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Domingo, 22 de diciembre de 2024
Jornadas sobre la antiguedad
AQUELLOS ROMANOS QUE PASARON POR AQUÍ...
Arqueología e Historia, reconstrucción del paisaje romano de Gipuzkoa

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El trasfondo histórico y las hipotesis arqueológicas

Aparentemente, el habitante de la polis de Oiasso hacia el año 100 de nuestra era, vestiría, comería y viviría, en definitiva, en condiciones parecidas a los vecinos de Pompaelo, Dax, la antigua Aquae Tarbellicae, o Burdigala, Burdeos. Su nivel de vida sería comparable, gastando vinos de Narbona o de la zona de la desembocadura del Garona, aceite del valle del Ebro e incluso circunstancialmente traído desde la Bética. En sus comidas usaría de las salsas de pescado, el garum, y es muy probable que los menús se confeccionaran a la manera que describe Caius Apicius, uno de los gastrónomos romanos a los que debemos un recetario de cocina, de los pocos conservados. De hecho, a juzgar por las vajillas y los artículos de cocina, los hábitos culinarios se repetirían en un ámbito extenso, desde Colonia a Finisterre, al menos. Festejaría en las jornadas del calendario en las que lo harían el resto de la sociedad romana, compartiendo creencias, panteón de divinidades y ritos funerarios. Transitaría por calles ordenadas siguiendo patrones urbanos estandarizados, con servicios también homologados y socialmente participaría de una jerarquía en la que el trabajo manual recaería mayoritariamente en el grupo de los esclavos, encargados del servicio doméstico, las faenas agropecuarias, la producción en general y las actividades fisicas ligadas al comercio. Las clases dominantes, por su lado, disfrutarían de los derechos ciudadanos, haciéndose cargo de los rendimientos económicos, el culto o las funciones políticas. Los cambios hasta llegar a esta situación se habrían producido paulatinamente. Desde las primeras influencias, poco antes del cambio de era (años 25 a 10 antes de Cristo ), llegadas, por lo que parece, desde el otro lado del Pirineo, hasta la implantación del modelo romano pasarían varias decenas de años. Oiasso, según las fuentes, era un asentamiento de cierto orden en tiempos pre-romanos, cuyo primer interés pudo deberse a los yacimientos de plata de sus inmediaciones. Siguiendo este hilo hipotético, al igual que debió ocurrir con los depósitos auríferos de la zona de Itsasu, en la cuenca del Errobi, las explotaciones mineras serían el motivo de las primeras colonizaciones, encaminadas a la obtención de metales preciosos y, por pura lógica de organización, habrían corrido por cuenta del ejército. Se encuadrarían en el período inmediatamente posterior a la conquista de las Galias y durante las Guerras Cántabras y sus prolegómenos, dependiendo de la órbita septentrional ya comentada cuyas influencias se constatan hasta el año 70 de nuestra era aproximadamente. Con posterioridad se asiste a la implantación de influencias meridionales, del valle del Ebro concretamente, marcadas por la actividad comercial. Oiasso pasaría de ser un enclave para la explotación minera a un centro comercial desde el que se drenarían los flujos de intercambio entre el ámbito geográfico mencionado, Aquitania y la región cantábrica. El cambio coincide con grandes modificaciones en la ordenación del área atlántica y en los ritmos políticos de la capital imperial. Si a Claudio se debe la conquista de Britania y la ampliación del imperio por su borde Nor-occidental, a la dinastía flavia (Vespasiano, Tito y Domiciano) es debida la organización del ámbito comercial atlántico con Londres a la cabeza. La personalidad del núcleo de Oiasso quedaría ligada a las actividades de su puerto, en detrimento del sector minero, que sería ampliado y dotado de acuerdo con las nuevas necesidades. La dinámica comercial se mantiene hasta el siglo III por lo menos, comenzando a partir de ese momento un período de declive del que todavía se dispone de poca información. La piscina de las termas se ocupa para usos ganaderos, hay intervenciones en la necrópolis de Santa Elena; en los muelles del puerto la actividad bajoimperial desciende hasta mínimos insignificantes, etc. De momento, no se conocen apenas testimonios posteriores al siglo V, lo que parece indicar una decadencia total e incluso el abandono del asentamiento.

En el resto de Gipuzkoa las informaciones no son tan expresivas, aunque podrían repetirse los ritmos reconocidos en Oiasso; es decir, máxima dinámica en tomo a los años 50-200 y reestructuración posterior debido a los cambios generales que se dan en el resto del imperio. La sociedad bajoimperial guipuzcoana perdería nivel de vida, con decadencia de la producción a favor de las actividades agropecuarias, evolucionando hacia el auto abastecimiento y la insignificancia de los intercambios de gran distancia, rompiéndose, si es que algo quedaba de ella, la red tardoromana con la conquista árabe que llega hasta Pamplona.

En esta reconstrucción hay aspectos que merecen un tratamiento de detalle como son la cuestión tribal y el proceso de cristianización del territorio, al menos por los debates historiográficos a los que ambos están sujetos. Con respecto al primero, de la lectura de las descripciones geográficas y administrativas de los autores romanos se desprende que el ámbito vasco actual estaba organizado en dominios culturales diferentes: aquitanos, vascones y celtíberos (entre estos últimos se distinguen los várdulos, los caristios y los autrigones). Por cuestiones lingüísticas se deduce que aquitanos y vascones cuentan con intensas relaciones de parentesco, mientras que los celtíberos se inscriben en una realidad diferenciada, indoeuropea. Los primeros, los aquitanos, se organizan en la denominada novempompulania (los nueve pueblos); Los vascones se extienden por el Pirineo y forman parte del territorio administrativo, el conventus, de Caesar Augusta, Zaragoza. Los celtíberos, por su parte, se integran en el conventus de Clunia, en Coruña del Conde (Norte de Burgos), junto con los pueblos de la meseta Norte. Tal hipótesis de distribución supone que en Gipuzkoa existen dos comuniades que comparten el territorio. Los vascones, a los que sería posible identificar con los constructores de cromlechs y que se extenderían hasta el río Leizaran, aproximadamente (ahí están los ejemplos de Jaizkibel, Oianleku, Egiar, Adarra-Mandoegi que continúan hacia Oriente por Ibardin hasta alcanzar el Pirineo central) y los celtíberos, ocupando el resto del territorio con los castros fortificados, algunos de ellos formando una línea fronteriza con respecto al dominio de los cromlechs. El espacio celtíbero se subdivide a su vez en varias entidades. Los várdulos cubrirían el territorio por el Sur, incluida la Llanada alavesa, llegando hasta el río Deba, dando paso en ese punto a los caristios cuyo dominio se prolonga por Bizkaia. A este respecto, es preciso señalar la finalización de una tesis doctoral, hace pocas semanas, cuyos resultados se consideran claves para conocer la configuración de este territorio en época pre-romana. Ha sido realizada por Javier Peñalber, a quien debemos las informaciones relativas a cromlechs y castros, destacando las noticias sobre ajuares de tipo celtíberico en los asentamientos fortificados.

El tema de la cristianización, por su parte, podría resumirse en si ocurrió en tiempos tempranos o por el contrario se dio avanzada ya la Edad Media. Si se supone un territorio romanizado, se puede aplicar lo ocurrido en el resto del imperio, que en tiempos de Constantino a comienzos del siglo IV asumió esta doctrina como religión oficial. En estas condiciones las estructuras imperiales acogerían el culto incorporándolo en sus redes y la reorganización de Diocleciano, furibundo enemigo de los cristianos, con sus diócesis servirían de sedes a la nueva organización. De hecho Gipuzkoa se repartirá en tres diócesis, Calahorra, Bayona y Pamplona, y las tres coinciden con centros romanos importantes. Pero los datos arqueológicos disponibles muestran una realidad más compleja. Mientras que en Navarra, Alava y Bizkaia se han reconocido necrópolis de inhumación de los siglos VI-VII, con elementos de ajuar germánico ( de tipo merovingio, concretamente) en Gipuzkoa el único yacimiento de ese contexto, el aparecido en la ermita de San Martín de Iraurgi en Azpeitia, muestra pervivencias paganas, en torno al siglo VIII, puesto que se mantiene el rito de la incineración. Tal y como conocemos por legislación de Carlomagno, este monarca se preocupó por terminar con este tipo de costumbres, prohibiendo expresamente la incineración, en el caso de los sajones, condenando a muerte a sus practicantes.

En definitiva, el horizonte romano del ámbito vasco y especialmente guipuzcoano, reconocido por la arqueología, resuelve una serie de incógnitas pero plantea otras de gran calado, tanto en los momentos previos a la colonización como en los episodios finales. No sólo queda por resolver la cuestión vascona y celtibérica sino la problemática del culto cristiano y su implantación, y, más allá de estos aspectos, la propia pervivencia del hecho diferencial marcado por el euskera. ¿Cómo explicar, a la vista de los nuevos datos, la visión plenamente romana del alto imperio y la identidad cultural vasca que supera ese estadio cultural e incluso se expande por ámbitos geográficos más extensos que los previamente adjudicados por las diversas fuentes? Parece claro que la arqueología de ese período que se extiende entre la pre-romanidad y la tardoantigüedad dispone de claves estratégicas que pueden contribuir a desentrañar uno de los grandes misterios de la historia europea: el origen de los vascos y la formación de su personalidad. 

Hondarribia, 12 de noviembre de 1999.

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