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Miércoles, 24 de abril de 2024
Jornadas sobre la antiguedad
LA AMISTAD EN LA ANTIGUA GRECIA
La amistad en Aristóteles

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IV

1. Naturalismo vs personalismo

La primera de estas reservas u objeciones puede expresarse diciendo que Aristóteles tiene una concepción naturalista de la amistad. Entre nosotros, esta objeción ha sido tematizada por P.Laín Entralgo (Sobre la amistad. Madrid, Espasa Calpe, 1985). "Naturalismo" se utiliza en este caso por oposición a "personalismo": en definitiva, se pretende señalar que, cuando Aristóteles afirma que el amigo quiere al amigo por su excelencia o virtud, en realidad viene a afirmarse que lo quiere en tanto que realización particular de la naturaleza humana en un alto grado de perfección. Es querido, en suma, por lo que es, y no por el que es o por quien es (p.40). Lo cual comportaría que, en Aristóteles, el querer amistoso estaría determinado desde un punto de vista objetivista, y no desde un punto de vista personalista.

Ciertamente, Aristóteles utiliza expresiones en las cuales la amistad resulta elevada al más alto grado de identificación y compromiso entre los amigos. Así, y de acuerdo el dicho proverbial, Aristóteles repite que "el amigo es otro yo" (héteros autós : E.N. IX, 9, 1169b7, 1170b6). De ahí que el amigo, en expresión de Aristóteles, "tiene para con el amigo la misma disposición que para consigo mismo" (ib. 1170b7-8). El amigo, en fin, (es decir, el amigo cuya amistad se basa en el bien y en la virtud), está dispuesto a realizar y realiza toda clase de sacrificios por el amigo, incluído el sacrificio supremo de la propia vida (IX, 8, 1169a18 ss.). Todo esto configura, sin duda, una concepción elevada de la amistad. No obstante, y siguiendo con las observaciones de Laín Entralgo, éste compara la afirmación aristotélica según la cual el amigo "tiene para con el amigo la misma disposición que para consigo mismo" con el precepto evangélico que prescribe "amarás al prójimo como a ti mismo", señalando dos diferencias fundamentales entre ambos: (a) en primer lugar, subraya el carácter "restrictivo" de la afirmación aristotélica (que se refiere solamente a los amigos) contraponiéndolo al carácter "universal" del precepto evangélico (que se refiere al prójimo sin limitación); (b) en segundo lugar, el querer de la amistad aristotélica se basa en la comunidad de naturaleza, mientras que el precepto del amor cristiano se basa en una comunidad, no meramente natural, sino espiritual o personal. La conclusión a que llega Laín Entralgo es la siguiente:

"En suma: la amistad, para Aristóteles, consiste en querer y procurar el bien del amigo por el amigo mismo, pero entendido éste como una realización individual de la naturaleza humana, y en definitiva de la naturaleza universal. La perfección de ésta sería, pues, la meta de la amistad" (o.c., p.42. El subrayado es del propio Laín Entralgo).

En este conjunto de observaciones de Laín Entralgo hay, sin duda, una parte de verdad. Así, y comenzando por su comparación entre la actitud aristotélica para con el amigo y la actitud cristiana para con el prójimo, es cierto que aquélla carece de la universalidad de ésta. Pero han de tenerse en cuenta, a su vez, las dos siguientes observaciones. En primer lugar, que una relación de amistad no puede extenderse a todos los seres humanos, por la sencilla razón de que la amistad no es simplemente benevolencia (querer el bien del otro por él mismo), sino benevolencia recíproca y conocida por ambas partes: el amor cristiano es una cosa, la amistad es otra. En segundo lugar, la afirmación de Aristóteles es descriptiva (nos dice que el amigo, de hecho, se comporta con el amigo como consigo mismo, y en esto consiste la verdadera amistad), mientras que la frase evangélica contiene una prescripción, sin duda alejada de los hechos: nos manda amar al prójimo como a uno mismo.

Si con las observaciones de Laín Entralgo se pretendiera simplemente señalar que la amistad es algo distinto de la caridad cristiana, no habría nada que objetar. Pero en las observaciones de Laín Entralgo se desliza, a mi juicio, alguna confusión ulterior. Esto ocurre, por ejemplo, cuando afirma (implícitamente) que la amistad aristotélica se basa en la comunidad de naturaleza. Una afirmación como ésta debería de ser matizada: la comunidad de naturaleza es condición necesaria y suficiente para la filantropía, pero no para la amistad. Respecto de la amistad, la comunidad de naturaleza es una condición necesaria, pero no suficiente: en efecto, en la amistad perfecta no se quiere al amigo simplemente por tratarse de un ser humano, sino porque es un ser humano excelente, virtuoso.

Con esto podemos pasar ya a la primera de las observaciones de Laín Entralgo, según la cual se quiere al amigo, no por ser quien es, sino por lo que es, es decir, se quiere en tanto que realización particular de la naturaleza humana en un alto grado de perfección. En esta observación hay también, sin duda, una cierta parte de verdad. Pero, en mi opinión, esta observación está hecha desde una oposición excesivamente radical (y discutible) entre naturaleza y persona. Todo lector atento de Aristóteles sabe que para éste la excelencia o virtud no es algo natural, sin más: las virtudes son disposiciones y pautas de comportamiento adquiridas. Aristóteles afirma (Ética a Nicómaco II 1, 1103a24-26), que no poseemos las virtudes por naturaleza (phýsei), si bien tampoco las adquirimos contra la naturaleza o al margen de ella (parà phýsin), sino que las adquirimos de acuerdo con la naturaleza (katà phýsin), puesto que estamos naturalmente dispuestos para adquirirlas. La excelencia o virtud es, sin duda, un perfeccionamiento de la naturaleza, pero que no está dado de antemano. Como ya señalé anteriormente, depende de las elecciones que cada cual hace, de las formas de vida que uno mismo elige. Por tanto, queremos al amigo ciertamente por lo que es, pero también por el que es, en la medida en que, como decíamos, su excelencia es el resultado y la fuente, a la vez, de sus elecciones. Por tanto, lo queremos en tanto que agente personal. Podríamos decir que para Aristóteles el ser personal no es algo desconectado ni, menos aún, opuesto al ser natural en el ser humano, como si hubiera que optar necesariamente por el uno o por el otro. Y debo añadir que en este punto me considero sustancialmente aristotélico.

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