4. CONCLUSIONES
La democracia ateniense requería, para sobrevivir, de un enorme esfuerzo por parte de sus ciudadanos, quienes venían obligados a dedicar una parte importante de su tiempo a las tareas políticas. En el s.IV, la Asamblea se reunía, por imperativo legal y dejando a un lado las convocatorias extraordinarias, cuatro veces cada pritanìa, es decir, cuarenta veces al año, y las reuniones duraban todo el día, salvo casos excepcionales, anunciados de antemano, de dos días de reunión. En ellas se aprobaban, de media, unos 9 ó 10 decretos por sesión, por lo que se ha calculado que la Asamblea emitió unos 30.000 decretos, cifra sin duda impresionante, que dice mucho de la íntima interrelación entre la democracia y el incremento de la burocracia (del papeleo, por emplear una expresión moderna). Por su parte, la Boulé se reunía unos 275 días al año (todos, menos los festivos) y aunque es verdad que las ausencias eran frecuentes, debemos suponer una asistencia más o menos regular para que el órgano funcionara mínimamente. En una generación, unas 10.000 personas habrían formado parte de la Boulè, lo que supone aproximadamente la tercera parte del cuerpo cívico. En cuanto a los jurados, los cálculos modernos consideran que trabajarían unos doscientos días al año.
Todo esto es muy sorprendente porque implica que la democracia funcionaba gracias a una activísima movilización por parte de sus ciudadanos. El sorteo se empleaba ante todo para seleccionar entre un grupo de candidatos y sólo subsidiariamente se recurría la conscripción obligatoria. Por poner un paralelo moderno, en el ambiente que mejor conozco, las Juntas de Facultad se reúnen con una frecuencia mucho menor que la Asamblea ateniense. Se comprende que en la Oración Fúnebre, a la que ya hemos aludido, Pericles censurara acremente al ciudadano pasivo, al ápragmon a quien sólo le interesan sus asuntos privados y se desentiende del bienestar colectivo. Para potenciar al máximo este reparto entre todos del poder y la responsabilidad, estaba prohibido ejercer un cargo civil más de una vez en la vida, salvo el de miembro de la Boulé, que podía repetirse hasta un máximo de dos veces y no consecutivas. Los cargos militares eran, una vez más, la excepción, porque podían iterarse indefinidamente. Otros pensadores posteriores a Pericles y màs próximos al ideario oligárquico alabarán en cambio sin medida los regímenes en los cuales los ciudadanos pasivos forman una parte sustancial del conjunto,porque de este modo no plantearán problemas a la minoría que naturalmente debe asumir el gobierno.
Una participación tan activa en el gobierno de la pólis tenía, claro está, un alto coste finaciero. En los gobiernos oligárquicos las magistraturas y los honores fueron siempre gratuitos porque se entendía que debían ejercerlas quienes tuvieran un patrimonio suficiente. En Atenas, por el contrario y desde mediados del siglo V en adelante, fueron introducièndose diversas retribuciones por el ejercicio de cargos públicos. Los jurados cobraban 3 óbolos por sesión y, a título comparativo, sabemos que el salario medio diario rondaba entonces los 6 óbolos. También los magistrados cobraban una pequeña cantidad en el s.V, pero dejaron de hacerlo en el s.IV. En cambio, la asistencia a la Asamblea se retribuía en el siglo IV (no en el V) también con 3 óbolos; también los miembros de la Boulé cobraban (5 óbolos, 1 dracma los prítanes) cada vez que asistían a una reunión. A todos estos gastos se añadía el teorikon, un fondo creado, probablemente por Pericles, con el fin de que los ciudadanos pudieran asisitir gratuitamente a las representaciones trágicas y cómicas. Por último, al menos en la segunda mitad del siglo cuarto, percibimos incluso un atisbo de caridad pública, pues a los inválidos que no pudieran trabajar y tuvieran un patrimonio escaso, la Boulé, tras comprobar la veracidad de las alegaciones, les entregaba 2 óbolos diarios como sustento (Arist. Ath. Pol. 49,4). Todos estos gastos, y especialmente el de los jurados, suponían un desembolso muy importante para las finanzas atenienses que, no conviene olvidarlo, se abastecían en parte gracias a un impuesto sobre la tierra (eisphorá) que recaía obviamente sobre los más ricos. Mientras Atenas tuvo un imperio, la carga finaciera quizás no se hiciera sentir con todo su peso, pero luego, la guerra primero y después la situación subordinada a la que se vio relegada en el siglo IV provocaron la protesta de los más ricos, que se sentían tiranizados al tener que costear un régimen político abierto a todos. Las críticas arreciaron sobre esta "pólis asalariada" (emmisthós pólis) que, según se decía, entregaba todo el poder a la escoria de la sociedad, a los más pobres, a quienes apartaba del trabajo con el señuelo de esa magra retribución diaria.
Más allá de las críticas, quedémonos con la imagen de esa intensa movilización política de todo el cuerpo ciudadano, deliberadamente buscada y cimentada teóricamente sobre el convencimiento de que todos los varones, con independencia de su clase y condición, tienen la capacidad para elegir por sí mismos el destino que prefieren para la comunidad en donde viven. No se trata de que todos tengan derecho, pues ésa sería una percepción moderna, sino de que todos tienen la competencia necesaria, si se extiende la educación y se fomenta el aprendizaje que supone la participación cotidiana en las tareas políticas. No creo que estuvieran muy equivocados dado que los atenienses, todos los atenienses, supieron hacer funcionar con éxito la maquinaria democrática durante más de un siglo y entusiasmarse con el régimen por el cual se gobernaban a sí mismos. Sucumbieron al final, ante el poder macedonio, igual que las restantes póleis griegas, no por el hecho de ser una democracia, puesto que tampoco las oligarquías lograron conservar su independencia, sino porque eran una pólis y por tanto, con posibilidades limitadas de concentración de poder. La experiencia de la democracia directa no volverá a repetirse luego en la historia, y en el momento presente tampoco parece que vaya a reeditarse en un futuro próximo.