VII
Todos los personajes que aparecen en el Poema se mueven en tres
planos ambientales distintos: el divino, el heroico-mítico y
el humano, con el común denominador de que la acción
general -y esto era usual en los textos mesopotámicos- se desarrolla
en la tierra, en un espacio geográfico concreto. En nuestro caso,
en la rica llanura de Uruk y en la estepa que la rodeaba. Esto de por
sí ya habla de una civilización, es decir, de un clima,
de una vegetación, de distintas especies de animales, de unos hombres,
de una mentalidad concreta. Y también habla de una barbarie, simbolizada
por la estepa, lugar donde para sus habitantes su única compañía
era el arma (es decir, allí reinaba la ley del más fuerte,
se carecía de una sociedad organizada); lugar donde el hombre no
sabe doblar la rodilla (esto es, no se reconocía la autoridad o
se era refractario al trabajo agrícola); lugar donde se comía
la carne cruda y se desconocía el pan y la cerveza (lo que quiere
decir que se carecía de los refinamientos de la vida urbana) y
lugar donde después de muerto no se enterraba a ningún hombre,
indicación de que tras la muerte no se recibirían cuidados
funerarios ni recuerdo de nadie.
No podemos ocuparnos del plano ambiental divino que aparece en
el Poema, demostración también de una manera específica
de entender la Religión, uno de los componentes más significativos
de la civilización mesopotámica, y uno de los utillajes
mentales -adoptando el término de Lucien Febvre- del psiquismo
de un pueblo. En cualquier caso, sí hay que citar a las dos grandes
tríadas mesopotámicas formadas por Anu, Enlil y Ea, la primera,
y por Sin, el dios luna, Shamash, el dios de la justicia, y, sobre todo,
Ishtar, la diosa del amor.
En el plano heorico-mítico debería hablarse de
la propia figura de Gilgamesh, de la de Utanapishtim, el salvado de las
aguas diluviales, del Guardián del Bosque de los Cedros, Humbaba,
y del Toro Celeste. Todo ello nos haría alargarnos en exceso por
la complejidad mítica y simbológica que encierra.
De Gilgamesh podríamos decir que es un héroe cuya vida no
es meramente una combinación fortuita de hechos y experiencias
maravillosas, sino la expresión de una idea determinada que va
desde su hechos puramente materiales y humanos a una clara espiritualización.
De Utanapishtim, el salvado del Diluvio, debemos indicar que
su figura obedecía a un antiquísimo mito, verdadera reliquia
de tiempos prehistóricos y que aquel trágico acontecimiento
muy bien pudo obedecer a una o a varias catástrofes, que luego
la memoria colectiva de la Humanidad forjaría por escrito, atribuyéndosele
significado religioso, motivado por los pecados de los hombres y el envejecimiento
del mundo, al decir del rumano Mircea Elíade.
Con Humbaba nos hallamos ante la figura simbólica y universal del
dragón, animal fabuloso que se encuentra en la mayoría de
los mitos y leyendas del mundo. Tal ser, Humbaba, es en el Poema la
tipificación animal por excelencia, la más pura idea del
adversario, en el mismo concepto que luego atribuiría la
civilización cristiana al diablo. En el Poema, Humbaba
aparece casi deificado, encargado por los dioses de guardar la morada
sagrada de los mismos, idea que cuadra con una de las funciones simbólicas
de los dragones: la vigilancia. Gilgamesh y Enkidu, al igual que tiempo
después Apolo, Cadmo, Perseo y Sigfrido, sin olvidar a San Jorge
y a San Miguel, vencen al dragón, logran domeñar a una fuerza
del mal.
Respecto al Toro Celeste, su figura está cargada, asimismo, de
simbolismo, reflejo en el Poema de un ser monstruoso, cuyos cuernos,
tras ser matado el animal por los dos héroes, fueron capaces de
contener 1500 litros de aceite. Dicho Toro puede ser asimilado perfectamente
al cielo inferior, esto es, según los estudiosos, a la Muerte,
función para la cual fue creado por Anu, a instancias de la diosa
Ishtar.
Sí, en cambio, debe destacarse en el plano humano el papel
jugado por la hieródula Shamkhat, a la cual Gilgamesh confía
la labor de elevar a Enkidu desde el estado salvaje al de la civilización.
Leyendo el Poema observamos que, en consonancia con el ambiente
primitivo que rodea a Enkidu, su nivel de vida apenas superaba al de los
animales, que constituían su compañía habitual. Supuesto
que no conoce gentes ni países -así lo dice el texto-, ¿con
qué recursos contaba para afrontar el hambre y la intemperie?
Como más adelante señala el Poema, la hieródula
deberá iniciarlo en el uso del pan y de la bebida fermentada,
cuando a resultas de su “hominización” Enkidu sienta
despuntar dentro de sí nuevas necesidades y exigencias absolutamente
distintas a todo lo anterior. Hasta entonces, hasta el encuentro con Shamkhat,
no contaba con otra base de subsistencia que la facilitada por su ambiente
desértico, ya que como dice el Poema “como las gacelas
se alimenta de hierba, con las manadas abreva en las aguadas, con las
bestias se deleita bebiendo”.
Una persuasión profundamente enraizada en la mentalidad mesopotámica
daba por supuesto que así como el uso del pan era índice
infalible de la verdadera categoría humana, la desnudez o carencia
de vestidos y la imposibilidad de procurárselos denotaban animalidad
o un nivel humano que confinaba con aquélla. El Poema dice
acerca del vestido de Enkidu que su cuerpo estaba cubierto totalmente
de pelo, que estaba dotado de cabellera como una mujer. Enkidu era, pues,
un habitante de la estepa, y las gentes de Mesopotamia sabían de
sobra que en aquel medio ambiente se había de carecer de todo aquello
que hacía la vida humana digna de ser vivida.
Otro aspecto interesante a considerar es el de la transformación
psicológica del propio Enkidu, cuya vida se desarrolla en dos fases
diametralmente opuestas, a saber, la barbarie y la civilización.
Rodeado de animales del campo, que consideraba su compañía
connatural, los míseros productos de la estepa le servían
como sustento, mientras su propia pelambrera lo resguardaba, como a las
fieras, de los rigores de la intemperie. Aunque su contextura hace de él
una criatura humana, ya que desde su origen había sido pergeñado
como un “doble” de Gilgamesh, Enkidu es un ser irracional,
incapaz de identificar dentro de sí la voz de la especie que lo
apartara de los animales.
Al no conocer gentes ni países la figura de Enkidu se ofrece como
el último residuo de un pasado tenebroso y remoto, en que los
hombres pacían la hierba con su boca, bebían el agua de
las charcas y hasta caminaban a cuatro patas.
Sin embargo, un episodio, casual para él, pero minuciosamente premeditado
por quienes lo habían urdido, abre en su alma horizontes insospechados
hasta entonces, obligándole a dar un viraje totalmente nuevo a
su existencia. Será el trato sexual con la hieródula el
que le haga tomar conciencia de su condición humana. De aquí arranca
en el Poema una verdadera reacción en cadena de fenómenos
humanos que finalizan con la incorporación de Enkidu a la vida
civilizada de Uruk y en la amistad con Gilgamesh.
A la larga, sin embargo, se producirá una inversión de papeles:
Gilgamesh, ante la muerte de Enkidu, se trasladará al mundo de
la naturaleza, a la estepa, rechazando por entero, y en principio, la
civilización.
Gracias a los encantos de la hieródula, Enkidu olvidó dónde
había nacido; asimismo, experimentó cambios físicos,
pues su cuerpo se fue entumeciendo y sus rodillas se agarrotaron. En suma, ya
no era como antes, según dice el texto. Su pasado animalesco
va desapareciendo y nacen en él otras potencias, entre ellas, el
despertar de su inteligencia. Una de las frases más importantes
de todo el pasaje es la que le dirige la hieródula a Enkidu tras
mantener trato sexual con él: “Tú, Enkidu, eres
sabio, eres como un dios”. ¿Qué quiere
decir esto? ¿De qué ciencia se habla? ¿Por qué esa
divinización a causa de unas relaciones fisicas? Sin lugar a dudas,
esa ciencia, esa sabiduría de Enkidu era prolongación y
secuela de las relaciones de ambos personajes, que en lenguaje figurado,
presente en otros muchos textos orientales, equivalían a “conocimiento”.
Para la psicología oriental antigua la experiencia sexual era reputada
como un verdadero saber.
Respecto a su divinización, a ese “eres como un dios”,
debe entenderse como resultado de unas relaciones peculiares, que los
mesopotámicos conectaron con la idea de fertilidad y con la diosa
Ishtar.
El texto del Poema nos sitúa en un mundo en donde las
actividades relacionadas con el sexo, por el hecho de ser posibles creadoras
de vida, eran valoradas como factores de estricta categoría divina.
En aquel mundo mesopotámico, tan alejado del nuestro en el tiempo
y en la mentalidad, era natural, según señaló W.
Von Soden, que se honrase y venerase el incomprensible misterio que hacía
derivar una nueva vida de la unión de dos seres.
Un modo práctico de honrarlo por parte de la mujer sería
sacrificar su propia pureza como obsequio de carácter cultual a
ese principio divino que gobierna la naturaleza. Esa prostitución,
inspirada en motivos religiosos, se veía invadida por influencias
de índole utilitaria, preocupadas por asegurar la fertilidad de
todos los seres vivientes, y se encargaba a mujeres profesionales, que
pasaban así al servicio de los templos. La virtualidad que tenían
las relaciones sexuales de estimular la fertilidad hicieron que se las
valorara como fuerzas divinas. En consecuencia, el ser humano que lograse
utilizarlas, al aproximarse a la fuente divina, de donde dimanaban, se
elevaba a la categoría de un dios. Este sería el nexo existente
entre el trato sexual de Enkidu con la hieródula Shamkhat y su
divinización. Ese era también el nexo de la hierogamia,
en cuyo transcurso se deificaba al rey, rito del que tenemos abundante
documentación.
Volviendo a nuestro relato, la hieródula tras su relación
de varios días con Enkidu, consideró que ya era el momento
adecuado para inculcarle en su ánimo la nostalgia de otro género
de vida más acorde con su nueva conciencia humana. Se imponía
el traslado de Enkidu a un medio ambiente habitado por seres humanos,
donde los problemas de la vida eran resueltos al modo de los hombres.
Ante las palabras de Shmakhat, Enkidu decidió marchar a
Uruk, donde habitaba Gilgamesh. No hay que decir que para una mentalidad
mesopotámica no existía una vida más digna de un
hombre que la civilizada, y ésta sólo podía surgir
sobre una base económica agropecuaria y un contenido social artesano-urbano.
En esto consistía, principalmente, el orgullo de aquellos sumerios
y acadios. Y su rica vida urbana era una provocación constante
para la envidia de sus codiciosos vecinos, los nómadas semisalvajes.
Vemos, pues, que Enkidu ha sido promocionado de una vida bárbara
a una vida civilizada, que ha ido dejando paulatinamente su irracionalidad
animalesca por todo aquello que a los ojos de los mesopotámicos
constituía el decoro de la vida humana, en suma, de la civilización:
pan, vestidos, bebida fermentada, relaciones sexuales, convivencia con
otras personas, cultos religiosos, aceptación de un orden
social.
Tenemos ya a Enkidu en Uruk. Y es en aquel medio urbano donde
la relación Enkidu-Gilgamesh llegará a su identificación
más cabal. En un momento determinado Gilgamesh concibe una serie
de proyectos destinados a ganar inmensa gloria y hacer inmortal su nombre
y el de su amigo. Logra convencer a Enkidu y así ambos héroes
se aprestan a efectuar un largo y peligroso viaje, que contendrá -como
todos los viajes heroicos- el sentido de la derrota del Mal, encarnado
en el monstruo Humbaba, terrible dragón, según se dijo,
al que sólo se le podría hacer frente gracias a poderes
mágicos o a la protección de los dioses.
Todos estos requisitos se dan en el episodio del Bosque de los Cedros,
verdadera pieza maestra de “violencia sagrada”. Dicha aventura
equivalía explícitamente al intento de apoderarse de la inmortalidad.
El Bosque era el País de la Vida, la tierra de los dioses inmortales,
su escondida morada, plena de símbolos riquísimos para la mentalidad
primitiva.
Este episodio es causa más o menos directa de otro: el del Toro
Celeste, figura divina que al ser derrotada por Gilgamesh y Enkidu, acarreará la
muerte de éste último, muerte decretada por los dioses.
Sueños nada halagüeños, enfermedad, angustia se abatirán
sobre Enkidu, habida cuenta su naturaleza humana. Gilgamesh llega a considerar
también la eventualidad de que él desaparezca igualmente.
Pero, ¿cómo podía temer a la muerte un ser prácticamente
semidivino como Gilgamesh? ¿No era la inmortalidad una característica
esencial de la divinidad? Si y no, según los mitos que han llegado.
Se conocen asesinatos de dioses (We, Tiamat, Qingu, Lil) e incluso deidades “habitando” a
la fuerza en el Infierno, lugar entendido en Mesopotamia bajo el sentido
latino de infernum, esto es, el inframundo o morada de los muertos
(sus espíritus eran llamados gidim en sumerio
y etemmu en acadio), sin especial connotación de castigo.
En aquella morada (Kur), bien es verdad que sombría,
polvorienta y silenciosa, se hallaban, entre otros dioses, Nergal, el
esposo de Ereshkigal, Dumuzi y Geshtinanna, dioses para quienes
la muerte era algo terrible, temiéndola también como si
ellos fueran un ser humano más. Gilgamesh había experimentado
una verdadera obsesión por la muerte, no acababa de explicarse
por qué iba a convertirse en barro, al igual que le había
ocurrido a su amigo Enkidu.
De hecho, ambos amigos habían cometido tres delitos capitales:
haber matado a Humbaba, talado árboles del Bosque sagrado
y haber dado muerte al Toro Celeste. Los dioses exigían reparación.
Por eso castigan al más débil de los amigos, a Enkidu.
Gilgamesh se niega a aceptar la realidad de la muerte de su amigo
de la que es asombrado espectador. Después de los ritos funerarios
tributados a su amigo y de la erección de una estatua en su memoria,
el rey de Uruk comienza a comportarse fuera de todo lo normal. Él,
Gilgamesh, personificación por así decirlo, de la vida
civilizada, rechaza ahora su mundo -impresionado por la muerte de Enkidu-
y se dedica a vagar como un animal por desiertos y montañas, yendo
vestido con pieles de animales.
No es fácil averiguar por qué Gilgamesh recurrió a
la estepa, al desierto. Al parecer no podemos ver en su actuación
una forma de duelo exagerado, sentida por su amigo Enkidu. Quizá fuese
la propia preocupación por su muerte -sabía que tenía
en su ser un tercio de humano- lo que le llevó a rechazar su mundo
y cuanto pertenecía a su cultura por haber visto en ella la muerte
misma. Así como Enkidu culpaba a su culturización como la
causa inevitable de su desgracia -que le expone dolidamente al dios de
la justicia Shamash- así Gilgamesh rechaza la realidad de la muerte, buscando
en el mundo de la naturaleza la libertad, la ausencia de trabas, la ausencia
de la corrupción de la materia.
El poeta se atrevió a describir, si bien parco en palabras, una
alucinante escenografía recorrida por Gilgamesh en busca de la
inmortalidad, cuyo secreto conocía, sin embargo, uno de sus antepasados.
El héroe, hambriento, soportando fríos y calores, vestido
con harapos de pieles, cazando fieras, evitando peligros, viajará hacia
el oeste en búsqueda de su antepasado, Utanapishtim, atravesando
una geografía fantástica a la que todo lo humano le es ajeno.
Su odisea terrestre lo lleva hasta el Océano, junto a las Aguas
de la Muerte, detrás de las cuales espera hallar la luz que ahuyente
de modo definitivo las tinieblas, y sobre todo su angustia, que siente
clavada en su estómago.
Una mitología de pesadilla reemplaza a toda la realidad conocida.
De acuerdo con ella, el rey sumerio debe trasponer el límite geográfico
que ningún mortal alcanzó jamás, las montañas
gemelas del sol, esto es, las montañas Mashu, principio y fin del
mundo, lugar custodiado por los monstruosos aqrabu-amelu u hombres-escorpión,
hijos del Caos. Gilgamesh llega, por fin, con la ayuda de un barquero
-con quien se había peleado previamente- a Dilmún, mítico
Paraíso en donde habitaba Utanapishtim, disfrutando de una Vida
sin fin, concedida como recompensa de haber sobrevivido al Diluvio Universal
y así haber salvado a la especie humana. De su boca oye el viajero
el relato de aquella gran catástrofe que aniquiló la vida
sobre el planeta y de tal personaje aprende la exacta dimensión
del hombre civilizado y el significado definitivo de su existencia, existencia
que ha sido incapaz de superar unas pruebas iniciáticas -no dormir
durante siete días y siete noches- que le evidencian su pequeñez.
De las pruebas que debe efectuar se extraen conclusiones interesantes
de tipo psicológico y moral. El héroe, al fracasar, está dejando
entrever que las posibilidades del hombre con respecto a temas vitales
tienen siempre límites. Que la condición humana es siempre
dramática, pues está definida por la inexorabilidad de la
muerte. Sin embargo, un resquicio de esperanza quedaba abierto para los
lectores mesopotámicos del Poema. Si hay unas pruebas
iniciáticas para lograr alcanzar la inmortalidad ¿se debería
concluir que determinados seres la podrían alcanzar sin ayuda divina?
El ejemplo de Utanapishtim, aunque con la ayuda de los dioses, era un
posible punto de referencia y tal vez de esperanza.
Por otro lado, la secuencia de la Planta de la eterna juventud
y de la serpiente eran antiquísimos mitos que el poeta engarzó como
hermosas joyas al final de la obra, evocando así la última
posibilidad que había tenido Gilgamesh de disfrutar de la inmortalidad
Cuando ya al final del Poema, el rey de Uruk pregunta al fantasma
de su difunto amigo las leyes que rigen en el Más Allá,
Enkidu se niega a responderle la tristísima realidad de la Ultratumba
para evitarle así el llanto. Lo único cierto -viene a concluir
el relato- es que todo lo roen los gusanos y que el polvo gobierna sobre
la totalidad del Infierno.
Perdida la esperanza de la inmortalidad, pues la amarga verdad
era que la muerte era algo inevitable y de que la totalidad de los hombres
debían morir, se había redactado un nuevo Poema centrado
en la muerte física de Gilgamesh, (conocido usualmente como La
Muerte de Gilgamesh), cuyas redacciones se conocen por
los textos, lamentablemente muy fragmentados, hallados en Nippur
y en Me-Turan (hoy Tell Haddad). Dichos textos comienzan con los lamentos
de las gentes por la muerte de Gilgamesh. Ya en el Más Allá,
a Gilgamesh -a quien le deniegan el derecho a ser inmortal- se le ha hecho
Juez supremo. Tras diferentes sueños, en uno de los cuales el dios
Enlil le comunica la muerte (¡Gilgamesh, tu destino ha sido
reinar, pero no vivir para siempre!), el texto alude a la
construcción de una tumba colectiva, erigida en el lecho desecado
del río Éufrates, cuyas aguas han sido desviadas, tumba
destinada para Gilgamesh, sus esposas, sus concubinas y sus hijos
predilectos, aparte de sus sirvientes y sus enseres más queridos.
Finalizada la misma, y ya en ella introducidos el rey y su comitiva, se
procedió al sellado de la misma, tras lo cual las aguas del río
la inundaron. La población de Uruk lloró amargamente aquella
muerte.
Con aquel suicidio se testimoniaba una de las costumbres del
tercer milenio antes de Cristo más crueles de Mesopotamia, cual
era la de los asesinatos rituales sufridos por los acompañantes
y servidores de los monarcas, cuyo ejemplo puede verse en las tumbas reales
de Ur y sus famosos “pozos de la muerte”.