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Domingo, 24 de noviembre de 2024
Jornadas sobre la antiguedad
MUJERES DE VERDAD Y MUJERES DE MENTIRA
Santa Tecla

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II

Fue en su casa y en su ciudad natal de lconio (una pequeña ciudad de Licaonia, en el interior de la actual Turquía), donde Tecla escuchó la voz predicadora de Pablo aquella tarde que cambió su vida. Ella era de noble y rica familia, andaba ya en edad de contraer matrimonio (unos catorce o quince años) y estaba prometida al joven más acaudalado de la población. Pero oyó las palabras de Pablo.

El apóstol de los gentiles predicaba en casa de su vecino, un tal Onesíforo, que albergaba al evangélico peregrino. (Lo de tener un vecino convertido a la doctrina cristiana tenía sus riesgos, como se ve en este caso.) La muchacha se asomaba a la ventana para escuchar al predicador. Y no pudo despegarse de ella, embelesada por su hechizo. Extasiada y atónita, acodada en la ventana, se quedó Tecla largo tiempo. (Las Actas dicen que tres días y tres noches, sin probar alimento ni bebida. La Vida no es tan precisa).

Los sirvientes, su madre, y, más tarde, su prometido la observaban asombrados. Tanto la madre, Teoclea, como el joven, Támiris, le hicieron todo tipo de advertencias y reconvenciones. No era decente que una muchacha ya comprometida se dejara seducir así por las palabras de un extraño, y por las doctrinas de una secta religiosa sospechosa de atentar a la moral y religión tradicional. La joven no deponía su arrobada actitud. En vano los llantos llenaban la casa; Tecla sólo oía a Pablo.

Enfurecido, Támiris no halló otro remedio que acudir ante el procónsul romano y denunciar la actitud y la prédica de Pablo. Con sus pintorescas teorías sobre la virginidad y la renuncia al matrimonio, base última de la sociedad, pretendía, según el prometido de Tecla, sabotear los fundamentos de la familia y, por lo tanto, de la moral y del Estado. Aunque Pablo se defiende con un buen discurso, el procurador romano, un tanto indeciso, manda llevarlo al calabozo.

No se arredró Tecla ante la noticia de su apresamiento. Por el contrario, tomó una arriesgada decisión. Vendió sus joyas para sobornar a los carceleros, y acudió junto a él en la lóbrega mazmorra. Durante la noche Pablo le siguió predicando la doctrina y la exhortó a mantenerse firme en la nueva fe. Al descubrirse en casa de Tecla su ausencia durante toda la noche, la familia y Támiris redoblan su escándalo y su enojo. El enfurecido y escaldado novio denuncia a Pablo como corruptor de menores.

No le faltan argumentos: «Este, dice, ha introducido una nueva enseñanza, extraña y perniciosa para la estirpe humana. Denigra el matrimonio; sí, ese matrimonio que es, como sabéis, el principio, la raíz, y la fuente de nuestra naturaleza. De él proceden los padres, las madres, los hijos y las familias. Gracias a él han nacido las ciudades, los pueblos y los campos cultivados. De él dependen la agricultura, la navegación de los mares, y todos los recursos de nuestro estado -las cortes, el ejército, los altos cargos, la filosofía, la retórica... Lo que es más, del matrimonio dependen los templos y los santuarios de nuestra tierra, los sacrificios, los ritos, las iniciaciones, las plegarias, y los días solemnes de fiesta ... » (Vita, 16).

Aunque Pablo de nuevo hace su apología con notable brío, insistiendo en que no se abomina del matrimonio en general, sino que señala un camino de santidad en la vida casta de algunos más piadosos, es condenado a la pena de azotes y a la expulsión de la ciudad.

A Tecla el procónsul le dirige una arenga recomendándole vivamente una boda pronta, con argumentos parecidos a los de Támiris ". Ella no se molesta en replicarle de palabra, sino que mantiene su obstinada actitud, rechazando a su prometido. Tanto su indignada madre, como el influyente joven presionan al magistrado romano a que, con sentencia ejemplar, la condene a morir en la hoguera. El procónsul decide concluir así el caso.

Primer intento, pues, de martirio y primer fiasco de los verdugos. Tecla invoca el nombre de Cristo y se produce el milagro. Las llamas que se alzan de la pira la envuelven sin dañarla -sirven para cubrir pudorosamente su desnudez, según el monje biográfico- y, de pronto, los cielos dejan caer una tremenda lluvia que apaga la hoguera y provoca una catástrofe en la ciudad. Es tal el granizo y la tormenta que muchos, centenares de miles, de los habitantes de lconio perecen arrastrados por las aguas. (En justo castigo, comenta nuestro monje.)

Aprovechando la tromba de agua Tecla se evade para reunirse con Pablo y Onesíforo, que están refugiados en una tumba en las afueras. Tecla proclama su deseo de seguir a Pablo, su maestro amado, a donde quiera que él se dirija. Considerando la gran belleza de la muchacha, Pablo sospecha futuras complicaciones. Con el fin de pasar desapercibida, Tecla se corta su espléndida y larga cabellera, y se viste como un muchacho.

Así llegan a Antioquía, la famosa gran ciudad de Siria. A la entrada de la ciudad, uno de sus principales príncipes, un tal Alejandro, la ve y queda prendado de su belleza, aun sin discernir bien si se trata de un joven o una muchacha. Pablo no quiere darle pistas al respecto. Alejandro trata de atraerla con palabras y, tras fracasar en sus súplicas, se abalanza sobre ella, que lo tumba de un violento empujón.

De nuevo la joven es conducida ante un tribunal. El perverso Alejandro la acusa de ser una prostituta y de haberle dañado con sus golpes. Presionado por el poderoso ciudadano, el tribunal la condena a las fieras del circo. Pero Tecla ha logrado que una rica viuda local, que acaba de perder a su hija, se compadezca de ella y la albergue en su casa hasta el día del suplicio, para proteger su doncellez de otros ataques.

Esta viuda acaudalada (y pariente del Emperador) recibe entonces, en sueños la visita de la hija fallecida, Falconilla, que ruega a su madre que Tecla rece a su dios en su favor. Tecla así lo hace, y la viuda Trifena le queda muy reconocida.

El día del suplicio Tecla es conducida al circo y arrojada a las fieras. Pero de nuevo el milagro a su favor: una leona se pone a su lado para defenderla de cualquier otra fiera. Así pelea cruelmente contra un león y contra un oso, a los que mata antes de quedar muerta de las terribles heridas. Los espectadores asisten maravillados al espectáculo. (Nuestro monje no deja de subrayar la extraordinaria calidad del milagro, superior a otros bíblicos.)

Pero un nuevo tormento aguarda a la heroína, que es empujada al estanque de las focas. (Es un tanto sorprendente que nuestro autor considere a las focas como terribles monstruos, devoradoras de hombres. ¿Es que las ha confundido con los cocodrilos?) Oportunamente un fuego desciende del cielo para envolver a la joven (otra vez cubre su desnudez) y la protege, mientras que ella aprovecha la inmersión en el estanque de las fieras para bautizarse a sí misma en nombre de Cristo.

Nuevas bestias feroces son enviadas contra la mártir, pero los espectadores apiadados (en los Acta eran sólo las espectadoras, en un gesto de solidaridad femenina) arrojan perfumes que atontan y marean a los animales. El turbio y maligno Alejandro dispone un último recurso: manda sacar a la arena unos toros, a los que en el bajo vientre les han atado unas brasas para enfurecerles más. Pero el truco sale mal. Las llamas les resultan mortíferas a los toros, mientras que, entre ellas, Tecla se ve libre de sus ataduras.

Por entonces Trifena, incapaz de soportar tan cruel martirio, cae desmayada. La multitud se alborota, y el gobernador, temeroso de que la muerte de la pariente del Emperador produzca un temible acceso de cólera del mismo, opta por cancelar el suplicio. (El autor recuerda a algunos magos famosos, pero subraya que la joven por su fe, estaba muy por encima de ellos.) En el nuevo interrogatorio, Tecla hace una brillante apología de la fe cristiana. El gobernador la deja en libertad, y la muchacha regresa triunfante a la casa de la noble Trifena, ya recuperada. La acaudalada dama se convierte la primera, así como luego otras señoras de la localidad acuden a visitar en tropel a la maravillosa Tecla.

En Antioquía, pues, funda un primer centro de catequesis. A continuación sale en busca de Pablo, al que encuentra en Myra, capital de Licia, después de un largo viaje, por tierra y mar, que hace acompañada por fieles discípulos. Allí Pablo queda admirado de la tenacidad y prodigiosa conducta de la muchacha. En un bello discurso, Tecla le da las gracias por todas sus enseñanzas acerca de Cristo, la Trinidad, y los beneficios de la virginidad. Se despide de Pablo y vuelve a lconio.

Allí reencuentra a su madre (y parece que la convierte a la auténtica fe). El desventurado Támiris ya se ha muerto. No se detiene en su ciudad, sino que prosigue una ruta que la lleva hasta la ciudad famosa de Seleucia. (El monje hace un elogio de su ciudad, que destaca por su ambiente rural, su riqueza y su cultura; sólo la sobrepasa Tarso en el hecho de haber producido un santo tan imponente como Pablo.) Allí se instala en una colina cercana, fundando un santuario.

Desde la colina de Seleucia, Tecla predica la palabra de Cristo, convierte y bautiza a muchos, y con su prestigio eclipsa pronto al del oráculo local de Sarpedón, un daímon muy antiguo, un demonio según nuestro monje. Tras muchos años de predicación y de milagros numerosos, en pleno apogeo de su fama, Tecla desaparece, hundiéndose en una hendidura que Dios abre en el suelo; penetra viva en la tierra santa, como si fuera un héroe antiguo.

Justamente para conmemorar el milagro se levantará en aquel lugar el altar de la iglesia que llevará su nombre: Santa Tecla, Hagia Thekla, que pronto se convertirá en un gran centro de peregrinaciones en busca de los milagros y la protección de la santa, con un halo prestigioso que durará varios siglos.

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