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Domingo, 22 de diciembre de 2024
Jornadas sobre la antiguedad
LA IRA Y EL AMOR: EMOCIONES EN LA GRECIA ANTIGUA
La irascible y sin-amor Electra

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De la trilogía que Esquilo dedica a la saga, Orestiada, aquí nos interesa la segunda tragedia, Coéforos, en la que, desarrollando las características que hemos visto en Estesícoro, Esquilo confiere un papel relevante a la hermana que espera fiel, aunque el protagonista sigue siendo Orestes; él es quien da instrucciones según un plan que ya lleva elaborado y con él empieza y termina la obra, con un Orestes sin vinculación con persona alguna que pudiera tener algún ascendiente sobre él; por eso sólo le acompaña Pílades, un amigo de su edad, y por eso empieza la obra con la invocación al padre muerto, reclamando la unión con la estirpe. Electra asume el papel de puente entre el padre muerto y los que han quedado de su estirpe, ella y el hermano, y de mensajero que informa a público y hermano de la situación. El escenario contribuye a mostrar la unión: la escena está dominada por la tumba del padre, a la que llega un camino desde el palacio, por el que entran Electra y el coro, y otro por el que los hombres vienen de fuera. El papel pasivo de Electra se muestra desde su primera intervención: tras las palabras de Orestes, entra en escena el coro, que en su canto funde su propia historia y su situación presente con la de Electra: son cautivas de Troya, que se convierten, a pesar del abismo de condición social que las separa, en amigas y consejeras de Electra, la hija del rey que tomó Troya, y es que hay algo que las une: la lamentable situación en la que todas ellas se encuentran ha sido provocada por la guerra de Troya. Veremos que Eurípides recuerda este coro de Esquilo, pero dándole un papel acorde a su posición, el de criadas de la reina, a la que acompañan cuando sale de palacio, silentes sirvientes, como les corresponde. La importancia que Esquilo da al coro hace que las primeras palabras de Electra en escena sean para pedirles consejo. Electra es una mujer indefensa, que no sabe cómo actuar, sin derechos, tratada como una extraña en palacio; ella misma muestra las concomitancias con la situación del hermano, que ha vivido como un apátrida. En súplica en la tumba del padre dice:
pues andamos errantes ahora, vencidos por la que nos parió (vv. 133 s. )
yo soy como una esclava, él, lejos de sus bienes, Orestes, desterrado está (vv. 136 s.)
Y lo mismo hará Orestes, en súplica a Zeus:
Así a mí y a ésta, a Electra digo, te es posible ver, descendencia privada de padre, ambos expulsados los dos por igual de la casa (vv. 252 ss.)
Electra, a la vez que nos informa de la situación, nos prepara para la inminente venganza, pues describe el sueño que Clitemnestra ha tenido, por el que debe realizar libaciones en la tumba del padre, y que es un claro presagio: de nuevo una serpiente, que en este caso mama del pecho de Clitemnestra leche y sangre, es decir, el que mamó de sus pechos, Orestes, en unión con el difunto, verterá su sangre. Son las coreutas, las cautivas troyanas, las que le recuerdan que debe exigir venganza, debe suplicar a los dioses el regreso del vengador. Acorde con esa ingenuidad de Electra y su escasa relevancia en Coéforos, Esquilo no quiere dilatar el momento del reconocimiento entre los hermanos, no quiere que este motivo dramático sea causa de distracción del espectador. Por ello inmediatamente después de pedir el regreso del hermano, Electra encuentra las pruebas de que ha vuelto, el rizo y la huella del pie de Orestes en la tumba del padre. La rapidez del reconocimiento muestra que a Esquilo no le interesa el sufrimiento de la joven, no quiere desviar la atención hacia ello, porque no le interesa Electra; por ello también, en cuanto Orestes se da a conocer como lo que es, como el heredero, y expone el plan de venganza, Electra queda sin papel en la obra: para Esquilo Electra es sólo un eslabón del linaje al servicio del hermano, el ejecutor de la venganza; es la víctima inocente que sólo espera sin siquiera rebeldía: por ello no ha lugar tampoco para un diálogo madre-hija, como sí habrá en las recreaciones de Sófocles y Eurípides.
Esquilo centra el problema de esta saga en las disputas que se producen en el interior de un linaje; a lo largo de una trilogía muestra cómo la exigencia de justicia según el antiguo derecho de sangre genera una contradicción interna: se le exige a Orestes que mate al asesino de su padre, pero esa persona es su madre, y matarla está prohibido por ese mismo derecho de sangre; es decir, el antiguo sistema gentilicio provoca situaciones sin salida. Al final de la trilogía, que se representa en el momento en el que se están consolidando en Atenas las reformas democráticas (458), Esquilo muestra que la solución hay que buscarla en otro plano, fuera de la familia: la solución está en las leyes de la ciudad, en un tribunal de la polis, donde los votos, la democracia, es la que decide. Este fin que persigue Esquilo es la causa también de la relevancia que da a la muerte de Clitemnestra, al matricidio, que, como es habitual en su dramaturgia, está situado en una estructura de tensión ascendente: primero Orestes mata a Egisto, después a la madre, en una escena de gran intensidad emocional, en la que las súplicas de la madre hacen que este Orestes, que se comporta como un autómata que sigue los dictados del oráculo, dude por un instante, hasta que su compañero, Pílades, le recuerda que un mandato divino le obliga. En este marco conceptual era esperable que Esquilo no se interesara por el personaje de Electra en sí mismo, sino sólo en su papel de mediador. Veremos, por el contrario, que tanto Sófocles como Eurípides confieren a Electra mayor entidad dramatúrgica.

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