I
El Poema
de Gilgamesh es quizá el más típico ejemplo
literario de la mentalidad sumero-acadia, persuadida de la validez de
su propia civilización, conseguida a fuerza de duro trabajo y
en agudo contraste con la primitiva existencia de las gentes que poblaron
Mesopotamia.
Uno de los
temas capitales, manifestado ya al comienzo del Poema que nos va a
ocupar, se centra en describirnos la gravitación mutua de sus dos personajes
más relevantes, Gilgamesh y Enkidu, en un proceso de recíproco
acercamiento entre civilización y barbarie -venían a ser sus
prototipos- y que para tales personajes iba a significar una amistad indestructible.
El citado
proceso de acercamiento entre ambos héroes, perfectamente delineados
en sus caracteres, rebasó lo ficticio para situarse en el centro mismo
de un fenómeno de típica solera mesopotámica: el contraste
entre “estepa” (edin en sumerio; serum en
acadio) y “tierra de regadío” (gan en sumerio; eqlum en
acadio) y cuya realidad evidente se manifestaba en la codicia de los pueblos
nómadas circunvecinos que periódicamente se sentían impulsados
a invadir las ciudades de la llanura aluvial mesopotámica.
Este proceso
de recíproca gravitación entre “estepa” y “tierra
de regadío” está magistralmente descrito por el anónimo
autor del Poema de Gilgamesh, quien supo diseñar a los dos
principales personajes, tipificando los polos extremos del contraste socio-cultural
que vivía Mesopotamia en sus dos primeros milenios de historia. Por
un lado, Gilgamesh, rey de la gran metrópoli sumeria de Uruk (hoy Warka),
al sur de Iraq, exponente de una ya espléndida civilización
urbana. Por otro, Enkidu, ser de la más ruda barbarie, en cuya semblanza
apenas algún que otro rasgo vagamente humano lograba aflorar entre sus
componentes animalescos.
Los
historiadores han significado que la luz de la civilización comenzó a
brillar hará aproximadamente unos seis milenios, tras una larga
noche de salvajismo paleolítico y de una plomiza claridad de sucesivos
alcances neolíticos. Y esos mismos historiadores han convenido,
basándose en pruebas arqueológicas, que aquella luz civilizadora
se vio por primera vez en el Próximo Oriente, en Palestina, Anatolia
y la llanura mesopotámica, regada esta por los ríos Éufrates
y Tigris, en cuya llanura se levantaba la ciudad de Uruk, cuna de Gilgamesh,
de la cual era rey. Personaje que muy pronto, a causa de su fama, sería
sujeto de un ciclo de poemas sumerios que cristalizarían por escrito
en el magno Poema (saga o epopeya para otros) de su nombre.
La figura
de aquel rey llegó a ser conocida en todo el ámbito próximo-oriental
durante casi tres milenios, y su eco pudo incluso seguirse en algunos autores
griegos y latinos y en no pocos episodios folklóricos medievales de
diferentes países europeos.
Como no
podía ser menos, si el Poema de Gilgamesh fue fruto de la primera
civilización de la Humanidad, si hundía sus raíces en
el periodo que V. Gordon Childe llamó de la “revolución
urbana”, en buena lógica esta temática -el nacimiento y
auge del esplendor de Uruk, la ciudad más grande del mundo en el tercer
milenio precristiano- hubo de estar ampliamente contenida en él.
Uruk es
para el anónimo autor del Poema un centro bullicioso y cotidiano,
muy diferente del resto del mundo entonces conocido. Aquella ciudad era una
realidad concreta, fuera de la cual la imaginación podía volcarse
sin límites, pues debía adentrarse en un universo desconocido.
Por eso el poeta nos guía a través de las 2anchas calzadas y
grandes plazas” de Uruk, por sus palacios y templos, por sus huertos.
Y nos invita, tanto al principio como al final de su texto, a ascender a lo
más alto de sus murallas y de su torre escalonada o ziqqurratu. Desde
allí, podemos presenciar el panorama del mundo urbano encerrado entre
sus murallas, hasta sus límites, los campos labrados y el río,
el Éufrates, que se desliza perezosamente hacia el mar.
El itinerario
urbano a recorrer se puebla y anima con la presencia y las voces de los artesanos,
de las mujeres, de los jóvenes guerreros, de los ancianos consejeros,
de los sumisos esclavos. Fuera de las murallas, tras la frontera campesina,
con sus pastores y agricultores, se abre el ancho mundo ajeno, hostil, bárbaro
e ignorado, en una sucesión caótica de desiertos y montañas,
en donde viven monstruos y semidioses, la tierra irredenta donde sólo
las divinidades pueden imperar. Más allá, todavía, en
una lejanía lindera con la Ultratumba está el Océano,
esto es, las “Aguas de la Muerte”, anticipo del Gran Abismo (Abzu)
sobre el que flota -.según la concepción sumeria del cosmos-
el Universo.
El vocablo civilización es un concepto, como se sabe,
de muy complejo contenido semántico, del que se han efectuado hasta
un total de 161 definiciones, de acuerdo con lo que sociólogos,
antropólogos y etnógrafos entienden. También se sabe
que la civilización no surgió de modo súbito desde
la vida salvaje y la barbarie, sino que evolucionó gradualmente,
partiendo de la vida misma, de los conocimientos prácticos de las
primitivas comunidades estables. Esa evolución surgió en
el Próximo Oriente antiguo, amplia área geográfica
en la cual la economía agropecuaria, combinada con otros factores
humanos de índole espiritual y social, posibilitó la más
antigua civilización que conocemos, y que queda reflejada en muchos
pasajes del Poema de Gilgamesh, texto -como se verá luego-
de muy variadas interpretaciones.
También
en Mesopotamia surgió el más tétrico subproducto de la
civilización -o, si se quiere, una de sus manifestaciones negativas-
la guerra, actividad que en sus más variadas formas de acción
quedó recogida en numerosos textos religiosos, líricos y épicos.
Por supuesto, en el Poema hay claras alusiones a este particular.
Dada la
temática de estas Jornadas y la imposibilidad ahora de analizar todo
cuanto a civilización y barbarie aparece en el Poema que nos
va a ocupar, hemos dedicado nuestra atención a analizar la serie de
viajes que realizó Gilgamesh y que quedan recogidos a lo largo de sus
doce Tablillas, que es el marco de su extensión literaria.
Como presentación
del texto decir que todo él gira en torno a la figura del indicado Gilgamesh,
personaje sumerio, que vivió hacia el 2650 antes de Cristo, siendo el
quinto rey de la ciudad de Uruk, según puntualiza la Lista real
sumeria (WB 444), documento fundamental para el estudio de las primeras
ciudades-estado sumerias.
Tal ciudad
fue un importante centro religioso, dedicado al padre de los dioses,
An, y a su hija la diosa Inanna, convertida siglos después por los semitas
en Ishtar, divinidades ambas que tienen que ver con el desarrollo del Poema,
cuyo texto fue ampliamente conocido en tiempos antiguos, siendo en palabras
de G. S. Kirk, el más familiar y el más escrupulosamente conservado
de todas las obras literarias mesopotámicas, ajenas a la tradición
ritual.
De igual
modo, otro importante estudioso, B. Landsberger señaló que con
el Poema de Gilgamesh los mesopotámicos crearon mucho
antes que los griegos, con su epopeya nacional la Ilíada, una
composición poética como ningún otro pueblo antiguo. Tampoco
los egipcios ni los hititas pueden exhibir una epopeya parangonable a la de
Gilgamesh.