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Viernes, 27 de diciembre de 2024
Jornadas sobre la antiguedad
LA VERDAD Y LA MENTIRA EN LA ANTIGUA GRECIA
Retórica y verdad

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Cuando Platón murió (347 a. C.), uno de sus mejores discípulos, Aristóteles (384-322 a. C.) tenía 37 años y llevaba en la Academia, es decir, en la institución donde Platón enseñaba, desde los diecisiete. Para entonces, siglo y medio después del nacimiento de nuestro ciudadano imaginario, Atenas había perdido toda relevancia política, aunque conservaba intacto su prestigio intelectual. Allí, y precisamente a la institución más prestigiosa de la ciudad, la Academia fundada por Platón, envió Nicómaco, el médico personal del rey de Macedonia, a su hijo Aristóteles, para que completara en ella la formación que en Macedonia, un estado políticamente emergente, pero culturalmente retrasado, no se podía lograr. En la Academia permaneció Aristóteles hasta la muerte de Platón y, sin duda, conoció bien las distintas fases del pensamiento de su maestro en torno a la retórica y la verdad, de las que bebió ampliamente, aunque dándoles un planteamiento diferente, que se recoge, básicamente, en su Retórica, una obra en la que Aristóteles fue apuntando, a modo de notas, las ideas que creía más relevantes sobre esta materia a lo largo de su vida. En el mismo comienzo de esta obra podemos leer cuál era el estatus que Aristóteles otorgaba a la retórica:

“La retórica es una antístrofa de la dialéctica, ya que ambas tratan de aquellas cuestiones que permiten tener conocimientos en cierto modo comunes a todos y que no pertenecen a ninguna ciencia determinada, puesto que, hasta un cierto límite, todos se esfuerzan en descubrir y sostener un argumento e, igualmente, en defenderse y acusar. Ahora bien, la mayoría de los hombres hace esto sea al azar, sea por una costumbre nacida de su modo de ser. Y como de ambas maneras es posible, resulta evidente que también en estas <materias> cabe señalar un camino. Por tal razón, la causa por la logran su objetivo tanto los que obran por costumbre como los que lo hacen espontáneamente puede teorizarse; y todos convendrán entonces que tal tarea es propia de un arte” (1354.a, ss.).

Comenzando por el final, está claro que Aristóteles se aparta de Platón, y coincide con los sofistas, en tanto que otorga a la retórica un lugar dentro de los saberes, considerándola arte o disciplina teórico-práctica, ya que tiene un objeto de estudio, la persuasión, y, a la vez, se practica. Y es arte porque tiene una metodología basada en la razón, como indica el hecho de que Aristóteles la empareje directamente con la dialéctica, la metodología racional de la filosofía. Aristóteles la llama concretamente antístrofa de la dialéctica; antístrofa es la transliteración de un nombre griego, antístrofos, que se relaciona con un verbo (antistréphein) que se utilizaba en el teatro para definir un movimiento del coro: éste danzaba moviéndose en una dirección determinada a la vez que cantaba un canto con una métrica concreta, que en griego se llamaba strophé, de donde viene nuestra “estrofa”, y luego regresaba a su lugar de origen danzando en dirección contraria y cantando otro canto que tenía la misma métrica que el anterior, y que se llamaba antistrophé, de donde viene nuestra antístrofa de la traducción. Con esta metáfora Aristóteles está indicando la existencia de similitudes entre la retórica y la dialéctica, pero también de diferencias.
La similitud es que ambas, la dialéctica y la retórica, tratan de demostrar algo; que mediante la dialéctica se demostraban verdades científicas, era algo admitido por todos. La novedad es que Aristóteles afirma que sucede lo mismo con la retórica, ya que los seres humanos, dice, sólo nos convencemos cuando consideramos que algo ha quedado demostrado (1355.a.1 ss.). Efectivamente la dialéctica y la retórica utilizan para demostrar unos métodos muy semejantes. En la dialéctica se utilizan dos, la inducción y el silogismo (o deducción). Cuando se demuestra algo en base a muchos otros casos parecidos, tenemos la inducción *1; cuando, a partir de una serie de premisas, obtenemos algo diferente, lo deducimos, mediante un silogismo. Paralelamente, en la retórica se puede demostrar aportando una serie de ejemplos, con los que se realiza una inducción, y mediante los entimemas, a través de los cuales se realiza la deducción. Entimema es una palabra compuesta en griego por otras dos, en, “dentro” y thumós, que significa “alma o espíritu”, de manera que se refiere a un tipo de operación interna, al desarrollo de un argumento, y esta operación es considerada por Aristóteles un tipo de silogismo (1355.a), de manera que quien sea, afirma, experto en silogismos lo será también en entimemas (1356.a).
Hasta aquí el paralelismo entre dialéctica y retórica. Pero ¿cuáles son sus diferencias? La diferencia está en que tratan sobre materias distintas, ya que mediante los silogismos de la dialéctica, a partir de una serie de principios verdaderos, se demuestran otros que vienen a aumentar los conocimientos de un ámbito determinado de la ciencia. En cambio, mediante la retórica, a partir de unos principios aceptados por la mayoría, de lo verosímil *2, se convence a esa mayoría de algo. De ahí que la dialéctica mediante el silogismo lógico argumenta la verdad; mientras que la retórica, mediante el entimema argumenta lo verosímil *3. Ahora bien, lo verosímil, tal como el último Platón había expuesto, tiene también en Aristóteles una clara relación con la verdad:

 “Porque corresponde a una misma facultad reconocer lo verdadero y lo verosímil y, por lo demás, los hombres tienden por naturaleza de un modo suficiente a la verdad y la mayor parte de las veces la alcanzan. De modo que estar en disposición de discernir sobre lo plausible es propio de quien está en la misma disposición con respecto a la verdad.” (1355.a).

Queda claro, en estas palabras, que tanto la dialéctica como la retórica basan su capacidad de argumentar la verdad en la misma facultad, de manera que ni la dialéctica ni la retórica pueden entenderse si desaparece la referencia a la verdad, y Aristóteles añade, además, que esa verdad es frecuentemente lograda por las personas.
Aristóteles, por tanto, volvió a situar a la retórica entre las materias dignas de estudio, como un arte, y volvió a hacerla depositaria de la verdad, pero no de un modo intuitivo, como sucedía en los primeros textos conservados, sino asumiendo toda la reflexión que le había precedido. El mundo real, el ser, la verdad, puede transmitirse por medio del discurso, siempre y cuando éste tenga en cuenta el sistema cultural del auditorio al que va dirigido, ya que sólo así podrá ser creíble para él y cumplir su función de convencerle. Esta idea queda magistralmente recogida en las siguientes palabras de Antonio López Eire (Actualidad de la Retórica, Salamanca, Hespérides, 1995, 40), con las que damos por concluida nuestra exposición: la retórica es “el arte de hacer verosímil lo verdadero”.


*1 Cf. 1356.b, donde Aristóteles resume lo que ya había expuesto en Tópicos 100.a.18-24 y 105.a.10-14.

*2 El concepto de lo verosímil se encuentra especificado en Tópicos (104.a), como lo que parece a todos los hombres, o a la mayoría, o a los sabios.

*3 Con la dialéctica y la retórica se puede argumentar también lo contrario a la verdad, y debe conocerse cómo se hace, pero no para practicarlo, sino para detectarlo en quien lo haga y poder refutarlo (1355.a).

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