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EL HUMOR EN LA ANTIGUA GRECIA
El cinismo o la transmutación de los valores

Itzuli

Filósofos disidentes

La expresión parajáraxis, que quiere decir tanto "falsificar moneda" como cambiar la constitución, la costumbre política de una ciudad, simboliza bien lo que los cínicos pretendieron hacer con las costumbres de su época: cambiar la cara que aparecía en ellas, como si fueran monedas. En otros términos venía a ser desmitificación o quitar el cosmético de seriedad y respetabilidad a todo lo que se debe a la mano del hombre. Allí donde se pretendían reeditar los contenidos habituales, legitimando como natural e inmutable lo que proviene de una convención, se precisaba una labor de parajáraxis. Por tanto, "invalidar la moneda en curso" no sólo en el terreno de las relaciones sociales y en materia de religión, política y ética, sino también en lo que respecta a la filosofía como disciplina intelectual y su exposición escolar, es decir, todo el engranaje social. Sin embargo, el cinismo no fue una doctrina subversiva, si por ella entendemos una doctrina "emancipatoria de clase", sino un discurso disidente. Se trataba de la liberación del individuo frente a cualquier tipo de servidumbre externa 19, es decir de su autarquía (tener el principio, arché, en sí mismo, autó), cuyo ejercicio equivalía a la virtud (areté).

Cuando los cimientos de la polis tradicional se debilitaban, los cínicos no creían que la solución pasaba por volver a ofrecer nuevos diseños políticos o alternativas religiosas intelectualizadas, como hicieron muchos de sus contemporáneos. Para ellos era preciso reestablecer la "constitución" del mundo, de la naturaleza humana, de la justicia, del conocimiento, del placer y, en definitiva, de la felicidad, pero no por medio de elaboradas teorías o vana palabrería, sino mediante la acción y el discurso práctico, es decir, no confundir la sabiduría con la erudición, con el dominio especialista que nos evade y nos aleja de la vida.

La búsqueda de la felicidad (eudaimonía), que ya movía a los antiguos y era el constitutivo ético final de Sócrates, consistía para los cínicos en la libertad entendida como liberación, como independencia (autarkía). Ésta era la única forma de vida digna del hombre, la única que merecía la pena dado el carácter radicalmente imperfecto de cualquier forma civilizada posible: los logros de la civilización no hacen sino corromper y debilitar al hombre, volviéndolo cada vez más dependiente de lo externo, menos dueño de sí mismo. Si la ciudad era el producto de la necesidad que unos miembros tenían de los otros, porque "el que nada necesita es una fiera o un dios 20", el cínico rompe con la ciudad, se hace "cosmopolita". A Diógenes le gustaba proclamarse: "Sin ciudad, sin hogar, carente de patria, un mendigo y un vagabundo que vive al día" (D.L. 6, 38) y, también, "ciudadano del universo" (D.L. 6, 63). Pero no tanto un ciudadano de no importa qué ciudad, sino en un no-ciudadano, es decir, una vida de exilio sin hogar (D.L. 6, 38). Por eso proponen vivir sin atadura social alguna: la libertad respecto de lo que no es esencial, constituye una condición previa. El cosmopolitismo cínico implica, por tanto, una actitud positiva hacia el mundo natural y sus riquezas como opuestas al mundo de la polis, una actitud positiva hacia el mundo animal. El animal y dios constituían respectivamente el modelo de autosuficiencia e indiferencia y por consiguiente de felicidad. Si los dioses son los que no necesitan nada, los que necesitan muy poco son los que más se les parecerán, y estos son los animales, que tienen pocas necesidades. Sócrates había dicho que "el que está muy cerca de los dioses necesita muy poco" (D.L. 2, 27; Jenofonte, Mem. 1, 6, 10), pero el cínico acentúa más esta diferencia: "Dijo [Diógenes] que la cualidad de los dioses es no necesitar nada, y quienes más se les parecen precisan de muy poco" (D.L. 6, 105). El cinismo invierte totalmente la tradicional jerarquía de los seres, la serie animal-hombre-dios, y la transforma en hombre-animal-dios. Con esta inversión de la jerarquía subrayan, más si cabe, no sólo su no-ciudadanía sino también su posición ante la religión.

Respecto al carácter de la divinidad seguirán una línea que arrancaba del siglo anterior con los sofistas. Protágoras, uno de sus más ilustres representantes, declaraba: "Con respecto a los dioses no tengo medios para saber si existen o no; pues muchos son los obstáculos que me impiden su conocimiento: entre ellos la oscuridad de la cuestión y la brevedad de la vida 21 ". Es una declaración escéptica o agnóstica, es decir, no enjuiciar asuntos que superaban su comprensión. Los cínicos, siguiendo el mismo camino, pretenden, cuando menos, depurar la idea de la divinidad. Antístines decía, "dios no se parece a nadie [o a "nada"]"; precisamente por eso nadie puede captarlo en una imagen (Fr. V A 181 G). Y a unos que le pedían un donativo para el culto de Cibeles, les respondió: "No he de ser yo quien alimente a la madre de los dioses, cuando ellos mismos la mantienen" (D.L. VI, 39). El dios de Antístines es el único acorde con la naturaleza (physis); lo divino acorde con la costumbre (nomos, cultura) lo representan los dioses antropomorfos de la religión popular. Tampoco creía Diógenes que los dioses vivieran en los templos, ni que hubiera que respetar esta institución humana, ni los bienes que ésta guarda, que no dejan de ser convenciones sociales. Diógenes, viendo que unos guardianes de un templo detenían a uno que había robado una copa del tesoro; dijo: "Mirad: los grandes ladrones se llevan a un ladronzuelo" (D.L., 6,45). También se nos dice que Diógenes "constantemente proclamaba que la vida que los dioses habían dado al hombre era fácil, pero que él malograba esa facilidad con su búsqueda de pasteles de miel, perfumes y otros lujos de ese tipo" (D.L. 6, 44). La inversión de la jerarquía suponía un acto heroico de libertad: hacer que ésta dependiera especialmente del carácter moral y las creencias del sujeto, minimizando o desechando su dependencia de las contingencias externas (y el animal es un excelente ejemplo) 22.

 

La felicidad del hombre consiste, para el cinismo, en alcanzar la autosuficiencia, la libertad, el despego exterior e interior, en el "autodominio" y en la "imperturbabilidad", propia del sabio: "es mejor volverse loco que vivir sometido al placer", dice Antístines (D.L. 6, 13). La liberación de la esclavitud pasa por una heroica disciplina, por una experiencia existencial como camino a la virtud. Diógenes se enorgullecía de haber "domado a la más feroz de las bestias, el placer" (Dión Crisostomo, Or. IX, 1, 105). Una experiencia que requería una "práctica, entrenamiento, una disciplina" (D.L. 6, 70-71) y un método preventivo, es decir el arte de la resistencia. Al igual que el atleta adiestraba su cuerpo para el éxito del estadio, el cínico se adiestraba para fortificar su voluntad y asegurar su capacidad de resistencia. Las figuras de los héroes Hércules y Ulises resumen bien al cínico: son héroes errantes, sus hazañas rebasaban el reducido marco de la polis. Por la fuerza física del primero y la superior inteligencia del segundo se bastaban para propiciar el triunfo en solitario, incluso en las circunstancias más adversas.

El cínico "maestro de almas", como Sócrates, sólo necesitaba para realizar ese camino su zurrón, que contenía todas sus pertenencias, el báculo y un corto y basto manto. A ello le añadía una libertad de palabra que expresaba por medio de el sarcasmo, la parodia, el enfrentamiento puro y simple, amparados en una lógica material, implacable, que realiza un giro en cada evento cotidiano.

Si hoy nos volvemos a interesar por el cinismo antiguo ¿no será a que nuestra sofisticada civilización, invadida por artilugios y esclava de las apariencias, ansía reaprender el significado de términos como "felicidad", "simplicidad", "libertad" y "autonomía"?.

 

*Notas

19 - Para Antístines incluso amigos, criados, estructura jerárquica familiar, reputación y relaciones sociales eran por igual extrañas al hombre. Epicteto, III, 24, 67.

20 - Aristóteles, Pol. 1253ª 29.

21 - Protágoras, Sobre los dioses, Frg. B, 4. Citado también en Platón, Teetetos, 162d, en Eurípides, Bacantes, 199s.

22 - Libertad, para el cínico, quiere decir, por tanto, desarraigo de todos aquellos nudos ideológicos, mitos, ritos religiosos, prejuicios culturales, interpretaciones tradicionales, aposentadas sin crítica en el lenguaje y transmitidas inercialmente en la educación y en los usos sociales.

Gora

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