III
Como muy bien ha señalado G. Dagron, en este relato biográfico advertimos ciertas repeticiones de motivos y de personajes que nos evocan el típico relato escalonado, un réczt à tiroirs, que es, por otro lado, un viaje iniciático con sus pruebas, un tanto típicas. Tenemos al agresor (Támiris y Alejandro), la madre (la dura Teoclea y la afectuosa Trifena), y el juez (también repetido, uno en lconio y otro en Antioquía); y también las fieras y las muchedumbres se repiten, del mismo modo que los milagros del fuego protector. Por dos veces es atada Tecla. Pero hay una diferencia notable entre los deseos de Támiris, que es su prometido y desea desposaría, y la agresión sexual del pervertido Alejandro; el novio que reclama sus derechos, y que atenta a su virginidad de acuerdo con la costumbre y la ley, es reemplazado por el depravado magnate de Antioquía, que trata a Tecla como a una prostituta.
Un carácter especialmente duro tiene su madre, que, cuando la muchacha rechaza el matrimonio y se declara prosélita de Pablo, está dispuesta a matarla, y reclama que sea condenada a muerte. Esta madre rigurosa y acaso imposible de convertirse a la nueva fe cristiana contrasta con la viuda Trifena, verdadera madre adoptiva, protectora de Tecla, y pronto convertida. Una vez más el afecto y la fe resultan lazos más fuertes que los familiares.
Hay también algunos cambios sugestivos entre las escenas de martirio, así como en el comportamiento de las muchedumbres. Mientras los inconmovibles espectadores de lconio son castigados con la tromba de agua, los de Antioquía se dejan conmover por los suplicios, y, a la postre, están casi de parte de la joven y derraman sus perfumes sobre las fieras para salvarla. (En los Acta eran sólo las mujeres quienes estaban a su lado, como antes la leona, por solidaridad femenina.) También Tecla ha evolucionado: la joven silenciosa se ha vuelto una hábil y persuasiva predicadora, admirada incluso por Pablo.
La temática fundamental está muy destacada desde el comienzo: la iniciación en la fe va unida a la rebelión de Tecla en el terreno de la sexualidad. Cito unas líneas de G. Dagron: «Tecla es mujer, expuesta a la violación, desnuda más a menudo de lo previsto, y ampliamente traicionada por su belleza incluso bajo su disfraz de hombre. Pero esa feminidad la vemos despertar, volverse contagiosa y conquistadora, transformarse progresivamente en algo más. Tecla abandona progresivamente sus signos externos: sus joyas, que le servirán para corromper a los guardias de la cárcel; sus cabellos, que ella misma se corta; sus vestidos de mujer, que cambia por vestidos de hombre. En lconio ella está sola contra todas las mujeres, o, más bien, contra todas las madres y, en particular, contra la suya, que oponen a su ideal de castidad un ideal de procreación natural; pero en Antioquía es defendida por las mujeres y por Trifena, una madre escogida por encima de los lazos de sangre, quienes forman en el tribunal y en el anfiteatro una opinión pública distinta a la de los hombres y del todo a su favor; un grupo que no duda en intervenir echando perfumes para adormecer a las fieras. La solidaridad femenina se extiende hasta las bestias: la leona la defiende contra un león, y las mujeres lloran unánimemente su muerte. Es el momento del feminismo activo, tras el cual viene una extraña ruptura de la barrera entre los sexos: Tecla abandona el hogar de Trifena con un séquito "de muchachos y muchachas", cuya presencia en Myra sorprende a Pablo, y con un vestido de hombre que es ahora ya su verdadero hábito, y que detiene las miradas indiscretas o concupiscentes.
«Su actitud ante los hombres cambia también por completo: después de haber permanecido obstinada y silenciosa ante el amable Támiris, Tecla vence físicamente al afeminado Alejandro, y milagrosamente a los sustitutos bestiales que son el león, muerto por la leona, y los toros, abrasados en sus testículos al intentar enfurecerlos más (ingenuo y superlativo símbolo de la agresión sexual.)
La impotencia masculina queda en evidencia de todos modos, mientras que la androginia latente de la virgen, que señalaba ya su alianza con el fuego -fuego de la hoguera que respeta y esconde su desnudez, fuego del rayo que aniquila las focas, fuego del hierro al rojo que quema las cuerdas que la ataban a los toros-, se despliega en un símbolo de su verdadera naturaleza y su verdadera vocación.
Sorprendente historia, y cuán moderna, al ilustrar tan crudamente tres etapas de una revuelta femenina: el rechazo de la sumisión al hombre y a la maternidad, la solidaridad del género femenino en su conjunto, y la abolición de la diferencia.»
Hasta aquí G. Dagron, en su excelente introducción a la Vida; en la que también analiza otros rasgos del texto y el contexto de la leyenda.
Hay en este edificante y ejemplar relato muchos otros trazos significativos, que ya habrá detectado el lector. Por ejemplo, la rebeldía de la protagonista ante el poder establecido y representado aquí por los tribunales y altos funcionarios romanos. Tanto el procónsul como el gobernador son representantes del orden, y ceden a las presiones de los acusadores, con una cierta desgana o con una convicción poco fundamentada. Pablo no logra salir bien parado a pesar de sus buenos discursos, y es Tecla sola quien tiene que enfrentarse a los peligros de muerte. Pero firme en la fe, con esa fortaleza que le había predicado Pablo, va adquiriendo una elocuencia y una capacidad de conversión que dejan maravillado a su propio maestro. A él está unida por una extraña mezcla de atracción erótica sublimada (amor de flechazo, aunque no de vista, sino de oído) y de admiración intelectual. Pero es ella quien se bautiza y se propone como maestra de nuevos cristianos, sin la mediación de Pablo (que tampoco la protege de ningún suplicio, sino que se esfuma antes, apaleado y desterrado). Por otro lado su extraña desaparición final, no muerta sino enterrada en vida, para convertirse en numen protector del santuario, recuerda el último avatar de otros héroes griegos, como Anfiarao o Trofonio.