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LA VERDAD Y LA MENTIRA EN LA ANTIGUA GRECIA
Falsificación y cañón literario

Itzuli

Las motivaciones del falsificador

Una de las motivaciones más frecuentes o interesadas se refiere a cuestiones (a) políticas o patrióticas. Bien conocido es el caso de la manipulación textual de la Ilíada a cargo de Solón, de Pisístrato o de Onomácrito a propósito de los oráculos. Los testimonios son los siguientes:

a) Aristóteles, Retórica 1375b.26:

‘En cuanto a los testigos, pueden ser de dos tipos: los antiguos y los actuales. Y dentro de estos últimos, los que están implicados en los riesgos del juicio y los que no. Les llamo ‘antiguos’ a los poetas y a todas las personas notorias cuyos juicios son bien conocidos; por ejemplo los atenienses usaron el testimonio de Homero en el caso de Salamina, y recientemente los de Ténedos el de Periandro de Corinto en contra de los de Sigeo. Y Cleoofonte usó contra Critias una elegía de Solón, diciendo que su familia era depravada ya de antiguo...’


 
En otras ocasiones cabe detectar razones bien diferentes:

(b) quizá la más reprobable moralmente sea la del falsificador que busca hacer negocio con su fraude, como sucedió al chamarilero que vendía falsas obras de Galeno.

(c) en el caso del impostor de  Anacreonte y de Hipócrates la mayor parte de las veces no podemos suponer que deliberadamente pretendieran engañar a nadie, sino que actuaban con conciencia plena de estar escribiendo un texto que no sería tomado por auténtico. La autoridad y el prestigio del nombre de Anacreonte o de Hipócrates parece haber sido el móvil de dicha actuación.

(d) en el caso de los apócrifos, en cambio, nos solemos referir habitualmente a un texto supuesto o fingido, pero que se presenta con pretensiones de ser verdadero. Los textos religiosos o doctrinarios pertenecen frecuentemente a este apartado.

(e) cuando nos encontramos con pasajes espurios, nos hallamos ante simples manipulaciones bien intencionadas por criterios estéticos, de estilo, o de buen gusto.

(f) el falsario de ficción, en cambio,  es un autor que no trata de engañar ni de disimular su carácter ficticio, sino que incluso se jacta de él, con plena conciencia de que se trata de un alarde literario, un puro placer intelectual de engañar, un curioso fenómeno psicológico.  De raíces también psicológicas es el caso del mediocre artista que, por un prurito de emulación al ver que nadie le reconoce a su trabajo sus supuestos méritos, acude por ello a firmarlo con nombre prestado.

(g) no faltan quienes, por humildad o un especial interés en permanecer en el anonimato prefieren dejar sus escritos ‘anónimos’, mientras que, en el extremo opuesto, tenemos el caso del soberbio intelectual que pretende hacer pasar por propias las ideas o conocimientos científicos de algún predecesor (como sucede con algunos textos científicos o médicos).

(h) un último apartado quizá corresponda al conjunto de ‘cartas’ falsificadas atribuidas a hombres y mujeres famosos, algunas de las cuales podían presentarse con pretensiones de ser auténticas por diversas razones, mientras que otras constituyen meros ejercicios literarios de creación retórica.

En general, cabe afirmar que establecer una tipología de cualquier tipo topa con el inconveniente de que los apartados no se excluyen entre sí, sino que con frecuencia pueden concurrir razones de diverso tipo. Pensemos además que el falsificador o impostor antiguo suele tener en su mente muy a menudo más al lector de su texto que al coleccionista o merchante que pretende negociar con él.

Itzuli

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