La religión helenística
Las contradicciones entre la identidad panhelénica y la identidad cívica terminaron generando una situación de agresión permanente que debilitó a las ciudades griegas (Atenas, Esparta, Tebas y sus aliados) hasta el punto que desde mediados del siglo IV a.e. fueron cayendo bajo la órbita del reino de Macedonia. Fueron finalmente unificados en la tara de atacar al imperio persa, que tras las campañas dirigidas con un asombroso éxito por Alejandro Magno, determinaron el surgimiento de un nuevo mundo griego estallado en el que se englobaban territorios orientales extensísimos y muy diversos (desde la India a Egipto, incluyendo el Irán, Anatolia y Mesopotamia). Este mundo helenístico, abigarrado y mestizo generó nuevas formas religiosas, a la parque se seguían manteniendo los cultos cívicos anteriores, la mitología y la teología, aunque en una posición algo devaluada que correspondía al papel secundario que desempeñaban las ciudades en el nuevo marco de monarquías que controlaban territorios muy extensos.
El modelo oriental permeó la religión griega y comenzó a darse culto a los soberanos, que en algunos casos (Egipto es ejemplar) se presentan con los mismos atributos que los monarcas anteriores (los reyes griegos de Egipto realizan incluso matri
monios incestuosos con sus hermanas ), son la cúspide de la pirámide de poder y asumen en cierto modo las prerrogativas religiosas de identificación que antes desempeñaban las divinidades políadas. Como vimos que planteaba Critias, pero de un modo ya institucionalizado, los reyes emplean la divinización en vida como un instrumento de control político e ideológico (con Platón podríamos dudar si no se trataba en última instancia de ateos).
La transformación del papel antes nuclear de la polis potenció el crecimiento de cultos que hasta ese momento habían tenido un estatus algo marginal, como las cofradías organizadas y jerarquizadas según criterios diferentes de los que regían en la ciudad (proliferan las asociaciones dionisiacas, por ejemplo). La cohesión cívica y los cultos comunitarios pierden en gran medida su razón de ser ya que la nueya cohesión la encarna el soberano; se desarrolla en mayor medida una religión no política, de índole personal y privada (como el culto al Dios sanador Esculapio) que tiene su reflejo en las promesas de salvación de los cultos mistéricos que dicen enseñar a alcanzar un mejor más allá a sus seguidores. Junto a los grupos místicos anteriores (órficos, pitagóricos, dionisiacos, eleusinos) surgen nuevos cultos mistéricos de origen oriental (misterios de Mitra -dios iranio- de Cibeles -diosa anatolia- de Isis -diosa egipcia-).
Se instaura una religión mestiza y de síntesis que incluye cultos, prácticas, mitos y ritos de muy diversos orígenes (se desarrolla la magia, la astrología, el hermetismo) conformando una diversidad de opciones personales que ilustran una ideología religiosa cada vez más cosmopolita. Al tratarse de un mundo de límites estallados (desde la India a la Península Ibérica), caracterizado en última instancia por una enorme diversidad, los desarrollos locales dificultan cualquier síntesis rápida. En los límites de la India la religión griega se vio influida por el budismo y otras religiones de sus vecinos, lo mismo que en Egipto nacían cultos sincréticos en los que la religión ancestral egipcia se mezclaba con la de la élite griega. A su vez la religión de los griegos impactaba en la de algunos de sus vecinos (por ejemplo en Occidente entre romanos o incluso cartagineses ) potenciando modos interpretativos convergentes. En la época helenística los productos ideológicos griegos (y también la religión), aunque puntualmente adaptados y modificados, se convirtieron en lenguajes de consenso frente a la diversidad. Este papel «cultural» de la religión griega, plasmada en el arte o los motivos mitológicos ha resultado poseer una enorme resistencia y sigue (aunque cada vez en menor medida) presente en nuestro mundo actual en palabras e imágenes que convierten en ocasiones al pasado en referencia insoslayable del presente.