Sicilia, en el siglo I d.C. relata a este respecto una anécdota que no hace sino abundar en esta idea. En ella se pone en escena la conversación en la que un cretense ofrece su ayuda, en realidad su traición, a Julio César con estas palabras: “Si con mi ayuda logras vencer a tus enemigos, qué obtendré yo a cambio? César le respondió: Te convertiré en ciudadano de Roma y estaré en deuda contigo, obtendrás mi favor. Al oírle, el cretense estalló en risotadas y le dijo: Un derecho político no significada nada para los cretenses, nosotros no tenemos en cuenta más que la ganancia, nosotros no lanzamos flechas ni trabajamos en la tierra y el mar si no es por el dinero. En cuanto a los derechos políticos, dádselos a quienes luchan por ellos y a quienes compran esas chucherías al precio de su sangre. El cónsul se echó a reír a su vez y dijo a aquel hombre: Bien si tenemos éxito en nuestra empresa, te daré 1000 dracmas como recompensa.”

Como vemos, la anécdota repasa explícitamente todos los clichés sobre los cretenses acumulados en la historiografía y literatura griegas desde hacía siglos, la dedicación al mercenariado en tanto que destacados arqueros, un oficio adquirido en una tierra montañosa y expuesta a continuas luchas internas; la inestabilidad política provocada por una guerra civil endémica que les hace despreciar todo lo relativo a la integración y las constituciones, manifestando en su expreso rechazo a un estatuto social considerado privilegiado como es el de la ciudadanía romana; y, por último, la avidez de dinero, que se pone de manifiesto como la motivación principal de las acciones de los cretenses. El resultado de todo ello no podía ser más que la construcción historiográfica y literaria de una representación, asociada inevitablemente a la perfidia, esto es a la falta de fides, de la confianza necesaria para considerarlos como un aliado digno o como un pueblo a la altura de quienes negocian con ellos, un pensamiento típico de la cultura clásica greco-romana. Esta imagen negativa largamente cultivada en el ámbito histórico-literario fue recogida prácticamente sin matices, también por la literatura cristiana, tal y como lo podemos comprobar en la lectura de la obra de Pablo de Tarso, quien, en su Epístola a Tito 1.12. señalaba que “Uno de cada dos de esta isla se hace un profeta: los cretenses son siempre mentirosos, son malas bestias a las que no les gusta más que comer y no hacer nada”. De este modo, en virtud de la transmisión constante de la cultura greco-latina se aseguró que la fama negativa de los cretenses permaneciera inalterada a lo largo de los siglos.

Por todo ello, podemos afirmar que la mirada sobre Creta en la Antigüedad no debería ser unívoca, sino plural, y debería tener en cuenta tanto las informaciones de los textos antiguos como las interpretaciones de los autores contemporáneos sobre la importancia histórica de la isla, por un lado, en el devenir del Mediterráneo oriental a través de los siglos y, por otro, en el ámbito cultural y filosófico del mundo grecorromano.



Bibliografía básica

R. y F. Etienne, La Grecia antigua. Arqueología de un descubrimiento, Madrid; Aguilar S.A. de Ediciones, 1992.

P. Faure, La vida cotidiana en la Creta minoica, Barcelona, 1984.

H. A. Ormerod, Piratería en la antigüedad: Un ensayo sobre historia del Mediterráneo

S. Vilatte, L’insularité dans la pensé grecque, Paris, Les Belles Lettres 1991.

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