
II. a. Situación  previa: morriña/saudade
En el apartado anterior aludía a la morriña como una constante  manifestada por Odiseo en distintos ambientes; en cualquiera de los episodios  narrados, el mayor deseo manifestado por el héroe, una vez finalizada la Guerra  de Troya, era regresar a su patria con los suyos para alcanzar una vejez  tranquila.
        Parece evidente que el autor quiso resaltar este sentimiento de  desesperación ya desde el inicio de la obra. Así, al comenzar el canto I y en  la primera mención del protagonista, escoge la siguiente frase comparativa:
  “Y solamente Odiseo, que tan gran  necesidad sentía de restituirse a su patria y ver a su consorte, hallábase  detenido en hueca gruta por Calipso, la ninfa verenanda, la divina entre las  deidades, que anhelaba tomarlo por esposo” (I, 11-15) *1. 
        La primera imagen que se ofrece de Odiseo es la del único participante en  la Guerra de Troya que, todavía con vida, no ha completado su nostos, es decir su regreso. El héroe  está apesadumbrado y la pena que le embarga es la lejanía de su mujer  –ampliable, como veremos, a la familia- y de su hogar.
        Sin embargo, la situación de Odiseo, a no ser por el sentimiento  descrito, podría ser paradisíaca; se encontraba la isla de Ogigia, junto a la  diosa Calipso, hija del sol, que, enamorada de él, le ofrecía no sólo una vida  sin penalidades, sino también la inmortalidad eterna, con la única condición de  que permaneciera para siempre a su lado.   Pero estas, a simple vista, ventajas, provocan la siguiente reacción en  el cautivo:
  “Hallóle sentado en la playa, que  allí se estaba, sin que sus ojos secasen el continuo llanto, y  consumía su dulce vida suspirando por el  regreso, pues la ninfa ya no le era grata. Obligado a pernoctar en la profunda  cueva, durmiendo con la ninfa que le quería sin que él la quisiese, pasaba el  día sentado en las rocas de la ribera del mar y consumiendo su ánimo en  lágrimas, suspiros y dolores, clavaba los ojos en el Ponto estéril y derramaba  copioso llanto...” (V,151-8).
        La propia Calipso, que dejará partir a Odiseo sólo cuando Zeus se lo  ordene, manifiesta su extrañeza por la perpetua congoja del héroe con las  siguientes palabras:
  “... aunque estés deseoso de ver a  tu esposa, de la que padeces soledad todos los días. Yo me jacto de no serle  inferior ni en el cuerpo ni en el natural, que no pueden las mortales competir  con las diosas ni por su cuerpo ni por su belleza” (V, 209- 13).
        La respuesta del astuto Odiseo es tan ilustrativa que merece la pena su  lectura:
  “¡No te enojes conmigo, venerada  deidad! Conozco muy bien que la prudente Penélope te es inferior en belleza y  en estatura; siendo ella mortal y tu inmortal y exenta de la vejez. Esto no  obstante, deseo y anhelo continuamente irme a mi casa y ver lucir el día de mi  vuelta” (V, 215-20).
        En esta afirmación es evidente que ni la dignidad de la diosa, ni la  tentación de una futura inmortalidad logran desestimar la idea del regreso y el  reencuentro en Odiseo.
        Es posible definir la pasión que Calipso siente por el héroe como  relación erótica, esa que en Grecia infunde el dios Eros y que suele acontecer  fuera de la relación matrimonial.
        El episodio en la isla de Calipso no supone un ejemplo aislado, de hecho,  mucho antes, cuando todavía parte de los compañeros de Odiseo mantenían la  vida, se les ofrece la opción de cambiar un penoso regreso lleno de riesgos,  por una vida sin penalidades y con el disfrute de placeres terrenales. Me  refiero al episodio de la isla de Eea que, como veremos, muestra ciertas  concomitancias con el caso anterior. 
        En un primer momento, cuando parte del grupo se acercan al palacio de  Circe, ésta los acoge según las normas de hospitalidad que rigen en el mundo  civilizado y les ofrece un banquete. Tras este altruismo se esconden los  oscuros designios de la diosa maga, que tiene por costumbre suministrar una  droga a sus invitados con el efecto inmediato de transformarles en animales, en  este caso cerdos, con el agravante de que su mente humana permanecía lúcida y  eran, pues, plenamente conscientes de su nueva apariencia. 
        Odiseo logra, con la ayuda del dios Hermes y de su astucia, burlar y  reducir a Circe, quien devuelve la forma humana a sus compañeros y se enamora  del héroe a quien intenta por todos los medios mantener a su lado. 
        Por este motivo Circe se conviertió en la mejor anfitriona, agasajando a  sus invitados con baños, ropas, y banquetes  de carnes sin fin y vino exquisito. Durante un año logró mantener al grupo  de guerreros en su palacio.
        Pero, una vez más, renació ese deseo del reencuentro y éste era tan  fuerte que el héroe accedería al consejo de Circe de internarse en el Hades, en  el reino de los muertos vedado a los vivos, con la única misión de pedir  consejo al alma del adivino Tiresias sobre cuál era el camino por el que podría  regresar a su hogar. También en este caso, como sucederá con Calipso, la  relación de eros, basada en la  atracción física se acaba transformando en philia,  cuando las diosas acceden a ayudar al héroe a regresar a su patrria.
        Odiseo aún rechaza otra oferta con interesantes ventajas, en su última  parada antes de llegar a su casa, en la isla de Esceria. Una vez más la  tentación se establece en relación a una mujer, pero en este caso, humana.  Cuando el maltrecho Odiseo arribó a la costa, se encontró con Nausícaa, la hija  de los reyes, que le ofreció ropas y ayuda para llegar al palacio. Sin duda la  belleza de la joven impactó a Odiseo, quien la confundió con una diosa; tampoco  resulta difícil comprobar el sentimiento de ella cuando exclama: 
  “¡Ojalá a tal varón pudiera  llamarle mi marido, viviendo acá!; ¡Ojala le pugliera quedarse con nosotros!  Mas, ¡oh esclavas!, dadle de comer y de beber al forastero... Ellas la  escucharon y obedecieron, llevándole alimentos y bebidas” (VI, 244-7).
        La acogida que los reyes Alcínoo y Areta dan al héroe, es la primera de  todos sus encuentros en el extranjero, que cumple estrictamente con las normas  civilizadas de la hospitalidad griega y que aleja definitivamente a Odiseo de  la situación de permanente peligro. Además le ofrecieron ayuda para completar  su nostos, incluso antes de conocer  quién era.
        Aunque Alcínoo era consciente del deseo del héroe, no se resiste a  hacerle una oferta en los siguientes términos:
  “¡Ojalá, por el padre Zeus, Atenea  y Apolo, que siendo cual eres y pensando como yo pienso, tomases a mi hija por  mujer y fueras llamado yerno mío, permaneciendo con nosotros! Diérate casa y  riquezas, si de buen grado te quedaras, que contra tu voluntad ningún feacio te  ha de detener, pues eso disgustaría al padre   Zeus. Y desde ahora decido, para que lo sepas bien, que tu viaje se haga  mañana” (VII, 311-5).
   La respuesta de Odiseo sólo se  refiere a la segunda opción, reiterando con vehemencia el deseo de ver cumplido  su regreso.
        Las palabras que se dirigen Nausícaa y el héroe a modo de despedida  indican, al igual que sucedía en el primer encuentro, un sentimiento que asume  las características del ágape, esa  relación de cariño y caridad, próxima al amor, que mencionaba en la  introducción:
  “Salve, huésped, para que en alguna ocasión cuando  estés de vuelta en tu patria, te acuerdes de mí, que me debes antes que a nadie  el rescate de tu vida. Respondióle el ingenioso Odiseo: ¡Nausícaa, hija del  magnánimo Alcínoo! Concédame Zeus, el tonante esposo de Hera, que llegue a mi  casa y vea el día de mi regreso, que allí te invocaré todos los días como a una  diosa, porque fuiste tú, ¡oh doncella!, quien me salvó la vida” (VIII, 461).
        Las tres escenas descritas con Calypso, Circe y Nausícaa ilustran de una  forma diáfana la afirmación que comentaba al principio: el mayor anhelo del  héroe, por encima de todas las cosas, era el regreso a Ítaca y el reencuentro  con sus allegados.
        Analicemos esos reencuentros para descubrir los distintos niveles de  manifestación de ese amplio sentimiento que es el amor.
*1 La traducción empleada para la ilustración de esta charla es la de Luis Segelá y Estalella, editada por Espasa-Clape Argentina S.A. , 1969, tan sólo se ha sustituido el nombre de Penelopea por Penélope.