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Viernes, 29 de marzo de 2024
Jornadas sobre la antiguedad
LA IRA Y EL AMOR: EMOCIONES EN LA GRECIA ANTIGUA
La irascible y sin-amor Electra

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4.2.

El aislamiento de esta Electra se produce en el interior de palacio: Electra voluntariamente se ha excluido de la vida en común, se ha apartado de las mujeres de la casa, de su madre y su hermana, y de las mujeres de fuera, las del coro, en una especie de exilio interior. Pero no es ésta la situación de la Electra de Eurípides: en la tragedia de Eurípides todo se produce lejos de palacio y de la tumba del padre. Desde el comienzo Eurípides priva a la obra de todo rastro de heroísmo: Electra es una campesina a la que se ha casado con un hombre ajeno al mundo heroico, para evitar que pudiera tener descendencia noble. Precisamente es este hombre, el campesino, quien inicia la obra explicando directamente al público lo que ha sucedido y nos informa de que él ha respetado la posición de Electra y no ha consumado el matrimonio. Inmediatamente después sale Electra, dedicada a las labores cotidianas de una ama de casa, lamentándose de la dureza de las condiciones de vida de un campesino normal del Ática, en este momento unas condiciones duras por el estado en que se encontraba Atenas después de los años de guerra y las constantes derrotas y destrucciones que provocaron el empobrecimiento de la mayoría de la población. El motivo de la boda con una persona de posición muy inferior, por su novedad y efectividad ha sido recreado en obras posteriores: se ha insistido en el contraste entre la posición a la que Electra tiene derecho por nacimiento y a la que se la obliga por matrimonio, así como la buena disposición de este hombre de baja extracción, que no pretende sacar provecho de su nueva situación. Añade Eurípides otro tema que ya había tratado en otras ocasiones: el elogio de la que podríamos llamar "clase media", que en tragedias anteriores era vista por el dramaturgo como la solución a los conflictos de la ciudad, el grupo social que debía ejercer una función mediadora en un compromiso social, que algunos círculos intelectuales consideraban imprescindible; pero ahora Eurípides es consciente de que ese compromiso, y por ello esa función mediadora, ya no es posible.
Su Electra hace alarde de pobreza, se obliga a sí misma a realizar tareas que no es imprescindible que haga, como un castigo que se impone para recordar la situación que vive, no acorde a su estirpe. En este marco la espectacular llegada de Clitemnestra, montada en lujoso carro y acompañada de esclavas, no debe ser interpretada como un artificio de Eurípides para crear espectacularidad, sino como un procedimiento para caracterizar a la madre y a la vez ofrecer de modo plástico el contraste entre la situación de ambas mujeres: la misma Clitemnestra habla con satisfacción de su riqueza, acorde con su posición de soberana, y de sus sirvientas, las cautivas troyanas a las que antes nos referimos, que en esta escena no sólo son muestra de la riqueza de Clitemnestra, en contraste con la pobreza de Electra, también hacen que el espectador recuerde el coro de Esquilo y, por último, que recuerde que todo es consecuencia de unos actos crueles realizados en el contexto de la guerra de Troya. La misma reina lo dice:
A éstas tengo yo en mi palacio, lo más escogido de la Tróade; pequeño regalo, aunque hermoso, a cambio de la hija que perdí.
En ese ambiente de cotidianeidad en el que empieza la obra, Orestes y Pílades llegan como jóvenes viajeros que traen buenas nuevas; el anciano pedagogo, que se ha reconvertido en pastor, se acerca a la casa por un motivo banal, para aprovisionar la despensa, y es tratado por Electra como un viejo que desvaría por la edad; este anciano, al que Electra trata con muy poco respeto, es quien instruye a Orestes sobre el modo de matar a Egisto, un modo claramente antiheroico, mediante engaños y a traición, por la espalda, durante un sacrificio, y con un cuchillo de quebrar huesos (vv. 835 ss.), mientras que en Esquilo y Sófocles esta muerte se produce a cara descubierta. En Sófocles Clitemnestra salía a escena hondamente conmocionada por un sueño, que interpreta como presagio de males; sale, pues, por un motivo relacionado con las versiones más antiguas del mito y con la creencia tradicional en el poder adivinatorio de los sueños, un motivo de ámbito religioso; Eurípides, que no utiliza el motivo de los presagios, la hace salir como una mujer corriente: Clitemnestra es atraída por Electra a su casa con un engaño de ámbito femenino que la hija ha urdido, mediante el fingimiento no de una muerte, sino del nacimiento de un hijo. Y acorde con ello su muerte, como la de Egisto, se produce también de un modo antiheroico: Orestes, que no cree necesario alargar la venganza a la madre, es obligado por una mujer, su hermana, a realizarla, pero, como no abandona sus escrúpulos y se tapa la cara, incapaz de ver el horror de la acción, es Electra quien empuja mano y espada del hermano, es ella, por lo tanto, quien realmente ejecuta la venganza.
Mientras que la Electra de Esquilo se limitaba a esperar la llegada del hermano y la de Sófocles sólo se plantea ejecutar ella la venganza cuando le llega la falsa noticia de la muerte del hermano y se retira a un segundo plano cuando éste vuelve, la Electra de Eurípides es la que gobierna toda la acción dramática, impelida por un odio extremo. Su fuerza es tal que no admite discusiones con nadie: no discute con el anciano pedagogo cuando éste le trae noticia de la existencia de unos indicios en la tumba del padre que hacen pensar en el regreso de Orestes, los mismos indicios gracias a los cuales la Electra de Esquilo estallaba en alegría porque los interpretaba como pruebas de la llegada del hermano, esos indicios ahora son rechazados con desprecio por una Electra que con implacable rigor lógico los considera interpretaciones apresuradas de un viejo senil. Lógica y realista afirma:
¿cómo podrá ser igual el rizo del cabello de un hombre noble, acostumbrado al gimnasio, y el de una mujer, acostumbrado a los peines? ¡Ea, imposible!. Además, en muchos encontrarás bucles semejantes y no han nacido de la misma sangre, anciano. ... ¿cómo podría quedar en el suelo duro la impronta de los pies? Pero aún si esto fuera posible, no podría ser igual el pie de dos hermanos, varón y hembra. ¡El varón es más robusto! (vv. 527 ss.)
A pesar de lo cual será el anciano quien reconozca a Orestes, no por los indicios, sino por un motivo muy homérico, por una cicatriz, del mismo modo que la anciana nodriza reconocía a Odiseo. Aquí, como en otras muchas ocasiones, Eurípides muestra que el poder del logos se quiebra ante la fuerza de la realidad: los cabellos y la huella resulta que sí son del hermano.
Tampoco es un verdadero enfrentamiento dialéctico el que se produce en el diálogo con la madre, motivo que comparte Eurípides con Sófocles, aunque, como indicamos en una posición distinta en lo que hace a la estructura dramática y con unos resultados también distintos. Si en Sófocles estaba en el punto máximo de manifestación de dolor de Electra, aquí Eurípides lo sitúa en un momento en el que la venganza de los hermanos ha sido ya en parte ejecutada: muerto ya Egisto, Orestes está dentro de la casa de Electra esperando la entrada de la madre para matarla. Llega entonces Clitemnestra, a la que se atrae en tanto que madre, engañada con la falsa noticia de que Electra ha dado a luz y se precisa de su ayuda para llevar a cabo los ritos preceptivos. De nuevo la madre cae en una trampa propia del ámbito femenino urdida por un Atrida: antes ella y su hija Ifigenia fueron engañadas por Agamenón, que les habló de una boda; ahora es engañada por la hija de Agamenón, que le habla del nacimiento de un nieto. La finalidad del diálogo madre-hija es caracterizar a ambas con unos rasgos que en parte son novedosos: Eurípides desarrolla unos aspectos del carácter de Clitemnestra que Sófocles y sobre todo Esquilo apuntan o simplemente pasan por alto. Ya en el relato que hace el campesino, al empezar la obra, apunta la posibilidad de que Clitemnestra tuviera motivos para matar al marido, a los que no se refiere, y nos informa de que fue ella la que convenció a Egisto de no matar a Electra, aunque lo hiciera por miedo a la reacción de la gente. Eurípides, como también Esquilo al final de su Agamenón y Sófocles en el diálogo madre-hija, deja a Clitemnestra que justifique ella misma su acción: Clitemnestra habla del sacrificio de Ifigenia, recordando la treta de Agamenón, el pretexto de la boda con Aquiles, y que fue Agamenón quien condujo a su hija al sacrificio, y pide que para juzgar bien los hechos, inviertan el género, que piense Electra en la situación que se hubiera provocado si ella, Clitemnestra, hubiera matado a Orestes por culpa de Menelao, un hecho éste, el proponer la inversión de géneros, impensable en un griego. Clitemnestra, como Electra, es una mujer fuerte, una mujer doria, ajena a las circunstancias sociales que las mujeres viven en Atenas; pero en el caso de Electra no hay una historia, triste y dolorosa, como la de su madre, que explique e incluso justifique en cierto modo la acción homicida. Clitemnestra reconoce que posiblemente se excedió y ha inducido a Egisto algo más de lo necesario a la ira y al rencor, Electra, en cambio, no es capaz de reconocerlo. Cuando le pregunta a su madre
Y ¿por qué de nuevo a tu esposo has enfurecido contra nosotros?  (v. 1116)
Clitemnestra lo niega y lo atribuye a las semejanzas del carácter de ambos, Egisto y Electra:
Tal es su modo de ser; también tú eres por naturaleza obstinada.
Ambos, Electra y Egisto, pertenecen al mismo linaje, una descendiente de Atreo, el otro de Tiestes. Es el juego fatal entre esas dos líneas de un mismo linaje, la descendencia de Atreo y la de Tiestes, la que provoca la cadena de muertes, de la que Clitemnestra quiere alejarse, sin conseguirlo. Egisto es el jefe de la casa restaurada de Tiestes; Electra gobierna en su casa de modo semejante a como Clitemnestra gobernaba la suya en el Agamenón de Esquilo, cuando éste estaba ausente en campaña: la mantiene viva en ausencia de su hermano, el que debe por derecho encabezarla. Pero cuando éste vuelva, seguirá dirigiendo ella la acción, no Orestes, puesto que el Orestes de Eurípides, es un joven que se mueve entre la indecisión y el temor, que regresa a donde tiene que regresar y allí se encuentra con unas exigencias que le sobrepasan, se encuentra con un destino que ya le había predicho Apolo a través del oráculo. Mientras este Orestes mata a Egisto por la espalda y no quiere matar a Clitemnestra, Electra ya al comienzo de la tragedia, en diálogo con Orestes, que aún no se ha dado a conocer, afirma:
Moriría derramando la sangre de mi propia madre. (v. 281)
Orestes, que no tiene la resolución de su hermana, cuando ella le impele a continuar ejecutando el plan de venganza, le objeta:
¿pues cómo la voy a matar, a la que me crió y me parió? (v. 969)
A lo que Electra responde:
De igual modo que ella mató a tu padre y al mío.
Invoca Electra el mito, pero a la vez Eurípides permite a sus personajes quejarse de las consecuencias que les acarrean unos actos que forman parte de sus historias, pero a los que no ven sentido (vv. 971 ss.):
Orestes.- ¡Apolo, gran insensatez vaticinaste!
Electra.- Cuando Apolo es ignorante, ¿quiénes son sabios?
Orestes.- Tú, que me vaticinaste matar a mi madre, a quien no debía.
En Esquilo Orestes duda por un momento como efecto de las súplicas de su madre y es su compañero Pílades quien muy escuetamente le recuerda el oráculo de Apolo; Eurípides, recordando y a la vez contrastando con Esquilo, hace que sea Electra quien no sólo recuerda la legitimidad mítica para actuar, sino que incluso empuja la mano de Orestes, que, horrorizado ha sido incapaz de mirar a su madre. Inmediatamente después de la acción es el horror lo que domina a ambos y no queda lugar para la esperanza de restauración en el lugar del que fueron expulsados y al que ellos mismos se han excluido al seguir el tratamiento tradicional del conflicto: Electra se casará con Pílades y vivirá ajena al linaje y patria, y Orestes se llevará la peor parte, tendrá que purgar, sólo él, el matricidio cometido por ambos y no podrá regresar a Argos. En Sófocles ya hemos visto que no se plantea el tema del matricidio; Esquilo lo inserta en una cadena de actos abominables para mostrar la función salvadora de la polis; en Eurípides, en cambio, es un asesinato que formalmente se realiza en el plano del mito, pero que no comporta restauración. Como reacción a la visión de Esquilo, Eurípides muestra unos héroes que van a seguir alejados del poder, conscientes ambos del horror de unas acciones que han llevado a cabo como impelidos por un papel que tenían que representar y en el que no se contemplaban las consecuencias que ellos sufrirían, Orestes impelido por Apolo, Electra por su odio. Denuncia Eurípides el absurdo de actuar desde unos planteamientos ya caducos, el sinsentido de seguir los dictados de un orden que no tiene vigencia. Eurípides pone al descubierto las motivaciones reales que los seres humanos pretenden ocultar revistiéndolas de formas tradicionales, religiosas; muestra que lo que en realidad les mueve son pasiones, sentimientos. Las últimas palabras de Electra a Orestes, antes de echar un manto sobre el cadáver de Clitemnestra, lo evidencia:
He causado el más abominable de los sufrimientos. (v. 1226)
Eurípides pone de relieve las contradicciones entre las pautas de conducta que la polis y la religión pretenden imponer al ser humano; lo ejemplifica a través de un mito en el que los personajes representan un papel de fatales consecuencias. El viejo mito, trasladado al mundo de los mortales, no sólo carece de sentido sino que incluso resulta peligroso. Las referencias implícitas a la instrumentalización de esos mecanismos por parte de sectores conservadores y oligarcas en la Atenas de ese momento son claras. Al pueblo llano, simbolizado por el campesino, el sector que más ha sufrido las consecuencias de una desastrosa guerra, Eurípides opone la clase dominante, cercana al culto délfico, al culto a Apolo, con una marcada tendencia a la oligarquía, que se declara descendiente de nobles ancestros y que en aquella agitada Atenas están preparando el golpe del 411.

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