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Domingo, 22 de diciembre de 2024
Jornadas sobre la antiguedad
LA VERDAD Y LA MENTIRA EN LA ANTIGUA GRECIA
Discurso y verdad: la persuasión en la comedia antigua

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La época

Atenas siglo V a. C. Al evocar este momento, nos viene enseguida a la imaginación una multitud de grandes nombres y obras geniales. En aquellas fechas, el llamado «siglo de Pericles», Atenas era la ciudad más poderosa de Grecia. Este momento brillante de la cultura griega comienza con la victoria de Grecia sobre Persia en las guerras médicas, una victoria en la que la flota ateniense había jugado un papel decisivo, y que Atenas supo aprovechar consolidando en los cincuenta años siguientes su imperio naval y su hegemonía dentro del mundo griego.
Además de estar a la cabeza de un imperio, Atenas representaba la democracia, y empleó sus recursos en la construcción de numerosos edificios públicos que daban esplendor a la ciudad y contribuían a exaltar el sentimiento patriótico de los atenienses. El más importante de todos ellos fue el Partenón, que se iba a convertir en el símbolo por antonomasia de la cultura griega, y que seguimos visitando en la actualidad. Fidias fue el encargado de supervisar las obras y el autor de la gigantesca estatua de Atenea, hecha de oro y marfil, que albergaba el templo dedicado a la diosa tutelar de la ciudad. El siglo V ateniense fue también la época de los tres grandes triunfadores de la tragedia griega –Esquilo, Sófocles y Eurípides–, y no es casualidad que las únicas tragedias que se han conservado completas sean precisamente de éstos tres; el caso de Aristófanes, el gran comediógrafo de la época, es el mismo. Ya lo hemos señalado.
Otros nombres que destacan en este período son los de los historiadores Heródoto y Tucídides. Sabemos que el primero, considerado ya por Cicerón «el padre de la historia», vivió un tiempo en Atenas (él era de Halicarnaso, en la Dóride), y Tucídides era ateniense. Podemos decir que si Heródoto es el creador de la historia como género literario, Tucídides es el primero que hace una historia crítica, que excluye a los dioses del curso de los acontecimientos. Tucídides intenta explicar los hechos desde una perspectiva racional y puramente humana, y, en este sentido, es un claro precursor del concepto moderno de historia.
En el terreno de la filosofía, nos encontramos con Sócrates, a quien conocemos sobre todo a través del testimonio de sus dos grandes discípulos, Platón y el historiador Jenofonte. Sócrates, aunque se le considera uno de los más grandes filósofos de la historia, no escribió jamás una sola línea. Recorría las calles de la ciudad conversando con los atenienses, a los que intentaba hacer reflexionar a través de preguntas, como, por ejemplo, «¿qué es el valor?», «¿qué es la justicia?», «¿es enseñable la virtud?». La incertidumbre (en griego aporía, literalmente «falta de salida») en que quedaba sumido su interlocutor ponía de manifiesto la ignorancia y la falta de convicción en las opiniones más comunes. De manera general podemos decir que con Sócrates la orientación de la filosofía cambió: si sus predecesores –los llamados presocráticos– se habían interesado sobre todo por el mundo y la naturaleza, Sócrates pasó a interesarse fundamentalmente por el hombre. Cicerón, otra vez, lo expresa de manera muy gráfica: «Con Sócrates la filosofía descendió del cielo a la tierra».
Finalmente, en la Atenas de la segunda mitad del s. V hallamos a los sofistas, como Protágoras, Gorgias o Pródico. Los sofistas son maestros itinerantes procedentes de diversas ciudades que a cambio de una remuneración enseñan a sus alumnos el arte de la retórica, es decir, la técnica de la persuasión. Su público lo constituyen generalmente jóvenes adinerados que ven en la retórica un instrumento para sus fines políticos. Los sofistas rompen con la tradición, proponen unos valores nuevos y una manera nueva de conseguir el éxito, a la que la verdad y la justicia no le importan. Ya hemos dicho que la denuncia de la nueva educación sofística constituye el tema central de Las nubes.
Además de maestros, los sofistas fueron también pensadores, aunque de sus célebres y diversos escritos sólo se nos han conservado unos pocos fragmentos, que no llenarían todos juntos más de veinte páginas. Sus múltiples intereses iban desde la ética y la política hasta la gramática, la crítica literaria, la teoría del lenguaje, las matemáticas, la historia, la filosofía o la pedagogía.
Para conocer a los sofistas, nuestro mejor guía es Platón, que no cesó nunca de presentarlos en su obra dialogando con Sócrates, naturalmente para que éste último refutara sus tesis. Platón nos ofrece una imagen llena de movimiento de la actividad de los sofistas, mezclándolos con la vida de la ciudad. El Protágoras, que toma su nombre del conocido sofista, constituye un buen ejemplo de lo que decimos. Leyéndolo nos hacemos una idea de la enseñanza de los sofistas y del entusiasmo que despertaba su presencia. El comienzo del diálogo es muy gráfico en relación a esto último. Merece la pena leerlo. Habla Sócrates (Protágoras 310 a-b):

En esta noche pasada, aún muy de madrugada, Hipócrates, el hijo de Apolodoro y hermano de Fasón, vino a aporrear con su bastón la puerta de mi casa a grandes golpes. Apenas alguien le hubo abierto entró directamente, apresurado, y me llamó a grandes voces:
—¿Sócrates, dijo, estás despierto, o duermes?
Al reconocer su voz, contesté:
—¿Hipócrates es el que está ahí? ¿Es que nos anuncias algún nuevo suceso?
—Nada, contestó, que no sea bueno.
—Puedes decirlo entonces. ¿Qué hay para que hayas venido a esta hora?
—Protágoras —dijo, colocándose a mi lado— está aquí.

El apresuramiento, la hora –madrugada–, los golpes en la puerta, incluso el escueto «Protágoras está aquí», reflejan la exaltación del muchacho ante la idea de oír al sofista. Éste, rodeado de discípulos y admiradores, está en casa del rico Calias. Son muchos. Y hay otros sofistas, cada uno con su propio círculo de oyentes. Lo mejor de la ciudad se junta en la casa para oír a los maestros.
Volveremos sobre ellos más tarde.
En fin, para establecer una perspectiva más justa del siglo de Pericles, es necesario recordar que Atenas y Esparta estuvieron enfrentadas en una larga guerra –la guerra del Peloponeso– que ocupó todo el último tercio del siglo (431-404), y que acabó con la derrota de Atenas. El historiador Tucídides narra el enfrentamiento en su obra. O también que en la democracia ateniense la participación en las instituciones estaba limitada sólo a los varones adultos nacidos de padre y madre atenienses, es decir, a un número reducido de personas. O cómo el florecimiento de la ciudad en todos los órdenes, incluido el desarrollo mismo del sistema democrático, fue posible al menos en parte gracias al tributo que las ciudades de la llamada Liga Délica entregaban a Atenas para asegurarse así su defensa frente a los persas. El fin de las guerras médicas no trajo para Grecia la desaparición del peligro persa, lo que llevó a muchas ciudades a agruparse bajo el liderazgo de Atenas en una nueva alianza defensiva contra aquél. Esta alianza es la Liga de Delos. El tesoro de la Liga –depositado originariamente en la isla de Delos– acabó siendo trasladado a Atenas, y los atenienses pudieron disponer de él libremente. La Liga fue en la práctica un arma esencial de la hegemonía ateniense.
En conclusión. Sin dejar de reconocer las aportaciones fundamentales de la época para la historia de la cultura griega, e incluso de la cultura occidental, tales aportaciones no nos descubren más que una de las caras de lo que fue la Atenas del siglo V, y esto es algo que conviene tener presente para no caer en idealizaciones del pasado que no se ajustan a los hechos.
Hemos querido dar una idea, con este pequeño recorrido, de la época en la que se enmarca la comedia de Aristófanes, y que constituye, por otro lado, la fuente de inspiración principal de su obra, de Las nubes, la comedia que vamos a tratar aquí, y en general de toda la producción que conservamos del autor: once comedias –como sabemos– de un total de algo más de cuarenta títulos. El período creativo de Aristófanes coincide básicamente con la guerra del Peloponeso. La primera de las obras que conservamos, Los acarnienses, es del 425, y la última, Pluto, del 388. Por lo que sabemos de la Comedia Antigua en su conjunto, hubo comedias de distintas clases: de tema mitológico, parodias de tragedias, de tipos de la vida cotidiana y, por último, comedias «políticas», que eran aquéllas cuyo marco lo constituía la vida entera de la polis. Los autores, a través de la potente lente deformadora de la representación cómica, proyectaban sobre la escena del teatro una imagen grotesca de la realidad contemporánea. Como hemos dicho, las obras conservadas de Aristófanes corresponden de manera general a este tipo.

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