Pueblos pastores, pueblos incivilizados
A autores como Estrabón, que trabajaban con fuentes de segunda mano en cuanto a su información, el territorio mismo donde se ubicaban estas tribus les causaba ya la necesidad de hablar y de situarlas en un medio desconocido y difícil. Pero no porque en realidad lo fuera especialmente con respecto a cualquier otro, sino por el prejuicio intelectual o ideológico que imperaba en el contexto culto romano respecto a este tipo de pueblos. Las zonas montañosas de los Apeninos o los Abruzzi en Italia, o las nieblas permanentes y cerradas de la pianura padana, o los fríos intensos de las estribaciones del Gran Sasso en Italia son, incluso, ambientes, climas y territorios mucho más hostiles de lo que pudieran serIo cualquiera de Britannia o de Hispania. Pero entre los antiguos había una insalvable e inevitable identificación, derivada de una filosofia etnográfica proveniente de los Griegos, y que era válida también para los pueblos itálicos, según la cual los pueblos de montaña eran identificables, mecánicamente, con pueblos de pastores, y los pueblos de pastores eran a su vez identificados con pueblos bandidos o de bandidos (latrones). Por el mero hecho y accidente de serIo, quedaban así identificados y definidos. Este es un concepto cultural romano utilizado por todos los autores latinos en general. Andrea Giardina ha estudiado este problema de forma penetrante y convincente 16, Dedicarse al pastoreo era para los antiguos un estadio retrasado en la evolución de la historia humana y era, según ellos, un estadio anterior a la agricultura, considerada, por su parte, como el estadio cultural más avanzado (no se puede olvidar que entre los Romanos mismos existía la polémica sobre si su propio origen era pastoril o agrícola). Ellos sabían bien que Romulo y Remo, en la leyenda, habían sido pastores, y debían, por tanto, valorizar o dignificar sus orígenes reconduciendo el proceso al nivel superior de la civilización, esto es, a la agricultura, esfuerzo que se plasmó en los escritos tanto de Varrón como de Plinio. Varrón, en efecto, dice que los agricultores fueron llamados ciudadanos, y los otros, los demás, los incultos, pastores 17, La ecuación tuvo éxito: los Sarnnitas eran montani atque agrestes (rudos, selváticos, montañeses). A un rústico, esto es, un hombre dedicado al cultivo del campo, un montanus le parecía ridículo, selvático. En esta perspectiva, para el hombre de la ciudad, los individuos que se movían en los espacios no urbanos (los habitantes de las silvae o del saltus) eran agrestes, y por tanto negativamente considerados 18. Los corolarios que se derivan de esta ecuación son fácilmente adivinables. Un montano agreste es un tipo feo, con dientes negros, que huele a cabra o a ajo, y es además rudo, brutal, peligroso. Habla mal ( el latín o su propia lengua incomprensible ), y ello provoca la risa; y lleva el pelo largo. Frente a él, el hombre de la ciudad, culto, debe mostrarse con otro porte, con dignitas, que se expresa, por ejemplo, en el vestido ( togatus frente a los que llevan sagum o braccae). En el peinado, corto y ordenado (piénsese en los retratos de los primeros nativos que intentaban imitar los retratos romanos propios y que se autorrepresentaban así), y en el habla (Trajano, provincial, llegando al Senado de Roma, y todavía hablando rústicamente, lo que provocó la hilaridad).
Estos individuos eran, según los romanos, belicosos por naturaleza. Este carácter les venía dado, siempre según las categorías romanas, por el clima y por la pobreza del suelo. Montaña y bandidaje van siempre unidos, del mismo modo que los habitantes inestables de los grandes espacios desérticos, los nómadas, que tampoco se someten a los ámbitos urbanos y a sus normas, son también depredadores, salteadores, latrones. Hay muchos ejemplos: los Lucanos, los Isaurios, los Ligures, los pueblos del Norte de la Península Ibérica, los Lusitanos (Viriato es pastor, bandido, consumado estratega de la emboscada). Como lo ha definido Andrea Giardina : (para los romanos) "la natura dei luoghi crea i comportamenti e fissa i tipi etnici" 19. Así queda fijado en el imaginario colectivo, así se transmite en los tratados y libros de descripción de pueblos como la Geografía de Estrabón. Y de este modo "la civilización era inversamente proporcional a la altitud" 20.
Creo que bastan estas premisas generales, a las que se podrían añadir otras muchas más, para entender mejor la imagen que los escritores antiguos nos ofrecen de los vascones -en las pocas ocasiones en las que lo hacen- y para comprender el distanciamiento que se toman con respecto a ellos. y de este modo entendemos mejor cuando Estrabón, describiendo, siempre genéricamente, esta tierra, habla de que "además de su rudeza, es muy fría y está junto al Océano, y es inhóspita, y por tanto sus habitantes tienen aversión al contacto con otros países. Es un lugar horrible para vivir..." 21. En esta categorización Estrabón coloca a todos Callaeci, Asturi, Cantabri, Vascones. Todos ellos tienen un modo de vida similar. El romano no necesita conocerlos perfectamente, ni siquiera superficialmente: pertenecen a una misma categoría y tipificación. Estrabón insiste en esta descripción (hecha, no para nosotros, sino para sus lectores aristocráticos, gobernadores eventualmente, intelectuales, militares o comerciantes): "Su inestabilidad y rudeza no se debe a su dedicación a la guerra, sino a su lejanía. El viaje a su país, por mar o por tierra, es largo y, puesto que son difíciles de comunicar, han perdido el instinto de la sociabilidad y de la humanidad (filantropía)" 22.
Pero esta imagen que perdura tipificada hasta, al menos, el siglo V d. C. en la literatura tradicional romana (Ausonio, sobre el que volveré, es un ejemplo) sólo puede ser cambiada o modificada por un hecho: por la presencia romana que ha logrado suavizar las costumbres y ha atraído, no por la fuerza, a estas gentes a modos de vida más civilizados. El propagandista Estrabón, propagandista de la obra y del imperio de Augusto 23, advierte a renglón seguido: "Ahora -esto es, en sus tiempos (años 10- 15 d. C. )- ya no están tan insociables e inhumanos, debido a la paz ya la estancia de los Romanos entre ellos" 24, aunque estas estancias sean raras y, a pesar de ellas, "los que siguen viviendo en las montañas son todavía más brutales". Como Estrabón no distingue con detalle entre todos los pueblos del Norte, les atribuye costumbres genéricas a todos ellos, sin que podamos, estrictamente hablando, precisar si se refieren a los vascones o a los Allotrigos o a los Cántabros. Así, todos ellos llevan una vida irracional, dedicada exclusivamente a satisfacer sus necesidades físicas e instintos bestiales: "se lavan los dientes con orina, practican el matriarcado y duermen en el suelo".
Este género de vida no sabemos si era propio de los Vascones o de los Allotrigos o sólo de una tribu de ellos. Porque el problema, no aclarado en la descripción de Estrabón, es saber si Allotrigos y Vardulos son también divisiones tribales de los Vascones. Otro problema no menos peliagudo es conocer si los tres tenían la misma lengua. Estrictamente hablando, y a pesar de todo lo que se ha dicho, el desinterés de Estrabón no permite precisar nada sobre estos temas.
El vascón, igual a ladrón, igual a bárbaro, e inhóspito y apartado, es una creación literaria que va mucho más allá de Estrabón y del siglo I. Llega, como he dicho, hasta el siglo V en la versión e imagen que ofrecen los escritores romanos. No en vano los vascones seguían habitando las zonas pirenaicas, el saltus vasconum, el bosque montañoso de los vascones. Ausonio, poeta de Burdeos, escribiendo a fines del siglo IV, reprocha a su amigo Paulino el haberse ido a Hispania, y el haber cambiado las costumbres como consecuencia de ello. Naturalmente lo atribuye, en una clara expresión retórica, a su paso y estancia en el saltus vasconum "¿Acaso has cambiado, Paulino, tus costumbres? ¿Acaso las montañas vasconas y los nevados refugios de los Pirineos te producen esto?".
Paulino, hombre convertido al cristianismo, responde que no: no he habitado entre ellos, "pero supongamos que hubiera sido así, que me hubiera tocado vivir en las colinas de los bandidos (latrones), tendría yo, entonces, que haberme transformado a sus costumbres, compartiendo su barbarie? No, en absoluto. Uno que tiene el corazón puro, aunque viva entre los vascones, no se contaminará de su barbarie. Pero ¿por qué se me acusa de esto, si en realidad no he habitado allí, sino en una región bien diferente rodeada de esplendorosas ciudades? y aunque mi vida hubiera transcurrido en los límites de Vasconia ¿por qué no pensar que, al contrario, sus formas salvajes no se habrían de transformar en mi propia forma de vida, dejando de lado sus costumbres bárbaras?" 25Estos dos famosos pasajes de la correspondencia entre Ausonio y Paulino han sido utilizados por muchos historiadores, entre ellos algunos de gran peso como Julio Caro Baroja y Marcelo Vigil, Abilio Barbero, para definir literalmente que la situación de los vascos no había cambiado nada desde Estrabón (o incluso, desde antes de Estrabón, desde el momento de sus primeras fuentes de información, esto es, desde el siglo II a.C.). Y este texto ha servido para calificar a este pueblo de indomable, y de bárbaro apenas influenciado por la presencia de Roma, e incluso para calificarlo de peligroso y potencial rival de Roma contra el que fue necesario establecer un control militar férreo, una especie de cerco o limes (frontera). Mi interpretación, sin embargo, es que nada más lejos de la realidad y que, al contrario, el texto de Ausonio no significa otra cosa que lo que no ha cambiado han sido los recursos y tópicos de la retórica romana, utilizados, una vez más, por un poeta tan artificial como Ausonio. Si se entiende este texto en su contexto, la tipificación de los vascones en Ausonio no hace más que seguir las pautas establecidas por la tradición etnográfica que hemos analizado previamente; y en el juego literario, no significa nada específico que tenga que ver con la realidad contemporánea. Y por lo que respecta al control militar, ya hemos visto que los vascones no habían necesitado ningún control específico desde Augusto en adelante. Estuvieron integrados en el sistema de los conventus romanos (en su caso, el caesaraugustano) y su territorio contenía algunas, pocas, ciudades, como Pamplona o Calagurris, Gracurris (Alfaro)y Oeasso (Irún). Ciudades pequeñas, dispersas, insuficientes para ser consideradas por parte de los escritores romanos como propias de una región civilizada, pero suficientes para crear progresivamente una relación con el territorio circundante, lo que llevaría a los habitantes del mismo a adoptar ciertos modos romanos ya ser integrados en su sistema fiscal y militar. Pero los romanos prefirieron dejarlos, como era su costumbre, vivir a su aire, y siguieron identificando su vida no ciudadana con el bandidaje. Un bandidaje, que seguramente existió, pero no en grado mayor o menor que el que existía en otras zonas del imperio.
Los hallazgos arqueológicos, cada vez más numerosos, los hallazgos monetarios, a veces descontextualizados, pero que demuestran una ya notable circulación monetaria romana en la zona, evidencian que el País de los vascones no fue ajeno a una pacífica coexistencia con los romanos que dejaron aquí y allá restos de su presencia. Hemos hablado ya de las ciudades, entre las que habría que mencionar a Iruña (Velleia) y podemos hablar de las villae o del sistema viario, imprescindible para las comunicaciones, que, desde el comienzo de la presencia romana, se presentan como fluidas a ambos lados de los Pirineos: la vía que unía Pompaelo con Burdigalia, la que cruzaba por el puerto de Ibañeta o la que, en el punto más occidental, comunicaba con Lapurdum (Bayona).
Una de las pruebas más claras de esta integración vascona, al margen de que no poseemos noticia alguna de sublevaciones o revueltas que inquietasen a los romanos durante más de quinientos años, es el hecho de que ya el propio Estrabón testifica que el territorio que se extiende desde el límite cántabro hasta los Pirineos, estaba encargado a uno de los tres legados que se quedaron en Hispania después de la guerras cántabras, y que mandaba una legión, lo que resulta insignificante si se piensa en la extensión del territorio hacia el sur y que demuestra que no había motivo de inquietud alguna. La otra es la bien conocida presencia de contingentes de vascones o vardulos en las filas del ejército romano como tropas auxiliares. Sin entrar en detalles, mencionaré solo los nombres, atestiguados en inscripciones, de la cohors I vardulorum, estacionada en Britannia (High Rochester), en época de Septimio Severo (años 210/211 d.C.), y que en un momento dado fue denominada cohors I fida vardulorum civium romanorum, señal que por su fidelidad, habían recibido el título de ciudadanos romanos en el momento de su licenciamiento; y tenemos noticia también del establecimiento en Britannia de la cohors II vasconum civium romanorum en el siglo II (año 105 d.C.). Los veteranos de estas tropas a su regreso, cuando sucedía, contribuyeron, como lo tenemos atestiguado para otras partes del imperio, al desarrollo y a la difusión de ciertos aspectos de la cultura romana, así como se convirtieron en miembros activos en la producción de la economía local y, por supuesto, en defensores del territorio frente a actos de bandidaje o de inseguridad. Pero la prueba más definitiva, en mi opinión, de la confianza depositada por el estado romano, en los vascones, se encuentra en una noticia precisamente del siglo V d.C., momento en que hemos visto, algunos historiadores sitúan la inseguridad de este territorio para el lmpeno romano.
Los primeros años del s. V d.C. son un período agitado para la Península Ibérica. En Britannia se sublevó un individuo llamado Constantino que, con el apoyo de sus tropas, tomó el titulo de Emperador, convirtiéndose así en Constantino III. Este hombre soñaba con ser el Emperador del Imperio Occidental, lo que se había denominado Imperium Galliarum, que incluía Britannia, las Galias e Hispania. No pretendía derrocar al Emperador existente y legítimo, Honorio, que tenia su sede en Ravenna, sino que pretendía gobernar con él, siempre y cuando le permitiese y lo reconociese. En Hispania hubo resistencia al principio a las tropas de Constantino III, pero muy pronto fue sofocada y la población aceptó de buen grado al nuevo Emperador ya sus gobernadores. Por primera vez en mucho tiempo se oyeron ruidos de sables y se vieron tropas en el territorio peninsular. Como premio a su victoria a estas tropas se les concedió la posibilidad del saqueo y del botín. Los historiadores del periodo, concretamente Orosio, nos cuenta un episodio significativo para este momento: el general de Constantino III, Gerontius, como resultado de su victoria sobre la Península, encomendó la defensa de los pasos pirenaicos a sus tropas traídas de Britannia, en contra- dice Orosio- de una antigua costumbre local que consistía en que tropas rústicas y nativas, más o menos armadas, se encargasen de esta misión: "montis claustrarumque eius cura permissa est remota rusticanorum fideli el utili custodia". Es decir: la defensa y vigilancia de los pasos pirenaicos ante posibles incursiones procedentes de la Galia (no hay que olvidar que ya en este momento tribus bárbaras se estaban asentando en Aquitania y en otras regiones del sur de las Galias) estaba encargada no al ejército regular romano (que ya no existía en Hispania), sino a los propios rústicos locales, esto es, a los propios vascones. Ellos mismos eran los encargados de defender su territorio y como vigilantes que eran también de cobrar las tasas o impuestos por el pasaje, tal y como ocurría en otro lugares del Imperio. Los historiadores que recuerdan este hecho resaltan que era un vieja costumbre la de que se encargasen de la defensa los propios nativos y ello, naturalmente, lesionó sus intereses y provocó descontento y protestas. De modo que nos encontramos con un hecho crucial para el entendimiento de las relaciones de los romanos con los vascones hasta el siglo V d. C. Hasta tal punto no eran un peligro, hasta tal punto gozaban de la confianza de la administración romana, hasta tal punto no necesitan ni vigilancia ni control, que los romanos mismos les habían encargado la defensa del territorio. Vistas así las cosas, la teoría del "problema vasco" durante el período romano o de dominación romana, cambia total y radicalmente de perspectiva y se convierte en lo que seguramente fue: un pueblos, como tantos otros en el interior del Imperio, dominado y controlado, pero libre y suficientemente autónomo como para mantener su lengua, su propia defensa y sus modos de vida. La situación cambiaría radicalmente cien años más tarde cuando los visigodos comenzaron una serie de hostigamientos contra los vascones tanto porque seguían siendo súbditos de los romanos como porque los vascones de las montañas se habían convertido, ahora sí, en un pueblo que saqueaba, por necesidad, las zonas bajas de sus vecinos. Creo que R. Collins lo ha definido con múcha precisión: "Anteriormente en los Pirineos Occidentales y el valle del alto Ebro, habían podido coexistir... dos formas de sociedad y organización económica vagamente interrelacionadas, bajo una única denominación y posiblemente unidas por una lengua común. A lo largo de los siglos V y VI esta comunidad se rompió. Los habitantes de las ciudades y sin duda los de las zonas rurales del interior, se mostraban dispuestos a abandonar su identidad de vascones y a cooperar con la nueva autoridad central recientemente instalada en la Península, el reino visigodo, para defender ahora unos valores y unas formas de vida para los que los montañeses- ahora únicos portadores del nombre de vascones- no sólo eran ajenos, sino una amenaza" 26. Este período histórico, que debe ser reescrito, es tema para otra ocasión.
Para terminar quiero solamente recordar que un reciente libro de Agustín Azkarate e Iñaki García está dedicado a recoger todas las estelas e inscripciones del País Vasco Occidental de los siglos VI al XI (Euskal Herriko erdi erroko hilarri eta inskripzioak, Universidad del País Vasco, Bilbao, 1996). Este catálogo no hace sino corroborar la realidad histórica de la presencia e influencia romana en los medios rurales más recónditos y demuestra que "el hábito epigráfico" impregna esta sociedad y es un medio de comunicación o signo de prestigio (en latín) que, si en el estudio citado arranca en el siglo VI, sin duda alguna existe porque existen también antecedentes culturales arraigados con anterioridad.
*Notas
16 A Giardina, Uomini e spazi aperti, in L 'Italia romana. Storie di un'identitil incompiuta, Laterza, Roma-Bari, 1997,p.193-232.
17 Varr.R.Rust.III,1.7;cfr.Plinio,NH.,18.2.6;3.14.
18 cfr. Giardina, l.c.
19 Giardina, p. 202.
20 Giardina, p. 208.
21 Str. Geogr. III,2.
22 Str. Geogr. III.3.8.
23 Sobre el tema, entre otros, cf. Cl.Nicolet, L 'inventaire du monde, Fayard, París, 1988.
24 Str. Geogr. 111.3.8.
25 Aus. Ep.29, 50-61. y Ep. X. sobre el tema cf. I.Arce, El último siglo de la España romana (284-409), AIíanza, Madrid, 2a reim. 1994, p. 86 ss.
26 R. Collíns, Los Vascos, Alianza, Madrid, 1989, p. 103.