VI
Para proceder a comentar el ansia de inmortalidad que invadió el
espíritu de Gilgamesh es preciso efectuar un breve resumen del Poema,
a fin de que quien no haya tenido ocasión de leer tal obra tenga
una idea general de su argumento.
El Poema destaca ante todo por la extraordinaria emoción
humana que su argumento refleja. En artificiosa yuxtaposición de
motivos dispersos, los valores y finezas de la amistad, el inquieto espíritu
aventurero estimulado por el deseo de gloria, los aspectos pasionales
más groseros del ser humano y, como remate de todo ello, la desgarradora
angustia inherente a nuestra condición de mortales, van desfilando
ante el lector, ofreciéndole un muestrario de las acciones y reacciones
genuinamente humanas.
En la primera
tablilla, tras la descripción de la ciudad de Uruk, se nos presenta
a Gilgamesh, figurado como un ser divino en dos de sus tercios y humano en
el restante. Su actuación como rey dejaba mucho que desear, pues se
comportaba en ocasiones como un verdadero déspota, por lo cual sus súbditos
se quejan ante Anu, el padre de los dioses. Estos lamentos son recibidos por
dicho dios, quien se dirige a la diosa Aruru, la creadora de Gilgamesh, instándola
a formar un doble del rey para que le hiciera frente, metiéndole en
cintura, y así alejarle de su gobierno tiránico.
Haciéndole caso, Aruru, a partir de la arcilla, que amasa y moldea
en la estepa, crea un ser salvaje, Enkidu, igual en fuerza a Gilgamesh,
y único capaz de poner coto a las provocaciones del rey de Uruk.
Este hombre salvaje, bueno por naturaleza -y estaríamos ante un
prototipo del Emile de Rousseau- protegía a los animales
de todo tipo de cazadores. Un incidente con uno de los cazadores será el
que motive que Gilgamesh tenga noticia de aquel ser extraordinario. A
fin de hacerle venir a Uruk para conocerle, a Enkidu se le enviará una
hermosa hieródula, Shamkhat, de la cual se prendaría Enkidu.
Tal hieródula le habló a Enkidu de Gilgamesh, y también
de la existencia de ciudades, de gentes, en suma, de lo que significaba
la civilización.
Enkidu, tomando conciencia de su natural humano tras haber convivido
con la hierdódula, y sintiéndose desplazado del ambiente
animalesco en el que hasta entonces había vivido, marcha con ella
a conocer a Gilgamesh.
La segunda tablilla narra la adaptación de Enkidu a la
civilización gracias a Shamkhat; el encuentro de ambos héroes
y la subsiguiente lucha entre ambos -¿Enkidu aspiraría,
quizá, a sustituir a Gilgamesh como rey?-, lucha descrita con las
dimensiones casi de un cataclismo y que al parecer finaliza con la victoria
de Enkidu. El feroz combate dará paso a una inquebrantable amistad
-con ribetes de homosexualidad-, amistad capaz de superar cualquier contingencia.
Incluso Gilgamesh ruega a su madre divina, Ninsun, a que acoja a Enkidu
como hijo.
La tercera tablilla recoge los pesares de Enkidu quien, aun cuando
era ya una persona civilizada, añoraba el anterior estado primitivo
en el que había sido tan feliz. Sin embargo, Gilgamesh le habla
de importantes proyectos, entre ellos, ir a combatir al gigante Humbaba,
terrible ser -ya conocido por Enkidu cuando éste andaba errante
por la estepa con los animales-, ser que vomitaba fuego y que vigilaba
el frondoso Bosque de los Cedros, morada exclusiva de los dioses.
La siguiente tablilla, la cuarta, narra la serie de sueños
que, previamente a las hazañas realizadas en el fantástico
Bosque, tuvo Enkidu, sueños que le fueron interpretados de modo
favorable por Gilgamesh. Tras invocar al dios Shamash, pidiéndole
protección, ambos amigos se disponen a ir al encuentro del terrible
gigante, recubierto siempre de flamígeras capas.
La quinta tablilla cuenta las peripecias del viaje y la lucha
feroz contra Humbaba, su guardián -lucha descrita de modo dantesco-,
a quien da muerte Enkidu. El propio Bosque, personificado y enterado de
la desaparición de su guardián, comienza a exhalar lúgubres
lamentos al tiempo que la muerte como espesa niebla caía sobre
ellos. Los dos amigos comienzan a talar los cedros. Uno de los árboles,
el más alto, será destinado por parte de Enkidu para confeccionar
una puerta para el templo de Enlil en Nippur. Gilgamesh por su parte,
coge la cabeza del decapitado Humbaba.
En la tablilla siguiente, la sexta, Gilgamesh procede a bañarse
y a vestirse con sus atavíos reales. Esta acción es observada
por la diosa Ishtar, la cual queda atraída por la prestancia del
rey de Uruk, a quien le propone su amor, señalándole las
ventajas que de su unión recibiría Gilgamesh. Sin embargo, éste,
sin dejarse impresionar por las seductoras promesas, puesto que conocía
la trayectoria amatoria de la diosa del amor, la rehúsa, enumerando
la serie de amantes que había tenido con anterioridad -se
reseñan un dios, tres animales y dos hombres- a los cuales les
había causado males sin cuento, convirtiéndolos en todo
lo contrario a lo que habían sido. Encolerizada por esta insolencia
y desprecio, Ishtar acude ante Anu, su padre, y le pide venganza. Exige
para ello la creación de un Toro Celeste que diera muerte a Gilgamesh
y a su amigo Enkidu. Enviado el Toro Celeste
a la tierra, la terrible fiera da muerte a centenares de hombres de Uruk.
Sin embargo, entre Enkidu y Gilgamesh, despachan a la fiera, dándole
muerte. Ishtar, que ha visto este hecho, maldice a Gilgamesh, pero Enkidu,
en un alarde más de terrible osadía, lanza incluso una porción
de la carne del Toro, ya descuartizado, al rostro de la diosa, al tiempo
que la insulta.
La séptima tablilla comienza con el terrible sueño
que, ya en la misma noche de los hechos, tuvo Enkidu, sueño que
mostraba la realidad sacrílega de lo sucedido. Anu, conocedor de
aquella acción, había decretado la muerte de ambos héroes,
pero dado que Gilgamesh tenía un alto componente de divinidad en
su persona -dos tercios-, sólo Enkidu, un simple humano, debía
morir. En consecuencia, a Enkidu se le envía una enfermedad que
debe sobrellevar penosamente durante doce días, lamentándose de
haber conocido a la mujer que lo había llevado junto a Gilgamesh
y que le había puesto en contacto con la civilización.
La tablilla finaliza con otro sueño de Enkidu, que se encuentra
entrando ya en los Infiernos, en la mansión de Irkalla, a donde
de había sido llevado por un gran pájaro.
La octava tablilla se dedica al lamento de Gilgamesh, que ha
presenciado, impotente, la muerte de su amigo Enkidu. Ante sus cortesanos
explica qué había significado para él tal amigo.
En su memoria construye una estatua funeraria y ofrece libaciones a los
dioses.
Hay que reseñar que la versión hitita no esconde para nada
las relaciones homosexuales de Gilgamesh con Enkidu. En la tablilla III
hitita, tras la muerte de Enkidu, se dice que Gilgamesh, fuertemente dolorido,
anduvo errante y que se dirigió a la montaña, mientras gritaba
continuamente: “Cuando se mata a un hombre, la mujer se precipita
fuera de la casa”. Gilgamesh, en efecto, hacía
lo mismo, al tiempo que iba matando distintos tipos de fieras.
La novena tablilla, continuación directa de la anterior,
prosigue con el lamento de Gilgamesh ante el cadáver de Enkidu,
preguntándose qué significado tenía la muerte, experiencia
hasta entonces nunca conocida por él. Lleno de temor, y por instinto
de conservación, intenta averiguar cómo podría esquivarla
y conseguir así la inmortalidad, la Vida eterna, en suma, la Vida
de los dioses. Para ello emprende un largo peregrinaje, abandonando su
ciudad y trasladándose al mundo de la naturaleza, rechazando así la
cultura y la civilización. Yerra por la estepa vestido de pieles,
intentando conectar con un antepasado suyo, Utanapishtim, pues sabía -y
así se infiere del relato- que vivía en un remotísimo
país inaccesible, lugar en donde lo habían situado los dioses,
al concederle la Vida eterna, después de salvarle de un devastador
Diluvio. Era preciso arrancarle el secreto de cómo había
logrado disfrutar de aquel tipo de Vida, sin dejarse amilanar por las
penalidades de un largo viaje, en medio de un ambiente totalmente desconocido.
Sus pasos le llevan a la mítica montaña Mashu o Doble Montaña,
lugar por donde salía y se ponía el sol. Sus guardianes,
los hombres-escorpiones (aqrabu-amelu, también conocidos
como girtablilu) le advierten que ningún mortal había
atravesado aquellos parajes, pero reconocido divino en sus dos tercios,
los misteriosos seres le permiten atravesar la montaña y recorrer
el largo y tenebroso subterráneo por el que se escondía
el Sol, y cuyo camino final desembocaba en un Paraíso, repleto
de árboles con frutos de brillantes piedras preciosas -era el jardín
de Shamash- y cuya descripción no conocemos en su totalidad por
estar rota la tablilla en este punto.
La décima tablilla presenta a Gilgamesh en un punto inconcreto,
a orillas de las Aguas de la Muerte, entendidas como un vasto e impenetrable
Océano. El héroe se halla junto a la mansión de una
camarera divina, de nombre Siduri, la cual recela de Gilgamesh a la vista
de cómo iba vestido. Tras contarle Gilgamesh sus peripecias y el
motivo de su viaje, así como pedirle información sobre cómo
hallar el camino que conducía al País de la Inmortaliadd,
la camarera le aconseja que desista de aquel empeño y que aprovechase
los días de vida terrena y apurase los placeres que ésta
le ofrecía, dejando a un lado sus preocupaciones. He aquí lo
que dice el Fragmento Meisnner (Col. III, 1-14) acerca
de este asunto.
“Gilgamesh, ¿por qué vagas de un lado para otro?
La Vida que persigues no la encontrarás jamás.
Cuando los dioses crearon la Humanidad,
asignaron la muerte para esa Humanidad,
pero ellos retuvieron entre sus manos la Vida.
En cuanto a ti, Gilgamesh, llena tu vientre,
vive alegre día y noche,
que tus vestidos sean inmaculados,
lávate la cabeza, báñate,
atiende al niño que te tome de la mano,
deleita a tu mujer, abrazada contra ti.
¡Tal es el destino de la Humanidad!”
Estamos, pues, ante el famoso carpe diem, cantado muchísimos
siglos después por Horacio en una de sus famosas Odas.
Sin embargo, ante la insistencia de Gilgamesh, Siduri le indica que se
entrevistase con un tal Urshanabi, el barquero de Utanapishtim, la única
persona capaz de guiarle a través de las Aguas de la Muerte. Hay
que remarcar que este Utanapishtim era una de las pocas personas a la
que los dioses le habían concedido la Inmortalidad al salvarle
de un pavoroso Diluvio, con el que los Grandes dioses habían castigado
tiempo atrás a la Humanidad.
A esta temática, el Diluvio Universal, se dedica la totalidad de
la tablilla undécima, así como a una una
serie de pruebas a que le somete Utanapishtim a Gilgamesh para demostrarle
que no podía alcanzar la Vida Eterna. No obstante, a instancias
de la esposa de Utanapishtim -que también se había salvado
del Diluvio- el Noé mesopotámico revela a Gilgamesh la existencia
de una planta milagrosa, que proporcionaba la eterna juventud -no la inmortalidad-
y que se hallaba en el fondo del mar. Gilgamesh, deseoso de hacerse con
aquel gran regalo, (la planta era conocida como shibu issakhir amelu, “El
anciano se rejuvenece”), logra obtenerla, pero en un rasgo de generosidad
en vez de comérsela él sólo, la guarda para hacer
partícipe de las virtudes de la misma, tiempo después, a
los ancianos de Uruk. Sin embargo, durante el regreso a su ciudad, y mientras
hace un alto en el camino para bañarse y refrescarse, una Serpiente
(no una cualquiera, sino la serpiente primordial de un mito etiológico,
según J. Silva Castillo) se apodera de la planta, dejando su piel
tras de sí. Gilgamesh se pone a llorar y ahora es cuando comprende
el significado de su realidad: la inmortalidad o la segunda juventud no
era para él, no era para ningún humano. Entristecido, prosigue
su viaje con Urshanabi y el Poema finaliza cuando Gilgamesh le
enseña orgulloso a Urshanabi las murallas de Uruk, su ciudad.
Al Poema le fue añadida por parte de Sin-leqe-unini, una
narración sumeria que nada tenía que ver con todo lo anterior,
según demostraron Gressmann y S. N. Kramer . Se trata del episodio
de Gilgamesh, Enkidu y el Mundo Inferior, episodio aquí totalmente
anacrónico, puesto que vuelve a aparecer en escena Enkidu, personaje
que ya había muerto con anterioridad. Debe advertirse que no aparece
resucitado, sino en forma de fantasma. Gracias a tal visión necromántica
Gilgamesh va a conocer algunos aspectos del Más Allá, silencioso
mundo que le espera y del cual llegaría -según sabemos por
otros textos- a ser Juez.
La adición de tal narración sumeria, sin embargo, tiene
sentido, estructuralmente hablando, ya que tal episodio habría
venido a sustituir al posible canto final original, menos propio, según
apuntó L. Matoush, para clausurar todo el recitado y que habría
consistido, lógicamente, en glorificar la virtud y muerte de Gilgamesh.