Cómo se detecta una falsificación
Efectuada esta superficial y somerísima relación de algunos testimonios antiguos y otros tantos críticos, debemos esquematizar algunas ideas relativas al método empleado por estos primeros filólogos a la hora de enfrentarse con el problema de cómo detectar una falsificación.
‘Tan pronto como leyó sus dos primeras líneas tiró el libro diciendo lo siguiente: “Este no es el estilo de Galeno, de modo que se trata de un libro falsificado”’.
Es cierto que a veces este método resulta poco riguroso, en tanto que reposa sobre apreciaciones que rozan ciertos juicios subjetivos; no obstante, los antiguos críticos suelen utilizar expresiones del tipo carácter (Hesiodeo o Euripideo carácter ) sin el mayor empacho. A propósito por ejemplo del Reso de Eurípides leemos en la Hipótesis: ‘Algunos han pensado que este drama es espurio y que no lo escribió Eurípides, pues el estilo corresponde más bien al de Sófocles’. (Cf. Ritchie: 1964:11-15).
‘El estilo de Platón, igualmente, viene a ser una mezcla de rasgos elevados y llanos, según dije anteriormente, aunque su naturaleza no se deja ver con idéntica eficacia en unos y en otros’.
‘Afirma Teopompo en el libro 15 de sus Filípicas que los tratados de paz con el bárbaro no estaban escritos en dialecto ático sino en jonio’.
otro aspecto de relativo interés es el que se refiere a la cita o mención de la fuente de la que el falsificador dice haber obtenido el supuesto documento. A este respecto, los principales testimonios suelen ser de alguno de los tipos siguientes:
I) mediante una visión de naturaleza espectacular. La persona que goza de una especial sensibilidad religiosa es propensa a experimentar este tipo de visiones. Un caso verdaderamente singular lo constituyen dos individuos que dicen haber tenido una misma e idéntica visión en un idéntico momento. De nuevo Pausanias nos aporta un notable testimonio (4.26, 6):
‘Se dice que encontrándose Epaminondas en una situación difícil, se le apareció de noche un anciano, con aspecto de sacerdote de Deméter, que le dijo: “Te concedo la capacidad de imponerte sobre cualquiera que se alce en armas contra ti. Y que cuando dejes de estar entre los hombres, tebano, no se extingan tu nombre ni tu fama. Tú a cambio devolverás a los mesenios su patria y sus ciudades, ahora que los Dióscuros han depuesto la ira que vertían contra ellos”’.
II) cartas celestiales, manuscritos hallados en tumbas o antiguas bibliotecas. Entre otros testimonios conocidos tenemos las tablillas supuestamente halladas en la tumba de Alcmena, según nos cuenta Plutarco en su Sobre el demon de Sócrates 5, 577 s. y en 7, 578 s., o el caso de los textos atribuidos a Pitágoras encontrados en la tumba del rey romano Numa (Plutarco, Vida de Numa 22, Plinio, Historia Natural 13, 84-87 y Tito Livio 40,29)
‘Y Teócrito le dijo: Vienes muy oportunamente y como caído del cielo. Ansío conocer qué clase de objetos se encontraron en la tumba de Alcmena y qué aspecto tenía cuando vosotros la abristeis - es decir, si estuviste presente cuando Agesilao dispuso que se enviaran sus restos a Esparta. Y Fidolao, a su vez, le contestó: No estuve allí y a pesar de que manifesté mi indignación y contrariedad a mis compatriotas, no pude hacer nada. Sea como sea, en la tumba no se encontró resto alguno; tan sólo una piedra junto a una pequeña pulsera de bronce y dos urnas de barro con tierra, que para entonces estaba ya petrificada en una masa sólida por el paso del tiempo. Sin embargo, delante de la tumba apareció una lámina de bronce con una extraña y larga inscripción de notable antigüedad, que nadie pudo llegar a leer por más clara que quedó tras limpiar la lámina de bronce’.
Tal es el caso también que narra Plutarco, Vida de Numa,:
‘Un sepulcro contiene el cadáver y el otro los libros sagrados que escribió de su puño y letra al igual que los legisladores griegos redactaron sus tablas. Pero mientras vivió dio a conocer a los sacerdotes el contenido de sus escritos e inculcó en sus corazones el sentido y el contenido de los mismos, y les dio órdenes de que a su muerte los sepultaran consigo, pues estaba convencido de que tales misterios no debían quedar al mismo albur que los documentos profanos. Y esta es la razón por la que, según se nos dice, los pitagóricos tampoco transfieren su doctrina a ningún documento, sino que la confían a la memoria y a la práctica de aquellos de sus discípulos que lo merecen’.
En época más reciente podríamos citar el caso de Enrique Estéfano, quien al publicar la editio princeps de Anacreonte (1554) confesó haberse servido para ello de un antiguo manuscrito que pudo consultar en Lovaina cuando regresaba de un viaje por Inglaterra.
III) documentos escritos en lenguas exóticas o extranjeras. Añadida al encanto que ya de por sí tiene el manuscrito encontrado en una vetusta tumba, se da la circunstancia de que dicho texto suele aparecer escrito en una lengua también arcana y misteriosa (como el fenicio, el caldeo, o alguna otra similar) que consecuentemente debe ser traducida al griego. El hecho de que el texto deba ser traducido posibilita obviamente al autor a introducir nuevas formas de falsificación o adaptación del original.
Desde luego nos viene a la memoria, aun saliéndonos de nuestro ámbito, aquel famosísimo pasaje del Quijote (capítulo 9) en el que Cervantes recurre al viejo motivo del manuscrito reencontrado, no ya en una tumba, sino sacado de entre un montón de viejos papeles escritos en lengua árabe. Y nos sucede lo mismo con el moderno e irónico recuerdo que hace Umberto Eco en El nombre de la rosa cuando declara ‘entrego a la imprenta mi versión italiana de una oscura versión neogótica francesa de una edición latina del siglo xvii de una obra escrita en latín por un monje alemán de finales del siglo XIV’ (García Gual 53-54), Más recientemente aún Jostein Gaarder recurre a parecido expediente en su Vita brevis al acudir a la copia de una carta manuscrita que supuestamente envió Floria, amante de San Agustín, al autor de las Confesiones.
Pues bien, como anticipo de dicho expediente ya contamos con algunos casos en la antigüedad. Bástenos citar, a guisa de ejemplo el caso del supuesto texto del filósofo Demócrito grabado en una estela babilónica, según encontramos en Clemente de Alejandría, Stromm. 1.15.69.4
‘Solón, Solón, los griegos sois unos eternos niños, y ningún griego parece llegar a adulto, pues no poseéis ningún conocimiento de venerable antigüedad. El propio Demócrito se adueñó de un texto babilónico para sus tratados éticos. Se cuenta, en efecto, que una vez traducida la estela de Acícaro en sus propios términos la presentó de la siguiente manera: ‘Esta es la doctrina de Demócrito’.