1. Máscara, espejo, muerte... Gorgona
Tres son los elementos recurrentes en el estudio que presentamos: máscara, espejo, muerte..., intentaremos ver de qué modo se van interrelacionando, de qué modo, al darle vueltas al vasto tema de la máscara en la Grecia Antigua, aparecen una y otra vez en el camino.
Como nombre propio, como protagonista de un relato que pueda servir como referencia unificadora del discurso que emprendemos, hemos elegido a la Gorgona Medusa, una decisión que creemos poder justificar. Del lado de la máscara, la elección de Medusa como referente mítico parece que está clara: las figuras de la máscara en la Grecia Antigua, como dejó bien estudiado Jean-Pierre Vernant, fueron Ártemis, Dioniso y Gorgo. De las tres, es la última la que mantiene una relación más estrecha con la muerte: la lleva en los ojos. Del lado del espejo, encontramos que el camino, allanado una vez más por Vernant, nos lleva de nuevo a Medusa: en las ambiguas relaciones de lo visible y lo invisible, la vida y la muerte, lo imaginario y lo real, la belleza y el horror, la seducción y la repulsión, el espejo ocupa, en palabras del helenista, un lugar estratégico, susceptible de aunar todos estos opuestos. Si son tres los mitos que se han servido del espejo como elemento clave –Perseo y Medusa, Dioniso y los Titanes, Narciso— es el primero el más atestiguado en la literatura y el arte y el que de nuevo elegimos. Y, del lado de la muerte, asumiendo que cualquier elección respecto a desde qué perspectiva afrontar la muerte como tema sería arbitraria y discutible, vamos a fijar la luz en la muerte y la máscara, la muerte y el espejo. La muerte y la Gorgona, en fin. Una cierta familiaridad con los epitafios literarios griegos, además, nos recuerda lo habitual de oposiciones como sonido / silencio; luz / oscuridad; visible / invisible, todas ellas en torno a la oposición por excelencia: vida / muerte. Pues bien, esta serie de polaridades, pero muy especialmente la que opone lo visible a lo invisible, constituyen los ejes del relato sobre Medusa y Perseo.
2. Prósopon y persona
Antes de seguir, unas consideraciones terminológicas sobre la palabra griega πρόσωπον, de la que destacamos dos hechos fundamentales: el primero, que su clara etimología (“lo que está a la vista de otro”) la vincula al ámbito de lo visual; la segunda, que los antiguos griegos la emplearon indistintamente para “máscara” y para “rostro”. Estas dos circunstancias diferencian el uso griego del latino persona, y es importante insistir en ello porque, posteriormente, el término latino influyó en el griego al punto de hacer olvidar el origen de πρόσωπον y el carácter tardío de acepciones como “personaje” o “persona gramatical”. El latín establecía una diferencia entre persona, “máscara” y uultus o facies, “rostro”, y en ninguno de estos términos se encontraba la relación con la idea de ver. La etimología popular, incluso, emparentó persona con el oído, no con el ojo. Así lo contaba Aulo Gelio:
En los libros que compuso acerca del origen de las palabras, Gavio Baso interpreta de manera elegante y hábil, en mi opinión, el origen de la palabra persona “máscara” mediante la interpretación de que proviene de personando “hacer resonar”. Según esto, nos dice Baso que “al quedar la cabeza y el rostro recubiertos por todas partes, a causa de la cobertura de la máscara, y al haber sólo un conducto para la emisión de la voz, dado que ésta no resulta vaga ni dispersa, sino que la máscara la reúne y concentra para que salga por un único lugar, logra que los sonidos sean más claros y sonoros. De esta forma, puesto que ese cobertor que se adapta al rostro provoca que la voz sea más clara y resuene (personare), por esta razón se llamó persona a la máscara.
Volviendo al término griego, de acuerdo con su precisa etimología relacionada con el hecho de mostrar y mirar, se entiende que los muertos, que ni miran ni se muestran, no tengan, en sentido estricto, un rostro, sino tan solo una cabeza. El hecho clave es éste: la muerte entraña una separación entre cabeza y rostro borrando este último; frente a prósopon, la noción griega de cabeza ya no implica la mirada de otro.
3. Muerte de piedra
Atendamos, pues, al personaje que hemos elegido como guía, la Gorgona Medusa, una cabeza, no una máscara, frente a lo que pudiéramos esperar. Por temor a ella, Odiseo retrocede a las puertas del infierno: ἐμὲ δὲ χλωρὸν δέος ᾕρει, / μή μοι Γοργείην κεφαλὴν δεινοῖο πελώρου / ἐξ Ἄϊδος πέμψειεν ἀγαυὴ Περσεφόνεια, Od. XI 633-5 (el temor que hace sudar se apoderó de mí, no fuese la noble Perséfone a arrojarme desde el Hades la Gorgonea cabeza del terrible monstruo). La cabeza de la Gorgona protege la entrada al mundo de los muertos, que en Homero son evocados también, ya lo hemos visto, como “cabezas”: νεκύων ἀμεμηνὰ κάρηνα, cabezas de cadáveres privadas de fuerza (Od. X 521, 536; XI 29, 49).
Lo mismo ocurre en el siguiente pasaje pindárico: [...] ἔπεφνέν / τε Γοργόνα, καὶ ποικίλον κάρα / δρακόντων φόβαισιν ἤλυθε νασιώταις / λίθινον θάνατον φέρων, P. X 46-48, ([...] y mató a Gorgona y portando la abigarrada cabeza con cabellos de serpientes, muerte de piedra, llegó a donde los isleños).
La cabeza de la Gorgona es para el poeta muerte de piedra. La asociación de una y otra, de muerte y de piedra, es común y constituye un elemento fundamental en la historia mítica de la Medusa. Esta imagen nos permite evocar las estelas funerarias y Vernant lo hace de una manera clara: ver a la Gorgona implica ser convertido en piedra, “bloc aveugle, opaque aux rayons lumineux comme ces stèles funéraires qu’on érige sur les tombeaux de ceux qui ont à tout jamais sombré dans l’obscurité de la mort”. La piedra ciega de la estela es también, podríamos añadir, muda, al menos hasta que un caminante se detenga, le preste su voz y recite los versos que tantas veces se inscribían en ellas. Se trata de un recurso, para dar vida a una piedra, más al alcance de los mortales (quizá, también, más sofisticado) que el dotarla a ella directamente de voz, expeditivo recurso divino.
Al hilo de estas relaciones entre la piedra y la muerte, recordamos ahora una sugerente observación del escritor albanés Ismaíl Kadaré:
la escultura, la máscara, la piedra o estela de la sepultura, el muerto, el actor que lo remeda, todos estos elementos guardan relación entre sí y con el teatro. [...] Ignoramos la inquietud y la angustia que pudieron producir en las gentes las primeras estatuas, el momento en que el hombre, en otro tiempo vivo y en movimiento, aparecía inmovilizado en piedra. En el drama antiguo sucedía lo contrario: el cadáver paralizado cobraba vida en escena. Los torpes movimientos de los actores bajo sus pesados ropajes, las temerosas máscaras blancas, la voz que emergía modificada por entre la oquedad de las máscaras, todo ello otorgaba una acusada semejanza con la muerte, la engendradora de aquella fatalidad.
Las palabras de Kadaré tienen su inspiración última en Vernant, que afirmaba que los griegos olvidaron muy pronto la afinidad de la piedra funeraria con los muertos para ver en ella tan sólo un mnēma, un recuerdo del difunto, pero –y el helenista evoca también a un personaje teatral, el Darío de Persas—,
cuando las libaciones rituales han sido derramadas, cuando el carnero negro ha sido degollado y los oficiantes llaman tres veces al muerto por su nombre, es al doble a quien realmente se ve alzarse por encima de la tumba. En el decorado salvaje donde se levanta una piedra sin labrar, hundida en el suelo, es el aspecto de poder infernal lo que se manifiesta a ojos de los vivos, bajo la figura del colossos.
El colossos, en cuya etimología no hay referencia alguna al tamaño, sino a la inmovilidad, a la idea de algo que se eleva del suelo, suele representarse como una piedra, que no pretende ser la imagen del muerto, sino la representación de su vida en el Más Allá. Se sitúa así, como Medusa, en el límite entre los vivos y los muertos.
4. La voz de las Gorgonas
Las estelas funerarias, como las piedras en las que son transformados quienes se enfrentan a la mirada de Medusa, como los muertos, son ciegas y no tienen voz salvo intervención divina o licencia poética. Pero, ¿qué hay de la voz de las Gorgonas? Píndaro en la Pítica XII menciona, si no su voz, sí un sonido emitido por ellas, triste pero no desagradable si creemos que Atenea inventó la flauta para imitarlo:
[...] arte que Palas Atenea, en otro tiempo, inventó modelando el funesto canto de las audaces Gorgonas. De las virginales y terribles cabezas de las serpientes lo oyó, derramándose con desolado esfuerzo, cuando Perseo gritó llevando la tercera parte de las hermanas como perdición a la marina Sérifos y a sus habitantes. [...] La doncella creó el canto omnísono de las flautas a fin de imitar con instrumentos el resonante lamento fúnebre que brotaba de las voraces mandíbulas de Euríala. Lo inventó la diosa. Y cuando lo inventó para que lo poseyeran los hombres mortales, lo llamó melodía de muchas cabezas, glorioso reclamo de agones de pueblos (vv. 6-12, 19-24)
En ningún momento se habla de αὐδή o φωνή, lo que esas cabezas derraman es un lamento –se utilizan los dos términos habituales del llanto fúnebre, θρῆνος y γόος, ya que las Gorgonas lloran la muerte de su hermana Medusa— que Atenea consigue imitar con un nuevo instrumento musical, la flauta, y un nuevo modo, el κεφαλᾶν πολλᾶν νόμον. Las Gorgonas, cabezas pobladas de cabezas de serpientes, cabezas sin rostro ni voz, están, así, privadas de los rasgos más distintivos de lo humano.
5. ¿El rostro, la máscara de la Muerte?Hades o lo invisible
Si sólo los vivos tienen rostro, y de entre los vivos sólo los humanos, ¿qué queremos decir, exactamente, al hablar de el rostro de la muerte? ¿El rostro de una Muerte personificada? ¿el rostro del vivo en el que asoman los indicios de una muerte que se aproxima? Si pensamos en la segunda opción, ¿coloca la Muerte una máscara sobre, o en lugar de, nuestro rostro? Si consideramos la primera, ¿cuál sería el rostro –o la máscara— que los antiguos griegos imaginaron para la Muerte? Pero, sobre todo, ¿cómo pensar en estos términos, máscara de la muerte o rostro de la muerte, si la lengua griega no distingue entre ambos? Si lo que buscamos es un πρόσωπον, deberemos encontrarlo mostrándose a nuestros ojos.
No lo hallaremos en Hades. No sólo su nombre nos hace perder la esperanza de ponerle cara al soberano del Más Allá, sino que Hades, en la cultura griega, acabó por designar no al rey o dios de los muertos, sino al lugar de los muertos. Esa invisibilidad que Hades lleva en el nombre y, más en concreto, la polaridad visible/invisible, es también uno de los ejes en los que gira el relato de Medusa y Perseo: de un lado, el defecto, la visión disminuida –recordemos, en el relato mítico, a las Grayas, obligadas a compartir las tres un único ojo— de otro, el exceso, la mirada petrificante de Gorgona. De orden visual es también la precaución que debe tomar Perseo, no mirar de frente a Medusa, con la que tan familiarizados estamos gracias a las representaciones iconográficas de la hazaña del héroe. La posibilidad de afrontar su mirada de manera indirecta, sirviéndose del escudo como espejo, es una variante tardía que no deberíamos tomar en consideración, pero lo hacemos para recordar que Vernant vio en el reflejo, en el doble de la Medusa, la posibilidad de volver visible lo invisible, de lanzar un puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
6. Inanes cabezas
Tampoco veremos el rostro de la muerte en los muertos sin rostro, en esas “cabezas privadas de fuerza” y rodeadas de oscuridad de los poemas homéricos. Si la muerte borra los rasgos que singularizaban al vivo, ¿es eso lo que quieren señalar las curiosas imágenes sin rostro de las tumbas de Cirene? Las necrópolis de esa colonia africana están llenas de estatuas funerarias femeninas que constituyen un unicum en el mundo griego: unas presentan sólo un busto con el rostro liso, sin ningún rasgo; otras, la figura femenina hasta la cintura, pero igualmente sin rostro; otras, en fin, dejan entrever un rostro medio velado.
Si comparamos esas efigies con las estelas funerarias áticas de la edad clásica, tan conocidas y estudiadas, el contraste es evidente. Pero en algo –y se trata de un detalle fundamental para nuestro estudio— se parecen: ni unas ni otras pretenden mostrar el rostro de los muertos. En el caso de las imágenes de Cirene, esto está claro, ya que, siendo todas ellas femeninas, están colocadas sobre tumbas tanto de varones como de mujeres. Las estelas áticas, por su parte, en absoluto realistas, tienen como objetivo presentar una imagen ideal del difunto mediante escenas y gestos tipificados. Encaminadas a asentar unas determinadas y deseables relaciones sociales, estas estelas, frecuentemente de grupos familiares más o menos extensos, no pueden ser vistas como representaciones de los muertos sino como una imagen idealizada de los difuntos según codificados parámetros de clase, género y edad.
Lo que sí parece cierto es que las efigies cirenaicas son un intento más –como Gorgona, como el colossos— de “figuración de lo invisible”: la muerte borra el rostro de los vivos, se lleva su condición de πρόσωπον, y eso parece ser lo que sugieren los rostros borrados o velados de tan inquietantes imágenes.
7. El rostro de Thánatos
A lo largo de estas páginas hemos citado en numerosas ocasiones trabajos fundamentales del helenista Jean-Pierre Vernant y lo haremos una vez más para terminar. En respuesta a un cuestionario relativo a su libro La Mort dans les yeux, Vernant respondía a si con la máscara de la Gorgona estábamos ante un ejemplo más de feminización de la muerte:
Dernière question que vous me posez: la féminisation de la mort. Je dirais plutôt qu’en Gorgô les Grecs ont féminisé un aspect particulier de la mort: l’horreur qu’elle suscite par son altérité radicale. Mais pour dire la mort, les Grecs ont un nom masculin: Thanatos. Ce personnage dont la figure n’a rien d’horrible traduit ce que la mort comporte d’institutionalisé, de civilisé; il est proche de ce que le héros affronte sur le champ de bataille et qui lui assure, dans la mémoire sociale, une éternelle survie en gloire.
Efectivamente, el rostro de la Muerte no es el rostro de Thánatos. Ni el de Hades. Si es cierto que Thánatos no tiene nada de horrible –al punto de aparecer junto a Hypnos retirando delicadamente el cadáver de Sarpedón del campo de batalla— lo mismo podemos decir de las representaciones de Hades, una divinidad con poca presencia en los relatos míticos y en la iconografía, salvo en el episodio que lo liga a Perséfone. Junto a la doncella, el soberano de los muertos aparece serenamente sentado en el trono sin que su imagen presente ningún rasgo aterrador.
Hades y Thánatos tienen rostro, pero su rostro no es el de la Muerte. Su rostro, el de Ella, sólo alcanzamos a vislumbrarlo en un espejo, oculto tras serpentinos seres o a través de un velo.