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Jueves, 21 de noviembre de 2024
Jornadas sobre la antiguedad
ROMA: LA INVENCIÓN DEL ESTADO
Cicerón, la historia y la política

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El De re publica: política e historia en el pasado

Es muy probable que en el origen de la numerosas y variadas tomas de postura ciceronianas sobre la historia se pueda colocar su preocupación por los daños que el oblivio del pasado produjo en la sociedad, en particular haciendo caer en declive la idea misma del Estado. Una expresión suya de gran potencia fantástica (cuya utilización a lo largo de los siglos no ha debilitado su vivacidad originaria) advierte: "Ignorar qué ocurrió antes de su propio nacimiento significa ser siempre un niño". El comentario sigue: "¿Qué es en efecto la vida del hombre, si no se relaciona con la de los antepasados a través del recuerdo de las acciones pasadas? Además, la rememoración de la antigüedad y la propuesta de ejemplos no se limita a proporcionar deleite al auditorio, sino que asegura autoridad y credibilidad al orador". Es el Orator (120), una de las obras retóricas del 46, en cuyo centro de interés (como se observa de la última frase citada) se encuentra la definición de los aspectos estilísticos y formales de la creación oratoria y, más en general, la preparación técnica y cultural del orador. Llama aún más la atención la imprevista divagación acerca de la función social y psicológica de la conservación de la memoria, que va mucho más allá del tema de su utilización en los foros de oratoria. Todo ello hace recordar otro conseguido pasaje de Cicerón, donde (estamos entre el 45 y el 44) dirigiéndose a su amigo Varo, el orador daba las gracias al célebre estudioso de las antigüedades romanas porque (afirma) "tus libros, por así decirlo, nos han devuelto a casa mientras nos movíamos como extranjeros en nuestra misma ciudad, permitiéndonos por fin darnos cuenta de quiénes éramos y de dónde veníamos (qui et ubi essemus)" (Academica1.9). Cicerón hizo referencia a los libros de Varo de las Antiquitates cuyos contenidos enumeró luego rápidamente: historia de la ciudad, secuencias cronológicas, reglas de las ceremonias y los sacerdocios, ordenamientos de la paz y de la guerra, topografía de regiones y lugares, denominaciones, tipologías, funciones y causas de todas las realidades divinas y humanas. Aquí Cicerón pintó un cuadro en el que cabrían, más que los auténticos acontecimientos históricos, el conjunto de las manifestaciones de la vida social y religiosa de la ciudad, de cuyos orígenes y cuyas razones -para utilizar una terminología del De re publica- se había perdido la memoria, con el consiguiente oscurecimiento de la propia identidad colectiva (quiénes somos y de dónde somos). La obra de Varo consintió a los ciudadanos romanos readueñarse de esta identidad y, por lo tanto (parece poderse concluir), estar en condiciones de obrar de forma más consciente en el interés de la patria.

Con la alabanza apasionada del trabajo de Varo se pone en evidencia la idea de que es posible recuperar (evidentemente a través de investigaciones profundizadas y cuidadosas en los documentos y los monumentos) la memoria perdida del pasado y transmitirla a los conciudadanos. Es fácil pensar que la misma idea animó la que se puede definir la actividad -más que historiográfica- de evocación histórica en una perspectiva política, a la que el propio Cicerón se dedicó en los últimos años de su vida y que dio lugar a obras como el mismo De re publica, publicado en el 51, el De legibus, que empezó a escribir justo después, o también el Brutus, del 46, así como el Cato maior de senectute y el Laelius de amicitia, del 44. Son obras que intentan hacer revivir lo que fue el gran pasado de la ciudad en los aspectos originales y creativos de su sistema político, su ideología religiosa, sus ordenamientos jurídicos, sus conquistas intelectuales, sus relaciones humanas y, por último, -y sobre todo- el tipo específico de personalidad humana en el que se había expresado concretamente todo este conjunto de valores. En otros términos, Cicerón humanizó y personalizó la búsqueda de Varo (y de Atico, naturalmente), traduciéndola como vida vivida del pasado; a parte la diferente calidad literaria de los textos respectivos, se aclararon los objetivos con respecto al gran guía ofreciendo explícitamente unos modelos de estructura "constitucional", pero también de comportamiento individual en un contexto político y social, con respecto a los cuales la referencia a lo antiguo desempeñaba una función de legitimación y garantía acreditadas.

No es este el foro idóneo para debatir cómo se configuran operativamente estos modelos. En cambio, es pertinente recordar, para empezar con el De re publica, que la "constitución" romana -como estructura política concretamente realizada y operante- no sólo se presentó como superior a los modelos que la reflexión política griega construyó en abstracto y nadie vio funcionar, sino también y sobre todo que esta misma constitución se consideró un organismo que fue creciendo y articulándose en el tiempo, haciendo frente a los problemas y las exigencias que se plantearon en el tiempo: por lo tanto fue un desarrollo histórico y, como tal, capaz de sufrir ulteriores transformaciones en el respeto de sus elementos constitutivos. Esta idea se formuló explícitamente al principio del II libro, en las palabras de Escipión Emiliano, que a su vez citaba a Catón: "Él solía decir que nuestra ciudad superaba en su constitución a todas las demás por esta razón, que en aquellas generalmente fueron individuos particulares quienes ordenaron su propio Estado con sus propias leyes e instituciones […], mientras que nuestro Estado no fue ordenado por la genialidad de uno solo, sino por muchos y no en el espacio de una sola vida humana, sino de muchos siglos y generaciones" (De re publica, 2.2; cfr. 2.37). Es por ello -prosigue Escipión- que la exposición, que él está a punto de hacer, de los caracteres de esta constitución asumirá la forma de una historia, partiendo de los orígenes: "Alcanzaré más fácilmente mi objetivo si os represento a nuestro Estado en su nacer, crecer, hacerse adulto, ya firme y robusto, que si forjara uno ideal, como hizo Sócrates con Platón" (De re publica, 2.1.3). En la exposición de Escipión Emiliano, la constitución romana sigue siendo una constitución mixta (2.41; 65) tal como la definió Polibio, es decir un tipo de gobierno que consigue evitar, gracias a una mezcla eficaz de competencias y responsabilidades entre los componentes sociales, los inconvenientes que se derivan de una concentración de poder en las manos de uno solo de los elementos del Estado (1.45 siguientes; 54; 69). Sin embargo, su forma de ser y funcionar asegura a Roma la superioridad con respecto a los demás Estados, más allá de la manera en que se quiera definir su estructura constitucional, tal como proclamó orgullosamente Escipión: "En efecto esto declaro, esto pienso, esto afirmo, que ninguno entre todos los Estados puede compararse, tanto por su constitución como por su articulación interior y disciplina civil, con el que nuestros padres nos dejaron, habiéndolo a su vez heredado de sus antepasados" (1.70).

Este irreducible elemento de especificidad se puede explicar sólo recorriendo las etapas de su desarrollo, es decir las vivencias a través de las cuales adquirió esta fisionomía peculiar: una historia en la que los individuos desempeñaron un papel decisivo. Seguramente no es por casualidad (y no es sólo un efecto de la elección de un modelo literario, el diálogo platónico) que Cicerón estructuró casi todos sus estudios teóricos, y especialmente los políticos, en forma de diálogos entre grandes personalidades del pasado o del presente: más bien esta modalidad expresiva servía por una parte para conferir autoridad a las argumentaciones presentadas y por otra para evidenciar el peso que los grandes hombres, también por ser capaces de elaboraciones intelectuales (y no sólo por sus dotes militares), ejercieron sobre las elecciones que la ciudad tuvo que realizar en los momentos más importantes de su historia. Además, Cicerón tendió a subrayar el hecho de que entre estos grandes hombres existió y siguió existiendo, más allá de las distancias cronológicas, una especie de correspondencia ideal centrada en una cadena de relaciones personales transgeneracionales; Cicerón y sus amigos (a veces interlocutores en sus diálogos) representaban el punto de llegada provisional de esta cadena y por lo tanto los herederos de una tradición de pensamiento y acción que fue el auténtico punto de fuerza de la cultura política romana. Así el De re publica, que Cicerón escribió entre el 54 y el 51, se configura como un diálogo mantenido en el 129 entre Escipión Emiliano, el destructor de Cartago y Numancia (nacido en el 185, cónsul en el 147 y en el 134), Lelio Sapiens (cónsul en el 140), Furio Filo (cónsul en el 136), Manilio (cónsul en el 149), Rutilio Rufo (cónsul en el 105), Gayo Fanio (cónsul en el 122) y otros personajes menores. Se trata por lo tanto de exponentes de tres generaciones, de las que los más mayores (como se ha visto [2.1-3]) tuvieron contactos directos con la generación del viejo Catón -"del que (como declaró Cicerón al principio) todos nosotros que tenemos sus mismos ideales nos dejamos guiar, como por un modelo, hacia una virtud operosa" (1.1). En cambio, fue precisamente el más joven, Rutilio Rufo, quien contó (en el 78) el diálogo mismo a Cicerón desde su exilio en Esmirna. Un ejemplo especialmente significativo de una historia que, remontándose a más de un siglo atrás con respecto a la redacción de la obra, se hace actual en el recuerdo, en forma de evocación de una comunidad de políticos sabios. Se puede también sospechar que fue justamente esta idea de una continua presencia ideal en la vida de la ciudad de todos sus grandes hombres del pasado (sin importar lo lejos que estuvieran en el tiempo) lo que dio lugar a la fantasía del Somnium Scipionis, al final del De re publica. Es cierto que Escipión el Africano, apareciéndose en sueños a Escipión Emiliano, le recuerda las limitaciones de la fama humana y le invita por lo tanto a pensar en las armonías celestes; pero también le recomienda (precisamente para que su alma pueda llegar después de la muerte del cuerpo a la vía láctea (6.16) -sede beata de una vida eterna en compañía de las demás almas de los grandes) la necesidad de obrar en el interés de la patria: esta es en efecto la "vía maestra para el acceso al cielo (quasi limes ad coeli aditum)" (6.26; cfr. 13, 16 y 29). Es fácil pensar que más tarde Augusto se inspiró en una concepción de este tipo cuando alineó en su Foro las estatuas de los summi viri de la historia real y republicana (Suet., Augustus, 31.5), "declarando en otro edicto que lo hizo para que los ciudadanos le exigieran hasta que tuviera vida, y luego a los príncipes de los tiempos venideros, que se atuviera al modelo representado por la vida de aquellos".

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