IV.
3. Egoísmo vs altruísmo
La tercera objeción a que me referiré finalmente es aquella que señala que la amistad aristotélica está basada, en último término, en el egoísmo. Ya he citado con anterioridad un texto de Aristóteles cuya lectura puede inducirnos a interpretar la amistad aristotélica como una forma de relación egoísta. Es aquel texto en que se señalaba que "al querer al amigo quieren su propio bien, puesto que cuando alguien bueno se convierte en amigo querido, se convierte en un bien para aquél que lo quiere. De modo que uno y otro quieren su propio bien, y se recompensan recíprocamente por igual. En efecto, se dice que la amistad es igualdad, lo cual se da sobre todo en la amistad de los buenos" (Ética a Nicómaco VIII, 5,1157b32-36).
¿Cómo conciliar estas afirmaciones con aquellas otras del propio Aristóteles en que se concibe la amistad como un querer radicalmente altruista y desinteresado, entre ellas la propia definición de la amistad perfecta que incluye la benevolencia, es decir, el querer el bien del amigo por él mismo? Solamente cabe tal conciliación en el supuesto de que el bien de los amigos es el mismo. La amistad es, en efecto, una comunidad que incluye la "concordia" entre los amigos. La palabra "concordia" se utiliza para traducir la palabra griega homónoia que significa algo así como "comunidad de pensamiento", "estar de acuerdo", pero no en el ámbito de las opiniones teóricas, sino en el ámbito de las opiniones que se refieren a la práctica, a los modos de vida y de actuación. Aristóteles, ciertamente, parece reservar el uso de esta palabra para la "amistad civil" (la amistad que tiene lugar entre los conciudadanos "cuando éstos están de acuerdo sobre lo que les conviene y lo eligen, y llevan a la práctica lo acordado en común": E.N. IX, 6, 1167a26-28). Sin embargo, cabe hablar de "concordia" también en la amistad perfecta, en la medida en que los amigos comparten la misma concepción de la felicidad y de la virtud, los mismos motivos y las mismas aspiraciones. Siendo así, el bien de los amigos será necesariamente el mismo y, por tanto, cada uno de ellos querrá su propio bien al querer el bien del amigo.
Pero la acusación de egoísmo puede encontrar un fundamento, no solamente en afirmaciones como la que acabo de comentar, sino muy concretamente en la doctrina expuesta en la Ética a Nicómaco IX, c.8. En este capítulo se plantea Aristóteles directamente la cuestión de "si uno ha de quererse a sí mismo más que a ningún otro" (1168a27-8). De acuerdo con su proceder usual, Aristóteles comienza reconociendo que sobre esta cuestión cabe encontrar posiciones contrarias. Así, es común la opinión según la cual el amor a sí mismo es malo, y los que se aman a sí mismos suelen ser calificados peyorativamente como "egoístas" (philaútous); los buenos, por el contrario, aman lo que es noble olvidándose de su propio interés y entregándose a sus amigos. Frente a esta opinión, sin embargo, están los hechos, según Aristóteles. Y el hecho es que el amor a sí mismo no es malo. En efecto, cuando se afirma que ha de quererse el bien del amigo por el amigo mismo, ha de tenerse en cuenta que el mejor amigo de un ser humano es él mismo. Todos los sentimientos afectuosos dirigidos a los demás proceden originalmente de los sentimientos hacia uno mismo, y cuantos proverbios se dicen acerca de la amistad ("una sola alma", "amistad es igualdad", etc.) se aplican con más razón a uno mismo. En vista de lo cual ha de concluirse que "debemos querernos, sobre todo, a nosotros mismos" (1168b10).
Para encontrar una salida a la aporía que generan estas opiniones contrapuestas, Aristóteles distingue dos tipos de amor a sí mismo. De una parte está el amor a sí mismo que consiste en acaparar para uno mismo lo máximo posible en cosas tales como el dinero, los honores y los placeres corporales, es decir, en una vida entregada a la satisfacción de la parte irracional de nuestra naturaleza. Este es el modo en que la mayoría entiende el amor a sí mismo, y pensando en esto afirman que quererse a sí mismo es malo y condenable. Por el contrario, si alguien se afanara en actuar siempre virtuosamente, identificándose con lo que es noble y bueno, obedeciendo y dando satisfacción en todo a la parte superior de su naturaleza, nadie lo llamaría egoísta ni lo censuraría por ello. Y, sin embargo, se trataría realmente de "amor a sí mismo", en la medida en que "él mismo" se identifica con la parte más noble de su naturaleza.
A partir de estas consideraciones Aristóteles concluye que hay dos tipos de "amor a sí mismo" que son "tan diferentes entre sí como lo son el vivir de acuerdo con la razón y el vivir de acuerdo con las pasiones" (1169a4-6): el hombre bueno ama lo mejor de sí mismo, mientras que el hombre malo ama lo peor de sí mismo. Por tanto, concluye Aristóteles, "el hombre bueno ha de amarse a sí mismo..., mientras que el malo no ha de hacerlo" (1169a12-14).
La tesis de Aristóteles es, por tanto, que el amor al amigo constituye una extensión del amor a sí mismo. Y que, por consiguiente, en la amistad basada en la virtud el querer del bien del amigo es una extensión del querer de aquello que es bueno en sí y, por tanto, bueno para uno mismo. Lo que Aristóteles viene a decirnos es que solamente el que quiere lo mejor para sí mismo puede querer realmente lo mejor para el amigo. Este es, sin duda, el sentido de la frase aristotélica que ya he comentado anteriormente, según la cual el amigo "tiene para con el amigo la misma disposición que para consigo mismo" (E.N. IX, 9, 1170b7-8).
Esta es la postura de Aristóteles. En cualquier caso, y con esto concluyo, parece razonable convenir en que una amistad que no hace mejores a los amigos es una amistad que no merece tal nombre ni merece la pena cultivarla.