Introducción
La romanización de los diferentes territorios que acabaron por formar parte del Imperio Romano, es decir su inclusión en el modo de vida romano, es uno de los temas que siempre han despertado más interés y no sólo entre eruditos. Este interés se acrecienta, sin duda, en el caso del País Vasco hasta llegar a suscitar vivas polémicas, por un hecho tremendamente original, como es la supervivencia de la lengua vasca que supone en el fondo el aborto del proceso de romanización lingüística o latinización en esta parte del lmperio.
Esta circunstancia excepcional, si miramos a lo que aconteció en otras partes del Imperio occidental, llevó a los eruditos locales y a muchos españoles a la explicación de que el País Vasco nunca había sido domeñado por las armas romanas. Tratado como un caso extremo del género de las laudes Hispaniae, representaba para algunos nacionalistas españoles el punto de orgullo compensatorio de las derrotas de Numancia y la sumisión general de la península. Se basaban para ello en la idea de que Cantabria no había sucumbido totalmente ante Augusto, de modo que mantuvo una independencia real durante la antigüedad, unida a la independencia vasca posterior: teoría que recibe el nombre de 'vascocantabrismo'. Aunque esta idea propia del Antiguo Régimen perdiera pronto tanto su validez científica como su sustento social, ha perdurado de forma muy extendida la opinión de que el País Vasco nunca fue realmente romanizado y permaneció aislado en el cuerpo social y político del Imperio. Sin embargo, los datos que prueban que ésta es una idea exagerada son numerosos, tanto los estrictamente materiales o arqueológicos como los lingüísticos. El problema está en conjugar dos realidades ciertas: que por un lado el País Vasco formó parte del Imperio desde antes del cambio de era, mucho antes que otras provincias como Britannia o Dacia, p. ej., y que a diferencia de esta última mantuvo su vieja lengua ante la inmensa presión latina.
Antes que nada me gustaría señalar un aspecto paradójico del proceso de romanización. Si bien es cierto que a la larga supuso en casi todos los sitios la extinción de la lengua anterior, ya que ninguna de las lenguas de Hispania, Galia e Italia sobrevivió -nótese que la parte oriental del Imperio es otra historia bien diferente-, en el primer instante proporcionó, sin embargo, el medio para la expresión escrita de las lenguas prerromanas. Esto es absolutamente claro en el caso de Hispania, donde todas las inscripciones celtibéricas, incluso las redactadas en escritura ibérica, son posteriores a la conquista y la mayoría posteriores a la toma de Numancia en el -133 y sumisión de la Celtiberia. Las inscripciones lusitanas son aún más recientes, de época imperial y están redactadas en letras latinas. Incluso las inscripciones ibéricas, que empiezan antes gracias al influjo griego de las colonias mediterráneas, proliferan también bajo Roma y asimilan modos epigráficos romanos como puede apreciarse en lápidas funerarias, votivas u honoríficas de Saguntum o Tarraco. Es decir, gracias a uno de los fenómenos ligados a la romanización, como es el conocimiento y uso de la escritura, muchos pueblos pasaron del anonimato más estricto a dejar una huella nítida, más o menos densa, de su personalidad.
Así pues, en un aspecto nada despreciable podemos entender la romanización como una culminación de un proceso de urbanización, que en algunos puntos de la península viene de lejos y en otros se superpone a la propia romanización. Desde otro punto de vista más lingüístico, se puede entender también como culminación del proceso de indoeuropeización de la Península, que había comenzado cientos de años antes con el afianzamiento de lenguas indoeuropeas occidentales, de las que el lusitano y el celtibérico son solamente los exponentes que han llegado hasta nosotros.
En lo que respecta a la expansión de la urbanización, la Península ibérica presenta zonas bien diferentes:
a)Todo el sur y el este peninsular ya habían logrado un altísimo nivel de civilización urbana, gracias a las primeras influencias fenicias, que para Tartessos se remontan a comienzos del milenio y continúan hasta el s.VI a. C., al importante periodo bárcida durante el s.III a.C. con foco difusor en Carthago Nova y a la poderosa influencia griega mediterránea a partir del s.VI a.C., todo lo cual suponía la participación de esta zona en el tipo de sociedad helenística. Los propios romanos nos dan cuenta del estado avanzado de civilización de los habitantes del sur, en concreto de la Bética, en palabras del Estrabón cuando canta las excelencias de los turdetanos (costumbres cultivadas, vida urbana, escritura, literatura, etc.). Hay un pasaje que tiene que ver directamente con nuestra cuestión de la sustitución de lenguas:
"Los turdetanos, sobre todo los que viven en la ribera del Betis, han adquirido enteramente la manera de vivir de los romanos, hasta olvidar su idioma propio" (Estrabón, Geografía. III, 2, 15)b) La zona interior, por su parte, está mucho más atrasada desde el punto de vista del fenómeno urbanístico, aunque no todo el amplio territorio sea idéntico; a grandes rasgos pueden hacerse divisiones entre los pueblos celtibéricos del Ebro, que tienen una cultura material ibérica y han sufrido por tanto un más intenso proceso civilizador desde el mediterráneo, los celtíberos de la meseta que también presentan ciudades bien organizadas y amuralladas, pero. cuya economía no participa de la corriente universal, sino de unos ámbitos agrícolas y ganaderos más reducidos. La invasión romana supondrá para el mundo celtibérico vacceo meseteño y lusitano atlántico la brusca y traumática inclusión en la ecumene cultural y económica.
c) En un tercer nivel de aislamiento y alejamiento del nivel de civilización quedan los pueblos montañosos del Norte, desde Galicia hasta los Pirineos, de los cuales habla tan plástica, como quizá tópicamente, nuestra fuente máxima: Estrabón (Geografia III, 3, 7).
"En las tres cuartas partes del año los montañeses se nutren de bellotas, que secas y trituradas se muelen para hacer pan...Beben zythos (bebida fermentada de la cebada, especie de cerveza de los egipcios) y el vino, que escasea, para los festines... En lugar de aceite usan manteca... Usan de vasos labrados en madera, como los Celtae".
Los territorios vascos hispanos entraban en las dos últimas categorías, ya que desde un primer momento se establece una diferencia entre las tierras bajas, ricas y cultivables, de la ribera del Ebro y aledaños, expuestas desde antiguo a las influencias culturales de sus vecinos, y las tierras montañosas. Esta separación económica y cultural fue apreciada por los propios etnógrafos e historiadores romanos y ha quedado fijada en la historiografía reciente por la oposición saltus / ager (vasconum), debida principalmente a J. Caro Baroja. Este diferente grado de civilización que presentan los territorios vascos tendrá su reflejo en la documentación más antigua trasmitida, la de la época republicana y augustea, en la que las lenguas prerromanas asoman tímidamente a la puerta de la Historia.Según podemos inferir de los restos lingüísticos trasmitidos (tanto los directos sobre epígrafes de diferentes clases: monedas e inscripciones, como los indirectos a través del testimonio de las fuentes literarias)1, la propia definición de País Vasco, si por tal se entiende una traducción de Euskal Herria, en la que la lengua vasca sea señal de identidad, no coincide con lo que a partir de la Edad Media conocemos por tal. Las fuentes mencionan explícitamente a los vascones desde el conflicto sertoriano, durante el cual Pompeyo funda la ciudad de Pompaelo (75 a. C.), aunque antes los romanos habían llegado a la parte más meridional de su territorio y fundado Gracchurris (179 a. C. por Tiberio Sempronio Graco). Pero con este nombre se referían concretamente al pueblo que se extendía desde el Ebro hasta los Pirineos, con salida al mar por Oiasso, coincidente en gran parte con la actual Navarra. Los pueblos de las actuales provincias vascongadas -por utilizar un término tradicional que como todo el mundo debería saber hace referencia a su carácter vascófono- se denominaban de otras forma: autrigones, caristios y várdulos, nombres que no han tenido la fortuna que el primero, ni siquiera en la antigüedad. Al norte de los Pirineos habitan otros pueblos, que pueden agruparse en una unidad cultural mayor, los aquitanos.
En lo referente a la lengua de estas gentes, solamente hay referencias concretas a la lengua de los aquitanos, que según testimonio directo de Cesar, se diferenciaba netamente de la de sus vecinos del norte, los galos, y, según Estrabón, se parecía más a la de los iberos (no se sabe si hay que entender estrictamente como los hablantes de ibero o los habitantes de Iberia, es decir al sur de los Pirineos). Las referencias muy vagas y bastante tópicas a la rudeza de los nombres de los pueblos del Norte, tanto en Mela como en Estrabón, no son de gran ayuda.
Por otro lado, faltan casi por completo documentos epigráficos redactados en las lenguas venáculas, a diferencia de otras zonas más aculturadas, de modo que hay que hacer inferencias a partir del material onomástico principalmente. Entre los textos indígenas hay que destacar las leyendas monetales. Los especialistas localizan en Osma de Valdegobía, al oeste de la provincia de Álava, la ceca de Uxama Barca. El primer nombre es claramente celtibérico, 'la elevada' , mientras que para el segundo se ha aducido vasco ibar 'río'. Se localizan en la zona vascona, aunque sin identificación precisa, muchas otras cecas, como las de barscunes, olcairun, arsaos, arsakoson, bentia(n), benkota (R. de la ceca de baRSkunes y de bentia), ontikes, sesars, tirsos, unambaate. Los nombres son de explicación dificil, con excepción quizá de barscunes, que curiosamente nos lleva al mundo celtibérico, al no admitirse ya la identificación tradicional con Vascones. El resto de nombres tampoco se dejan explicar bien por el ibérico y forman un conjunto con personalidad propia.
En los últimos años han aparecido en Navarra algunas inscripciones indígenas que clarifican en parte la situación. En primer lugar están las téseras de hospitalidad halladas en Viana, que nos llevan claramente a un mundo celtibérico, bien conocido por otros textos similares procedentes de Celtiberia. Este hecho no hace más que confirmar que el valle del Ebro, correspondiente a la actual Rioja, que pertenecía a los Berones, era de lengua céltica, cuestión que ya sabíamos por Estrabón. Mucho más interesantes son dos inscripciones procedentes de la Navarra media: un mosaico de Andelos (Muruzábal de Andion, despoblado de Mendigorría) con la leyenda:
likine : abuloRaune : ekien : bilbiliaRs
y un fragmento de bronce con un texto muy mutilado, procedente de Aranguren.
Tanto las monedas como las dos inscripciones citadas son testimonios directos de las lenguas prerromanas utilizadas en la zona, pero al mismo tiempo lo son también de la poderosa influencia de Roma. Casi todas las monedas de Hispania -con la excepción de unas pocas emitidas por ciudades cercanas a las colonias griegas del Ampurdán- toman como modelo el denario romano, no hay arte decorativa más romana que el mosaico y el bronce fue su material de escritorio más apreciado para publicar edictos y textos públicos.
En la Aquitania solamente se ha documentado hasta ahora un fragmento de un recipiente de plata con una inscripción incompleta en ibérico, que con casi total seguridad fue redactada en otro lugar. La parte más oriental del territorio, que tiene por centro a la ciudad de Lugdunum Convenarum, perteneció previamente a la Provincia y presenta un nivel de romanización muy grande, que se aprecia en los magníficos restos arqueológicos conservados y en la epigrafia de gran calidad.
Después de la conquista de Cantabria y el norte peninsular por Augusto en el 19 a. C. se establece definitivamente el control romano de los Pirineos en ambas vertientes, culminando el proceso que se había iniciado dos siglos antes por el Sur y había continuado con la conquista de las Galias por César. De todas formas, esta circunstancia no va a tener demasiada influencia para las relaciones a larga distancia entre zonas importantes del imperio. Roma establecerá el comercio a través del mar y de los sistemas fluviales del Ebro y del Garona respectivamente. Así lo demuestra la mínima complementariedad entre cerámica hispana producida en Tricio y el vino de Burdeos, o la limitada circulación monetaria de las emisiones monetales de un lado y otro de la cadena montañosa.
Sabemos que en este amplio territorio vasco-aquitano, en unos lugares con más seguridad que en otros, se hablaba una lengua que consideramos como la antecesora del vasco moderno: precisamente es en los Pirineos centrales septentrionales y en zonas de Gascuña donde el testimonio del vasco antiguo es más claro; en los últimos años hemos hallado datos onomásticos que muestran su presencia también en territorio vascón ( especialmente en la zona media de Navarra) y son las provincias vascongadas las que, por ahora, menos restos vascos han proporcionado en la antigüedad. Esta lengua vasca cedía terreno o lo compartía con otras dos lenguas en la zona hispánica: con una céltica en la parte occidental de Bizkaia, en Alava y en Tierra Estella, y con la ibérica hacia la parte central y oriental de Navarra. En Aquitania el galo posiblemente se había introducido a lo largo del Garona hasta el propio Pirineo y en las zonas más expuestas de Gascuña.
Sobre esta zona compleja lingüísticamente hablando y diferente desde el punto de vista social y económico actuará el poder político de Roma con resultados distintos a lo largo del tiempo. Los restos materiales ( ciudades enteras como Lugdunum Conuenarum o como Andelos; vías importantes; otros restos como puentes, acueductos, termas, etc. ) y la epigrafía latina muestran que la implantación romana no fue de la misma intensidad en todas las partes del territorio. En este sentido no es lo mismo Navarra que Gipuzkoa, ni la región de Comminges que el País Vasco francés. Dejando de lado los restos arqueológicos, me centraré solamente en la epigrafía latina.
*Notas
1 - Una exposición detallada de los materiales lingüísticos de la zona se puede leer en mi artículo: "Los Pirineos entre Galia e Hispania: las lenguas", Veleia 12, 1995, 181- 234.