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Domingo, 22 de diciembre de 2024
Jornadas sobre la antiguedad
HIRVIENDO PALABRAS: LA RETÓRICA EN LA ANTIGUA GRECIA
La retórica de Aristóteles

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Los objetivos de Aristóteles en su retórica: I. La constitución de un arte

Ahora discurramos: 

El filósofo platónico-empírico Aristóteles tenía ante sí, al escribir su tratado, su Colección de Artes Retóricas que le mostraban el generalizado deseo de hacer un arte sobre una actividad  o práctica que en realidad todo el mundo lleva a cabo, a saber, la de argumentar y hablar en público persuasivamente sobre asuntos generales y comunes. 

Todo el mundo habla para convencer en los juzgados y las asambleas. Todo el mundo, unos al descuido y otros por la costumbre engendrada por el hábito, se dedica a pasar revista y sostener argumentos, a defender y acusar (Retórica 1354a4). Luego si estudiamos la causa por la que aciertan y alcanzan sus objetivos los que hablan persuasivamente ya por hábito ya improvisadamente, estaremos haciendo, aun sin darnos cuenta, un “arte” retórica  (1354a9).

Todo el mundo argumenta con el lenguaje y ahí, justamente ahí, en la argumentación sobre asuntos generales o comunes convertida en discurso, en el entimema, debe estar el “cuerpo de la persuasión” (1354a15),  y, por tanto, el cuerpo de la retórica, que se puede engalanar luego con más o menos vistosos ropajes.

Todo el mundo, pues, aun sin saberlo, practica la dialéctica y la retórica.

Existía un arte, la dialéctica, la aplicación de la lógica a las cuestiones filosóficas, cuya función era la de estudiar el raciocinio deductivo (silogismo) o inductivo (inducción) con vistas a alcanzar la verdad. La dialéctica, entendida todavía al platónico modo, era el arte de las definiciones y de las demostraciones de las que hacen uso las ciencias particulares (Aristóteles, Tópicos 146a26).

Pues bien, la retórica podría apoyarse en la dialéctica, de cuyo carácter de “arte” nadie dudaba y hacer de la retórica una dialéctica sobre las opiniones, sobre los asuntos opinables, sobre “las cosas que pueden ser también de otra manera” (1357a 24), “sobre las cuestiones de las que es costumbre deliberar”  (1357a1) en la ciudad-estado, es decir, en nuestro marco político-social, “y de las que sin embargo no tenemos artes” (1357a2).

En tal caso, podría aplicarse a la retórica  todo ese arsenal de estrategias lógicas que, en dialéctica,  el Estagirita  llamaba “tópicos”, de los cuales nos ofrece nada menos que veintiocho en el capítulo veintitrés del libro segundo de su tratado de retórica.

Ejemplo de tópico dialéctico-retórico: en dialéctica se estudian los términos de relaciones recíprocas, pues frente a “Antonio es amigo de Juan” y “Juan es amigo de Antonio”, no caben las frases “Antonio es padre de Juan” y “Juan es padre de Antonio” [“Juan es hijo de Antonio”]. El primer término, “amigo”,  se puede aplicar a la vez a los dos miembros de la frase, lo que no ocurre en el caso de “padre”e “hijo”. 

Pues, del mismo modo, en retórica, como “vender” y “comprar” son opuestos relativos de una relación, puede alguien argumentar así: “si para vosotros no es deshonroso vender los impuestos, tampoco para mí lo será comprarlos”(1397a26). En cambio, deducir que si alguien sufrió justamente un castigo fue porque el que se lo impuso se lo aplicó justamente, es una falsa deducción, un “paralogismo” o falacia, pues tal vez quien lo sufrió lo merecía pero quien se lo impuso tal vez no estaba legitimado para  imponerlo (1397a28).

La dialéctica y la retórica no son disciplinas concretas, sino métodos generales, no pertenecen en exclusiva a ninguna disciplina delimitada y específica (1354a3). La primera  se ocupa de cuestiones generales, de las cuestiones que más adelante se llamarán  «tesis» y lo hace mediante  preguntas y respuestas; la segunda, empero, se centra en cuestiones concretas, político-sociales, las que con el tiempo se llamarán «hipótesis», y lo lleva a efecto mediante un discurso largo y tendido. 

La retórica, pues, es un arte –argumenta Aristóteles– porque responde con semejanzas o equivalencias punto por punto (es antístrophos) al arte de la dialéctica, que es el arte que controla sistemáticamente el raciocinio silogístico, que es deductivo,  y el epagógico o inductivo. 

De la misma manera, la retórica al desnudo es el arte que se ocupa del equivalente retórico del silogismo dialéctico deductivo, que es el entimema (enthúmema), y de la inducción dialéctica (epagogé), que es el ejemplo (parádeigma) (1356a 34).

Un ejemplo de entimema o silogismo deductivo probable podría ser: “Los avaros se preocupan más del dinero que de las personas; es, pues, probable, que el acusado, beneficiario del testamento, que es un avaro, dejara morir a su pariente que había  testado a su favor”.

El ejemplo  (parádeigma), en cambio, tiende a generalizar o aplicar universalmente una determinada proposición. 

Verbigracia: la fábula que contó a sus conciudadanos de Hímera el poeta Estesícoro, cuando Faláride, so pretexto de vengarse de los enemigos de la patria, pedía en la asamblea, en la que se le acababa de nombrar general con plenos poderes, que se le proveyese además de una guardia de corps, albergando  secretamente el propósito, astuto y artero como era, de hacerse acto seguido con el poder absoluto y convertirse en tirano. 

La fábula que contó decía así: Un caballo que disfrutaba solo de una pradera vio un día cómo se la destrozaba un ciervo y para vengarse de él por la fechoría acudió a un hombre y le pidió colaboración en la venganza. El hombre aceptó a condición de que el caballo se dejase montar por él bien embridado con bocado y riendas. Como al insensato y estúpido equino le pareció bien la tortuosa y envenenada propuesta del hombre aceptó y la llevó a efecto, se quedó sin vengarse del ciervo y convertido para siempre en esclavo de quien lo montó  (1393b8).

La retórica es un “arte” porque responde  al arte de la dialéctica metro a metro, medida métrica a medida métrica, como la estrofa a la antístrofa  de las composiciones corales de una tragedia. No son idénticas –como tampoco lo son la estrofa y la antístrofa– pero sí comparables pulgada a pulgada. Y la responsión se localiza en pleno corazón de la retórica, en la retórica al desnudo y aún no engalanada con el atuendo de la política. 

En ese momento la retórica no es más “que la capacidad de contemplar en cada caso su capacidad persuasiva” (1355b25), no es ni siquiera el arte “cuya misión es persuadir”, sino el arte de “ver los medios de persuadir que hay en cada caso particular” (1355b10).

En pleno corazón de la retórica, donde se encuentra “el cuerpo de la persuasión”, no hay más que un arte correlativo de la dialéctica que contempla las posibilidades de persuasión, de la misma manera que la medicina antes de curar contempla las posibilidades de curación (1355b10).

El corazón de la retórica al desnudo es el que genera la argumentación persuasiva, una pístis, y ésta es una especie de demostración (1355a5).  Es una especie de demostración de lo verosímil, de lo que puede ser de otra manera, porque de lo que no puede ser sino de una manera no delibera ni discute ni tiene que argumentar nada nadie (1357a4).

 En efecto, la mayor parte de las cuestiones sobre las que versan los juicios “son susceptibles de ser también de otra manera” (1357a24). Y la retórica precisamente versa sobre esas cuestiones que “pueden ser también de otra manera”, sobre las que con frecuencia deliberamos  en el marco de lo político-social, aunque no poseemos artes concretas que traten de ellas, dirigiéndonos a nuestros conciudadanos, que no son expertos en contemplar largos argumentos montados sobre premisas que vienen de lejos (1357a1).

Todas esas cuestiones y deliberaciones de la vida de las conciudadanos, de la vida político-social, no hay que dejarlas caer en el vacío, sino regularlas con una lógica similar a aquella  con la que la dialéctica controla las cuestiones filosóficas. Si tratamos de someter lo verdadero a la lógica, lo mismo cabe hacer con lo verosímil. 

Aristóteles está convencido de que al hombre le es dado encontrar la verdad y lo verosímil o probable, lo eikós, porque esto se percibe con la misma facultad que lo verdadero (1355a14). 

Por consiguiente, la práctica de argumentar sobre cuestiones que pueden ser también de otra manera no es una actividad frustrante y sin futuro, sino que puede ser sometida a teorización y sistemático estudio teórico-practico, pues de hecho (aquí está el filósofo empírico) los hombres aciertan y alcanzan sus propósitos valiéndose de sus discursos retóricos persuasivos, unos improvisándolos y otros habituándose conscientemente a pronunciarlos de una determinada y eficaz manera, y, si esto es así, nada impide hacer de esta práctica un “arte”  provisto de su propia metodología (1354a7), sobre todo si la apoyamos en la ya constituida  y sólida “arte  dialéctica”.

Luego la retórica  puede ser, debe ser y es un “arte”, una  tékhne. 

Una vez la retórica controlada por la dialéctica, sometida al criterio, si no de la verdad, sí al menos de la verosimilitud, cuya contemplación en el fondo es propia de la misma facultad que permite la contemplación de la verdad y supone la misma actividad que ejerce el habituado a rastrear lo verdadero (1355a14), nada impide ya que la retórica  sea moral.

Podrá no serlo si se usa mal, como ocurre con todo bien salvo la virtud, que puede ser empleado  bien o mal (1355b2), pero existen ya controles de moralidad sobre la retórica. Platón ya podía estar tranquilo: es posible un arte retórica filosófica, seria, correlativa de la dialéctica y,  por ello,  moral. 

Por ejemplo: aunque el experto en retórica puede y aun debe argumentar una tesis y la contraria con vistas a la persuasión, no lo hará para persuadir por igual  con la una o la otra, “porque no hay que persuadir de lo malo” (1355a31), sino para entrenarse, para aprender y habituarse a que no le pasen desapercibidas las trampas, los fallos argumentativos y las injustas razones del adversario y así poder desmontarlas en su oportuno momento (1355a29). La opción más lógica, más verosímil o verdadera es la moral frente a su contraria, que sería la inmoral.

Aristóteles es tan sumamente platónico que está convencido de que las realidades mismas de las proposiciones contrarias sometidas a debate retórico no son nunca igualmente verdaderas o verosímiles e indiferentes a la moral, a la ética, y por tanto moralmente equivalentes, de forma que por igual podamos defender la una o su contraria, sino que lo verdadero y lo que es mejor moralmente que su opuesto son siempre susceptibles de un razonamiento más compacto y persuasivo (1355a36). Se persuade mejor, con más comodidad y fuerza persuasiva operando con tesis y argumentos verdaderos e inmorales que con sus contrarios.

Y es que la verdad y la justicia –he aquí de nuevo al platónico Aristóteles– son  más fuertes que sus contrarios(1355a21), por lo que es absolutamente recriminable el hecho de dejarse vencer por los contrarios de ambas virtudes a causa de la ignorancia del arte retórica  (1355a22).

La retórica es, pues, un “arte”; está controlada por la dialéctica, que vigila la lógica de nuestros argumentos retóricos, que, aunque no versen sobre lo verdadero, tratan de lo verosímil, que no se encuentra lejos de lo verdadero; es, además, moral, pues la razón de la dialéctica nos lleva directamente a la moralidad, a la ética, toda vez que el argumento verdadero, moral o ético es más fácil de argumentar y probar que su contrario (1355a37). 

Todo esto es platonismo puro y duro. Platón podría estar contento con el nuevo invento del “arte retórica” llevado a cabo por su discípulo Aristóteles. Ya la retórica diseñada por el discípulo ha dejado de ser, como proponía  el maestro, “una rutina y un empirismo” y se ha convertido en “arte” (Platón, Fedro 270b5).

Finalmente, habrá que usar necesariamente de esta nueva “arte retórica” controlada por la lógica y moral, y ello por tres razones: la primera porque, aunque poseyéramos la ciencia más exacta del mundo, en determinadas circunstancias (las circunstancias político-sociales del discurso retórico) no podríamos emplearla ante nuestro auditorio compuesto de ciudadanos corrientes y no de especializados docentes, pues, si lo hiciéramos, estaríamos pronunciando un discurso de docencia o enseñanza  (1355a26) y no un discurso retórico, que es aquel cuyos argumentos se elaboran mediante nociones comunes (1355a24) asequibles a la ciudadanía y generalmente aceptadas, que se cumplen por lo general, aunque pueden también resultar de otra manera (1357a34) y que sin ser necesarias se refieren a asuntos “sobre los que ya es costumbre deliberar” (1357a1). 

En segundo lugar, porque el hombre de conducta ética no puede permitir que, por no conocer el arte de la retórica, las causas de la verdad y la justicia sean derrotadas por sus contrarias en los tribunales y las asambleas y, en general, en la vida en común, política, de la ciudadanía (1355a21).

Por último: sería absurdo que fuera vergonzoso no poder defenderse uno mismo con su propio cuerpo y, en cambio, no lo fuera ser incapaz de defenderse con el discurso, que es más propio, particular y específico del hombre que su propio cuerpo (1355a38).

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