IV.
2. Universalidad vs singularidad
Me referiré, en segundo lugar, a una objeción estrechamente relacionada con la anterior, hasta el punto de que podría considerarse como una variante de ella. Según esta objeción, el querer de la amistad aristotélica estaría dirigido, en último término, a valores de carácter universal y no a la singularidad valiosa del amigo. En efecto, al considerar al amigo como un individuo en el cual se dan las excelencias o virtudes que apreciamos, nuestro aprecio no estaría realmente dirigido a la singularidad del amigo, sino a las virtudes como disposiciones ideales valiosas en sí mismas. Amaríamos, pues, "por sí mismas" las virtudes, pero al amigo no lo amaríamos por sí mismo, sino "por accidente", en cuanto que en él se realizan aquéllas.
No hace falta subrayar que con esta consideración se apunta a una interpretación platonizante de la amistad aristotélica. Éste es, en efecto, el sentido del eros platónico que se enciende en el amor a objetos singulares (cuerpos bellos, almas bellas) para, dejándolos atrás, "ascender" hacia entidades universales más dignas de amor y, finalmente, hasta la propia Idea de la Belleza. Algo hay, sin duda, de herencia platónica en la teoría aristotélica de la amistad, como la hay en la mayor parte de sus teorías. Sin embargo, la distancia entre la amistad de Aristóteles y el eros platónico es muy notable. En Aristóteles la amistad no remite más allá de los propios amigos. La amistad es una comunidad de individuos que se actualiza en la convivencia y en la realización compartida de elecciones, acciones y formas de vida nobles, comunidad de individuos que se alegran y gozan, y también se entristecen y sufren, con las mismas cosas. A lo cual ha de añadirse cuanto hemos dicho con insistencia acerca del amigo como agente activo y responsable que se realiza a través de sus elecciones y acciones.