Homero y Hesíodo: una religión artificial y unificadora
El fin del mundo micénico se acompaña de la desaparición de la estructura palacial, el sistema ideológico que sustentaba el poder de la élite e incluso de la escritura (junto con la burocracia que la empleaba). Entre los siglos XI y VIII se instaura una nueva sociedad, dirigida por una nueva élite que justifica su preeminencia en la pertenencia a linajes determinados, que dicen entroncar con grandes héroes del pasado e incluso con los Dioses. En este ambiente obsesionado por las genealogías y por los hechos heroicos surgen los poemas homéricos y hesiódicos. LaIlíada desarrolla la narración fabulosa (y puramente mítica) del enfrentamiento entre los aqueos (liderados por la pléyade de sus heroicos jefes, sobre los que impera Agamenón, señor de Micenas) contra los troyanos por el peregrino motivo de recuperar a una mujer (Helena, la esposa legítima de Menelao, señor de Esparta, raptada por Paris, hijo de Príamo, señor de Troya). Mientras los hombres se enfrentan en el campo de batalla, en el mundo celeste los Dioses determinan los derroteros del combate; Zeus ( o en otras versiones Hermes) pesa los destinos de los combatientes; no será la mayor o menor capacidad bélica la que determinará el resultado del enfrentamiento, sino la dirección hacia la que se decantará el fiel de la balanza. Otro tanto ocurre con la Odisea, el único de los relatos de regresos a su patria de los héroes aqueos vencedores de Troya que se ha conservado completo. Odiseo, protegido por la Diosa Atenea pero enfrentado al Dios Posidón (que rige sobre los mares) vaga durante diez años por parajes extraordinarios (llega incluso a la boca del Hades, el reino de los muertos) hasta que los Dioses le permiten retomar al hogar.
Los poemas homéricos desarrollan una teología que infuirá profundamente en la especulación posterior; dado que se convirtieron en obras aceptadas por todos los griegos, conocidas y aprendidas desde la infancia y que sirvieron para homogeneizar las creencias en un mundo que con el desarrollo de las ciudades ( convertidas en centros rituales independientes) tendía a potenciar la variabilidad ideológica local. Además, las narraciones heroicas del pasado marcaban las pautas de comportamiento diferencial de la élite griega, que se decía entroncar con estos héroes indiscutibles (mejores sin duda que los hombres del presente) gracias a intrincadas genealogías en las que se complacían especialmente.
Los poemas de Hesíodo, por su parte, sin llegar a tener la enorme influencia de las obras homéricas, presentan un carácter sistemático que también sirvió de guía para la teología posterior. Resulta especialmente interesante su obra Teogonía que narra la genealogía de los Dioses ( desde el caos a las divinidades que rigen el mundo presente pasando por las generaciones destronadas de Dioses del pasado ); por su parte Los trabajos y días ilustra las creencias campesinas y expone mitos de gran interés, como el de las razas. Esta narración antropogónica es especialmente ilustrativa: los hombres del presente son una raza degenerada, la de hierro, la última de una serie que fue decayendo desde la de oro (reflejo de la utopía en la que la naturaleza ofrece sus productos de modo espontáneo ), cercana a los Dioses, pasando por la de plata y la de bronce y solo recuperando algo de su esplendor con la raza de los héroes. Este relato tiene paralelos orientales (incluso bíblicos como Daniel 2,31 ss.) pero también indoeuropeos (Mahabharata III, 12,826), aunque lo específico hesiódico es la presencia entre las razas metálicas de la de los héroes, en cuyas acciones y líneas de sangre, como ya vimos, se reconocía la élite.
Lo característico de estos primeros testimonios griegos es que los creadores de la teología, los sistematizadores del corpus de creencias, son poetas inspirados (imaginariamente por las Musas ), no sacerdotes; conforman una religión artificial muy directamente relacionada con la ideología de los grupos sociales a los que están dirigidas estas obras.