Los episodios marinos : terribles monstruos y amorosas magas
Los episodios del arriesgado itinerario odiseico son muy variados.
A lo largo de ellos Ulises va perdiendo sus doce naves y sus numerosos
compañeros, y sólo él escapa de la muerte y el
mar. Recordemos esos peligrosos encuentros: el saqueo del país
de los Cícones; la arribada a la tierra de los Lotófagos,
esos drogadictos que comen una planta que provoca el olvido;
la visita a la extraña isla de Eolo, dios de los vientos, cuyo
regalo se pierde por culpa de los codiciosos compañeros de viaje;
la visita a la isla de los Cíclopes y el encuentro en
la cueva con el cruel Polifemo; la batalla con los fieros Lestrígones,
fieros gigantes antropófagos, que destruyen todos los barcos
de la flota menos el del propio Ulises; la estancia en la isla de la
hechicera Circe; el viaje al sombrío Hades, el país de
los muertos, para dialogar con Tiresias, y , de paso, con las almas
de otros difuntos héroes que fueron sus compañeros en
los combates ante Troya ; y la rauda travesía junto
a la costa donde cantan las seductoras y mortíferas Sirenas;
el paso terrorífico entre la monstruosa Escila y la vortiginosa
Caribdis ; la arribada a la isla donde pacían las vacas del
divino Helios, allí donde los hambrientos e insensatos
compañeros de Ulises devoraron algunas sagradas reses y, en
castigo, se atrajeron la destrucción fulgurante del navío;
y, finalmente, la llegada de Ulises, náufrago, a la idílica
isla de la ninfa Calipso, que, enamorada de él, le retendrá a
su lado siete años.
Los riesgos del itinerario son muy variados: de un lado están
los monstruos, del otro, las magas enamoradizas, como Circe y luego
Calipso. La respuesta de Ulises es siempre la que mejor define su carácter. En
vano esta amorosa ninfa le ofrece al sufrido náufrago la inmortalidad,
si accede a quedarse con ella, como su esposo para siempre, en
su isla remota. Ulises no puede ceder a esa tentación,
porque quiere, por encima de todo, volver a su tierra junto a los suyos.
Y porque no quiere renunciar a su historia personal, por más
que ésta comporte una dosis amplia de dolor y tenga que concluir,
como todas las historias humanas, en la vejez y la muerte. La inmortalidad,
a cambio del olvido, no le atrae en absoluto. Cuando ha entrado en
el Hades, y allí ha visto a los muertos, no ha hecho ninguna
pregunta sobre el Más Allá, sino sobre cómo ha
de volver a su Ítaca. Calipso, presionada por la orden de Hermes
y los deseos de Ulises, tiene que resignarse y dejarlo partir de nuevo
por el proceloso mar camino de su isla.
Acerca del itinerario de estos viajes odiseicos se ha escrito mucho.
Algunos estudiosos, ya en época antigua y repetidamente en tiempos
modernos, han querido trazar sobre un mapa del Mediterráneo
(y algunos incluso sobre el Atlántico) la ruta de Ulises. Las
hipótesis al respecto son curiosas, pero, en mi opinión,
poco convincentes. ¿Tuvo Homero a mano algún periplo
prestado por los comerciantes fenicios o por algunos piratas griegos? ¿Quiso
dejar en sus versos misteriosas claves, en un código secreto, a
futuros viajeros? No parece muy verosímil. Pero si alguien quiere
imaginar el zigzagueante rumbo de Ulises sobre el mapa mediterráneo,
encontrará fácilmente pistas y guías oportunos.
Algunos eruditos y algunos seguidores de Ulises han dibujado la ruta
de Ulises en mapas del Mediterráneo, e incluso más allá. Por
otra parte, ya desde muy antiguo, algunas localidades costeras pretendían
guardar recuerdos del paso del héroe. Así se creía
que la isla de Circe estaba en el golfo de Nápoles y el
país de los Lotófagos en la apacible isla de Yerba,
frente a la costas orientales de Túnez. Parecía probable
ubicar a los brutales Lestrígones en la áspera costa
tracia. En cuanto a la gruta del cíclope Polifemo
era tradicional colocarla en las costas de Sicilia
o sus alrededores .Cerca rugía el terrible estrecho de Escila
y Caribdis. Y por allá en la costa, muy cerca de Nápoles,
quedarían las rocas desde donde cantaban las seductoras sirenas.
Incluso se precisaba dónde caía la apartada gruta
de la ninfa Calipso, hija de Atlante: más lejos, en algún
islote frente a Ceuta. (Aunque, si bien se piensa, la isla
pedregosa y raquítica de Perejil no parece muy apropiada
para el idilio famoso con la bella ninfa ). La isla de los feacios
se identificó tradicionalmente con Corfú (la isla griega
de Corcira, al norte de Ítaca). En cuanto a la entrada del Hades,
el mundo infernal de los muertos, que Ulises va a visitar desde la
isla de la maga Circe, era más difícil de ubicar, ya
que al parecer debía de quedar lejos, en los bordes del Océano.
Esas localizaciones dicen poco para una mejor lectura del viaje
de Ulises. En todo caso ahí, en los sonoros versos del poema,
se oye respirar al viejo Mediterráneo, que entonces aparecía extenso
y turbulento, rico en prodigios, con sus mágicas calas
y sus escondidas cuevas. Era ese mar que Homero llama “de
color de vino”, espumoso y resonante, transitado por héroes
y dioses. Con sus ínsulas misteriosas y sus peligrosos abismos.
Por el alta mar iban trazando nuevas rutas los audaces navegantes
griegos con sus frágiles naves, con afán de colonizar
algunas costas para comerciar y descubrir nuevas orillas y fundar nuevas
ciudades, en pleno siglo VIII a.C. Era el mar que ya habían
surcado otros héroes míticos, como Jasón y sus
compañeros de la Argo, y que también recorrían
los piratas fenicios, competidores de los griegos, tipos ávidos
de cambalaches y aficionados a raptar doncellas y niños y revenderlos
luego lejos como esclavos, según los griegos. En fin,
en las aguas azules rebulle todo un vasto caudal de historias y aventuras,
la memoria de los navegantes audaces y de los prodigios isleños,
un manantial de muchas odiseas.