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LA VERDAD Y LA MENTIRA EN LA ANTIGUA GRECIA
Discurso y verdad: la persuasión en la comedia antigua

Itzuli

Las nubes y el discurso persuasivo: Crítica, fantasía y realidad

La comedia Las nubes refleja estos dos desarrollos de la cultura griega en el s. V a. C.: el de la especulación científica en general y el de la retórica. El Sócrates de Aristófanes estudia astronomía, meteorología, geología, entomología, métrica, gramática, y, por supuesto, está interesado también en la retórica. Y el joven Fidípides sale de la escuela no sólo hecho un experto orador sino desafiando las costumbres establecidas (nomoi, 1400; ver 1399 ss.). Es justo –afirma– que los hijos golpeen a sus padres, y el que esto no sea una costumbre no plantea ningún problema. Como se trata sólo de convenciones, él instituye su propia ley: está bien que los hijos devuelvan a sus padres los golpes que éstos les dieron de pequeños. Y, claro, Estrepsíades, que acaba de recibir una paliza de Fidípides, se convence de que, en efecto, esto es así («Hombres de mi edad [es el público], me parece a mí que dice cosas justas. Y también creo que hay que conceder a estos jóvenes lo que es razonable. Es lógico que nos toque llorar si obramos injustamente», 1437-1439). Naturalmente, estamos en una comedia.
Respecto a las nuevas ideas de Fidípides, se trata de la antítesis entre naturaleza y convención de la que hemos hablado antes.
Otro aspecto que está presente a lo largo de toda la obra es el del ateísmo. Las Nubes, afirma Sócrates, son ahora las únicas divinidades. «¿Y Zeus Olímpico —dime, ¡por la Tierra!— no es un dios para vosotros?», pregunta Estrepsíades. «¡Pero qué Zeus! No digas tonterías. Zeus ni siquiera existe» (365-367). Ésta es la primera lección que el campesino aprende en la escuela (245-253), y lo primero que a su vez él enseña a Fidípides después de su instrucción, cuando el joven nombra a Zeus: «¡Zeus Olímpico! ¿Qué insensatez, creer que Zeus existe! ¡A tus años!» (817-819). Estas ideas, según Estrepsíades, están anticuadas.
La elección de las Nubes para nuevas diosas corresponde al interés de Sócrates por los fenómenos celestes; además, las Nubes son «etéreas», como etéreos e incomprensibles son los asuntos de que se ocupa el filósofo; por otro lado, las Nubes representan también ese estado de abstracción típico del hombre que piensa; la expresión «estar en las nubes» que nosotros hoy utilizamos constituye una imagen similar.
En fin, que Las nubes no es un reflejo fiel del ambiente intelectual de la época, lo dejan claro los aspectos a los que acabamos de referirnos. La comicidad y la fantasía lo impregnan todo, y esto ya desde el principio.
Veamos, por ejemplo, de qué manera se nos presenta a Sócrates y sus seguidores.
Lo primero que sabemos de ellos es que viven en un lugar que Aristófanes denomina cómicamente «Pensadero» (phrontistérion) y que se dedican a discutir cosas como que la tierra es un horno y los hombres, carbones; y, no sólo eso, sino que a la gente la persuaden de sus extrañas teorías sobre el mundo (94-97). Además, añade Estrepsíades, intentando convencer a su hijo para que acuda a la escuela, «A quien pague por ello, estos hombres le enseñan a triunfar en cualquier pleito, sea justo o injusto» (98-99). El hijo se niega en redondo: «¡Acabáramos! La gentuza esa. ¡Si los conozco! Tú te estás refiriendo a esos charlatanes, esos carapálidas siempre descalzos entre los que se cuentan Querefonte y el desgraciado de Sócrates!» (102-104).
La presentación de la escuela continúa en los versos siguientes en el mismo tono. Estrepsíades acude él mismo al Pensadero y allí tiene la oportunidad de dialogar con un discípulo que le cuenta alguno de los elevados pensamientos que ocupan al maestro: por ejemplo, la longitud del salto de una pulga (144-152). A Sócrates le pica una pulga, y, en vez de rascarse como todo el mundo, quiere medir cuántos pies ha recorrido la pulga al saltar de la cabeza de su discípulo Querefonte a la suya. Para ello ha tenido la genial ocurrencia de coger la pulga, meter sus patas en cera y con el molde medir los pies que ha saltado el bicho. Estrepsíades se asombra: «¡Oh Zeus soberano! ¡Qué sutileza de mente!» (153). La aparición en escena de un grupo de discípulos pálidos y demacrados (184 ss.), escrutando el suelo en posturas diversas y rodeados de un mapa y diferentes objetos que simbolizan la astronomía y la geometría, añade una nota de color a la caracterización cómica de los habitantes del Pensadero.
El clímax lo constituye la aparición aérea de Sócrates metido en una cesta (218). La base del chiste es similar a la que está detrás de las Nubes en su papel de nuevas diosas. Sócrates, para que piense en los fenómenos celestes y en general en las cosas que están por encima del nivel mundano, es literalmente elevado él mismo. Además, allí subido parece un dios, y como tal le habla a Estrepsíades, un simple mortal. El campesino, que se ha dirigido a Sócrates empleando palabras familiares («¡Sócrates! ¡Socratito!», 221-222), es respondido de forma grandilocuente: «¿Por qué me reclamas, oh ser efímero?» (223). Aristófanes imita cómicamente las apariciones en lo alto que efectúan los dioses en la tragedia. Pero en el chiste hay más que eso. Cuando Sócrates afirma estar mezclando su mente con el aire que (dice) es su igual, está burlándose de teorías contemporáneas sobre la naturaleza, que establecían una conexión entre el aire puro y seco y el poder del pensamiento (227-234). En la tierra hay humedad, por eso el sabio tiene que elevarse por encima de ella. Para que se hagan idea del tono de la explicación, se mencionan hasta berros.
Respecto al personaje de Sócrates, se ha señalado que más que la caricatura de la persona real de carne y hueso, representa la caricatura tópica del «sabio» desde el punto de vista de la mentalidad popular. Todos los saberes científicos, que en la obra se estiman inútiles o inmorales, o ambas cosas, se incorporan en un único individuo. En el Sócrates de la comedia confluyen, pues, el sofista, que enseña por dinero el arte de hacer que un argumento débil se convierta en fuerte; el filósofo de la naturaleza, ocupado en la investigación del cosmos; y el asceta andrajoso y muerto de hambre que vive en la pobreza a causa de su indiferencia hacia los asuntos mundanos. En relación con esto, una característica que se atribuye a Sócrates y sus seguidores repetidamente es la palidez, consecuencia de que están siempre metidos en casa estudiando. Es la nueva educación intelectual, frente a la antigua, orientada hacia el deporte (ver, p. ej., 1009-1018).
Otra fuente de comicidad importante es el personaje de Estrepsíades. Estrepsíades no tiene reparos en cometer una mala acción con tal de librarse de sus acreedores. Si hay que usar los trucos verbales de la retórica y engañarles, lo va a hacer. Para ello primero él y luego su hijo acuden al Pensadero de Sócrates. Su plan, en palabras del propio Estrepsíades, es «poner patas arriba la justicia y escurrirme de los acreedores» (433-434). Obviamente el plan del campesino es malintencionado, pero no es éste fundamentalmente el lado del personaje en que la comedia incide; Estrepsíades es sobre todo un personaje ridículo que hace reír. Es torpe, desmemoriado e incapaz de comprender cualquier pensamiento complejo o abstracto, pensamiento que o tergiversa o interpreta literalmente. Además, se entusiasma de forma acrítica con todo lo que le proponen los del Pensadero, como, por ejemplo, el que ya no existan los antiguos dioses, o las ocurrencias geniales de Sócrates del tipo de la de la pulga, como hemos visto antes; o el descubrir que la lluvia, el rayo y el trueno son fenómenos atmosféricos y no el acto de una divinidad (367 ss.). Cuando Sócrates le revela que Zeus no existe, el campesino se queda atónito y suelta: «¿Qué me estás diciendo? ¿Y entonces quién hace que llueva? Esto me lo vas a explicar lo primerito de todo» (367-368). Estrepsíades pensaba que la lluvia era Zeus –y perdonen la expresión– meando desde el cielo (372-373).
Especialmente divertidas son las escenas del paso de Estrepsíades por la escuela, donde en realidad se pone de manifiesto que es incapaz de aprender nada. Las observaciones del campesino son siempre absurdas. Por ejemplo, cuando Sócrates le dice que piense algo para librarse de sus acreedores, se le ocurre la idea de conseguir una maga y hacer bajar de noche la luna para encerrarla en una caja, de forma que el fin de mes, el día en que se pagan los intereses, no llegue nunca (740 ss.). Para evitar un juicio en el que uno está acusado y no hay testigos, se le ocurre la idea de ahorcarse (775 ss.). Es facilísimo, argumenta Estrepsíades, «Después de muerto, nadie me llevará a juicio» (781-782). En fin, durante la entrada del coro, también cobran un papel destacado las intervenciones del viejo (y actuaciones, porque se dedica a tirarse pedos). Señalaremos sólo una: cuando Sócrates invoca a las Nubes solicitando su presencia, Estrepsíades, pensando en las Nubes como fenómenos atmosféricos más que como diosas, le pide a Sócrates tiempo para taparse, por si llueve: «Aún no, aún no, espera que me cubra con esto, no vaya a empaparme. ¡Qué desgracia la mía, venirme de casa sin un mal gorrito!» (267 s.).
En fin, esto es sólo una pequeña muestra de la comicidad de la figura.
Igual que en el caso de Sócrates, se ha señalado que Estrepsíades encarna la imagen caricaturesca del hombre llano, contrapunto del intelectual. Él vive «pegado al suelo», le gustan los placeres de la vida y estima que todo saber es inútil si no le reporta un provecho rápido y tangible.
La sátira de Aristófanes contra los pensadores racionalistas y la retórica alcanza su punto más elevado en el debate (agón es el nombre técnico, como hemos visto) entre los los Argumentos Justo e Injusto (889 ss.), donde se enfrentan los dos tipos de educación existentes: la tradicional y la moderna. Primero habla el Argumento Justo y describe la forma tradicional de educación, la que enseñaba a los muchachos a ser decorosos en la escuela de música y el gimnasio, a ser disciplinados, a tener deferencia con sus mayores y a entrenarse duramente para adquirir una complexión física propia de un guerrero. El Argumento Injusto interviene después y rebate todo lo que ha dicho su contrincante, guiado por un amoralismo absoluto y por un total desprecio de la verdad y de la justicia (su nombre, dice, se debe precisamente a que fue «el primerito que pensó en rebatir con razones opuestas a las leyes y la justicia», 1038-1040). La suya es una educación retórica, donde las argucias intelectuales han reemplazado a la gimnasia y el cultivo del cuerpo. El éxito con él está garantizado: por ejemplo, si te pillan con la mujer de otro, le dice a Fidípides, basta con que apeles a la mitología como excusa de tus debilidades: «le replicarás al marido que no has hecho nada malo»; si Zeus sucumbe ante el amor y las mujeres, «¿Cómo tú, simple mortal, podrías ser más fuerte que un dios?» (1079-1082). Los trucos de la oratoria permitirán a Fidípides salir siempre airoso: si vienes conmigo, le dice, podrás «dar rienda suelta a tus inclinaciones: salta, ríe, no te avergüences de nada» (1078).
A ambas formas de educación corresponden dos morales diferentes, juzgadas por sus efectos en la ciudadanía: la primera educación es la de los héroes que derrotaron a los Persas en Maratón; la segunda está produciendo una juventud corrupta, individualista y escéptica, que no es útil para la comunidad.
Los dos Argumentos y los conceptos mismos que personifican, representan las dos ideas que resumen para nosotros la enseñanza de uno de los sofistas más conocidos, Protágoras: la idea de que en cualquier asunto se pueden sostener dos puntos de vista contrarios y la idea de que es posible hacer del argumento débil el más fuerte. En las Nubes Estrepsíades menciona las dos cuando explica a su hijo qué tipo de instrucción se da en el Pensadero (112-115): se congratula de que existan para todo dos tesis y de que, con los nuevos maestros, se pueda aprender a que el argumento más débil triunfe. Y hacer triunfar la tesis más débil –según él mismo reconoce– es hacer triunfar la injusticia. Después de todo, si padre e hijo acuden a donde Sócrates es para aprender el discurso eficaz que les permita no pagar sus deudas. El Argumento Débil es el reverso preciso de una definición tradicional de justicia: «decir la verdad y devolver lo que se ha recibido» (Platón, República 331d 2-3).
La comedia termina mal, o bien, si pensamos que la bajeza y la inmoralidad de Sócrates y Estrepsíades son castigadas. En cualquier caso, es un final extraño para una comedia, por el tono moralizante, la violencia y la ausencia total del ambiente de fiesta que cierra las obras de Aristófanes.
Cuando el joven Fidípides, que acaba de probar que es justo que los hijos peguen a sus padres, dice que puede probar con la misma facilidad que es correcto golpear también a su madre, Estrepsíades no puede tolerar tanta depravación y se arrepiente de haber recurrido a la nueva pedagogía (1452 ss.). Ya que éstas le han animado durante toda la obra a seguir adelante con su idea deshonesta, responsabiliza a las Nubes de lo que ha sucedido y las nuevas diosas descubren que todo ha sido un plan diseñado por ellas para castigarle por sus malas acciones («Esto es lo que nosotras hacemos cada vez que tenemos noticia de alguien que pierde la cabeza por sus malas acciones: lo sumimos en la desgracia, para que aprenda a temer a los dioses», 1458-1461). Desesperado, Estrepsíades incendia con la ayuda de un esclavo el Pensadero. Desde luego el hecho de que sean las nuevas divinidades quienes impongan el castigo a la impiedad de Estrepsíades, no deja de ser extraño. La venganza hubiera debido corresponder a Zeus y los dioses olímpicos, a quienes Sócrates quería suplantar por las Nubes.

Es difícil dar cuenta de la riqueza de contenido y de formas de una obra de arte tan compleja y diversa como las comedias de Aristófanes. Son literatura y son teatro; reflejan la realidad de su época y al mismo tiempo la deforman; nos muestran temas y figuras de la vida cotidiana, y están llenas de fantasía; son burlescas y serias a la vez; permitían que el público se divirtiese y olvidase por un momento sus problemas, sumergiéndole en un ambiente de fiesta donde todo era posible, y, sin embargo, buscaban que ese mismo público reflexionase sobre lo que veía representado; se burlaban de la autoridad, posibilitando que el hombre llano, malignamente, se alegrase de ver degradados a quienes regían su vida de una forma u otra, y a la vez se criticaba el egoísmo, la versatilidad y la credulidad del propio pueblo. La burla, en el primer caso, era una especie de venganza sobre lo egregio, y servía de autoafirmación del hombre de la calle frente a los dioses, los políticos y los intelectuales. El caso de Las nubes refleja bien esto último.
Hemos dicho que el tema central de la obra es el choque entre la educación tradicional y la moderna, y que Aristófanes juzga negativamente la nueva pedagogía por sus efectos. La juventud está corrompida, es egoísta, sólo piensa en ella misma, lo relativiza todo, y los valores de la comunidad no le interesan. Pero Aristófanes no es un moralista rígido. Así lo demuestra el hecho de que el Argumento Justo, que encarna la intachable educación antigua, tiene también un lado oscuro que entre bromas aflora en el debate que mantiene con su oponente. Hace alusiones pícaras al atractivo físico de los muchachos cuya educación idealiza, y, al final, incapaz de rebatir a su adversario, se une a su causa. Él, el Argumento Justo, en cierto sentido es también un Argumento «débil».
Lo que sucede es que Aristófanes nos presenta la sociedad de su época en su rica variedad, no de modo uniforme. La Comedia es esencialmente crítica, y su misión consiste en denunciar el mundo que la rodea en todos sus extremos. El poeta a este respecto se mueve en un terreno medio. Quiere que el espectador sea consciente de los problemas y de las tensiones de la vida comunitaria, y que sepa él mismo extraer sus propias conclusiones. Sus obras son de algún modo un instrumento de educación cívica y contribuyen al debate contemporáneo sobre la democracia y la ciudad.
Finalmente, la Comedia nos permite descubrir algo refrescante sobre el mundo griego antiguo y que no siempre se destaca como debiera: los atenienses del siglo V a. C. sabían sin inhibición reírse de su Atenas, de sus héroes, de sus dioses y de sus creencias, en definitiva, de ellos mismos.

Gora

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