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LA VERDAD Y LA MENTIRA EN LA ANTIGUA GRECIA
Falsificación y cañón literario

Itzuli

La labor detectivesca de los primeros críticos

Heródoto fue uno de los pioneros al respecto. Así, en 2.116-217 y en 4.32 leemos:

'Por estos versos en general, [Ilíada VI 289-292] y por el primer pasaje en particular, se desprende que los Cantos Ciprios no son de Homero, sino de algún otro poeta; pues en los Cantos Ciprios se dice que Alejandro, cuando se llevó a Helena, llegó de Esparta a Ilión en tres días, gracias a un viento favorable y a una mar serena; en cambio, en la Ilíada dice que, al traerla, perdió el rumbo'.
Y en 4. 32 continúa: 'En realidad, quien ha hecho hincapié sobre los hiperbóreos ha sido Hesíodo; y también lo ha hecho Homero en los Epígonos, si es que en realidad fue Homero quien compuso esa epopeya'.

Años más tarde, también Platón y Aristóteles intervinieron en la cuestión en repetidas ocasiones. De hecho Aristóteles admitía como obra estrictamente homéricas sólo la Ilíada, la Odisea y el Margites (Pfeiffer: I. 72-74). Por otra parte, tenemos noticias de que en la Academia de Platón y en el Perípato circulaban algunos escritos atribuidos a Pitágoras y que pasaban por ser la doctrina auténtica de este filósofo. Nos lo testimonia Diógenes Laercio 8. 85:

‘De acuerdo con lo que afirma Demetrio en su obra Personajes homónimos, Filolao fue el primero en publicar los tratados de Pitágoras, a los que tituló Sobre la Naturaleza,  y que comienzan con las siguientes palabras: “La naturaleza del cosmos está compuesta de elementos ilimitados y limitadores, al igual que todo el universo y todo cuanto en él se contiene”’.

 
Igualmente,  Ión de Quíos, según cuenta nuevamente Laercio 8.8 afirmaba que Pitágoras disponía de unos textos atribuidos a Orfeo:

 ‘Ión de Quíos, en su obra Triagmos (FgrH 392 F 25a) afirma que [Pitágoras] disponía de unas obras que se remontaban a Orfeo’.

y sabemos que en la escuela retórica de Isócrates y sus discípulos la crítica literaria atrajo una atención especial, tradición que continuó durante los siguientes siglos en los principales centros de estudio, por parte de Eratóstenes, Calímaco y Aristófanes de Bizancio (Pfeiffer: I. 287) dedicados a localizar versos interpolados en las obras de Homero y de Hesíodo.
Por su parte,  el filósofo epicúreo Zenón de Sidón, detectó que circulaban unas cartas falsas bajo el nombre del maestro Epicuro. Así nos lo testifica el pasaje de Diógenes Laercio 10.3 y 7. 163, donde se nos dice:


‘Que Panecio y Sosícrates admiten como obras del estoico Aristón sólo las cartas y que las demás obras deben atribuirse a Aristón de Ceos’.

Recordemos, por otra parte que fue en Pérgamo donde se fijó el canon de los Diez oradores. Destacó la labor a propósito de Cecilio de Caleacte, ocupado en detectar de entre las obras de Demóstenes (cf. la noticia que nos aporta el léxico Suda) ‘cuáles son auténticos y cuáles espurios’.
Tampoco el orador Esquines se vio libre de la acusación de plagiario o falsificador. Según nos cuenta nuevamente Diógenes Laercio (2.60) buena parte de sus discursos estaban tomados nada menos que de Sócrates por mediación de Jantipa:

‘Se decía maliciosamente -sobre todo por parte de Menedemo de Eretria- que la mayoría de los diálogos que Esquines hacía pasar por propios pertenecían en realidad a Sócrates, y que los había conseguido a través de Jantipa. Algunos de ellos incompletos en sus primeras páginas resultan algo torpes y carecen del vigor propio de Sócrates’.

 Por lo que se refiere a la literatura oracular son numerosos también los testimonios que nos hablan de falsificaciones y textos fraudulentos. Sólo mencionaremos ahora el caso de Luciano, quien en su Sobre la muerte de Peregrino, capítulo 30, nos dice lo siguiente:

 ‘Esto es lo que afirma Teágenes que oyó de la Sibila; aunque yo le voy a referir el oráculo que sobre estas cosas pronunció Bacis. Y dice lo siguiente... ¿Qué os parece, pues, amigos, que Bacis es peor adivino que la Sibila? Ya va siendo hora de que estos emuladores de Proteo busquen un lugar donde airearse -pues este es el término que ellos usan para referirse a la cremación’.

No menos interesante es el testimonio de los lexicógrafos al tratar sobre el concepto  auténtico/falso. Lexicógrafos y gramáticos clasifican los textos en las siguientes tres categorías: textos auténticos, documentos espurios y documentos dudosos como hallamos, por ejemplo, en  el léxico Suda,y nuevamente en Diógenes Laercio 5.60 donde se nos habla de unos   ‘dudosos’.
Pero sobre todo, fueron Calímaco y otros eruditos, elaborando los Pínakes de las obras auténticas, los primeros críticos rigurosos. Desde antiguo tenemos, pues, noticias de que determinadas obras fueron atribuidas a personajes míticos o divinidades buscando una mayor credibilidad para el contenido del documento, y de hecho ahí está toda la literatura religiosa de inspiración divina. Por contra, también desde épocas muy antiguas ha habido autores que han querido garantizarse la identidad de su autoría recurriendo a procedimientos de salvaguarda, como son los textos encriptados mediante una esfragís (del tipo de la colección teognidea o del autor del Himno délico a Apolo; es también el caso de Focílides y de Demódoco) o mediante el empleo de determinados acrósticos.  Pero incluso este recurso de la esfragís es fácilmente imitable, como bien demostrara Alejandro de Abunitico con la falsificación de la esfragís de su falsa colección de oráculos. Otro caso curioso es el que encontramos en el autor de las denominadas Cartas de Platón (360A), donde leemos literalmente: ‘El comienzo de esta carta deberá servirte como señal de que es obra mía’.
Por cierto, uno de los acrósticos más célebres en la antigüedad es el caso del Partenopeo de Dionisio Metacémeno, o el ejemplo que nos transmite Diógenes Laercio en 8.78 a propósito de Epicarmo y que dice así:


Nos ha legado algunos tratados que contienen su doctrina física, ética y médica y en la mayor parte de estos escritos ha hecho unas anotaciones marginales que nos demuestran claramente que son obra suya. Murió a los noventa años’.

Gora

Itzuli

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