A modo de conclusión
La Retórica de Aristóteles es un libro difícil, porque, para empezar, además de otras aparentes contradicciones, su autor define el objeto que estudia de dos maneras distintas. La retórica es primero una disciplina correlativa de la dialéctica (1354a1) y luego una ramificación de la dialéctica y de la ética política (1356a25).
Da la impresión, en un principio, de que su discurso retórico va a estar estrictamente controlado por la dialéctica en exclusiva (1354a14), pero luego se nos muestra abierto también a otras estrategias persuasivas, como el carácter del orador, las emociones suscitadas en el oyente (1356a1) y la conveniente elegancia del estilo (1414a26).
Las tradicionales explicaciones que han venido ofreciéndose veían en tales discrepancias el resultado del zurcido de textos compuestos en diferentes fechas, unos cuando el filósofo era platónico, y otros cuando era empírico.
Yo creo que las contradicciones son sólo aparentes, que son vanos espejismos, porque Aristóteles fue un filósofo tan sumamente original que, en el área de la retórica, tomó doctrina de Platón y, a la vez, de los rétores y sofistas a los que el «divino filósofo» se oponía.
En efecto, fue un filósofo genial que, al tratar de configurar un “arte retórica”, procedió –como hizo también en otros estudios– respetando los datos (phainómena) que previamente había acopiado, y luego sometiéndolos al yugo de una doctrina filosófica teleológica, de innegable cuño platónico.
De esta manera fundamentó la retórica como “arte” sobre la base de la dialéctica, pero supo muy bien desde el primer momento que con la dialéctica sólo la retórica no se haría realidad, porque el proceso persuasivo del discurso retórico era un proceso político-social de un ciudadano dirigiéndose a sus conciudadanos, de un alma actuando sobre otras almas mediante los caracteres, las pasiones, las emociones y las palabras elegantes bien escogidas y mejor combinadas.
Aristóteles es un filósofo al mismo tiempo platónico y empírico. Los seres extraordinarios pueden ser a la vez dos cosas aparentemente contrarias. Con poca frecuencia, pero sí a veces, no hay más remedio que creer en los centauros.