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LA IRA Y EL AMOR: EMOCIONES EN LA GRECIA ANTIGUA
La irascible y sin-amor Electra

Itzuli

4.1.

También Sófocles hace que Orestes y sus acompañantes sean los primeros en salir a escena, pero mientras en Esquilo la tumba del padre dominaba la escena, aquí domina el palacio; a sus puertas llegan Orestes (acompañado de Pílades) y el pedagogo de Agamenón, que ahora lo es del hijo, y por lo tanto es un nexo de unión entre padre e hijo. Éste, el pedagogo, es el primer personaje en hablar y deja clara la situación; sus primeras palabras,
Hijo del que fue entonces jefe del ejército en Troya, de Agamenón...,
dejan ver que ha llegado el heredero. Y ha llegado en el momento oportuno, insistiendo Sófocles en un tema que es habitual en su teatro, la importancia del kairós, del momento oportuno: ahora... te es lícito (v. 2) dice el anciano, y como final afirma:
ya no es ocasión de dudar, sino de la culminación de las acciones (v. 22)
A estas palabras responde de inmediato Orestes y muestra que él es quien lleva la iniciativa. Sin dilación va exponiendo los principios que rigen su comportamiento, entre los que destaca el pragmatismo manifestado en unas expresiones que recuerdan de cerca la caracterización negativa que Sófocles hace del artero Odiseo en su tragedia Filoctetes; dice Orestes:
me parece que ningún discurso es malo con ganancia (v. 61)
Es decir, que no le importa fingir o llevar a cabo cualquier otra acción impropia de un héroe, siempre que le sea útil; y acorde con ello sabe valorar la ocasión, el momento oportuno, como se ve en las palabras que cierran su primer discurso, en respuesta a las del pedagogo,
pues es la ocasión, lo que precisamente para los hombres es la mayor protección de toda empresa (vv. 75 s.)
Tan acusado es su pragmatismo y tan dispuesto está Orestes a realizar cualquier acto con tal de recuperar su herencia, que no es problema para él los asesinatos, en especial no es problema el matricidio, que no le plantea ninguna duda ni reparo de tipo moral. Este rasgo de la figura de Orestes ha sido puesto en relación con la obligatoriedad de cumplir las órdenes dadas por Apolo, que le exige que vierta la sangre de los asesinos de su padre, y a su vez con una pretendida relación de Sófocles con los círculos pro-délficos, es decir, con los círculos oligárquicos atenienses; esta relación, sin embargo, nos parece arriesgada, puesto que estaría en contradicción con la actividad política y en general intelectual de Sófocles, muy cercano a los círculos políticos en los que se movía Pericles.
Con la frialdad y el cálculo de Orestes contrastan las palabras de Electra, que interviene inmediatamente después de la escena entre su hermano y el pedagogo. Sus primeras palabras son una acumulación de manifestaciones de dolor que hablan de un pasado lleno de lamentos y duelo, y de la actual situación, en el límite ya de la resistencia de una vida que sólo espera la vuelta del que lleve a cabo la venganza. El coro, en esta ocasión formado por ciudadanas, le dirige prudentes reconvenciones; con amables palabras como
no a ti sola, hija, entre los mortales se te mostró el dolor (vv. 153 s.)
recuerda el coro las palabras con las que Apolo se refiere al desmesurado duelo de Aquiles por la muerte de Patroclo, palabras que convencen a los dioses de que Aquiles debe poner fin a su actitud y aceptar con resignación la pérdida, lo que realmente hará (Ilíada 24. 46-49); Electra, en cambio, no es capaz de ceder, más extrema en sus muestras de desesperación aún que Aquiles. El coro le advierte de su imprudencia y en la línea de Orestes afirma que hay un momento oportuno para todo, pues el tiempo tiene un gran poder, que es dulcificador, pero también restaurador:
pues el tiempo es un dios complaciente (v. 179)
Y le insta a confiar en la justicia de Zeus, en la que ella no parece creer.
Como Orestes, que desde el comienzo habla de su herencia, esta Electra insiste reiteradamente en la privación en que vive: no sólo está anormalmente soltera (como la de Esquilo), sino que hace gala de los andrajos que viste y del mal trato que recibe:
como una extranjera indigna, permanezco en las habitaciones del padre, así, con indecorosos vestidos y entre mesas vacías doy vueltas (vv. 189 ss.)
La vida de esta Electra es el duelo y la espera, durante la cual, imprudente, intenta amargarles la vida a los nuevos soberanos más allá de lo que significa ya su sola presencia en la medida en que es un cuerpo extraño procedente de la casa de Atreo que no se integra en la nueva, la casa de Tiestes. Para mostrar de un modo evidente este último rasgo, que es incapaz de integrarse, que es incapaz de olvidar, crea Sófocles dos enfrentamientos, ninguno de los cuales está en la tragedia de Esquilo, ambos entre Electra y otra persona allegada, primero su hermana Crisótemis, después su madre; Eurípides veremos que también crea uno, el enfrentamiento madre-hija, pero no el de las dos hermanas. Es éste enfrentamiento, el que se produce entre Electra y Crisótemis muy propio de la dramaturgia de Sófocles, ideado a partir de la pareja Antígona-Ismene, con la que comparte muchos rasgos: en ambos casos tenemos a una muchacha que se acomoda a las nuevas circunstancias, que reconoce la autoridad del que en ese momento gobierna casa y país y que, sin olvidar sus sentimientos, no lo desafía, una persona, por lo tanto, dispuesta al compromiso, Ismene-Crisótemis; la otra, la hermana, se mantiene fiel a la memoria, Antígona-Electra, no reconoce la autoridad de la persona que la está ejerciendo, ni lo oculta, sino que la desafía y arrostra todo tipo de penalidades por no ceder en su posición, por lo que su actitud es incómoda para sus allegados, a los que causa problemas (aspecto éste que desarrolló Giraudoux en su Electra en un momento en el que se presentía el estallido de la gran contienda bélica). En la obra homónima, Antígona muere por cumplir con los honores debidos al hermano muerto por encima de las órdenes del nuevo rey; en la que aquí nos ocupa, Electra se nos muestra como una esclava en su propia casa, dispuesta a morir por no olvidar.
Si este contraste entre dos personas que se podría considerar casi idénticas, puesto que son dos hermanas (y recordemos que es muy frecuente el juego de parejas de hermanos, a veces gemelos, que se enfrentan), es un feliz hallazgo de Sófocles, que muestra con claridad el distinto modo de enfrentarse a una situación por parte de dos jóvenes con las mismas características externas, los mismos padres, igual sexo y posición social, similar edad, el enfrentamiento entre madre e hija, sobre el que no podemos asegurar quién lo compuso primero, Sófocles o Eurípides, este enfrentamiento hace estallar en escena una terrible tensión en la que ambas mujeres se explican, pero en momentos distintos de la obra: en Eurípides, como veremos, precede al momento en que Clitemnestra entrará en la casa de Electra, donde la espera Orestes, engañada por una hija exultante que está ultimando el plan de venganza; Sófocles, en cambio, coloca este enfrentamiento en el momento culmen de las desgracias de Electra, después de que su hermana le haya anticipado que la van a encerrar de por vida, porque no deja de fastidiar a los nuevos dueños; cuando sale la madre, temerosa por los sueños que ha tenido, se produce esta dura discusión, a la que sigue inmediatamente las noticias de la falsa muerte de Orestes, por lo que Electra queda por un instante totalmente destroza. Por un instante, hasta que reacciona y se decide a ser ella la que asuma la responsabilidad de vengar al padre (lo que ya sabemos que no será necesario, porque la noticia del fallecimiento de Orestes es falsa).
Este enfrentamiento madre-hija provoca una gran tensión emocional. En Esquilo no se produce, la indefensión de la hija imposibilita cualquier enfrentamiento con la madre, una mujer dominadora, activa, a los ojos de los griegos extraña como mujer y, en consecuencia, viril. La Clitemnestra de Sófocles, en cambio, se justifica ante la hija y aduce como causa del asesinato del esposo que aquél sacrificó a la hija de ambos, Ifigenia, por la debilidad de carácter de Menelao, porque Menelao no supo estar a la altura de las circunstancias y permitió la huída de Helena; más que ultrajada por su esposo, Clitemnestra se siente defraudada, traicionada por un Agamenón que se ha doblegado a las exigencias de un hombre, Menelao, que se doblega ante una mujer, Helena. Pero en este enfrentamiento dialéctico entre madre e hija Sófocles hace además que las dos mujeres traten el tema fundamental, la disputa dinástica, y pone en boca de Electra la manifestación de la existencia de una contradicción en el seno del derecho de sangre, un derecho que ha sido superado por el derecho ciudadano. Electra denuncia esa ley que rige en el interior del linaje:
Porque si un muerto se ha de pagar siempre con otro muerto, tú quizás habías de morir la primera, si se te aplica esa justicia (vv. 582 s.)
En opinión de Electra, el que Agamenón matara a Ifigenia no era motivo para darle muerte a él, y, además, si se sigue esa línea de acción, su asesina ahora debe morir; es decir, según el marco de actuación que siguió Clitemnestra, la muerte de Clitemnestra está justificada. Pero además Electra tampoco acepta los motivos de la muerte de Agamenón que alega su madre, y exculpa al padre: considera que Agamenón obró obligado por las circunstancias y acusa a Clitemnestra de haber tenido otros motivos aparte de la venganza por la muerte de la hija, la acusa de haber actuado movida en realidad por el amor que siente hacia Egisto, con lo que la está acusando de uno de los peores defectos que puede tener una persona, y más si es mujer, dejarse seducir y actuar movida por la pasión amorosa. Una acusación ésta que aparece también en Eurípides.
Al contraste entre la actitud de las dos hermanas y entre las opiniones de madre e hija, escenas ambas con las que se profundiza en la caracterización de Electra y de las causas de su actitud, añade Sófocles el contraste entre los desolados lamentos de una Electra incapaz de aceptar consejos, que incluso pone en peligro la venganza futura, y el frío y reflexivo comportamiento de Orestes, que, aunque cree haber oído a Electra, no se detiene a comprobar si realmente es ella, lo que a los espectadores les debió hacer recordar que el Orestes de Esquilo sí lo hizo. Con ello quiere resaltar Sófocles con claridad esos dos modos de actuar: el uno, el de Orestes, frío y calculador, el otro, el de Electra, emotivo y pasional. Tampoco le interesan a Sófocles las dos muertes en sí mismas, razón por la que son muy rápidas.
         La escena del asesinato de la madre es muy breve: se escucha un breve diálogo entre madre e hijo, desde el interior, con intervenciones puntuales de coro y Electra, sólo 18 versos (1404-1416), sin que se plantee Orestes ningún escrúpulo moral. Le sigue el asesinato de Egisto, aún más rápido, precedido de un golpe escénico: mostrando en escena el interior de palacio, se ofrece a los espectadores, Egisto entre ellos, el cuerpo sin vida que él considera de Orestes, pero los demás saben que es Clitemnestra, franqueado por los jóvenes que él considera portadores de buenas noticias, pero que los demás saben que son portadores de muerte. Es ésta una espectacular imagen que evoca la presentación del cuerpo sin vida de Agamenón en Esquilo en la primera obra de su trilogía, en Agamenón. Tras esta visión terrible, se llevan raudos a Egisto al interior para asesinarlo en el mismo lugar en que Agamenón murió. A Sófocles no le interesa el matricidio, con sus componentes en parte morales, en parte sociales; Sófocles aquí, en la línea de su restante producción quiere hacer un llamamiento a la sophrosyne, la templaza, la virtud más valorada por los griegos, con la que contrasta la actitud de Electra; un llamamiento a no forzar el curso natural de las cosas, confiando en que la justicia de Zeus antes o después se cumpla, seguros de que el tiempo tiene un gran poder, el poder de sacar la verdad fuera, de restablecer un orden roto.
La venganza es ejecutada por un Orestes que goza del apoyo de Apolo, también después de los asesinatos, al que lo único que le interesa es realizarlos en el momento y modo oportuno, según un plan trazado y dentro de un orden que restablece el equilibrio roto. Pragmatismo y adecuación a las circunstancias, de los que no es capaz la protagonista, encerrada en su inmovilismo. El contraste entre la actitud de ambos acentúa el aislamiento de la heroína, relegada a la inacción, empecinada en luchar contra el olvido con una obstinación que provoca el rechazo no sólo de los afectados directamente, también del resto de la gente de su alrededor, que quiere vivir una vida sin obsesiones.

Gora

Itzuli

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