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Domingo, 24 de noviembre de 2024
Jornadas sobre la antiguedad
ALGUNOS VIAJES ÉPICOS Y MÍTICOS DE LA ANTIGÜEDAD
Los viajes de Ulises y de Jason

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Los episodios marinos : terribles monstruos y amorosas magas

Los episodios del arriesgado itinerario odiseico son muy variados. A lo largo de ellos Ulises va perdiendo sus doce naves y sus numerosos compañeros, y sólo él escapa de la muerte y el mar. Recordemos esos peligrosos encuentros: el saqueo del país de los Cícones; la arribada a la tierra de los Lotófagos, esos drogadictos que comen  una planta que provoca el olvido; la visita a la extraña isla de Eolo, dios de los vientos, cuyo regalo se pierde por culpa de los codiciosos compañeros de viaje; la visita a la isla de los Cíclopes  y el encuentro en la cueva con el cruel Polifemo; la batalla con los fieros Lestrígones, fieros gigantes antropófagos, que destruyen todos los barcos de la flota menos el del propio Ulises; la estancia en la isla de la hechicera Circe; el viaje al sombrío Hades, el país de los muertos, para dialogar con Tiresias, y , de paso, con las almas de otros difuntos héroes que fueron sus compañeros en los combates ante Troya ; y la  rauda  travesía junto a la costa donde cantan las seductoras y mortíferas Sirenas; el paso terrorífico entre la monstruosa Escila y la vortiginosa Caribdis ; la arribada a la isla donde pacían las vacas del divino  Helios, allí donde los hambrientos e insensatos compañeros de Ulises devoraron algunas sagradas reses y, en castigo, se atrajeron la destrucción fulgurante del navío; y, finalmente, la llegada de Ulises, náufrago, a la idílica isla de la ninfa Calipso, que, enamorada de él, le retendrá a su lado siete años.
Los riesgos del itinerario son muy variados: de un lado están los monstruos, del otro, las magas enamoradizas, como Circe y luego Calipso. La respuesta de Ulises es siempre la que mejor define su carácter.  En vano esta amorosa ninfa le ofrece al sufrido náufrago la inmortalidad, si accede a quedarse con ella, como su esposo  para siempre, en su isla remota.  Ulises no puede ceder  a esa tentación, porque quiere, por encima de todo, volver a su tierra junto a los suyos. Y porque no quiere renunciar a su historia personal,  por más que ésta comporte una dosis amplia de dolor y tenga que concluir, como todas las historias humanas, en la vejez y la muerte. La inmortalidad, a cambio del olvido, no le atrae en absoluto. Cuando ha entrado en el Hades, y allí ha visto a los muertos, no ha hecho ninguna pregunta sobre el Más Allá, sino sobre cómo ha de volver a su Ítaca. Calipso, presionada por la orden de Hermes y los deseos de Ulises, tiene que resignarse y dejarlo partir de nuevo por el proceloso mar camino de su isla.  
Acerca del itinerario de estos viajes odiseicos se ha escrito mucho. Algunos estudiosos, ya en época antigua y repetidamente en tiempos modernos, han querido trazar  sobre un mapa del Mediterráneo (y algunos incluso sobre el Atlántico) la ruta de Ulises. Las hipótesis al respecto son curiosas, pero, en mi opinión, poco convincentes. ¿Tuvo Homero a mano algún periplo prestado por los comerciantes fenicios o por algunos piratas griegos? ¿Quiso dejar en sus versos misteriosas claves, en un código secreto,  a futuros viajeros?  No parece muy verosímil. Pero si alguien  quiere imaginar  el zigzagueante rumbo de Ulises sobre el mapa mediterráneo, encontrará fácilmente  pistas y guías oportunos. Algunos eruditos y algunos seguidores de Ulises han dibujado la ruta de Ulises en mapas del Mediterráneo, e incluso más allá.   Por otra parte, ya desde muy antiguo, algunas localidades costeras pretendían guardar recuerdos del paso del héroe. Así se creía que  la isla de Circe estaba en el golfo de Nápoles y el país de  los Lotófagos en la apacible isla de Yerba, frente a la costas orientales de Túnez. Parecía probable ubicar a los brutales Lestrígones en la áspera costa tracia. En cuanto a  la gruta  del cíclope  Polifemo era  tradicional colocarla  en las costas de  Sicilia o sus alrededores .Cerca rugía el terrible estrecho de Escila y Caribdis. Y por allá en la costa,  muy cerca de Nápoles, quedarían las rocas desde donde cantaban las seductoras sirenas. Incluso se precisaba  dónde caía la apartada gruta de la ninfa Calipso, hija de Atlante: más lejos, en algún islote frente a Ceuta.  (Aunque, si bien se piensa,  la isla pedregosa y raquítica de Perejil no parece  muy apropiada para el idilio famoso con la bella ninfa ). La isla de los feacios se identificó tradicionalmente con Corfú (la isla griega de Corcira, al norte de Ítaca). En cuanto a la entrada del Hades, el mundo infernal de los muertos, que Ulises va a visitar desde la isla de la maga Circe, era más difícil de ubicar, ya que al parecer debía de quedar lejos, en los bordes del Océano. 
Esas localizaciones dicen poco para una mejor lectura  del viaje de Ulises. En todo caso ahí, en los sonoros versos del poema, se oye respirar al viejo Mediterráneo, que entonces aparecía  extenso y turbulento, rico en prodigios, con sus  mágicas calas y  sus escondidas cuevas. Era  ese mar que Homero llama  “de color de vino”, espumoso y resonante, transitado por héroes y dioses. Con sus ínsulas misteriosas y sus peligrosos abismos. Por el alta mar iban trazando nuevas rutas  los audaces navegantes griegos con sus frágiles naves, con afán de colonizar algunas costas para comerciar y descubrir nuevas orillas y fundar nuevas ciudades, en pleno siglo VIII a.C. Era el mar que ya habían surcado otros héroes míticos, como Jasón y sus compañeros de la Argo, y que también recorrían los piratas fenicios, competidores de los griegos, tipos ávidos de cambalaches y aficionados a raptar doncellas y niños y revenderlos luego lejos como esclavos, según los griegos.  En fin, en las aguas azules rebulle todo un vasto caudal de historias y aventuras, la memoria de los navegantes audaces y de los prodigios isleños, un manantial de muchas odiseas.

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