Ciencia, ética y retórica
El marco de la comedia lo constituye el ambiente intelectual de la Atenas del s. V y las nuevas corrientes de pensamiento de la época, que desafiaban las creencias y las prácticas tradicionales de la sociedad griega. Las nubes refleja, en concreto, dos importantes desarrollos de la cultura en ese período, desarrollos donde los sofistas tuvieron un papel fundamental. Por un lado, está la especulación científica sobre el cosmos, que intentaba explicar racionalmente hechos que la tradición consideraba sobrenaturales. El rayo, el trueno, la lluvia o las cosechas, eran la consecuencia de fenómenos físicos, y no el acto caprichoso de un dios. Esto, que podría satisfacer a los intelectuales –una minoría, no lo olvidemos–, sin duda intranquilizaba al hombre de la calle, que se veía más desprotegido en un mundo que él creía gobernado por fuerzas sobrenaturales; además, el Estado mismo fomentaba su culto, y lo hacía en celebraciones en honor de los dioses de las que formaban parte algunos de los placeres mejores en la vida, como el canto, la danza, la comida o la bebida. El escepticismo que provocaban los nuevos pensadores ensombrecía también, pues, el lado lúdico de la vida, fuertemente vinculado a lo religioso en la cultura griega.
En definitiva, la crítica racionalista dejaba poco espacio para los antiguos dioses: éstos simplemente, o no existían, o, si se reconocía su existencia, se les desposeía de su autoridad; por otra parte, los relatos mitológicos no se podían comprobar racionalmente. La célebre frase de Protágoras sobre los dioses resume bien la actitud escéptica de esta corriente (fr. B 4): «Sobre los dioses no puedo tener la certeza de que existen ni de que no existen ni tampoco de cómo son en su forma externa. Ya que son muchos los factores que me lo impiden: la imprecisión del asunto así como la brevedad de la vida humana».
El nuevo modo de pensar afectaba también a la propia sociedad y sus instituciones, lo que explica que los pensadores de la época se ocuparan de cuestiones que hoy entrarían dentro del campo de la antropología, la prehistoria o la sociología.
Consideraban que los usos y costumbres de una sociedad no eran una parte original y necesaria de la naturaleza humana sino meras convenciones que, como tal, no estaban sujetas a un orden inmutable de cosas. Se trata de la conocida antítesis naturaleza-convención (physis-nomos) que fue clave en el pensamiento griego de los siglos V y IV, y que implica a la mayoría de las cuestiones debatidas en esa época: los dioses, ¿existen por naturaleza o son invenciones humanas?; las ideas de ley y de justicia, ¿son de origen natural o un mero artificio?; y la esclavitud y la tiranía, ¿son hechos naturales y por ello inevitables, o no?
Las consecuencias que se derivan de primar la naturaleza frente a la convención tuvieron una incidencia importante sobre la retórica: en efecto, si la idea de lo que es justo y verdadero es convencional, eso significa que la Justicia y la Verdad son mi Justicia y mi Verdad. La célebre frase de Protágoras «El hombre es medida de todas las cosas» (fr. B 1), apunta en la misma dirección. El carácter provocador de la sofística reside precisamente en esta concepción relativista, que choca con la filosofía y la ética.
El segundo elemento cultural que está en el centro de la obraes el gran auge de las técnicas de persuasión en el s. V a. C. Para un griego de este período tener éxito significaba triunfar en el terreno forense y sobre todo en el de la política. El instrumento para lograrlo era el dominio de la palabra, la persuasión. Y los encargados de proporcionar ese arte fueron los sofistas. La suya fue una educación fundamentalmente retórica. Cuando, en el Protágoras, Sócrates pregunta al joven que quiere ser discípulo del sofista en qué consiste la profesión de éste, responde (312d 6-7): «[el sofista] es un entendido en el hacer hablar hábilmente».
El auge de la retórica en Atenas se debe en primer lugar a la existencia de un régimen democrático, que favorecía los debates públicos. Frente a las democracias modernas, representativas, la ateniense era una democracia plena, que se ejercía mediante la participación directa de los ciudadanos en las instituciones. Los grandes políticos tenían que ser buenos oradores, para atraerse los votos del pueblo en las asambleas, y, en general, cualquier ciudadano debía saber persuadir por medio de la palabra. La elocuencia judicial era también importante. No había abogados. Cada parte implicada tenía que llevar su propio caso y defenderlo ante un jurado popular, de forma que el éxito dependía en gran medida de la capacidad oratoria del individuo. Ésta es la elocuencia que Estrepsíades desea adquirir en Las nubes.
El carácter «aural» de la cultura griega en este período jugó también un papel importante en el desarrollo de la retórica. Los conocimientos y la información se transmitían fundamentalmente por medio de la palabra. Los libros en esa época tenían forma de rollo y estaban escritos con letras mayúsculas, sin separación de palabras ni acentos ni casi puntuación; tampoco había divisiones de versos y el cambio de interlocutor en el diálogo se anotaba muy parcamente. Esto significa que la lectura de un libro era una tarea complicada; por otro lado, la incomodidad del formato del rollo es obvia (tenía que irse desplegando con una mano y enrollándose con la otra a medida que se iba leyendo; al acabar, había que desenrollarlo de nuevo para que se pudiera leer por el principio). En realidad, hay que decir que el libro en esa época, más que un modo de acceder al texto, era un modo de conservarlo. Tampoco hay que olvidar que debía de haber pocos libros, ya que, además de lo que llevamos dicho, su elaboración era muy cara: las hojas, de papiro, se importaban de Egipto, y había que pagar a un copista para que escribiera a mano el texto. Además, muy poca gente sabía leer. Se ha calculado de modo aproximativo que en el período clásico en Atenas sólo el 10% de la población era capaz de entender y escribir un texto.
Tampoco había periódicos ni radio ni televisión, formas de publicidad modernas que los políticos de hoy sí tienen. Sólo existía la palabra.