Propósitos y objetivos
Mi objetivo va a ser brindarles una visión panorámica de la falsificación literaria como fenómeno que ha existido desde siempre en nuestra tradición cultural y extraer a continuación algunas posibles consecuencias programáticas sobre qué es posible hacer, todavía hoy y cara a los próximos años, con ese conjunto de textos espurios, falsos o inauténticos. Frente al papel y la actividad de los mistificadores, ha sido labor de la filología y de los críticos literarios desenmascarar al falsario y el texto espurio, anatematizarlos y enviarlos casi siempre a las espeluncas del infierno o al menos del olvido. En todo caso, después de varios siglos de filología disponemos por una parte de un corpus o canon literario que recoge las obras y autores consagrados en nuestra tradición venerable; y de otro lado también existe un corpus o anticanon paralelo, y un tanto disperso, constituido por aquellos documentos que la propia filología cree haber identificado como falsos o espurios.
Pues bien, lo que ahora pretendo es hacer una reflexión desde una sensibilidad más fresca al hilo de los nuevos tiempos. Pienso que quizá merezca la pena, una vez cerrado como digo el corpus canónico básico de la literatura griega antigua, contribuir a establecer el marco de la literatura 'apócrifa', revisar y precisar su terminología (recomendación que ya nos hiciera hace unos años Syme, 1972:13) y eventualmente construir un ensayo de su tipología. Sólo entonces podremos acercarnos a sus diversas parcelas desde otras perspectivas, como por ejemplo: ¿quiénes fueron los falsificadores y mistificadores?, ¿por qué razones y motivos actuaron?, ¿bajo qué circunstancias y cómo se produjeron dichos textos?, ¿cuál ha sido la historia de su tradición textual?, ¿en qué contexto cultural e ideológico se originaron?, ¿por qué vericuetos ha discurrido esta historia 'paralela' de la transmisión?, ¿qué prejuicios epistemológicos nos ha llevado en algunos casos a descartarlos del canon auténtico?
Sin duda son demasiadas preguntas, a las que yo no puedo contestar, aunque sí -como ven- me he atrevido a plantear. No obstante, el objetivo de esta ponencia es sencillo y más modesto: llamarles la atención sobre el hecho de que si bien nuestros antepasados filólogos ya han catalogado con gran refinamiento los textos espurios de una larga tradición cultural, pienso que se abre ante nosotros la tarea de reconsiderar precisamente estos textos 'malditos' (un anticanon) e intentar comprender no sólo por qué han llegado a existir, qué razones cabe dar de su propia existencia, qué motivos impulsaron en definitiva a sus autores a hacerlos pasar por auténticos, etc. Se abre así ante nosotros una tarea nueva desde una perspectiva renovada.
He de advertir que necesariamente tenemos que efectuar diversos descartes. Nos vamos a limitar, en principio, a los textos llamados literarios, dejando de lado los de carácter jurídico, así como los eclesiásticos y religiosos, a pesar de que en estos campos la metodología se ha demostrado además sumamente refinada y ha conseguido logros sustanciales. En cuanto a cronología, sólo recogeré aquellos testimonios que correspondan a documentos antiguos, parcelando así nuestra intervención al ámbito de la antigüedad clásica y fijándonos como punto de referencia final el año 529, fecha de la clausura de las escuelas filosóficas atenienses por parte de Justiniano, y dejaremos así de lado, salvo alguna que otra mención puntual, tanto la Edad Media (para la cual pueden verse los trabajos de Meyvaert) como los siglos posteriores; en cambio, por lo que se refiere a la transmisión de los documentos falsificados, se hará necesario seguir el hilo de dicha transmisión sin esta limitación cronológica, toda vez que cada documento tiene una vida propia que empieza en el momento de ser redactado y continúa haciéndose pasar por auténtico hasta que se comprueba su naturaleza e identidad de documento espurio.
Por ejemplo, es sabido que durante la Edad Media abundaron las falsificaciones de textos legales a cargo de abogados y eclesiásticos y que también durante el Renacimiento se perfilaron nuevos y más sofisticados métodos de detectar textos falsos, y sólo bastaría citar la famosa Donación de Constantino (Grafton: 34), escrito amañado durante el siglo VIII, por el cual el emperador Constantino cedía al Papa Silvestre I el control de Roma, incluido el palacio de Letrán, y de las posesiones eclesiásticas de occidente; como por otra parte los bizantinos reclamaban para Constantinopla la titularidad de 'Nueva Roma' apoyándose en el hecho de que el emperador Constantino había transferido el poder imperial de Roma a Constantinopla, el texto de la Donación afectaba a las pretensiones de ambas iglesias y dicho documento implicaba graves secuelas religiosas. En todo caso, su falsedad quedó al descubierto por obra nada menos que de Lorenzo Valla. También podríamos citar el emblemático caso de la Historia Regum Britanniae de Godofredo de Monmouth, que constituye un 'puro intento de enlazar a través de la imaginación a los héroes griegos y troyanos con los nobles de Francia y de Inglaterra'. Por otra parte, también hemos descartado las falsificaciones de 'objetos' o 'piezas arqueológicas y obras artísticas', como sucedió por ejemplo con la famosa Fíbula de Preneste, un adorno de oro sobre el que aparece una inscripción latina supuestamente encontrado (aunque en realidad falsificado) por Wolfgang Helbig a finales del siglo XIX. ( Grafton, 47 y nota 66, pág. 51).