III.-La historia de Sinuhé: El arquetipo
Pero sin duda el texto estelar de la gran narrativa egipcia de la época Faraónica es el que conocemos como El Relato (o la Historia) de Sinuhé. Escrita hace unos 4000 años, hacia la primera mitad de la Dinastía XIIª (siglo XIX a.C.), durante el Reino Medio, el período para algunos más creativo y dorado de la civilización faraónica, se nos presenta aún hoy día como un texto fresco, entretenido y aleccionador.
Los antiguos egipcios la consideraban indudablemente una de sus más acabadas obras literarias, un texto que reflejaba como ninguno sus valores e ideales. En este sentido se nos antoja que la Historia de Sinuhé fue para el Egipto Faraónico una especie de “obra nacional”, de una forma parecida a como lo fueron la Ilíada y la Odisea para la Civilización Grecorromana, la Epopeya de Gilgamesh para los mesopotámicos, o por acercarnos más a nuestro mundo, la Chanson de Roland para la Europa medieval… La cantidad de copias que se han recuperado de este texto, en papiro, en ostraka o en tablillas de madera, así como las menciones recurrentes de que era objeto en las escuelas de escribas y en general en los ambientes cultos y cortesanos, son el perfecto exponente de una popularidad que no admite parangón con ninguna otra obra literaria del legado Faraónico.
Las razones de este éxito y popularidad son múltiples. Por un lado la Historia de Sinuhé es un texto de bello y cuidado lenguaje, compuesto con cuidado y esmero. La trama proporciona emoción al lector, lo funde con el protagonista, saludando jubiloso el final feliz que inevitablemente debía llegar. Al igual que la célebre leyenda mitológica de la pasión, muerte y resurrección de Osiris, la favorita de los egipcios, donde las peripecias del dios y de sus divinos familiares, en especial la esposa abnegada, la fiel y valerosa Isis, y el hijo y heredero, Horus que acabará imponiéndose y vengando al padre, tenían un poder de atracción y una fama incomparable, el Relato de Sinuhé avivaba los sentimientos humanos básicos del lector egipcio, lo mantenía en vilo, y se encontraba plenamente identificado en él.
Porque –y aquí llegamos a una de las claves- Sinuhé encarnaba el modelo de aquello a lo que todo egipcio (que no fuera un pobre campesino) aspiraba a ser: el perfecto cortesano, el noble fiel y eficiente al servicio del soberano, el buen funcionario, astuto, inteligente y que, sin necesidad de ser particularmente valeroso, afrontaba las soluciones límite que le ponía por delante el destino. Además, detrás de toda la vida, los viajes y las peripecias de Sinuhé emergen dos elementos fundamentales de la visión que los egipcios tienen del mundo: por una parte, el Faraón, referente indiscutible, único señor digno de tal nombre, dueño de la vida terrena y garante de la eternidad venturosa de sus súbditos, dios vivo y buen pastor, juez y amo, patrón y benefactor. El segundo elemento, de igual o mayor importancia, es la devoción a la patria egipcia, al valle del Nilo, la “Tierra Amada”, fuera de la cual, de sus gentes y costumbres, es muy difícil para un egipcio entender que exista la felicidad de una vida plena y la seguridad de la bienaventuranza eterna. El egipcio, como Sinuhé, marcha al extranjero impelido por fuerzas mayores y, sin duda, anhela siempre volver a Egipto, si no para vivir, sí al menos para morir, y compartir el glorioso destino de sus antepasados.
En trono a estos tópicos gira toda la trama del Relato de Sinuhé. Veamos, a grandes rasgos los principales hitos argumentales de la historia:
-Tras un breve prólogo que recuerda mucho una biografía funeraria (hasta el punto de que hay aún quien sostiene la historicidad de nuestro personaje), nos encontramos con el auténtico principio de la obra. De una forma casi abrupta se nos informa que se ha producido un magnicidio, que, cosa inaudita para un egipcio, la persona sagrada e inviolable del faraón, ha sido profanada. La muerte del rey, Amenemhat I, es así presentada con unos términos casi mitológicos, pero que sin embargo no acaban de ocultar lo que sabemos por otros documentos contemporáneos: que el soberano murió asesinado, víctima de un complot palaciego en el que habrían estado implicados importantes cortesanos e incluso posiblemente miembros de la propia familia real. El príncipe heredero, Sesostris (el futuro Sesostris I), que se encontraba de campaña contra los libios, es advertido y rápidamente se apresura a la capital para restaurar la situación y asegurar la continuidad dinástica. Sinuhé, de alguna manera, entiende que puede verse –injustamente dice él- implicado en la conjura. Presa de pánico, abandona la capital y huye. La ruta que sigue en su huida hasta atravesar la frontera egipcia esta descrita con profusión de detalles y mención de topónimos, y, sobre todo, con una gran viveza literaria, como en el episodio en que, llegando ya hasta la fortaleza que se alza en la frontera oriental egipcia, nuestro personaje se oculta en unos arbustos y acecha a los centinelas para aprovechar la ocasión propicia de abandonar Egipto. Así llega al Sinaí, pero solo para verse perdido en medio de uno de los desiertos más duros del Oriente Próximo. Sin comida ni agua, solo y abandonado, Sinuhé desfallece, se abandona en el suelo, y creer morir.
-En este punto el relato experimenta un giro inesperado. Sinuhé escucha el mugido del ganado, y se encuentra con un grupo de beduinos, en cuyo campamento es acogido hospitalariamente, le ofrecen alimento y cobijo, lo alimentan y en definitiva le salvan la vida. El jefe de la tribu, el jeque Amunenshi, lo recibe con alabanzas y grandes muestras de respeto, e inquiere por la situación en Egipto. Esta pregunta se convierte en una oportunidad para que Sinuhé realice un auténtico encomio del nuevo faraón (Sesostris I) lleno de pasión y fidelidad, algo que uno difícilmente esperaría de un exiliado… Amunenshi, impresionado, coloca a Sinuhé al frente de una de sus tribus y a cargo de un territorio rico y de importancia estratégica, y por si eso fuera poco le da en matrimonio a su propia hija. Los años pasan y Sinuhé prospera en tierras de Palestina y Fenicia. Desde Biblos a Gaza, sus hazañas y correrías acrecientan su fama y respeto. Pero también generan envidia y rivalidad. Así, un buen día, recibe el desafío de otro caudillo sirio-palestino, que lo reta a combate singular, con vida, bienes y súbditos en juego. Este auténtico “combate de jefes” se convierte en un espectáculo que atrae a multitudes al lugar del evento. El rival de Sinuhé es un gigante de envergadura colosal, ante el cual el egipcio parece destinado a ser derrotado y a morir. Pero Sinuhé tiene preparada su estrategia: agota a su rival, evitando el cuerpo a cuerpo, y luego lo mata clavándole una saeta en el cuello. Nuestro héroe le corta la cabeza en medio del delirio de la multitud. Ahora sí que su celebridad no conoce ya límites, y su influencia y prosperidad en Siria, son incomparables.
-Pese a todo, Sinuhé no es feliz. Añora Egipto, su tierra, a su gente, y a su rey. Desea volver, envejecer allí y ser enterrado conforme a las prácticas y rituales egipcios. Y se produce el milagro, Recibe una carta del mismísimo soberano. La carta-decreto de Sesostris I es una de los fragmentos más elocuentes y vívidos de todo el relato. Después de reprocharle su huida, insistiéndole en que nada tenía que temer y que nadie dudaba de su inocencia, le exhorta a regresar. Le recuerda su favor en la corte, especialmente por parte de la reina y los príncipes de la corona, que lo conocen bien puesto que Sinuhé había desempeñado funciones cerca del harén. Y, sobre todo, le advierte lo que le supondría morir en tierra extranjera, entre los asiáticos, y ser enterrado según sus bárbaras costumbres. En un pasaje verdaderamente único, el faraón le describe con detalles un funeral de lujo, que le estará reservado a él si vuelve. Esto es demasiado para Sinuhé. Lo abandona todo, no sin dejar arreglados sus asuntos en Asia, colocando a su hijo mayor al frente de su tribu y sus posesiones, y emprende el regreso a Egipto.
-El tramo final de la Historia de Sinuhé es una feliz sucesión de secuencias que suponen la restitución de Sinuhé a su lugar, a su posición social y, en definitiva, lo convierten otra vez en egipcio. Es recibido por el rey en persona, y por la familia real y la corte al completo. Se le despoja de sus hábitos asiáticos y de su aspecto de extranjero. Se le coloca en una mansión regia, posiblemente al servicio de alguno de los príncipes a los que tan bien conocía desde pequeño. Finalmente, se le asigna un terreno, medios materiales y humanos para edificar una tumba adecuada a su rango y al favor del que disfruta ante el faraón. Así, apaciblemente establecido en el lugar que le vio nacer, querido y respetado por todos, Sinuhé espera tranquilo y confiado la muerte…
Las enseñanzas que de este extraordinario texto podemos extraer son múltiples y variadas. Toda la trama desemboca en un final que se nos antoja perfecto reflejo de la actitud egipcia ante la vida y la muerte: el egipcio, especialmente el egipcio acomodado, el noble o cortesano, escriba y funcionario, fiel al estado y a su rey, tras una vida ejemplar de servicio y lealtad, en la que no ha descuidado la preparación de su ajuar funerario, de su tumba y del servicio que debe dejar asegurado para ella, puede esperar sin miedos la muerte, como un tránsito hacia un más allá o, mejor dicho, a una vida eterna en la que se va a prolongar la vida excelente del cortesano y terrateniente. Allí disfrutará de un paraíso que en buen medida no es más que una copia magnificada de las excelencias naturales de la tierra de Egipto. Pese a que hubo voces en Egipto que se alzaron ante esta imagen confiada de certidumbre en el destino del hombre, lo cierto y verdad es que la impresión que en general extraemos de la documentación egipcia se ajusta muy bien a lo que recoge la Historia de Sinuhé.
Y, como en este relato, queda claro el papel central, absoluto y solar del Faraón, y no solo como vértice de la pirámide social y centro del poder político. Para los egipcios el soberano es además el auténtico dador y garante de la felicidad eterna a la que todo egipcio aspira. Intermediario entre los hombres y los dioses, divino él mismo, bajo su responsabilidad no queda sólo el bienestar material del pueblo egipcio (él es el garante de la crecida del Nilo), o su seguridad frente a los enemigos. Además de todo esto, es él quien facilita el paso a una feliz inmortalidad, que todo egipcio quiere disfrutar acompañando y sirviendo a su señor tras la muerte, como lo hicieron en la vida. Se trata de un dogma que evolucionará a través de los siglos y etapas de la historia egipcia pero que de una u otra forma nunca dejó de ser aceptado y sustentado. Además, por supuesto, la Historia de Sinuhé es un documento de valor histórico de primer orden, pleno de datos y de verosimilitud. Nos informa acerca de acontecimientos y detalles internos de la corte egipcia, y pone de relieve la influencia de Egipto en la franja Sirio-Palestina durante la primera mitad de la Dinastía XII, quizás el primer período en que la autoridad de los faraones llegó a ser reconocida y aceptada en esta región de Asia.
En este sentido no hay que dejar que señalar las evidentes similitudes de este relato con textos y obras literarias de Palestina y Mesopotamia. Particularmente sugestivos son los paralelos con el texto Bíblico, que ya fueron señalados desde la publicación de las primeras traducciones de nuestro texto: la huida y éxodo de Sinuhé evoca inevitablemente la figura de Moisés, expulsado de Egipto, perdido en el desierto, pero también rescatado de la muerte gracias a la hospitalidad de la tribu de Jetró, con cuya hija, Sefora, se casará. Y, por supuesto, el paralelismo entre el duelo singular de Sinuhé con el campeón sirio y el relato bíblico de la lucha de David y Goliat es mucho más que una mera coincidencia…