V
Conviene anotar que el autor de la Vida y Milagros de Santa Tecla es un ferviente devoto de la santa, pero no tiene una opinión avanzada sobre las mujeres, sino que comparte los prejuicios tradicionales sobre el género femenino. Pero, como les pasa a Aquiles Tacio y a Plutarco, la propia audacia de su personaje se les impone. La historia narrada expone su lección por sí misma, más allá de las opiniones de los narradores.
En esa misma primera línea destaca la figura novelesca de Cariclea en las Etiópicas de Hellodoro, princesa etíope inmaculada que sabe tener a raya a todos sus enamorados y al mismo Teágenes, hasta su triunfo final. Una vez más estamos ante una iniciación que una joven mujer, bella y casta, cumple con pleno éxito, debido a su entereza de ánimo. También en la trama novelesca de Hellodoro, quizás del siglo 111 o del IV -esa novela barroca que admiraron los más grandes escritores europeos del XVI y XVII, desde Lope y Cervantes a Shakespeare y Racine- encontramos una atmósfera religiosa diluida. Al cabo de su viaje los protagonistas acaban en reyes sacerdotes de la piadosa Etiopía, en el culto al dios Helios, una variante de Apolo y del Sol Radiante.
Tanto las novelas como el relato hagiográfico se proponen como aleccionadores. Tienen un espíritu edificante, y de propaganda religiosa (mucho más solapada en las novelas). Cuando están borrosos los ideales políticos, la exaltación de una vida basada en el amor, la fe y la fortaleza de alma, resulta atractiva. Al respecto son típicos los jueces y gobernadores, es decir, los que ejercen el poder político: personajes indecisos, torpes 9 que condenan y luego absuelven, sin entender bien los procesos, cediendo a unos u otros. Los tribunales, tanto en las novelas, como en las vidas de santos, son peligrosos. Rara vez sale absuelto el inocente. Pero la valentía de las mujeres sabe sobrellevar los desmanes y las torpezas jurídicas.
Hay, sin embargo, en la historia de Tecla algunos puntos que motivan el escándalo de Tertuliano. Es la propia joven quien se bautiza -en el estanque de las focas-, tal vez por inspiración divina. No la había bautizado Pablo, a pesar de que la Iglesia mantenía que sólo los hombres, los sacerdotes, eran ministros del sacramento.
Luego Tecla enseña, y hay que reconocer que ha aprendido pronto la lección (incluso Pablo se queda maravillado del tropel de conversos que la sigue). Se puede sostener que sólo a ella, excepcionalmente, le han sido concedidos tales privilegios, y a ninguna otra mujer (como sostuvo Nicetas el Paflagonio). Pero su actitud respecto del bautismo y de la predicación no es el único problema doctrinal en su historia. Esa excelencia de Tecla está ligada a su liberación de las servidumbres femeninas. Citaré de nuevo unas líneas de G. Dagron:
«Tecla es, en un principio, la que rehusa el matrimonio, y sobre este punto el autor de la Vida ha comprendido bien los efectos que podía sacar de dos tesis enfrentadas: apología de la virginidad derivada de las enseñanzas de Pablo, y defensa del matrimonio inspirada en una especie de sabiduría antigua y, más exactamente, romana. El procónsul está muy bien en su papel, y el autor, al darle la palabra a Pablo o a Tecla, matiza, sin traicionarlo, el tema fundamental de la enkráteia, guardándose de los excesos y desviaciones sectarias. Sexualidad y castidad están, por otra parte, íntimamente ligadas al problema de la muerte y la resurrección: los dos mismos temas se enfrentan con los mismos protagonistas; se podrá compensar la muerte mediante la procreación y la perpetuación de la especie, o vencerla por el bautismo y la castidad, que son muerte y regeneración personal. Se encuentra en buen sitio en la Vida el episodio de Falconilla, salvada por la mártir de la suerte a la que la condenaba su paganismo, un episodio que a menudo fue invocado luego para ilustrar la eficacia de la plegaria de los vivos en favor de los muertos o el carácter provisional de las penas hasta el juicio Final, y que asegura a Tecla, del mismo modo que su "bautismo místico", un lugar de excepción en las letanías de los santos invocados por los moribundos, y en la iconografía. Daniel y Tecla están casi en el mismo rango como símbolos de la resurrección.»
Es cierto que la Vida no hace sino retomar temas que ya están en los Acta y amplificarlos, a veces con mayor o menor acierto, y con dudosa conciencia de su alcance teológico o dogmático. El monje es muy cauto para evitar excesos heréticos a los que la época era mucho más sensible. Sin embargo, son los propios motivos y la fuerza de la figura femenina lo que deja en ella un aire de rebeldía feminista. «Si la historia de Tecla transporta aún algunos virus de viejas herejías, -señala Dagron-, no es ya por su texto mismo, ahora depurado, sino por la justificación que puede ofrecer a las prácticas de los medios monásticos en los que sobreviven ciertas tradiciones sectarias.»
Porque hay, en el núcleo mismo de la historia, un himno de exaltación de la libertad de la mujer para decidir su destino y para oficiar, dentro de la fe cristiana, con gran dignidad. Por muy bien que hable Pablo en la Vida no deja de hacer un papel más bien desairado en los trances de peligro: nunca trata de salvar a Tecla, tan sólo se ocupa de sí mismo; es apaleado y expulsado, y no tiene los milagros ni los éxitos de conversiones de la santa. Aquí se nota un tanto el desinterés del biógrafo, que lo ha desplazado a los márgenes. (En los Acta aún es el personaje central.) Pablo se porta un tanto ambiguamente en Antioquía. A las preguntas de Alejandro sobre su acompañante, responde que ignora su sexo. En fin, es la propia entereza de Tecla lo que siempre queda de relieve. Cuando ella le solicita: «Dame solamente el sello de Cristo», rogándole el bautismo, Pablo lo demora con las palabras: «Tecla, persevera y tomarás el agua». Y ella le toma la palabra. Una vez demostrada su magnanimidad, ella misma se bautiza en nombre de Cristo.
Detengámonos un momento en la sentencia de Pablo: «Tecla, persevera y tomarás el agua (del bautismo»: Thekla, makrothýmeson kaì lépsei tò hýdor. Makrothýmeson es un término muy interesante. Makrothymía es «tener el ánimo largo» (makros thymós) en el sentido de «perseverancia» y de «fortaleza» ante la adversidad, pero también un ánimo amplio ante el peligro y la tortura, una forma de la audacia. Tecla lo muestra en sus hechos. Ser macróthymos es también ser megáthymos «magnánimo», un adjetivo usado para los héroes y los grandes hombres, un término muy bien considerado en su Ética por Aristóteles. Si la época clásica sólo lo utilizaba para hombres, creo que ya podemos admitirlo para estas mujeres que, en un entorno adverso, en una sociedad patriarcal, saben arrostrar la presión social y familiar y se trazan su propio destino. En su rechazo de] destino impuesto, de la tradición de¡ silencio y la sumisión, Ismenodora, Leucipa, Tecla y otras, resultan ejemplares figuras femeninas «de largo ánimo», de gran alma.
Tal vez anuncian nuevos tiempos, abren caminos. Si las tres triunfan en su empeño, ejemplarmente, no cabe duda de que es Tecla la que obtiene mayor gloria, en recompensa a su extraordinaria «virtud». Despreciando la vida hogareña en lconio, acaba en Seleucia, tras un arriesgado peregrinaje apostólico. Allí se establece sobre la colina, al margen y por encima de la ciudad, como una anacoreta accesible y una benefactora de los afligidos. En nombre de Cristo funda una breve comunidad monástico, y durante muchos años habita como un héroe protector, medio mago y medio profeta, sustituyendo al héroe local Sarpedonio.
Con su halo carismático Tecla desaloja a las divinidades paganas de la localidad. Como ya notamos, su desaparición en las entrañas de la tierra es un rasgo típico de esos héroes como Edipo o Anfiarao. Ahí queda patente su competencia frente a los antiguos daimones. No sólo con Sarpedón o Sarpedonio, sino con los viejos dioses helénicos, ya muy gastados. Al comienzo de los milagros de la santa, el monje refiere que Tecla ha superado a otros poderes, a las mismas diosas Atenea (a pesar de que ésta tenía armadura y Tecla iba desnuda de atavíos guerreros) y Afrodita y al mismo Zeus local, desterrándolos de sus antiguos cultos.
La carrera de Tecla tiene mucho en común con la de algunas heroínas novelescas. El desafío a la autoridad familiar está aquí representado por esa oposición a su madre; una madre terrible, que se siente abochornada y deshonrada por la conducta de su hija y que exige su muerte. (Es curioso que no sepamos nada de su padre. La autoridad en la casa es la de esa madre, inflexible y terrible guardiana de la moral.) Tecla se disfraza de hombre en dos ocasiones: para seguir a Pablo por los caminos (una buena precaución, que encontramos muy repetidamente en la literatura, y muy especialmente en nuestro teatro barroco. Algún concilio próximo prohibe expresamente a las mujeres ese travestido), y para ir al encuentro de Pablo, desde Antioquía a Mera, con un hábito que parece destinado a convertirse en su atuendo monástico. Como si hubiera renunciado a mostrarse como mujer. Ya antes la bella joven ha renunciado a sus galas -sus joyas, su hermosísima cabellera, sus vestidos- para acompañar a Pablo: ahora es como si quisiera borrar la distinción entre los sexos.
No es extraño que Tertuliano, y algunos otros santos Padres de la Iglesia, celosos de sus prerrogativas masculinas, se sintieran escandalizados ante esa actitud, y trataran de evitar que cundiera tal ejemplo. Santa Tecla era una mártir (entregada a las llamas y a las fieras, pero incombustible y sin rasguños) que bautizaba y predicaba, hacía milagros y resplandecía como una virgen señera y tenaz, lucero de la fe, pero, a la vez, muestra de la incontenible audacia femenina; una avanzada de un cierto feminismo, avant la lettre, por supuesto, en sus gestos más que en sus palabras.